Trent Reznor
Foto de Baldur Bragason

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Música

Trent Reznor: ¿Genio productor o chavo-ruco narcisista?

La banda legendaria de Reznor, Nine Inch Nails, es uno de los actos cerradores del Corona Capital 2018. Te explicamos por qué no puedes perderte su set.

Desde la óptica progresista del 2018, el rock y todo lo que se le parece es ahora una movida que provoca bastante cringe: hombres blancos, sajones, que conquistaron el siglo XX a base de guitarrazos, parándose a tocar en estadios con capacidades en los cientos de miles, ejerciendo y explotando todos los privilegios que el orden simbólico occidental les brindó. Si lo analizamos un poco, suena ridículo e incomprensible. Sin embargo, hace apenas 10 años esto era el pan de cada día.

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¿Qué hacer con estos fenómenos culturales obsoletos? ¿Qué hacemos con las obras que estas personas han heredado a la humanidad? Quiero intentar diseccionar las virtudes y flaquezas de una de las bandas que más he rumiado a lo largo de mi vida. No por ejercer un juicio altivo desde un estrado imaginario, sino por puro amor. Porque las cosas se disfrutan más cuando se dimensionan con una perspectiva más justa, o tal vez, más humana.

El cliché de hombre visionario

Trent Reznor creció en una granja de Pennsylvania, abandonado por sus padres para ser criado por sus abuelos en el lugar más aburrido del universo. Tal vez esto, combinado con un exceso de televisión y masculinidad tóxica, es una receta desastrosa que en numerosas ocasiones lleva a unos bebés a asesinar a decenas de otros bebés en tiroteos escolares. En el caso de Reznor, sumar un piano a esa ecuación lo llevó a desarrollar un talento musical que hizo mella en la cultura pop de unas cuantas generaciones.

Como el cliché de hombre visionario del siglo XX, Trent mandó al diablo sus estudios universitarios para darle rienda suelta a sus inquietudes creativas. Después de incontables boy-bands y banduchas de pacotilla, la herida narcisista de un desencuentro amoroso le dio suficiente escozor psíquico para armarse un álbum de verdad. Trabajando como el conserje más ambicioso del mundo, enceraba pisos de día y, cual Prince, tocaba y grababa todos los instrumentos de su álbum en incontables jornadas trasnochadas en una polvosa consola Neotek en un estudio de segunda en Cleveland.

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Su sonido era bastante peculiar. Distorsionaba todo. Era encabronadamente melódico y ruidoso a la vez. Tomó mucho prestado del género nombrado como música industrial; un estilo europeo profundamente contracultural con bandas seminales de la talla de Throbbing Gristle y Einstürzende Neubauten. Es aquí donde se empiezan a enlodar los ánimos de los melómanos que suelen redactar las filosísimas páginas de las publicaciones de periodismo musical especializado. ¿Cómo se atreve este niñato a hurtar el lenguaje musical de un género con esta potencia discursiva para conquistar MTV?

El género industrial era una crítica a la voracidad de un occidente neoliberal que traga cualquier indicio de humanidad para transformarlo en un producto. Usaban basura como instrumentos musicales para hacer anti-música. El “rock industrial” de NIN tomó esa micro conquista del ruido para convertirlo en un producto perfecto para el consumo de gringos adolescentes: Mall-goths enojados con su anonimato, con la desconexión sistémica entre el rol de género que se les exige y la experiencia corporal y espiritual de querer ser una persona.

Las letras del Pretty Hate Machine son pura ansiedad de puberto revuelta con melodías de synth pop new-wavero e influencias industriales de Wax Trax. Desde el reclamo al dios católico en "Terrible Lie", el vacío existencial del desamor de Down in it, la indulgencia sexual en Sanctified, hasta la relación tóxica entre el dinero y el poder en "Head Like a Hole".

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Poco después, grabaría una serie de tracks que formarían parte del EP más venerado por sus fanáticos más recalcitrantes: Broken. "Wish" fue una combinación perfecta de guitarrazo y gancho poppero con un video que postra a la banda en una jaula y trajes de S&M. Wish fue el hit que llevó a NIN a los Grammys, al Lollapalooza y a la cima de todos los conteos imaginables durante la década de los noventa.

Un sonido potente y pulido

Justo ahí es donde la historia se empieza a tornar hacia lo macabro. Después del súbito ascenso de conserje a superestrella, el camarada Reznor decidiría mudarse y poner un estudio en Cielo Drive, Beverly Hills. Justo en la casa donde el culto liderado por el carismático Charles Manson asesinó a Sharon Tate durante el verano del 69. Esta clase de stunt resulta muy cuestionable para una persona sensata. ¿Qué monstruosidad del mal gusto es explotar una tragedia para ganar un poco de relevancia mediática? El otro lado de la moneda es la mórbida inspiración a descender a los peldaños más siniestros de la naturaleza humana: The Downward Spiral tendría todos los ingredientes para ser un hito del nihilismo que caracterizaba a la generación X. Reznor simultáneamente ascendía a la fama y descendía hacia la confusión de ser venerado por sus actitudes más autodestructivas.

La colaboración con productores y músicos de la talla de Flood (U2, Depeche Mode), Adrian Belew (King Crimson, David Bowie) y Chris Vrenna (Tweaker) resultó en uno de los discos más icónicos de la década de los 90. Su determinación por alejarse de los sonidos estereotípicos del rock le dio un sonido excepcional. Su impacto y complejidad rítmica, la potencia de sus riffs, el uso de motivos melódicos sutiles que contrapuntean las texturas abrasivas e intensifican los efectos de la psicoesfera aural de la placa, la convierten en una obra maestra.

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La gira encandiló el estruendo de la música: presentaciones más violentas y más ruidosas. Videos llenos de insectos y referencias al fotógrafo Joel Peter Witkin convertirían al Downward Spiral en el álbum consentido de los perpetradores de la masacre de Columbine y del público más fervientemente devoto a la música oscura: los darketos mexas. En esta espiral todo es exponencial. Aphex Twin y Coil haciendo remixes en Further Down The Spiral, el compliado de remixes a la placa que salió al año siguiente. La misteriosa relación con Tori Amos, las fiestas y colaboraciones con Bowie y la participación en el soundtrack de Lost Highway de David Lynch con "The Perfect Drug" en un video lleno de referencias góticas: el sueño húmedo de un vampiro chopero hecho realidad.

NIN llegó al punto donde podía darse el privilegio que toda banda consumada de los 90 aspiraba: el álbum doble. Desde mi perspectiva, creo que ellos lograron uno de los mejores. The Fragile le vino bien a Trent. Le permitió explayarse en exploraciones melódicas más abiertas, más abstractas. Tuvo el tiempo de crear paisajes tímbricos más refinados y rematar estos oasis con sencillos contundentes. Sus letras seguían denotando un dolor existencial, pero tenían un tono más reflexivo, y el arte gráfico del disco es una verdadera joya. Todo el disco suena como una fábrica abandonada que se está hundiendo en el mar.

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Trent en la época de The Fragile

El punto de equilibrio

Aquí el interés de Reznor empezó a virar hacia el acto en vivo. Siempre fue un grande en el escenario. Desde el las épocas del lodo en aquel Lolla en el 91, sus presentaciones han estado cargadas de intensidad. Pero en la gira del …Fragile, Trent entendió mejor la escena, y el cómo esa energía puede tener tratamientos más dinámicos. Empezó a utilizar los espacios del escenario de formas más inteligentes y reclutó a un equipo de instrumentistas brillantes cuyas ejecuciones instrumentales dejan a cualquiera viendo estrellitas.

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De ahí al Still, su disco más melancólico, empezamos a ver a un Reznor más integrado. La toxicidad llega a un punto de equilibrio con la autorreflexión. Uno pensaría que al quitarle la violencia a NIN no quedaría nada, pero el resultado es una puta hermosura. Si hay un disco imperdible en su roster, es este.

Reznor pudo asomar la cabeza del aislamiento narcisista tras este disco, terminar con sus adicciones, y crear relaciones de trabajo más duraderas y colaborativas. La terna con los productores Alan Moulder y Atticus Ross le abrió camino para musicalizar películas como The Social Network, The Girl with the Dragon Tattoo, Gone Girl y Man on Fire. No sé si esto se refleje en su discurso lírico, pero NIN fue un espectáculo en el que un tipo plasmó la tortura de su propia toxicidad desde su éxodo voluntario hasta su retorno triunfal como una mente creativa integrada.

Los discos subsecuentes, With Teeth, Year Zero, y The Slip son entregas entretenidas pero menos interesantes y no forman parte del arco evolutivo medular de la banda. La gira Lights in the Sky es tal vez la puesta en escena más chingona en la historia del stadium rock. La instalación de la cortina de LEDs es un montaje digno de un artista contemporáneo de nuevos medios de la talla de Lozano Hemmer y ver el rig de Alessandro Cortini en su despliegue absoluto de cacharros modulares fue una delicia para cualquier gearhead. Será interesante ver qué juguetes trae en su nuevo tour.

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El rockstar noventero es una especie en extinción. Reznor es tal vez una de las mentes creativas que mejor logran proyectar toda su energía vital desde un escenario. Los que tengan la suerte de asomarse a su concierto en el Plaza Condesa este lunes, lo verán en un ambiente más íntimo. Será una gran oportunidad ver lo que logran en un venue con un aforo de menos de dos mil personas. Para el resto, nos vemos en el escenario Doritos Bunker del Corona Capital este domingo, donde Nine Inch Nails estará en su hábitat más natural: capitaneando el line-up de un festival monstruo una vez más. Sea por closure, por nostalgia o por curiosidad, darse una vuelta a un concierto de NIN siempre vale la pena.

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El Corona Capital es este sábado 17 y domingo 18 de noviembre. Nine Inch Nails es el acto cerrador del escenario Doritos Bunker el domingo. Su set es de 9: 20 a 10: 50 PM. Adquiere boletos aquí.

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