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Música

Querido Trópico: qué chulo estás pero...

El Festival Trópico estuvo de poca madre, qué chulo todo y de verdad felicidades. Pero no mames que pinche cansado acaba uno.

Eran las seis de la mañana y yo no podía creer que por fin me iba del Trópico. Rodillas y pies destrozados, bolsillos vacíos, piel insolada y olor a naufrago, así de cabrón estuvo el festival. Yo juraba que me iba a morir. Durante algunas horas pensaba que si bien no me moría en el ahí mismo, lo haría unos días después por las implicaciones del suceso. Y es que desde la deshidratación, la sobredosis o el riesgo de caer de alturas extremas, hasta la posibilidad de ahogarse en la alberca o de plano que se te reviente un coágulo en el cerebro por sobreexposición a Nicolas Jaar; las posibilidades de morir en el festival eran latentes.

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Sin embargo, el exceso de estímulos visuales y sonoros provenientes del escenario resulta suficiente distracción para dejar de pensar en la fragilidad del cuerpo y entregarse al desmadre costero. Por si esto, no fuera suficiente, el festival estaba debidamente equipado de personal de protección civil y paramédicos para actuar oportunamente, en caso de que a alguien se le venga desarreglando el chongo.

El Trópico, es un festival chulísimo. En todos lados, uno encontraba detallitos que hacían que reiteraba la idea de que todo iba a estar bien. La ya mencionada alberquita, las burbujitas volando sobre la gente, las personas que constantemente estaban recogiendo basura, el escenario bien “divis”, las mil cochinadas que regalaban, la puntualidad de horarios, todo estaba tan minuciosamente calculado para que uno dejara de preocuparse por morir y se ocupará en vivir.

La propuesta sonora del cartel se impactaba sobre mi cuerpo y el calor me sumía en un estado de agitación constante. El saturnal comenzó con Hawaiian Sativas quienes supieron monopolizar el cliché y llenarnos de melancolía con su música de playa. Hula Hulas, Bikinis, lentes de sol de todo tipo y el sol a todo volumen. Su set fue un arranque calmado para la estruendosa tormenta que se avecinaba.

Centavrvs comenzó con el baile. Su sonido si invita a darse una buena sudadita. De que ya ni te preocupas por secarte la frente con la manga y nomás dejas que tus secreciones te refresquen sin oponer resistencia. Poolside y Washed Out, compusieron la dupla buena ondita de la tarde como para despedirse de la nostalgia playera y dejarse poseer por entusiasmados demonios de la noche. Mientras el sol caía al mar, se elevaba la energía.

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Cuando empezó Dengue Dengue Dengue, ya se podían ver a algunos asistentes desvariados. Movimientos agitados, cuerpos sudados, caras deformadas por la noche. No mames que rico, no mames como duele. La energía abandona el cuerpo constantemente y es un reto conservarla durante la maratónica jornada. Estás bailando y brincando como si fueras a vivir por siempre y cuando acaba el set de la banda, te das cuenta de que te vendría muy bien una sentadita.

Jagwar Ma es una prueba de que si de verdad buscas dentro de ti puedes encontrar reservas de la energía que ya creías estaba por agotarse. Cubierto por su sonido como una chambrita de poder, te olvidas de los dolorcitos que poco a poco te aquejan y te entregas a él baile chamánico de la banda Australiana. Él movimiento libera adrenalina. Ésta, al liberarse en la sangre acelera el ritmo cardiaco, dilata las pupilas y tiene un efecto supresivo en el sistema nervioso. Si estás bailando y te está doliendo, baila más para sentir más rico.

Que rico es sentarse, que rico es quitarse los zapatos y que rico es tomar agüita. Igual y me estoy volviendo viejo pero no por eso voy a dejar de pasarla bien. Little Dragon acapara mi total atención y me abstrae mirando fijamente su acto. Que gloriosa manera de sintetizar ritmos y Yukimi Nagano me guía por su sonido con sus movimientos hipnotizantes y su derroche de clase. No puedo alejar la vista, viajo como el oso Yogui volando entre texturas sonoras. A momentos parece que sumergido en los sonidos, viajo a otro lado. Mi mente se despeja y el cuerpo desaparece. Ya llevaba un rato perdido en el momento, cuando súbitamente me encontré de nuevo en aquel jardincito del Hotel Princess. Sudado, adolorido, mal dormido, crudo, malviajado y en general podrido pero con ganas de pedirle más al cuerpo.

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Darkside se fundió con mis lamentos y los convirtió en movimientos. Poco a poco la fragilidad de los cuerpos que me rodeaban se hacían más evidentes. El baile se veía entorpecido, los pies cada vez se movían menos por estar adoloridos. Todo parecía en cámara lenta, más que baile parecía un agitamiento. Vibraciones que emitidas por el sistema de sonido perforaban materia, la temperatura se elevaba y todos nos fundimos en una masa oscilatoria de carne y huesos.La primera participación de Nicolas Jaar sirvió para despedirnos de la coherencia y sumergirnos en el caos.

Finalizada su participación los integrantes del colectivo Nortec: Bostich y Fusible nos ametrallaron con beats como asaltándonos para pedirnos que les entregáramos más energía. ¿Cuanto puede sufrir un hombre? “Ésto no es nada” me repetía como un mantra. “Seguro hay alguien escalando el Everest pasándola más de la verga que yo. Yo me la estoy pasando chingón. ¿Que mejor lugar que aquí? ¿Que mejor momento que ahora?” Con estás palabras mandaba a la verga a todos los especialistas de la vida sana y me quitaba años de vida por una causa que según yo valía la pena.

La dupla tijuanense me arrebató los últimos residuos de energía y los convirtió en las patadas que da un ahogado cuando se cree bailando.”Te lo juro que el suelo se movía” Yo brincaba, meneaba la cabeza, hacía cualquier movimiento que mi frágil cuerpo me permitía con el único fin mantenerme alerta y no acabar en el suelo. Con Nicolas Jaar pase a otra dimensión. Para esas alturas ya estaba yo convertido en un espantapájaros. Juraba sentir dolor en cada una de mis articulaciones. “Yo podría irme a dormir ahorita sin ningún pedo”. Sin embargo, una porra de dionisiacos personajes me echaba porras desde lo más profundo de mi ser. “Que valga la pena morirte aquí” y pensado ésto me vi invadido por una energía fantasmagórica. “Él último aliento” pensé y me puse a bailar como si me gustara bien cabrón Nicolas Jaar.

Acabado éste, me senté en el suelo y puse los ojos en la salida. Aquellos que se iban no sabían lo afortunados que eran. Ojala me quedara con ellos… Caminamos al after y yo ya funcionaba en automático. “Soy un pinche robot programado para echar desmadre”. “¡No mames! ¿Ese que anda tocando es Nicolas Jaar?” Él chileno-americano a esas alturas ya se había vuelto una bandera de mi causa. “Tu y yo Nico. Vas a ver que si se puede” le comunicaba de manera telepática. Éste wey se clavaba en sus beats y yo los mezclaba con el sonido de las olas del mar. Ya nada importaba, seguro habrá transplantes de cuerpo en el futuro.

Mis sentidos me engañaban pero estaba seguro de ver los primeros vestigios de luz en el horizonte. La oscuridad de mis lamentos de veinteañero malagradecido se vieron eclipsados por la promesa de un nuevo día. Los Pachanga Boys fueron recibidos por el público, pero yo si ya las andaba dando. Levanté mi dos deditos de hippie noventero y saqué un chiflidito. ¡No podía creer que ya me iba! Contra todo pronóstico había sobrevivido al Trópico. Seguro así se sentían los que terminaban sus misiones en Vietnam. Querido Trópico: que chulo estás pero “Ay como aguantas”.

El Festival Trópico estuvo de poca madre, que chulo todo y de verdad felicidades. Pero no mames que pinche cansado acaba uno.