Dentro de pocos años, cuando el trap como género y los ritmos urbanos como paradigma ocupen un capítulo indiscutible en la historia de la cultura; cuando ocupen páginas en los cancioneros de los jardines de infantes y tengan espacio en el fresco de alguna catedral apostólica romana; cuando ocupen, sin duda, un eslabón indestructible en la formación emocional de esta y la próxima generación, lo que pasó el último sábado en el primer festival masivo del fenómeno en Sudamérica, el Buenos Aires Trap, será recordado como un quiebre de época. Veinte mil personas dejaron todo aún en una economía en destrucción como la argentina para pasar 10 horas viviendo, construyendo y proyectando el trap como identidad y marca de los tiempos.
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¿Hasta dónde llega esto?
Con el tradicional Hipódromo de Palermo como escenario ––donde en marzo se presentará Paul McCarntey–– y potros como Aleja Mami, Under MC, FMK, Drefquila, YSY A, Bardero$, Malajunta, Big Soto, Neo Pistea, Dakillah, Ecko, Khea, Kidd Keo, Lit Killah, Cazzu, Duki y Bad Bunny listos para sprintear en la tormenta que cayó todo el santo día sobre la Capital Federal, el primer festival de trap en Argentina mostró la fuerza y el horizonte de un movimiento que hace dos años tenía a la mayoría de los argentinos mencionados tirando freestyle en plazas y soñando en esa incubadora que fue El Quinto Escalón. Fuerza porque la apuesta era ambiciosa desde el "vamos", desde el booking, desde el lugar elegido, desde la fecha casi en vacaciones y desde los 1500 y 2500 pesos que valían los tickets y obligaban a cualquier habitante de este suelo en permanente devaluación económica a pensarlo dos veces. “¿Hasta dónde podía llegar el trap local más la potencia de Benito Antonio del Corazón de Jesús Martínez?”, era el interrogante que se imponía al ver semejante grilla.
“Mirá hasta dónde llevó el barrio Malajunta”, pareció responder Silvina (39) de Villa de Mayo al empezar la tarde, orgullosa de haber hecho junto a amigos y familiares una de las primeras banderas dedicadas al Sandro de Las Tunas. En un gesto típico del rock criollo, los fans del “Mala” se armaron un “trapo” para seguirlo por donde vaya. “Es un orgullo para nosotros verlo a él en el escenario porque sabemos todo lo que la peleó para estar ahí y porque sentimos que su forma de cantar y de ser representa nuestro lugar”.
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No eran las cinco de la tarde y por BA Trap ya habían pasado la Aleja Mami (DJ), Under MC, FMK, Bardero$, Nax King, Ysy A y Neo Pistea. También el chileno Drefquila. Porque otra de las certezas posteriores al festival es lo bien que artistas de Latinoamérica y el mundo pueden funcionar al calor de este código universal. Así lo hicieron Fuego representando a República Dominicana, Kidd Keo a España y Big Soto a Venezuela. Este último salió con un chaleco antibalas a escena y pidió “una bulla para Venezuela que está pasando por un momento muy duro”. En el mismo sentido, su set terminó haciendo corear a los presentes: “¡Maduro! ¡Coño ‘e tu madre!”A todo esto, el “Mala”, que miraba todo el agite desde sus 34 años ––y desde la casa que está por terminar de construir en el mismo barrio bonaerense donde siempre vivió, habló con Noisey después de su show: “Qué se pueda hacer esto con este nivel de convocatoria es algo que hace un par de años era imposible de pensar. Los pibes estaban en las plazas y ahora ves la cantidad de gente que se prendió a esta movida y es una locura. Además, para mí poder llevar el barrio a un evento como este, poder cantar encima de una pista de cumbia de las de antes es algo sarpado. Todo eso conviviendo y siendo compartido es espectacular”.
Lo que estos chicos entendieron
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En el mismo camino señalado por el Illya Kuryaki and the Valderramas, Martina (16) y sus amigas esperaban aferradas a la valla del campo trasero a que saliera a escena el apolíneo Ecko. “Venimos desde La Matanza [distrito de las afueras de Buenos Aires] para ver a Ecko y a Duki y para nosotras este es el evento del año. ¿El rock? No me llama. Nunca me llamó, la verdad. Acá a una de las chicas le gusta, pero a nosotras todavía no nos llegó”.Bailando unos metros más cerca del vallado, Martina (27), José y Alan le sacaban jugo al excelentemente curado set de reggaetón old school: “Nosotros venimos como invitados de uno de los chicos y lo estamos disfrutando un montón porque acá no solamente van a sonar las producciones más nuevas ni los hits que todos conocemos, también suenan unos reggaetones de antes que están espectaculares, nos llevan a nuestra adolescencia y han envejecido muy bien. Creo que poder disfrutar de eso y bailarlo desde ese cariño es algo que no nos pasa con otros géneros, quizás por como nos criamos y cómo nos encontramos con esa música en ese momento. Ahora tenemos esto nuevo que nos gusta y también tiene que ver, tiene una raíz, con lo que sentimos nuestro”.
Los dueños del stud
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El siguiente en salir a pista tenía cuatro años cuando el reggaetón se esparcía por el mundo sembrando algo que en Argentina recién estamos empezando a ver con producciones autóctonas que derivan, en parte, de esa raíz. Dominando el escenario con su don para poner tu desesperación en su letra y con el flash mental de quien entiende que esto ––20 mil personas pasando horas bajo la lluvia para verlo a él y sus amigos de plaza–– ocurre sólo en una de las 11 dimensiones de la realidad, Khea entregó todo y todo le fue devuelto. Confirmó, así, que no hace falta que estés en el trap o en los ritmos urbanos; si vas a ver, casualmente o no, una fecha de estos pibes, difícilmente vuelvas a ver algo similar en otra parte.Para cuando el creador de “Loca” terminó con su set, quedaban por delante el virrey y el rey de estos territorios.
Todavía algo de luz cuando nos estrechamos las manos con Duki en el backstage. Sereno, junto a los colegas y amigos con los que construyó esto que el sábado alcanzó su punto máximo hasta ahora, Mauro Lombardo esperaba el momento para encontrarse con su gente. “Estoy tranquilo porque soñaba con esto y sueño también con algo más grande”, sintetizó el hombre sus sensaciones. Lo suyo es algo realmente distinto en las formas. Hasta que llegó su turno en escena, Duki la vivía como la habrá vivido siempre. Junto a los pibes y pibas con los que salieron de la plaza, como uno más hasta que le llega la hora de no ser uno más. Y esa hora llegó cerca de las 21 30.
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Encendida como nunca en la jornada, la pista lo siguió en todas al Duketo con la euforia de saber que ellos son tan responsables de esto como los que están arriba del escenario. Un movimiento ––pueden verlo en algunos artículos sobre el festival en medios argentinos–– despreciado por una gran parte de los que dicen qué es música y qué no que cobró fuerza desde las plazas y desde las redes hasta ser incontenible como negocio, como discurso y como estética. “Sin culpa” lo gozaron los matrimonios de 50 que trajeron a sus niños, los niños y los pibes de 25 que abrazon los ritmos urbanos en el inicio de su adultez. ¿Quién hubiera anticipado esto en el país tradicionalmente rockero?
El soporte de beats electrónicos con discurso callejero y sabor latino es una dimensión que esta era necesitaba para desagotar emociones que, a veces, el contrato de lectura del rock y otros género no puede purgar. “Modo Diablo es una de las bandas más espectaculares del país”, me dijo Dante Spinetta horas antes de que Duki invitara a Khea e Ysy A a escena. ¿Ustedes piensan que los periodistas de rock escuchan eso y lo toman en serio? El problema es de ellos. Eso es lo que también queda claro después de la fiesta del sábado. Que la intolerancia, de este lado, como expresó Duki al final de su show, no está: “Gracias por todo lo que estoy viviendo, de verdad, gracias de corazón a los que vinieron a ver a Ecko o a Cazzu o a cualquiera. Gracias por apoyar la movida. Somos todos uno. Ese es el flash”.
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Por qué Bad Bunny se llama así
Pareciera que Benito Antonio nació pisando un escenario y se intuye que puede disfrutar de su negocio incluso cuando llega volando, hace lo suyo y se va más rápido de lo que vino. Porque podría cantar dos horas e igual te quedarías con ganas de escuchar tal o cual tema. Porque ser un distinto tiene un precio que ha sabido pagar y todo ese viaje se entrelee en su último álbum, que tiene tanto de dolor como de bellaqueo bien duro.
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Y porque cuando el hombre apagó todas las luces y le pidió a los presentes que encendieran una luz y acompañasen Amorfoda, había que estar muy bajo en glóbulos rojos para no darse cuenta de que ahí había algo que ya es, diría el creador de la Ciudad de la Furia, parte de todos.
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