La cumbia hecha mujer: Un encuentro con Totó La Momposina
Foto: Simon Blacley vía Wikicommons

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Música

La cumbia hecha mujer: Un encuentro con Totó La Momposina

Hablamos con la madrina de la músicas tradicionales en Colombia, la artista que encarna la trinidad mestiza encargada de alimentar el género que recorre la sangre de Latinoamérica.

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Corría el mes de marzo de 2017 y Bogotá vivía tres días de fiesta con el Festival Estéreo Picnic, el evento de música privado más grande del país.

Yo esperaba detrás de una baranda a que me dieran acceso para poder conversar con Totó la Momposina. “Diez minutos máximo”, me dijeron. “Está cansada, enferma, y se quiere ir a dormir”.

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Unas horas antes, la cantante había dado un golpe de autoridad: a punta de cumbia, porro, bolero y música palanquera había puesto a bailar bajo la lluvia a un público joven que, tal vez, estaba ahí por las anheladas bandas del exterior. “Vengo a darles la lección”, dijo varias veces durante su concierto.

La lección, así la llamo ella.

Y cuando tuve el acceso, luego de saludarla, claramente fue la primera pregunta que le hice: ¿A qué lección se refería?

Estas fueron sus palabras: “Es colaborar siempre en la vida. Que se acuerden que no somos ni ingleses, ni franceses, ni alemanes, somos colombianos. Tienen que tener un grandísimo sentimiento de pertenencia para poder salir adelante en situaciones como las que estamos pasando. Eso se consigue a través de la música, de las artes, del amor, de la paz y de la justicia. Así de simple”.

Uno espera que Totó la Momposina diga algo así, pero ese día yo sentía que, en medio de lo explícitas que eran sus palabras, algo se quedaba por fuera. Por eso me atrevo a repasar un poco en el pasado para complementar o interpretar la “lección” de aquella noche en el Festival Estéreo Picnic.

* * *

Sonia Bazanta Vides, nombre de nacimiento de Totó, lleva una vida dedicada a la música de la costa caribe colombiana. Cantando, bailando y enseñando, ha encarnado esa trinidad mestiza que en buena medida nos define como latinoamericanos.

Lo de siempre: lo negro, lo indígena y lo europeo.

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Nació en Talaigua, una comunidad de campesinos agricultores y pescadores, de donde su familia tuvo que huir durante la época de La Violencia, viviendo el éxodo de millones de colombianos a través de su historia. Tras su llegada a Bogotá, en la década del cincuenta, su madre creó un grupo de baile. Allí, Totó mostró ser una cantante prometedora.

Cinco generaciones de músicos soportan las raíces de su árbol genealógico. Su padre, Daniel Bazanta, era tamborero, y su madre, Libia Vides, cantadora y bailarina, por lo que las tradiciones musicales de la Costa Caribe fueron siempre su hoja de ruta. La tierra que vio a Totó partir de niña la vería regresar con un ánimo de investigadora que busca alimentar lo que lleva en la sangre.

Totó absorbió cada palabra y cada sonido que pudo en su viajes por la Depresión Momposina y por el Caribe colombiano. En la trocha estaban las fuentes, y en estas el conocimiento que ella buscaba. Así se sumergió en un mundo de tambores y gaitas. Y en el proceso fue como, precisamente en Talaigua, conoció a Ramona Ruiz: una cantadora que se convirtió en una de sus tutoras. Ella le ofreció desde consejos matrimoniales hasta conocimientos de la medicina a base de hierbas, además de ser una inspiradora del Chande: una fiesta y un ritmo típico de Talaigua, como lo explican en la página oficial de Totó.

La Momposina mejoró su técnica vocal y el manejo de escenario, y para finales de la década del sesenta estuvo lista para formar su propia agrupación. De ahí todo fue un efecto bola de nieve: América Latina, Estados Unidos, Europa oriental y occidental. Moviéndose entre cumbias, bullerengues, chalupas, mapalés, sones, guarachas, rumbas y sextetos, su voz fue hipnotizando a todos quienes encontró en su trasegar.

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Luego, en medio de esa exploración de nuestra trinidad, se radicó en Francia hacía la década del ochenta. Allá permaneció cuatro años y estudió la historia de la danza en la Universidad de la Sorbona en París. Llegaron sus giras por Europa y el que sería su primer álbum grabado en esas tierras: Totó la Momposina y sus tambores. Unos años después también estuvo en Cuba, donde realizó estudios sobre el bolero.

* * *

Volvamos a marzo de 2017, en el Festival Estéreo Picnic. Mientras de cuclillas veía fijamente los ojos negros y profundos de Totó, que se mostraban cansados, ella respondía a mis preguntas con un tono bajo y cuidadoso, protegiendo evidentemente su poderoso instrumento.

—¿Qué la motiva a seguir cantando y bailando?

—Esa es mi misión aquí en la tierra: decirle al mundo entero, con espontaneidad natural, que existe una música y una música muy bonita. Porque lo que nosotros hacemos es muy bonito. Y es porque tenemos un país y un continente muy bonitos. Tú te pones a mirar cuando vas por las carreteras y ves los árboles, ¿no has visto cómo están de lindos? Entonces uno les dice: ‘Ay, gracias por dar esas flores tan hermosas’. Y cuando veo las palmeras de la 57 en Bogotá siempre les digo: ‘Gracias por seguir existiendo’, porque yo las vi desde chiquiticas. Y los mares que tenemos… No necesitas nada para ser feliz, solo la contemplación”.

Contemplar, dice ella.

Totó creció en un aldea con parcelas de yuca, plátano y ñame. Talaigua queda en la isla de Mompox, un territorio amparado por el universo de la tambora: un espacio geográfico, político y cultural conocido como la Depresión Momposina. Un vasto mundo donde los ríos San Jorge, Sinú, Cauca, Cesar y principalmente el Magdalena se desbordan formando ciénagas, esteros, caños y lagunas que han sido habitadas desde tiempo inmemorial.

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Bien señala el periodista Luis Daniel Vega, en un texto escrito para este especial, que no tenemos certeza de los orígenes de la cumbia. Muchos reclaman su paternidad, pero “una intuición heredada dice que surgió en el Caribe”. Y hay además muchos que apuestan a que la Depresión Momposina y a los “míticos pueblos cumbieros como Mompox, El Banco, Chimichagua y Tamalameque” son su cuna.

Tú te pones a mirar cuando vas por las carreteras y ves los árboles, ¿no has visto cómo están de lindos? Uno les dice: ‘Ay, gracias por dar esas flores tan hermosas’. No necesitas nada para ser feliz, solo la contemplación

No carece de sentido. Ahí llegaron los españoles durante el siglo XVI y obligaron a los nativos a huir a los bosques más densos de la isla. Y a pesar de que la interacción de negros, indios y españoles implicaba un choque, al menos desde el aspecto legal el territorio es tan basto que resultaba muy difícil controlarlo.

Surgen así las historias de los motines en las bogas, de las insurrecciones y de los escapes a la selva. De los espacios habitados por gente “dispersa”, que huía del orden colonial —aunque ya influenciados por el mismo— para formar nuevas poblaciones.

Precisamente estos espacios coinciden con territorios en que hoy la música de tambora goza de relevancia cultural y la trinidad mestiza se manifestó con todo su poder. Esto mediante las maracas, el guache, los bailes y la tambora indígena, o con la polirritmia, el diálogo cruzado de los tambores, el canto y los palmoteos de los negros, o a través de la versación, las forma rítmicas y la vestimenta de los españoles, solo por dar algunos elementos de una mezcla compleja y extensa en el tiempo.

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El río Magdalena fue variando un poco su curso con los años. Mompox, que solía ser una zona de intercambio comercial, fue quedando fuera de la ruta. Y ahí, en la Depresión Momposina, se mantuvo un sonido que permanece conectado profundamente con sus raíces. Es cuestión de ir y contemplarlo.

La madrina lo sabe.

Totó en el pasado Festival Estéreo Picnic. Foto: Julián Gallo.

* * *

Mi tiempo con Totó se agota, y es difícil romper el libreto, pero aún así es un placer oír sus palabras mientras poco a poco se recuesta sobre la silla.

—¿Qué tiene su voz que traspasa generaciones y sigue cautivando con la misma fuerza?

—No es la fuerza de mi voz, es la fuerza de la música. Y yo la canto con sentido de pertenencia, no para conseguir adulaciones. No vine para eso, vine a cantar bien la música ancestral, para entregar el mensaje. Y todos los que me oyeron seguramente se van a poner a reflexionar.

Insiste en el mensaje, y se me viene a la cabeza un momento específico.

En 1982 sonaron las trompetas para anunciar la llegada de los reyes durante la gala en la que el escritor Gabriel García Márquez recibiría el nobel de literatura. La solemnidad marcaba la pauta en el evento. Unas horas antes, en un jumbo de Avianca que viajaba desde Bogotá, llegaban a Suecia, gracias a la particular gentileza del presidente Betancur, una delegación compuesta por sesenta y cinco músicos y danzantes. Gabo había pedido cumbias y vallenatos para festejar su conquista, pues cumbias y vallenatos tendría.

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En un momento durante el magno evento, los integrantes de la delegación empezaron a bajar las amplias escaleras de mármol del Salón Azul del Ayuntamiento donde se entregaba el premio. Totó la Momposina llevaba una pollera blanca, y mientras caminaba alzaba su mano derecha al tiempo que con la izquierda sostenía el micrófono con el que cantaba su cumbia 'Soledad'. Cuando sonaron los tambores, como alguna vez lo narró la cacica Consuelo Araújo, se agotó toda la seriedad y reverencia.

Los herederos de Buendía estaban en el lugar.

Años después, luego de vivir en Francia, cuando la Momposina volvió a Colombia y luego de una gira por Latinoamérica, llegó un encuentro que solo el universo en su infinito azar es capaz de dar: Peter Gabriel, el músico de Genesis, el papá del rock progresivo que empezaba a ponerse las botas de descubridor con su sello Realworld, terminó contactando a esa mujer de afro negro que lo había cautivado años antes dando un mensaje durante la entrega del premio nobel a Gabriel García Márquez. Se juntaron y en la década del noventa grabaron la icónica Candela Viva.

Quizás desde ese álbum ya muchos tengan en el mapa qué ha sido de Totó, pues este 'aval' desde el exterior hizo que muchos de quienes antes miraban a La Momposina con recelo, ahora sí le encontraran su valor.

Foto: Simon Blacley vía Wikicommons

* * *

Volvemos a esa noche en Estéreo Picnic, cuando a las cuatro de la tarde Totó irrumpió en el escenario principal ante un público que sigue en el proceso de aprender a mirarse hacia adentro.

Entre las venias que muchas veces se conceden sin titubeos hacia afuera, la calidad de su presentación esa tarde nos recordó que el diálogo se tiene que dar mirándonos a los ojos y a la misma altura. Ella lleva una vida dedicada a la cultura del caribe colombiano y es a partir de ahí donde ha dialogado con el mundo entero. Desde la horizontalidad.

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Esa fue, me atrevo a decir, su lección esa noche.

—Cuando tenía dieciocho años yo iba a ver rock. Oía Columna de Fuego, y de otros lados a los Rolling Stones y los Beatles, esos muchachos tocaban bonito. Y su percusión africana. África es el patrón de todo el mundo (…) El anhelo de todos los que estamos en la música ancestral es que se divulgue más, pero no hay ese espíritu.

La entrevista se acaba.

—Ahora es cuando más hay que cantar—, propone Totó antes de mi salida.