No hay nadie en la Tierra como Beyoncé
Foto por Larry Busacca

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Música

No hay nadie en la Tierra como Beyoncé

El histórico set de Coachella de Beyoncé tardó años en crearse, incluyó una reunión de las Destiny's Child y demostró, una vez más, que es la mejor de todos los tiempos.
Amanda Cavalcanti
traducido por Amanda Cavalcanti
LC
traducido por Laura Castro

¿Dónde estabas cuando Beyoncé presentó su espectáculo en Coachella 2018? Tal vez llevabas todo el día acampando en primera fila contra la barandilla, y empezabas a cuestionar tu decisión, cuando de pronto su sombra te tocó mientras bailaba al ritmo de "Partition”. Tal vez estabas viendo la transmisión en vivo en tu sala, gritándole a la pantalla y jalando del hombro a tus amigos mientras la silueta de las Destiny's Child ascendía por el escenario. O tal vez caminabas descalzo cuesta arriba y contra corriente, separado de tu equipo, en medio de un contingente de 100,000 personas embelesadas por Beyoncé. Justo ahí me encontraba yo cuando el sábado por la noche dio inicio lo que sin duda ha sido la presentación más esperada de Coachella en la historia.

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Descalza, sola y sin señal en el celular no es como había planeado ver a Beyoncé. Yo, como cualquier buen discípulo, había pasado todo el día acondicionándome para este momento: tome una siesta, me hidrate, coordiné mi abrigo de piel con los de mis amigas, e hice estiramientos mientras escuchaba Lemonade en repetición.

En la hora previa, estuvimos completamente agrupadas, bebiendo cervezas y debatiendo casualmente los méritos de la banda Haim mientras vigilábamos nuestro lugar en el área principal de venta de cerveza cerca del escenario. Luego, naturalmente, todo se salió de control. La horda de gente, siempre ansiosa por actualizar su Instagram, perteneciente a la sección VIP rápidamente inundó todo el lugar. Tuvimos que salir de ahí. Di vuelta en una esquina y las correas de mis sandalias se rompieron. No tuve más remedio que quitármelas, y para cuando me incorporé de nuevo, el grupo ya se había dividido, y quedé a la deriva en el mar de gente. En cuestión de minutos, pasé de ser Sasha Fierce a ser la chica en desgracia de Coachella.

Entonces Beyoncé apareció en el escenario. Fue un momento cuya preparación se llevo dos años. Queen B descendió de una pirámide de músicos, tocando instrumentos de viento, vestidos en color amarillo limón, la coronaba su cabello perpetuamente alborotado por el viento que se conjura naturalmente en su presencia. Detrás de ella ondeaba una capa de lentejuelas bordada con la imagen de Nefertiti, la Gran esposa real, reina egipcia conocida por una revolución religiosa en la que adoraban a un solo dios y sólo a uno: el sol. Había docenas de personas en el escenario. Bailarines, cantantes, músicos, quienes durante las próximas dos horas, darían lo que posiblemente haya sido el mejor espectáculo de Coachella de todos los tiempos.

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El sonido de las trompetas con que inició "Crazy in Love" anunció la llegada de la reina, mientras yo lo veía todo parada atrás de una multitud que cubría cada espacio de mi campo visual. Ahí fue cuando me di cuenta de que no importaba dónde estuvieras o con quien estuvieras. Incluso si no estabas en el escenario principal, o si ni siquiera estabas en Coachella, estabas en el show de Beyoncé.

Este espectáculo realmente comenzó hace años, como resultado de los cambios sorpresivos de la vida, cuando Beyoncé pospuso su presentación debido a su embarazo de gemelos. Cualquier otra mujer, y especialmente una mujer de color, que hubiera pospuesto una oportunidad de este tipo, de las que definen carreras, habría quedado fuera. Habría perdido su oportunidad. La habrían reemplazado. Pero Beyoncé nos hizo esperarla, y con el lujo de un año extra de planificación, supo exactamente el tipo de oportunidad que tenía delante de ella.

“Quedé embarazada, gracias a Dios", dijo al final de la presentación. "Así que tuve tiempo de hacer este sueño realidad".

Su sueño fue el tema de muchas discusiones y muchos rumores en los días previos al concierto. Me dijeron que contrató 33 semirremolques, un centenar de bailarines adicionales, que restringió los codiciados escalones para invitados exclusivamente a su gente, y que pasó la semana previa asegurándose de que todos los detalles quedaran afinados en Merv Griffin Estate usando la fuerza telequinética de su tercer ojo. La mayoría de esto evidentemente es cierto.

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Beyoncé llegó con gran magnificencia, cambiando su capa por unos shorts y una sudadera amarilla con lentejuelas, botas con pelo y su hermosa caballera suelta, sumergiéndose de inmediato en lo mejor de los álbumes Lemonade y Beyoncé. Yo me encontraba sentada en el suelo, un chico me ayuda a pegar mi zapatos con cinta, después me enteré que el chico en cuestión le había dado a Bey y Jay un recorrido privado por los terrenos del festival. Fue lo más cerca que estuve de Beyoncé en toda la noche. "Formation” se asomaba a la distancia. Me puse de nuevo en pie y corrí.

Foto por Kevin Winter

Beyoncé, afortunadamente, se tomó su tiempo. A diferencia de en sus últimas giras, en esta ocasión evitó con gracia los popurrís condensados de 30 segundos en favor de permitirnos escuchar sus canciones completas, con algunos guiños a Kendrick, Sister Nancy, J Balvin, Juvenile y Nina Simone. Nos regaló versiones cortas y modificadas de grandes exitos como "Formation”, "Diva" y "Baby Boy", todo acompañado de una flota de bailarinas con leotardos en color limón, cuyas movimientos de pelvis lo decían todo. Bey nos penetró con su mirada, saltó sobre una grúa y sobrevoló por encima de la multitud, después se puso un leotardo de vinilo negro como toda una dominatriz. Las mujeres que se encontraban a mi lado lo celebraron. Lo que me hizo recordar que en alguna ocasión unos amigos me dijeron que no entendían la fascinación por Beyoncé. "Tal vez es como lo que el rap hace por nosotros", dijo uno de ellos, y creo que hay algo de cierto en eso. Beyonce hace por lo femenino lo que el rap hace por lo masculino: infunde confianza, solidaridad y orgullo a todos a los que históricamente les han sido negados estos atributos.

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Por los altavoces se escuchan las palabras de Chimamanda Ngozi Adichie:

Se pide a las mujeres que se empequeñezcan.
Les decimos a las chicas que pueden ser ambiciosas pero no demasiado.
Debes aspirar a ser exitosa pero no demasiado exitosa, de lo contrario serás una amenazar para el hombre.
Les enseñamos a las chicas que no pueden ser seres sexuales en la misma manera que lo son los chicos.

Durante las dos horas de show, Beyoncé nos llevó a Nueva Orleans ("Crazy in Love"), a la historia estadounidense ("Lift Every Voice and Sing"), a la ópera ("I Care"), a la preparatoria (“Soulja") , a las profundidades del desamor ("Me, Myself, and I"), a la cima de las listas de popularidad ("Single Ladies“). Fue un momento cultural, un espectáculo para los momentos que a ella le parecen tan significativos como nos lo parecen a nosotros. Nos agradeció por permitirle ser la primera mujer negra en encabezar Coachella. Le agradeció a todas las mujeres que históricamente han abierto puertas, ya que es gracias a eso que ella llegó hasta aquí. Mantiene su show como un asunto estrictamente familiar, sus únicos invitados son su esposo, su hermana y las mujeres coautoras de su ascenso, Kelly Rowland y Michelle Williams. Es un recordatorio de que la música nunca se ha tratado de tendencias o de género, sino de dónde eres y cuáles han sido tus experiencias.

En el éxtasis de las horas posteriores al show, me encuentro con algunos críticos de Queen Bey. Me dijeron que es demasiado ostentosa, demasiado exagerada; pienso en los miembros de la multitud que se alejan mientras la batería continúa tocando con fuegos artificiales que se apagan por encima del escenario, algo muy mesurado en comparación con lo que acababa de ocurrir. Para algunas personas fue demasiado; una exageración. Y ese, como cada detalle en el espectáculo, era el punto: no tenías más opción que escucharla.

Mi amigos antiostentaciones me dicen que prefiere la sutileza. Pero Beyoncé también es sutil: la forma en que mueve los dedos junto con el sombrero de copa en "Partition", la tristeza de los bailarines durante la versión de Nina Simone de "Strange Fruit".

Por lo regular se dice que Beyoncé es demasiado perfecta, excesivamente comercializada, un producto pulido y marcado por la condescendencia implícita del término estrella del pop. “Da la sensación de que te están vendiendo algo”, dijo alguien en mi campamento esa mañana.

Hay verdad en las críticas al feminismo capitalista de Beyoncé. Pero la verdad más cruda es que el reinicio cultural que ella representa sólo puede ser posible si es comercializado con ese brillo, esa arrogancia y a esa escala. Beyoncé es una especie de transformador para cualquier persona que haya sido segregada (a excepción de Eminem, que en este momento probablemente esté deambulando por un Safeway en Palm Desert). Esto no significa que Coachella se convertirá en una escenario para el pop, es más bien la difusión de una voz que de otra manera no llegaría a otras audiencias: los niños que ven la increíble producción en línea porque no tienen los medios para ir a Coachella, los fanáticos de las pequeñas poblaciones cuya mayor exposición en la vida real a los ideales alternativos es Urban Outfitters, aquellos que sólo pueden ver a una persona que se parece remotamente a ellos logrando algo al sintonizar el festival de música más grande del mundo. Parecía y daba la sensación de ser una maldita entrega de premios, una premiación para nosotros. Fue la noche más grande de la música.

Andrea Domanick es la editora de la costa oeste de Noisey. Encuéntrala en Twitter.