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Música

Testimonios de la sobredosis, Parte II: techno, dealers a domicilio y mucho perico

Esta nueva serie es en honor a todos esos momentos en los que muchos consumidores nos hemos levantado con la cabeza nublada preguntándonos si ya fue suficiente, si aterrizamos en un nuevo fondo debajo del fondo.
Ilustración: Sara Pachón.

Para contrarrestar la narrativa ligera sobre las drogas en la que a veces cae nuestra generación, hace unos meses emprendí una búsqueda de historias tejidas alrededor de esos momentos oscuros en los que muchos consumidores nos hemos levantado al otro día, preguntándonos si ya fue suficiente. Debido a esto, decidí meterme con lo más sombrío: con la sobredosis y con la muerte. Esta es una serie necesaria, un llamado al orden cuando se nos va la mano. Porque muchos de mis personajes aprendieron la lección, unos no tanto y otros ni siquiera alcanzaron a contar el cuento.

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Esto es Testimonios de la Sobredosis: historias que lidian con la letra menuda del consumo y el otro extremo de la noche.

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Martín, 20, estudiante de Negocios.

"Hay una línea muy delgada entre tener el control y perderlo. Una delgada línea entre pasar una fiesta buena y pasar una fiesta mala como la que me tocó a mí: la peor de toda mi vida.

Creo que mi gusto por la música electrónica tuvo un componente social, porque veía a todo el mundo metido en ella y decía como bueno, '¿por qué todo el mundo está escuchando eso? voy a escuchar'. No es que haya sido una presión, pero sí me hacía pensar que algo de bueno tenía que tener esa música, así que la seguí escuchando y me terminó gustando.

Algo así pasó con Baum. La primera vez que fui tenía como 17 años, apenas abrió el sitio. Entré con cédula falsa y me acuerdo que me gustó, aunque había algo que no me llenaba del todo. Sin embargo cuando volví de Australia el año pasado, después de irme seis meses a estudiar para ser profesor de inglés, lo primero que hice apenas pisé tierras colombianas fue coger para allá. Y sí, es cierto que en Australia había sitios parecidos, pero yo quería Baum, quería ir a ese lugar.

Así duré todo junio, julio, agosto, octubre y noviembre del año pasado, cada fin de semana sin parar. Con el tiempo ir a Baum se me volvió una adicción. Ya no iba por el attending ni por la música, pero no faltaba ni los viernes ni los sábados, así tuviera clase, o tuviera que dar clases, cuando era monitor. Yo estaba un viernes en la oficina donde hago mi práctica, me ponía los audífonos y comenzaba a imaginarme esa noche. Preparaba todo desde antes: con quiénes iba a ir, qué pinta me iba a poner, qué iba a comprar y qué me iba a meter… a veces mandaba a mis amigos o pedía con mi dealer: yo le hacía una transferencia y él me mandaba todo a mi oficina empacadito en un sobre a domicilio.

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De un mes para acá perdí la noción de lo que podía resistir mi cuerpo. Fui generando tolerancia y llegué a un punto en el que ya no necesitaba una pill sino tres para poder sentir algo, para sentirme como esa primera vez. Por eso dejé de salir un mes, pero me gané nuevamente la beca de mi próximo semestre en la universidad y quise salir a celebrar, ¡estaba muy feliz! Compré cosas especiales para esa noche: unas Mont Blanc con este mismo dealer que te puede conseguir lo que a ti te provoque: 2C, perico, popper, pills, trips, hasta heroína si te quieres inyectar… pero bueno, eso sí no lo hago.

Fuimos al club. Ya era la mañana del día siguiente y yo seguía allá, me sentía perfecto. En ese momento sentía que había sido una noche normal. De pronto sí me sentía un poquito más cargado, pero igual me creía muy consciente de lo que hacía. Había comprado dos trips y una pill porque quería alucinar más de lo que quería bailar, y todo lo pedaleaba con popper. Esa noche me encontré con muchos amigos que me regalaron pills por mi beca o porque hace mucho no nos veíamos. Hasta ahí todo estaba muy bien, perfecto, pero me encontré con un amigo que tenía cocaína. Me dio una bolsa gigantesca y me dijo que podía hacer lo que quisiera con ella, pero que tuviera cuidado porque era pura. Yo cogí la bolsa y me fui por el main room repartiéndole a todo el mundo.

Como a las seis y media me metí otros dos pases y me regalaron otra media pepa y ahí me dije 'ya, con esto la remato, ya no necesito más'. Pero a las ocho pregunté a qué hora iban a cerrar y me dijeron que hasta las 12 del día, entonces dije 'uy no esto va para largo', y decidí meterme otro pase. Ya estaba muy loco y no me metí ni uno, ni dos, ni tres, ni cuatro, ni cinco, ni seis… me metí como ocho pases en ese instante, en menos de cinco minutos.

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Lo primero que me pasó fue que se me vino la sangre por la nariz, entonces me senté en las sillas. Luego me paré y me di cuenta que la gente se me cambiaba de lugar, que todos se teletransportaban. Hasta ahí creo que todo pudo haber seguido por buen camino, mi cuerpo lo estaba tolerando. No le dije a nadie lo que me estaba pasando porque yo decía 'no guevón, es que está delicioso, ¡esa es la traba! Está súper rica'. Y cuando vi que mi amigo se estaba yendo del lugar le dije que me regalara los últimos dos pases. Apenas él salió del sitio, comencé a convulsionar.

Cuando recobré la consciencia estaba en la zona VIP y tenía una sensación horrible de vomitar. En efecto lo hice: vomitaba y vomitaba… y me mordí la lengua súper duro, no pude comer bien por varios días. Una amiga que estuvo conmigo todo ese rato me cuenta que entre los bouncers me entablillaron y me llevaron a la parte más silenciosa del lugar, que era el VIP, porque obviamente la fiesta no se iba a acabar. Yo solo recuerdo que pedía que no le dijeran a mi mamá y me acuerdo también que alguien del lugar se me acercó, me dijo al oído que vomitara mucho y me dio unos golpesitos en el hombro mientras me decía 'usted no vuelve a entrar a mis fiestas, hermano'.

Mi amiga luego me contó que en ese momento la fiesta estaba en su punto máximo: las viejas se estaban trepando al booth a bailar encima y todo el mundo estaba enrumbadísimo, mientras se llevaban a otra persona que se había desmayado en la terraza: era una vieja que además estaba sola.

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Salimos a coger un taxi después de haber pedido una ambulancia en el lugar sin mucho éxito. Yo ya podía caminar, aunque me dolía muchísimo la cabeza. En ese momento solo quería que me llevaran a mi casa y tomarme 10 Pedialytes, pero creo que si hubiéramos hecho eso no estaría contando el cuento. Fuimos al Hospital San Ignacio, donde me revisaron hasta las venas, por si me había inyectado. Luego pasaron a hacerme un tac en el cerebro, un electrocardiograma y una resonancia magnética por si me había comido algún objeto en medio de mi loquera. Después me canalizaron. Mi diagnóstico decía 'consumo crónico de cocaína, LSD, popper y éxtasis'… o sea, cró-ni-co. Para que me pasara lo que me pasó ese fin de semana tuve que haberme olido la cantidad que no está escrita.

El doctor me dijo unas palabras que aún no se me van de la cabeza: 'usted tiene 20 años, y un futuro brillante por delante. Tiene una familia, unos amigos que están allá afuera esperándolo. Por favor, no se mate de esa manera, y si lo hace, hágalo con consciencia'.

Creo que uno de los problemas fue que me regalaron muchas cosas y obviamente el perico de mi amigo. También es que el ambiente de ese lugar siempre te obliga a más, las personas, el hecho de que me dijeran 'es perico puro y es gratis'… todas esas cosas. Aunque también pienso que uno se droga por llenar vacíos que tiene, pero yo no voy a culpar de esos vacíos a alguien. Yo me drogaba porque yo quería, porque lo disfrutaba.

En ese momento uno no mira los problemas, pero ahora los veo todos, sobre todo con mis papás. Ellos son muy jóvenes y yo ya les había contado que me comía una, dos o tres pepas, pero pensaban que yo tenía un control bastante bueno del tema porque gracias a Dios me va muy bien en la universidad y también sostengo toda mi manutención. ¿Sabes? Ahora mismo agradezco mucho que me haya pasado lo que me pasó, porque aprendí muchas cosas. Aprendí quiénes sí, quiénes no y aprendí a controlarme mucho más. ¡De hecho en el Baum Festival sin muchas cosas la pasé delicioso!

Ese día, cuando llegué a mi casa después de todo lo que pasó, mi hermanito de siete años me recibió en la casa. Recuerdo que lo primero que me dijo fue: 'Por favor no te sigas comiendo esas pastillas que te están matando'".

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Esta serie es un ejercicio periodístico basado en testimonios subjetivos. Las opiniones y visiones expresadas por sus protagonistas no reflejan la posición editorial de este medio.