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Música

We Are Your Friends: crónica de una noche con Justice

Esta es la historia detrás de nuestra entrevista con Justice, cuyo video publicaremos muy pronto.

Far, far, far from the virgin vine,

Rising out from the dead leaves,

Come back to me.

Cuando uno es periodista musical, se aprende casi a la fuerza que los ídolos no existen. Con el tiempo uno se da cuenta no solo de que puede acceder a ellos, sino de que puede hacerles preguntas, corcharlos y de que incluso hay algunos que lo único bonito que tienen es la música. Ese artista por el que uno gritaba, lloraba y hasta se tatuaba finalmente termina siendo una persona con los mismos defectos, problemas, con la misma falta de glamur ocasional y la misma humanidad que le cabe a uno.

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Sin embargo, la noche del pasado jueves 23 de marzo, cuando Xavier de Rosnay de Justice entró por la puerta de esa cabaña del Festival Estéreo Picnic donde nos encontrábamos, todas esas lecciones sobre las que había reflexionado varias veces colapsaron. Con su pelito negro peinado hacia un lado, una bomber negra de los Raiders, pantalones y tenis blancos y una sonrisa jovial, nos saludó uno a uno, sonriendo con sus dientes de conejo. Temblorosa, solo atiné a darle la mano y decirle que mucho gusto y que era una fanática, en un inglés que salió a la fuerza de mi boca. Jueputa, debí sonar como una groupie de medio pelo. Gaspard no se veía por ningún lado.

La espera por entrevistar a Justice esa noche había sido un ejercicio de tortura y ansiedad insostenible. A eso de las seis de la tarde, cuando aún faltaba mucho por entrevistar al dúo francés y el festival apenas empezaba a llenarse, recuerdo haberme encerrado en uno de esos baños de plástico con olor a mierda disimulado. Sentada con los pantalones abajo y mirando fijamente mis manos, que temblaban por el frío y la emoción, empecé a hablarme a mí misma en voz alta mientras me apretaba durísimo la cara, dándome ánimos: no solo iba a ver a Justice tocar en vivo otra vez después de cinco años, sino que los iba a poder entrevistar.

Al inicio de su presentación en el Festival Estéreo Picnic. Foto: Julián Gallo.

"¿Hace cuánto llegaron?", le pregunté a Xavier mientras se sentaba como para llenar el tiempo entre su llegada y el inicio de la entrevista, pero también para evitar decir "te amo" o "ustedes me cambiaron la vida" o alguna chorrada así.

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Xavier me respondió casi de igual manera, como para llenar el silencio, mientras miraba con ojos ansiosos alrededor de la sala. La pregunta que hizo luego ya se la había leído yo en la mirada: "¿Dónde está Gaspard?". Nadie supo responderle, y la impaciencia se delataba en su cara.

Cuando uno entrevista artistas que idolatra, la vida adquiere una visión más privilegiada: es como si uno se sentara dos bancos adelante, donde todo es un poco más interesante, pero donde también se pierde algo de magia, esa del fan, que como dijo mi editor hace poco es un "baño de humildad tremendo". Las entrevistas, en un comienzo el momento más emocionante de nuestras vidas, empiezan a ser parte de la rutina: uno empieza a perfeccionarlas, a afilarlas, y concibe a la persona al otro lado como un igual, como alguien que también lo va a conocer a uno.

Yo conocí a Justice, y Justice me conoció a mí. No podía dejar de pensar en eso la noche anterior a la entrevista a la vez que alistaba mi pinta, meticulosamente escogida. Mientras doblaba con cuidado mi nueva chaqueta de cuero azul, las cadenas que iba a ponerme como un brasier encima de mi cuerpo y mis leggings plateados, trataba de redactar en mi cabeza las preguntas que muchas veces había pensado hacerles a Xavier de Rosnay y Gaspard Augé.

En estos casi dos años que llevo en Thump he ido ido asesinando simbólicamente a mis ídolos: Vitalic, Modeselektor, Moderat, Shirley Manson de Garbage… Todos han caído uno por uno del pedestal luego de sentadas en sillas de hotel o de camerino, llamadas por Skype o por celular, silencios incómodos y respuestas dadas a medias para hablar de la vida, de lo divino, de lo humano, de lo bueno, de lo malo y obviamente de la música, que es de lo que menos me gusta hablar con los artistas que entrevisto.

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En realidad la música siempre es la excusa.

Pero bien debajito de Led Zeppelin, mi banda favorita de la vida, se mantenía en mi vida un altar con una cruz, no de Jesús, sino de Justice: " Yostís", como dicen los franceses, Justicia. Ese dúo que para muchos significó el glorioso retorno de la escena francesa a mediados de los años 2000 con álbumes de culto como o Audio, Video, Disco; los creadores del "heavy metal disco" y los que salen como un par de rockstars en el video de su gira "A Cross The Universe", donde hubo fuego, sangre, arrestos y hasta un matrimonio en Las Vegas. Esos mismos franceses estaban pegados en la puerta de mi cuarto desde 2012 y volvían cinco años después para presentar su último álbum, "Woman", en un retorno fascinante, que explora el amor y la feminidad como una forma de creación musical, logrando su producto más candoroso y complejo hasta el día de hoy.

Xavier me miraba de reojo desde su sofá, y viendo su perfil me parecía que en las fotos se veía mucho más viejo. Viéndolo en persona parecía un adolescente. "¿Y han conocido algo estos días, o solo han ensayado para el show?", le pregunté nuevamente al francés con un inglés que seguía saliendo torpe, producto de los nervios, o del vodka que me dieron, o del revuelto de todo, maldita sea.

La conversación siguió al tiempo que la presentación de The xx sonaba de fondo. El ruido nos hacía esforzar la voz, mientras nos acomodaban los micrófonos y las cámaras nos enfocaban desde tres ángulos diferentes en el camerino. Y mientras Gaspard llegaba.

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En mi cabeza solo repasaba una y otra vez las preguntas que había dejado a medio armar en el computador. A pesar de haber estado todo el día en el festival, había llegado la hora de la entrevista y yo no tenía listas las preguntas. Le pedí diez minutos extra a mi editor antes de salir para los camerinos, mientras acomodaba a un ritmo desenfrenado las preguntas en una hoja de Word, a lo que me respondió con cara de incredulidad: "Tuviste todo el día, nos vamos ya".

Con ganas de vomitar y un vacío infinito en el estómago, me levanté de la mesa. "Tómate esto", ordenó mi editor de contenidos mientras me ponía medio vaso de vodka encima de la mesa, que me tomé en dos segundos y al menos ayudó para calentarme el cuerpo en medio de ese frío despiadado. Me había dedicado todo el día a aplazar el momento de hacer mis preguntas. Mis compañeros me preguntaban una y otra vez si ya estaba lista para la entrevista, y yo les respondía que sí, que todo bien, que frescos.

La verdad es que al llegar a la zona de camerinos no estaba un culo preparada. Solo había evitado enfrentarme a la hoja de Word durante todo el día, como siempre me pasa, solo que esta vez la hoja era mi vida misma. Desde ese mayo de 2012 en que vi por primera vez a la banda mi vida había cambiado estrepitosamente, y sabía que esa noche iba a tener que mirar, sí o sí, en retrospectiva.

Justice en su puesta de escena. Foto: Julián Gallo.

Aquel concierto duró cerca de hora y media, pero para mi grupo de amigos y para mí se trató de una jornada de casi 24 horas, que empezó en el Castillo de Marroquín, el lugar del evento. El sonido de "Tocata y Fuga", de Bach, empezó a oírse por todo el recinto, abriendo el recital de una banda que desde el inicio de su carrera decidió llenarse de asociaciones bíblicas. Canciones como "Genesis", "Waters of Nazareth" o "Let There Be Light" fueron revelaciones esa noche, despliegues de un grupo que rompió en dos la historia de los conciertos electrónicos en Bogotá.

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Sin saberlo, mi vida había cambiado esa noche. El amor me había mirado a los ojos sin que yo me diera cuenta, y lo que siguió después fue una historia de pasión, un pozo ardiente en el que caí. La vida cobró un nuevo significado, uno que no pude verbalizar durante meses. Era el primer amor llegando a mis días, con su respectivo primer desamor, que se plantó en frente mío como un hoyo negro, el cual se me quedó pegado al alma un buen tiempo. Viví entonces el odio corrosivo, el coqueteo con la muerte, el fondo y el fondo después de ese fondo. Después llegó la redención, la salvación casi bíblica de la que me hablaron cuando niña y finalmente la transformación. La transformación de todo lo que conocía, incluida yo, hasta el día de hoy, todo por esa noche. Justice se convirtió entonces en el soundtrack de mi ascensión y mi caída, y aquí estaba yo frente a ellos, cinco años después y esta vez con el cuero bien curtido.

Entre mi editor, los camarógrafos y el coordinador del área audiovisual de VICE me arrastraron hasta los camerinos, a los que entramos con relativa facilidad. Divididos en cabañas de diferentes tamaños, con paredes de vidrio e iluminaciones tenues pero claras, los camerinos se encontraban al lado del escenario Tigo, en donde estaba empezando el acto de The xx. Entramos en una de esas cabañas, que por dentro tenía un sofá azul grande, algunas sillas y una mesa de centro decorada. Me senté en la silla al lado del sofá, mientras los camarógrafos acomodaban todo el setup. Entrevista presencial con Justice era una cosa, entrevista presencial con Justice en inglés era otra, pero entrevista presencial con Justice en inglés y en video era algo que simplemente me desataba la ansiedad a niveles desconocidos. Pasé saliva y me hice chiquita en la silla.

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Cinco años había esperado para este momento. O bueno no ese momento, sino el momento de volverlos a ver en vivo. Claro que quería aprovechar y entrevistarlos, pero se me hacía algo casi imposible. Resultó ser que alguien de mi oficina conocía a Pedro Winter, aka Busy P, el dueño de Ed Banger Records, sello francés que desde el inicio firmó a Justice en un matrimonio exitoso para ambas partes. Busy P pidió que le enviara el mejor correo posible, para convencer a la banda de querer hablar conmigo. Eso hice. Haciendo malabares entre la devoción, el profesionalismo y la importancia de que un medio colombiano los entrevistara esta vez, envié mi mejor correo. No hubo respuesta, hasta que al final, faltando un día para su presentación, respondieron.

Gaspard por fin entró a la cabaña, con sus greñas y su barba medio mona, una bomber negra, pantalón negro y también zapatos blancos. El saludo se repitió: "Gaspard, hola, un placer conocerte". Le di la mano mientras miraba esa barba que se me hacía mítica y por la cual había empezado a gritar en la mitad el concierto de 2012 que estábamos viendo al Mesías, casi teniendo una experiencia lisérgica extracorporal.

Para cuadrar los micrófonos teníamos que aplaudir, así que empecé a hacerlo y, sin entender mucho qué estaba pasando por la diferencia de idioma, ambos empezaron a imitarme, convencidos de que estábamos en un juego. Toda la sala se contagió del chiste y empezó a aplaudir también, a vitorear y hasta a chiflar, mientras los dos se miraban divertidos manteniendo la risa, como dos cómplices de una broma infantil. Ahí conocí de primera mano el humor del que hablaban muchos periodistas en sus entrevistas. Ya estaba más calmada.

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¿Que qué recordaban de su primera vez acá en Bogotá? No mucho, por desgracia. "Nuestro ingeniero de luces se rompió la espalda, entonces tuvimos una masajista esa vez que nos masajeaba a todos de paso". Xavier respondía, mientras Gaspard me miraba concentrado, acariciándose la barba con una mano. "Recuerdo también el castillo, y que fue un buen show. Hubo como 4.000 personas, ¿no? Nos sorprendió mucho la asistencia: cuando tocamos fuera de Europa y Norteamérica no sabemos cuánta gente va a venir a nuestros shows. Esa noche tocamos rudo… ¿Quieres decir algo, Gaspard?". Gaspard se mantuvo silencioso, indicando con la mirada que no iba a añadir nada a la pregunta, y así se mantuvo durante casi toda la entrevista, como suele hacer cuando está frente a periodistas.

Xavier y Gaspard.

Entré en materia con Woman, el álbum que publicaron en noviembre de 2016 y con el que dejaron callada a la crítica y mucho más al público, que empezaba a dudar acerca de un regreso digno de la banda. Más de una vez en medio de alguna fiesta dije borracha que Justice se había dedicado estos años a "farrearse la platica" en vez de producir música. Me equivoqué. Con canciones como "Fire", "Safe and Sound", "Love SOS" o "Stop", Justice cogió una esquelita de amor, la llenó de remaches metálicos, escarcha y carácter. Pero más allá de eso, parecería como si el trabajo tratara de delinear musicalmente las curvas de una mujer y su energía vital. "Woman" era, a mi parecer, un álbum unificado, esta vez por un manifiesto femenino, para una banda que estaba a gusto con su adquirida madurez.

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"Escogimos el nombre para este álbum en parte porque pensamos que hay algo muy masculino en sentirnos orgullosos de nuestro lado femenino", comenzó a responder Xavier. "Es algo que tienen casi todas las bandas que escuchamos, como T. Rex y Led Zeppelin: en sus looks, en su música y sus gestos". Claro que era una declaración de amor, recordaba conmigo Xavier, "está relacionado con el poder femenino, que para nosotros es como el poder de una deidad. De dónde venimos, las mujeres siempre han tenido papeles muy importantes en nuestras vidas". Terminó de responder, no sin antes aclarar que lo femenino no necesariamente tiene que significar algo dulce o suave.

No pude estar más de acuerdo y de una les dije que seguramente no era fácil asumir este lado y explotarlo creativamente en una sociedad heteronormada como esta. Xavier me miró perplejo: mierda, la cagué. "No lo sé… nosotros venimos de París", comenzó a explicar, incómodo, y cuando nombró su ciudad entendí todo. "La sociedad francesa es muy liberada, así que no es difícil tener estos procesos y exponerlos en un proyecto musical. No fue complicado hacer este álbum, ni mostrarnos como somos".

A medida que el artista hablaba, en mi cabeza se empezaban a delinear las fronteras entre una sociedad como la parisina y la bogotana. Nos encontrábamos sentados dos productores franceses y una periodista bogotana, tratando de discernir sobre un trabajo musical que a la final nos unía, a pesar de venir de dos mundos tan separados. Ese día habíamos empezado nuestra campaña #FreeTheNippleFEP, que le apostaba a la liberación femenina y a la liberación general de los cuerpos en el festival, una campaña que en Francia hubiera parecido hasta estúpida, pero que acá generaba conmoción y a la vez poca reacción real por parte de las mujeres, que si acaso se emocionaban con los stickers de pezones que regalábamos para hacerle fuerza a la campaña.

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La voz de Gaspard me sacó de mis fronteras imaginarias: "Asumimos nuestra feminidad tal y como el chico que está ahí". Señaló a mi editor, que estaba en una posición muy extraña cerca al piso, intentando tomarme una buena foto. Encima de su camiseta tenía pegados dos de esos stickers de pezones, que tenían perforaciones. Soltamos la risa con el equipo audiovisual, y le explicamos la campaña que estábamos haciendo. "A mí me parecen como los ojos de esa ave nocturna… ¡De una lechuza!", apuntó Gaspard con cara de niño burlón, sin dejar de mirarle las tetas a mi editor. ¿Algún momento de mi vida imaginé estar hablando de Led Zeppelin con Justice y ofreciéndoles stickers de pezones para que se los pegaran? La realidad y el absurdo se mezclan constantemente en esta profesión.

Con Justice hablamos hasta que nos pararon los organizadores del festival, y me gustaría pensar que si no nos hubieran detenido, la banda, o al menos Xavier, habría estado gustoso de seguir hablando conmigo. Discutimos la necesidad actual de los artistas de ser cada vez más políticos y del llamado implícito que era "Woman" en este aspecto, a pesar de que Xavier aseguraba que no se consideraban una banda política en lo absoluto. "Nuestra música es para unir a la gente, y si hay algo de político en eso, al menos no fue consciente, sino subliminal", concluyó.

En este punto de la entrevista, ya no se trataba solamente de que yo estaba conociendo a Justice, sino de que la banda me estaba conociendo a mí, en mi papel de periodista musical. También les pregunté sobre las influencias de bandas como Pink Floyd y Zeppelin en sus creaciones. Su relación con el pop o el disco era bien conocida, pero quería ahondar sobre qué tanto entraba el rock clásico en sus vidas.

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"Las mejores bandas son así de buenas porque en esos casos el todo es mayor que la sumatoria de las partes, como nos gusta pensar que sucede con nosotros", explicó Xavier, que puso como ejemplo, una vez más para mi deleite, a Zeppelin. Sin embargo, a pesar de que el 90 por ciento de las bandas que escuchan son rocanroleras, en ningún momento han intentado ser una banda de rock, a pesar de tener elementos de esa vibra en su sonido.

Sin embargo, hubo una imagen de la cultura rocknrollera con la que Justice se casó desde el inicio: la figura del rockstar. Hechos como samplear a Metallica en vivo, apropiarse de un símbolo religioso, el sonido medio metalero de algunas de sus producciones y varias escenas de su documental demostraban eso. ¿O cómo olvidar en él cuando Xavier le intenta prender fuego a una groupie de manera deliberada, o cuando Gaspard se casa en Las Vegas con una completa desconocida?

El dúo era la cuota rockstar de Ed Banger, y digo que era, porque con la llegada de 2016 y de su nuevo álbum les llegó una adultez inusitada. Una sazón que es producto del tiempo, pero no solamente se trataba de eso. De repente Justice pasó de ser una banda para niños adolescentes que amaban las bandas electrónicas a una banda de culto, una agrupación que hoy en día se podría llamar clásica.

Gaspard toma la palabra por primera y única vez para responder la pregunta. "Nunca nos hemos vanagloriado de volvernos buenos, o mucho menos de convertirnos en un clásico", aclaró. "Solo lo hemos considerado un proceso natural. Si logramos tener un éxito de artistas pop, es porque siempre hemos querido que la gente que escucha nuestra música sienta algo". Xavier esta vez se quedó en silencio, y yo no pude estar más de acuerdo con lo último que dijo el artista: cada vez que yo escuchaba o bailaba al ritmo de Justice, yo sentía algo.

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Y esa madrugada lo volví a sentir, cuando el dúo se subió en el escenario Budweiser a la una de la mañana, luego de haberlos esperado por casi una hora completa, con una ansiedad potenciada por los estados alterados de casi todos los presentes. Esta vez no se trataba de un martes sino de un jueves, pero algo en el aire se sentía similar, había una vibra eléctrica que fluía entre la gente. Con "Safe and Sound", Justice empezó el que sería el segundo concierto de su gira, tras haberse presentado unos días atrás en el Vive Latino en México, volviendo por fin a Colombia, luego de cinco largos años.

Devoción.

El show de esa noche fue la demostración de cómo crece una banda, y de cómo su público crece junto a ella, en una simbiosis silenciosa de la que ninguna de las partes se entera hasta el reencuentro. El rediseño del setup de parlantes iluminados con leds que producían figuras rectangulares, la teatralidad del dúo arriba del escenario y la maduración de un sonido que le había bajado al heavy metal pero no había dejado de ser portentoso nos dejó pasmados, y nos hizo querer dejarlo todo y más, ahí, pegados contra la baranda de la primera fila.

Vimos, puesto en escena, el trasegar, el crecimiento y finalmente la florecida adultez de un dúo que dejó las chamarras de cuero de rockstars para volverse más honestos, más reflexivos, más simples pero a la vez más complejos. Inevitablemente me hacía pensar en el proceso propio que yo había tenido en estos últimos cinco años.

"Safe and Sound" se mezclaba con "D.A.N.C.E", "Love SOS" se sincronizaba con "Genesis", "Pleasure" se enredaba con "Civilization" y así. La banda nos llevó por un recorrido oscilante, como péndulos, haciéndonos pisar el presente, el pasado y luego nuevamente el presente, con cada una de sus canciones. A medida que la banda tocaba, visiones de todos estos años llegaban a mi cabeza: un delirante 2012, un aterrizado 2015, un 2014 casi esquizoide, un 2016 pleno, un 2013 doloroso… rostros de la gente que amaba se aparecían detrás de mis ojos cuando los cerraba, gente que se encontraba a mi lado esa noche, bailando conmigo.

Cinco años habían pasado, y el concierto estaba llegando a su fin. Los había entrevistado, había bajado del pedestal a Justice para sentarme a hablar, reír y hasta aplaudir con ellos, obtuve uno de mis mayores logros en esta carrera que emprendí hace casi dos años y, sobre todo, me enfrenté a mí misma, y me fue bien. "Audio Video Disco", una de sus canciones, y el título de uno de sus álbumes, nos estalló en la cara a todos, con una explosión que casi sonaba a acid y techno, pero sin dejar de lado esa calidez del sonido electrónico francés. Había cumplido un sueño, pensaba, y tenía que recordarlo de manera memorable.

Con el cuerpo aletargado, respondiéndome a medias, me trepé sobre los hombros de mi novio. Sabía que quedaban pocos segundos de concierto y empecé a arrancarme con fuerza las cadenas que tenía amarradas en el torso, liberándome. En 2012, antes de que nos conociéramos, una de mis mejores amigas de la vida hizo topless en medio del concierto, y le había prometido honrarla esa noche a distancia, pues está viviendo en Canadá en este momento.

La canción daba su último aliento, soplándonos a todos en la cara e invitándonos al frenesí, a la liberación. Me quité como pude la camiseta cortica que llevaba, consciente de que no llevaba puesto brasier, y empecé a ondearla con fuerza. ¿Qué mierdas pensaría Justice al ver a la persona que los entrevistó hacía un par de horas embolándose a escasos metros de ellos? No sé, ni quise pensar en eso. Solo ondeaba mi camisetica con fuerza, o movía mis brazos, mientras mis amigos empezaban a mirar hacia arriba atónitos, empezando a gritar y reír enloquecidos, uniéndose a mi celebración. Si había una noche para pelar las pocas tetas que me había dado la vida, era esta, ninguna otra.

El recuerdo de la noche, con calidad de celular.

Con mi alma y mi cuerpo estaba celebrando la espera, la charla que tuve con ellos y la alegría que me producía ver de nuevo a esta banda y compartir su presentación con los míos. Estaba celebrando, sobre todo, lo que había hecho de mi vida en estos años, periodo en los que Justice fue la música de fondo muchas veces. Por todo esto, esa noche, abrí mi pecho. Más que eso, lo estaba regalando.

"Entre más oscuro se pone el mundo, más brillante va a ser la música que produzcamos", me dijo Xavier durante la entrevista. Y al alzar mis brazos hacia ellos, casi desnuda como estaba, yo solo veía luz por doquier.