La claustrofobia y el respiro: 'Mezzanine' a 20 años de distancia
Arte por Mauricio Santos

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Música

La claustrofobia y el respiro: 'Mezzanine' a 20 años de distancia

Los puentes, las líneas azules.

El puente de Clifton se impone a la vista como una “Maravilla” moderna. “Maravilla” como esas leyendas arquitectónicas clásicas, un Gigante de Rodas del gran Imperio Británico, ése que se decía “no veía la noche nunca”.

Es el hito visual más importante de Bristol. Conecta dos bellísimos acantilados separados por la grandeza del río Avon, arropados por un clima relativamente raro en Inglaterra: la temperatura no baja de los 10 grados centígrados, y el sol baña la ciudad de dorado tarde con tarde.

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La delicadeza del paisaje, de por sí inspiradora, agrega a un sentido de comunidad íntimo y distribuido, “Bristol es un lugar bastante chico. Quizá esto evite que sea un ‘hervidero cultural’, pero también facilita que las cosas se hagan con mucho más compromiso y concentración”.

Las palabras son de Robert Del Naja, hijo de un inmigrante italiano que desde la precocidad se sumó a la bullente cultura del graffiti, la politización anarquista y el quehacer musical de la ciudad.

“Crecimos escuchando punk y funk, y esas actitudes terminaron impregnando toda nuestra creatividad. […] Estábamos sumamente motivados”.

Así, Bristol fue el punto neurálgico de donde se tendieron, en los primeros años noventa, varios otros puentes: entre las artes plásticas y la política (con un local que por entonces empezaba a hacerse llamar Bansky), por ejemplo, pero, sobre todo, entre las más diversas expresiones musicales.

El punk y el funk citados por Del Naja, en primer lugar, como banderas actitudinales: del primero tomarían el ánimo de confrontación y la rebeldía política, mientras que de los ritmos negros de los sesenta y setenta asimilarían la sensualidad, el ritmo y la cadencia más oscura. No es casualidad que el dub, punto de unión entre el punk y la cultura negra, se haya convertido en el espacio compartido fundamental.

A eso se sumaba una naciente clase de productores y DJ’s que perfeccionaban, a punta de entonces tecnología de punta como los samplers, los lineamientos del Drum N’ Bass, enamorados del hip-hop americano y la cultura raver que explotaba en otros espacios de Inglaterra por esos mismos años.

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Así, mientras en otros puntos del mundo cada uno de estos fenómenos y expresiones se asimilaban e interpretaban de formas individuales, en Bristol—será el tamaño, el paisaje o un milagro divino—todo comenzó a canalizarse a través de un solo camino: The Wild Bunch.

Quizá con NAAFI como un punto de referencia local entendamos mejor el concepto, pero en aquel entonces una iniciativa como la del Wild Bunch no quedaba del todo clara. Funcionaba como un colectivo de artistas, músicos y DJ’s que poco a poco fue desprendiendo proyectos formalizados, receptáculos finales de todo ese cluster de influencias y expresiones amasados en muy pocos metros cuadrados durante esos años.

Del Naja lideró desde el principio lo que se iba a convertir en el símbolo máximo de esos años, de esa ciudad y de ese fenómeno: un cuarteto de productores y MC’s llamado Massive Attack.

Adoptó el apodo de “3D”. Lo acompañaron entonces “Mushroom”, “Daddy G” y “Tricky”. Produjeron una serie de canciones que, para ese momento, implicaban una complejísima red de referencias entre la música electrónica bailable, jazz, hip-hop, funk, punk, cultura urbana, rock sesentero… Todo eso que hervía por las venas de la ciudad inglesa.

Blue Lines, su primer disco, fue casi de inmediato asumido como una discreta obra maestra. Comenzaron a llover los epítetos, las calificaciones y las grandilocuencias. A esa mezcla indescifrable se le buscó una bolla de salvación semántica: “trip-hop”. Nunca nadie ha sabido qué es lo que eso significa realmente.

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Mezza

Robert Del Naja es un fanático irredento del Napoli, club de futbol. Es el equipo de la ciudad de su padre. Utiliza sus playeras y se ve su pelo rubio y cara dura de vez en cuando en las filas de su estadio.

“Mezza”, cuando se traduce del italiano al español, es un prefijo que implica “la mitad de algo”. Mezzanine se le llama entonces a cualquier estructura que es mitad de otra cosa – mitad de un piso, mitad de una escalera, etcétera.

El tercer disco de estudio de Massive Attack lleva esa palabra por título. Se ha convertido, 20 años a la distancia, en una de las obras maestras de la música contemporánea más sutiles en su ascenso. La obra vio la luz en 1998 y, veinte años después, nos dimos cuenta que era una obra que había definido muchos de nuestros cursos y escuchas de las últimas décadas.

Esto se debe, fundamentalmente, a su permanente dualidad: la música es un punto medio perfecto entre la densidad de una pesadilla negra y la luz relajante de la divinidad. Las texturas, saturadas y complejas, relajadas por ritmos cadentes y voces ligeras. La claustrofobia y el respiro como unidad.

Si Bristol está marcado por un puente, y el título de Mezzanine alude a un punto medio, decimos que la carrera de Massive Attack y la visión estética de Robert Del Naja ha estado marcada por la conjunción de momentos, referencias y contextos aparentemente dispares. Por el saber hacer equilibrios y mestizajes, apropiándolos como únicos.

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No es casualidad que cada una de las piezas de Mezzanine (o casi todas) tengan un punto de partida tan identificable y, a la vez, tan distinto al producto final: los sampleos utilizados para su construcción son claramente identificables de sus originales, como a la vez universos que se encuentran a kilómetros a distancia.

Del rock steady más tradicional a las melodías cuasi-psicodélicas y definitivamente blancas de Manfred Mann, Del Naja logró con Mezzanine lo que Bristol había prometido durante toda esa década: una cima sofisticada, embriagante y genial de la alquimia estética.

El puente definitivo.

Las resoluciones a diferentes temas de la vida—en formato visual—de Bartolomé Delmar están en su Instagram