Cumpleaños de José José

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Música

Había una vez un Príncipe

Fuimos con los músicos de José José, con un reportero de espectáculos y con un escritor, para comprender el fenómeno conocido como El Príncipe de la canción, ahora que cumplió 71 años.

Dedico mi historia a mi público, a quien le debo todo lo que soy por su cariño incondicional por regalarme un éxito tan grande que no tiene fin todavía, por su comprensión y apoyo a mi persona en los momentos más difíciles
––José José

Fuimos tras el rastro de José José. Tras una posible forma de entender quién es y qué representa en la cultura mexicana. ¿Es nuestro mayor educador sentimental? ¿Es la voz que nos une a todos? ¿Es el personaje de sus canciones? Fuimos a visitar a sus músicos, charlamos con un reportero de espectáculos, con una psicóloga y con un escritor, para intentar comprender el fenómeno conocido como José José.

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El 17 de febrero de 1948 en la antigua calle de las artes, hoy Antonio Caso, nació el primer hijo de José y Margarita, dos músicos. Ella trece años mayor que él. El hijo de José y Margarita había nacido para ser artista, para tocar el alma de los humanos. Al pequeño José le gustaba mucho Cri-Cri. Luego diría que ese fue su primer maestro de canto. A los siete años José iba de casa en casa con su abuelita, vendiendo ropa. José cargaba la bolsa de la mercancía. Su debut en Bellas Artes fue a los nueve años. Duró diez minutos sobre el escenario. La obra fue El elixir de amor de Donizetti.

No vayas a cenar

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Celso Aguilar, saxofonista. Músico de José José

Habla golpeado. Su piel es muy blanca. Los gestos de sus manos insinúan generosidad. Su voz es fuerte. Nos dice que José José rentaba un piso completo del hotel y se quedaba ahí, cerca de ellos. Le gustaba convivir, jugar dominó, baraja. Nuestro hombre viene de negro y trae gorra beisbolera. Nació en Ciudad Obregón, Sonora. Toca el saxofón, el clarinete y flauta. Su nombre es Celso. Celso Aguilar. “Normalmente entre los músicos hay herencia. Venimos de familias musicales. Es genético. Mi padre era músico. Nos enseñó a unos de mis hermanos y a mí. Sólo yo me dedico a la música”.

No era un patrón. Era nuestro amigo.

Desde niño tuvo la inquietud de venir a la Ciudad de México. Lleva cincuenta años en esta urbe, llegó antes de cumplir los 19. Comenzó tocando en orquestas humildes, de esas que van de pueblo en pueblo tocando bajo el sol y en medio del todo poderoso y maldito polvo.

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José José supo que a Celso le gusta el beisbol, y en San Francisco se tomó el tiempo suficiente para elegirle un guante hermoso. Cada que llegaban a un lugar nuevo, el Príncipe de la canción le decía a Celso, “No vayas a cenar, te quiero invitar a un lugar. Un bufete de langosta con champaña, por ejemplo”. Fueron a Boston, Chicago, Nueva York, siempre en autobús. José José gozaba al consentir a sus amigos músicos y les cocinaba constantemente. Cargaba con dos maletas de latas de conservas, ostiones, calamares, mejillones. Y él les preparaba botana. “No era un patrón. Era nuestro amigo”, dice Celso. “Nos daba regalos de fin de año. Ese era José José con nosotros. Son detalles inolvidables. Hace mucho no lo veo y deseo que mejore y que esté muy bien. Sus recuerdos los guardo con mucho cariño”.

Memorias de un sureño

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Tomás Aquino, trompetista. Músico de José José

Tomás Aquino llegó a la Ciudad de México a finales de 1952. Ya venía con ciertos conocimientos de la trompeta. Provenía de Chiapa de Corzo, en Chiapas. El primer instrumento que tocó fue una marimba, con eso consiguió chamba acá. No tuvo chance de entrar al conservatorio. Es un hombre de estatura baja. Pelo lacio y encanecido, ojos acuosos y la voz delgadita, con un marcado acento del sur profundo de México. Aprendió a leer música en Veracruz y tocó al lado de Agustín Lara. Le pagaba 150 pesos al día.

Ahí hay dos cheques. Uno es para ti y otro para tus hijos.

Me recuerda a Miyagi. Los rodea la misma calma y paciencia. Ha dado clases durante treinta años. Llegó a esta mega urbe para estudiar aviación. Como el Príncipe de la canción. Hizo todo con tal de cumplir el sueño de llegar a la capital. Incluso memorizar el examen de la escuela de aviación. Lo consiguió dios sabe cómo. Sabía que una vez estando libre, podría estudiar lo que él quería. Música. Tocó con José José en El Patio durante las temporadas largas. Todo diciembre. El primer año de estar juntos, el secretario del Príncipe llegó con Tomás. “Te llama mi papá”. Así le decía a José José aquel personaje. El Príncipe se estaba maquillando en su camerino, le señaló un mueble a Tomás y le dijo, “Ahí hay dos cheques. Uno es para ti y otro para tus hijos”.

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Tomas siempre supo que tenía una capacidad única para tocar su instrumento. No necesitaba estudiar tanto como sus compañeros. Hace poco sufrió una isquemia cerebral. Tocó con Juan Gabriel y Marco Antonio Muñiz. Trae bastón y ya no puede hacer lo que más le gusta en el mundo. Tocar. Le manda abrazos a José José, dice que fueron años maravillosos a su lado. “La voz más nítida que he oído, muy afinado él”.

Nunca me tomé una foto con él

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José Villar, músico de José José

Este hombre estuvo en el escenario muchas de las grandes noches de José José. Por ejemplo, esa mítica noche que se asemeja a la noche cuando debutó Messi. La noche del Triste, en el teatro Ferrocarrilero, durante el festival de la Canción Iberoamericana. Un virtuoso invadía la escena. La historia se partía para hacerle paso a un elegido. “La emoción corría a mares ahí.”

José Villar proviene de familia de músicos. Su padre fue cantante de ópera y violinista, tíos y tías, su madre era concertista de guitarra, algo le heredaron. A José no le gustó ese instrumento. Se quedó prendado de la imagen de Keith Douglas en Una canción de mi corazón. Eso le fue dando rumbo a su carrera.

En los años setenta, José Villar trabajaba con Gustavo Pimentel, en la Orquesta Zopilote. Hacía la música en el programa de Paco Malgesto en el teatro de la Unidad Independencia. Cuando se estacionaba un taxi se detuvo junto a él. Descendió un hombre joven y flaco que cargaba un contrabajo. Pelo ensortijado y diecisiete años sobre este mundo. Era José Sosa. Le preguntó a José Villar si iba al estudio. Fueron juntos medio platicando. Comenzó una amistad que hoy se traduce en un abrazo si se llegan a encontrar. José Villar tocó con Ray Coniff y Pérez Prado.

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Aquel chavito no llevaba nada, ni arreglos, ni partituras, ni pista, nada.

"Aquel chavito no llevaba nada, ni arreglos, ni partituras, ni pista, nada. Llegó con el productor, “Vengo porque alguien que me vio cantar quiere que pase con Paco Malgesto”, quien lo entrevistó frente a todos los músicos. "¿Y cómo le vas a hacer para cantar, porque con un contrabajo no se puede?" El Príncipe no supo qué contestar. “Aquí tenemos la Orquesta, ellos te pueden acompañar”, dijo Malgesto.

Pimentel acostumbraba dictarles a sus músicos qué quería. Se sentaba al piano. Dijo: "'Vamos a hacer ocho compases de introducción para tal número'. No me acuerdo que números fueron. Lo acompañamos tres canciones. Y lo que cantó nos sorprendió a todos. Porque sí, tenía un talento del tamaño del mundo. Pensamos, si a este muchacho graba, va a ser un trancazo".

La última vez que tocó con José José estaba Jorge Nery, quien invitó a José. Fueron a un festival de Acapulco. En el Premiere también acompañó al Príncipe, en una temporada de cuatro o seis semanas. La última gira fueron a Acapulco, jueves, viernes y sábado. “Todo había estado muy bien. El domingo nos llevaron a Puerto Vallarta, donde agarró la fiesta”. La temporada terminaba con el año, José José venía a la capital al Patio. Cuando José José llegó al lugar ya iba afónico, con las cuerdas vocales resentidas, con el alma de su talento adormecida de tantas emociones que bullían al fondo de él y terminaban por derrotarlo.

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El Príncipe en el diván

Son las cuatro o cinco de la tarde. El patio, la entrada, los pasillos, las canchas de la Prepa 4 lucen casi vacías. Dos, tres tiros que no dan encuentran el aro. Muchos globos y flores, y regalos exagerados por todas partes. Estamos sentados con Verónica Lucas, quien fuera maestra de psicología y quien trabaja en esta escuela. Verónica nos ayudará a comprender una canción del Príncipe de la canción desde el punto de vista de una profesional de la mente humana.

Cuando vayas conmigo no mires a nadie, que tú sabes que no consiento un desaire. Que me sienta fatal que tú vuelvas la cara, cuando tienes al lado a quien tanto te ama.

“Creo que por principio de cuenta tenemos un problema cultural en nuestro país que tiene que ver con el chantaje emocional. Este asunto de 'pobrecito de mí, que sufre y se duele tanto. Porque soy tan bonito y tú, malvada persona, que no me valoras, que no te das cuenta'. Y que aparte de todo lo haces a propósito, seguramente tú que eres tan malvada lo haces con la intención de lastimarme”.

También bastante enfermo. O sea, no tienes derecho de pensar, sentir, más que lo que yo digo y lo que yo siento.

Cuando vayas conmigo no mires a nadie, que alborotas los celos que tengo del aire. Que me sienta fatal cuando alguien que pasa, por un solo momento distrae tu mirada.

Vivimos en una cultura que nos prepara para ser víctimas. Todos tienen la culpa menos yo. El hecho de que yo me ponga celoso, es tu culpa. Porque tú volteaste. No tiene nada que ver que yo pueda pensar que si están conmigo es porque quieres. Y entonces no importa que voltees a otro lado.”

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Y aquí revienta la rola. Llega a esa expresión de José José que conmueve solo de ser mencionado. Porque no es que nos haga imaginar. Al menos a mí me hace sentir en una calle caminando con alguien que me gusta. Cuando vayas conmigo, ve apoyada en mi hombro. Escuchando el latido que lleva mi sangre tan solo. Cuando vayas conmigo, nada debe importante. Que tu mundo se encierre en tu amor y mi amor, cuando vayas conmigo.

“También bastante enfermo. O sea, no tienes derecho de pensar, sentir, más que lo que yo digo y lo que yo siento”. Mientras Vero habla yo pienso en cuántas veces me he comportado así. Y son de las veces que me he portado decente. “Siempre he creído que cuando eliges estar con una persona tendría que ser una relación recíproca. Sin embargo, no convertirse en una simbiosis. Tú eres un individuo y el otro es otro, que decidieron brindarse y compartir cosas".

No hay educación emocional.

“Es muy criticado, pero hay relaciones sanas de pareja, en donde cada uno tiene relaciones satélite. Y así yo salgo, tomo un café, con alguien más, nos besamos, nos abrazamos como quieras. Pero la relación estable es contigo, y tú sabes que eventualmente yo salgo con alguien más. Pero la relación que tú y yo tenemos, sin bronca".

El único tema que le gusta a Verónica del Príncipe es "Mi niña". Le recuerda a sus hijas. “No hay educación emocional. Esta sensación de desolación. No hay nada en el mundo que me llene, entonces espero llenar ese vacío con alguien. No tienen las habilidades para sentirse completos solos o para buscar otra cosa. La única otra cosa que encuentra son las drogas. Todos tienen esta necesidad de sentir algo.”

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¿Cómo vive la mamá de un príncipe?

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Arturo Pacheo, reportero de espectáculos

“Yo sabía a qué iba a Tv Notas”. Arturo Pacheco es un experimentado reportero de espectáculos, nos recibe en el lobby del Cantoral, donde trabaja. “Vas al chisme y muy canijo. ¿No quieres meterte en ese tipo de periodismo? No aceptes el trabajo. A mí me lo ofrecieron. Víctor Hugo Sánchez fue quien me dijo”.

––Oye, te ofrecen esto.
––No, muchas gracias. Estoy muy bien en XEW, con Martha Susana y además tengo una oferta de Tele-Guía.
––Te quiere la directora de TV Notas, Matilde Ortega, ¿Por qué no hablas con ella?

El teléfono de Arturo sonó. Era una amiga suya diciéndole que en su casa había un plomero que decía ser hermano de José José.

Arturo accedió a ir a la entrevista. Matilde Ortega lo convenció de quedarse. El sueldo era muy bueno. Solo debía hacer notas de portada. Al principio no fue fácil. Le rompían varias notas en su propia cara. Era mucha la presión.

Una tarde las cosas cambiaron. El teléfono de Arturo sonó. Era una amiga suya diciéndole que en su casa había un plomero que decía ser hermano de José José. Arturo fue por los rumbos de Lomas Verdes. En efecto, ese era el hermano del Príncipe. Gonzalo, quien fue representante de José José y también cayó en el alcohol. Se hizo mil usos. Su padre los había adiestrado desde niños en distintas habilidades, los enseñó a hacer de todo. Herramientas, electricidad, plomería, pintura, todo lo necesario para que no se dedicaran a la música. Sí, era el hermano de José Sosa y estaba en desgracia y vivía para mantener a su madre. El olfato de Arturo despertó. Algo delicioso se podía oler en el viento. No pensó en las consecuencias jamás.

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La casa era la más fea del barrio. Las ventanas derruidas, tapadas con pedazos de cartón para que no se colara el frío. El pasto crecido. Ladrillos tirados por allá, las paredes descarapeladas. La madre del Príncipe se encontraba en bata y despeinada. A cambio del reportaje Gonzalo Sosa pidió unas llantas nuevas para su nave y una televisión gigante. La nota se vendió por toda Hispanoamérica. Una bomba.

Yo me casé por las canciones de José José.

Arturo le preguntó a doña Margarita si no quería irse a vivir con su hijo a Miami. Dijo que sí, pero que prefería quedarse con su otro hijo.

––No, yo no tengo nada que hacer. Y allá tendría que arreglarme diario. Prefiero estar aquí.

Tv Notas sacó una nota sobre cómo vivía José José en Miami. Alberca, casa grande y lujosa. Todo lo opuesto a su madre. A partir de ese momento, las amenazas del Príncipe no cesaron. No habría abogado que sacara a Arturo de la cárcel y el dinero que tendría que pagar nunca lo tendría. Arturo estaba nervioso. Realmente le preocupaba ir a la cárcel. Todo estaba grabado. Matilde, su jefa, lo consoló.

––No te preocupes, aquí hay un departamento jurídico. Ya sean los abogados, o yo mismo, te iremos a dejar tus cigarros a la cárcel, tú tranquilo.

Un día, ocho años después, en Televisa, en un pasillo, se encontraron. José José reconoció a Arturo. A todos sus amigos llamados Arturo, el Príncipe les decía Turín. De puro cariño. Y así lo saludó.

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––¿Ya no estás enojado, José?
––Olvídate, eso ya pasó.

Arturo vio esas noches llenas de gloria que el Príncipe derrochó en el Patio.

Sus discos no eran de un éxito y doce canciones vacías, no. Las doce canciones te llegaban.

Durante un rato, nuestro himno para recibir al sol en la fiesta fue "Buenos días amor", seguida de "Una mañana". Ahí estabas, flotando entre drogas, alcohol, y la gente que más quería en ese momento, ¿eran las siete, las ocho, las nueve de la mañana?

Arturo se enteró de que cada noche llegaba la esposa de José José, Anel, subía a la oficina del contador, llegaba directo por lo recolectado. Le pagaba y se iba, luego de que le descontaban las notas.

“Sus discos no eran de un éxito y doce canciones vacías, no. Las doce canciones te llegaban. A lo mejor una o dos eran débiles. Pero las demás tenían la música, los arreglos y las letras que eran poemas para la gente del pueblo, no para alguien culto. Vivencias de ese momento que tenías. De ahí que le pegara a todas las edades. Yo me casé por las canciones de José José”.

Un girándula de luces

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Jorge Borja, cronista y narrador de CDMX

“Todos los compositores, todos los interpretes, si pegan, quiere decir que le están hablando a la sensibilidad del mexicano. Si es que hay una idiosincrasia nacional. Porque somos distintos grupos sociales, si los conformados en una tribu sentimental tienen maneras de sentir y de entenderse. Hay gente que se siente totalmente identificada con los valores, con lo comportamientos, con los ejemplos, los diálogos de José Alfredo Jiménez o Agustín Lara. Hay mucha gente que se identifica con José José, por las letras, pero sobre todo, por su manera de interpretar. Por su manera de ser. José José no es sólo un gran interprete si no un mito”.

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Estamos en casa de Jorge Borja. Un cronista de la ciudad y narrador, novelista algo underground, publica en Play Boy. En noviembre del año pasado escribió un texto acerca del Príncipe de la canción.

Todos se beneficiaron de él. Y él no se benefició tanto de sí mismo. Y hay una especie de halo para todos los perdedores en México.

“Ya ejemplifica un tipo nacional. No se identifica con borrachos, si no con una gama de personajes que hacen de la canción romántica su martirilogio. Vuelcan todo su sentimentalismo y todas sus emociones difusas y José José les da cauce. Cervantes decía que iba por la calle y encontraba un papel en la calle, decía: 'Siempre levanto los papeles que yo encuentro porque es un espíritu hablándole a otro'. Cuando tú escuchas a José José es un espíritu atribulado, cabrón, desmadroso, suicida, que le está hablando a otro. Alguien que recoge una canción de José José es eso. Esta recogiendo esas caricias mustias, esas ganas de vivir y ese agobio. Y esas ganas de darse en la madre con el alcohol”.

El sol del domingo cae sobre el pasto y las paredes. El maestro Borja nos invita a seguir platicando a su mesa. La comida es deliciosa.

“A pesar de que es un cuate que triunfó y ha tenido una respuesta y resonancia, y ha tenido prestigio y ha ganado muchos premios y vendido muchos discos, siempre lo vemos como un perdedor, porque todo mundo se llevó su lana. Su mujer, la primera, la segunda, todo mundo le ganó. Todos se beneficiaron de él. Y él no se benefició tanto de sí mismo. Y hay una especie de halo para todos los perdedores en México.”

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Jorge Borja imparte un taller de creación literaria los sábados en una café en el centro de Tlalpan, el Katsina. “El ser romántico es ser un sacrificado. Todo amor es sacrificio. José José es el gran pontífice de ese amor, el que perdona a todos".

A José José la gente ya no lo reconocen como la persona, el interprete o el músico, si no como el mito. Como esa posibilidad de alguien que puede que ya esté muerto.

¿Qué es José José? le pregunto: “Es esa posibilidad de agarrar la vida como un pinche trompo chiflador, como un cuete de esos que se elevan al espacio y revientan en una girándula de luces. Así es la vida de José José. Por eso se le estima. Por la que simboliza, por las letras que tiene.”

Borja nos narra una anécdota que le sucedió al príncipe en un palenque una tarde de domingo: “Imagínate que va en una odisea báquica. Ya perdió toda noción del tiempo. Tiene un palincesto de días. Lo van llevando a cantar en palenques jodidos de pisos de tierra, en pinches pueblos de los que no sabe ni el nombre. Medio se da cuenta que está borracho cuando lo sacan a cantar. José José se pone a llorar. A pedir disculpas, hasta que alguien desde el fondo de la galera grita: ¡No te preocupes, tú nada más canta! Y comenzó a cantar.”

“José José es ese motivo para llorar por su vida, por su comportamiento, para llorar por la manera en la dilapidado su talento. Como lo hacemos todos los mexicanos. Sobre todo los alcohólicos. Los adictos. Porque damos todo. Como si la vida se nos fuera en una apuesta. Como si no fuera en la estética del Calvinismo donde hay que ahorrar, hay que distribuir, administrarse, construir. No, ésta es, tengo esto, y chingue a su madre. Viene la fiesta y aviento todo, porque soy yo y mis cuates, y mi banda, y mi barrió. Y mi pueblo. Y soy ese mexicano que da todo. Este cabrón simboliza esa posibilidad muy del romanticismo, pero muy terrible, pero muy estúpida, pero muy igualitaria, de decir, cámara, lo doy todo por amor. Lo estoy dando todo porque a mí me sobra. No se puede dar lo que no se tiene, y yo tengo bastante.”

Mientras nos servimos otra ginebra y las tortugas de Borja se tiran al sol sabiéndose dueñas de mucho tiempo por delante y de muy pocas pretensiones, se escucha de fondo Quiero perderme contigo. ¿Cuántas mujeres he imaginado al cantar esa rola?

“A José José la gente ya no lo reconocen como la persona, el interprete o el músico, si no como el mito. Como esa posibilidad de alguien que puede que ya esté muerto. Que ya no sabemos. Como dicen los psicológos, nosotros somos unas historias entrelazadas, la historia que él ha venido forjando, constituye un mito, a lo mejor la del mexicano perdedor, pero que finalmente triunfa. Pero triunfa como triunfan los poetas, cuando se mueren.”

“José José es la neta, es de Clavería, es del barrio, vivía con un taxista y se quedaba a chupar con él. Siempre hay un cuate que es como José José, a lo mejor estuviste chupando con él en la banqueta. José José también se chingó la rodilla, pero luego de ganar el campeonato de los corazones. El campeonato de los escuchas. El campeonato del público mexicano. Lo único malo con él es que no se ha muerto. Para santificarlo sólo le hace falta estar muerto.”

“Ojalá la vida le diera otra oportunidad de cantar. Si ya no se la da esta vida, pues que se la de otra. Él ya trascendió su propia vida.”

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