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Música

Más gays que muxes: la regada de las auténticas intrépidas buscadoras de peligro

Te presentamos en exclusiva un adelanto de Puto vinil, trabajo que será publicado por la editorial RHYTHM & BOOKS como parte de las celebraciones de su V Aniversario y, probablemente, será el libro más gay de 2014.

La Heroica Ciudad de Juchitán de Zaragoza es una pequeña localidad con los elementos que según Paul Auster toda ciudad debe tener: una placita, un quiosco, un mercado y un río que la atraviese. En este caso, es el río Los Perros, y el Alex y yo teníamos que caminar sobre él cada vez que íbamos del hotel al centro histórico.

Se dice que Juchitán lo habitan mujeres, hombres y muxes. Yo precisaría que Juchitán, cada mediados de noviembre, lo habitan mujeres, hombres, muxes y punks; antropólogos daneses a quienes no les falta al menos un tatuaje y usan camisetas con el logo de alguna banda subterránea de black metal de Ohio, Aalborg o Turkku y una backpack; sociólogas vascas lesbianas; gringos retirados y documentalistas japoneses.

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Juchitán, al sur extremo de Oaxaca, a tan sólo 20 minutos de una costa pesquera y del complejo eólico de La Ventosa, con sus horizonte de enormes torres (casi rascacielos) es famoso por sus velas, como se le conoce a los festejos en el que velan al santo del pueblo, San Vicente Ferrer. La mayoría de las velas ocurren en mayo, organizadas por la diversidad productiva del sector buga: los pescadores, panaderos, comerciantes, etcétera.

Sin embargo, la fascinación extranjera por esta vela de noviembre organizada por las Intrépidas buscadoras de peligro es que dichas buscadoras de peligro son auténticas muxes, hombres que se depilan las cejas, dados al quehacer del hogar, virtuosos para los arreglos florales, nada tacaños al momento de gastar 15 mil pesos o más en un huipil bordado a mano, que usarán la noche de la vela y otras ocasiones especiales. Hombres muxes que son tolerados sin escarnios por una típica sociedad buga de la provincia mexicana. Supuestamente.

Las fiestas organizadas por Las intrépidas buscadoras de peligro arrancan con la regada del jueves, la vela el sábado (el reventón principal), y las subsecuentes lavada de ollas y recalentado, que empiezan el domingo apenas la orquesta de la vela da el último trompetazo, justo cuándo el cielo se incendia de naranja al amanecer, y suele extenderse hasta martes, miércoles y a veces hasta el sábado siguiente. Ocho días de cerveza y mezcal, botanas, huipiles, guayaberas y cumbias con son zapoteco. Se necesita de un hígado entrenado para aguantar esta fiesta de principio a fin.

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Se le dice regada a un pequeño desfile que arranca en la esquina de las calles de Ignacio Zaragoza y San Vicente y recorre el centro de Juchitán haciendo un cuadrado. Regada, porque la tradición indica que se riega (avienta) fruta desde los carros alegóricos a la gente apilada en las aceras. Aunque en la regada de Las intrépidas además de frutas, arrojan vasijas de plástico y juguetes. El inicio del desfile es ambientado por la música de la Banda de San Andrés Huayapam, pero la última camioneta lleva una bocina enorme que transmite el mismo tracklist electrónico que el antro gay con menos personalidad de la Calle de Amberes de la Zona Rosa, allá en la Ciudad de México.

“La muxeidad no es más que el nombre de una comunidad de hombres homosexuales con una fuerte identidad étnica, lingüística y de pertenencia a lo local.” Nos cuenta el profesor Heli Bartolo Maza a quién conocí gracias al Alex, quién confirma mis sospechas de que la regada de Las intrépidas es un pequeño gay parade con las muxes por delante y los chicos strippers hasta el último, montados en la camioneta de música electrónica.

Heli es quizás el mayor conocedor del tema muxe —pedagogo juchiteco egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, ha impartido cátedra y conferencias al respecto en la Universidad Sorbona de París— nos cuenta: “El elemento más fuerte de los muxes es la identidad sexogenérica de este homoerotismo, que a partir de los años 70 y gracias al impacto de la televisión, de programas como Siempre en Domingo, se ha empezado a confundir la muxeidad con algo que yo llamo hiperfeminización del muxe, que lo asocia en un principio con el travestismo y luego con el transgenerismo y, posteriormente, cuando haya dinero, no serán muxes sino transexuales y así conforme vayan apareciendo nuevas especies en esto de la gama de diversidad sexual”.

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En Juchitán puedes beber alcohol en la calle sin miedo a ser arrestado. Por eso me animo a entrar a un depósito de cervezas dónde un hombre regordete me dice en inglés: Do you want a beer? Le digo que no me hable en inglés estando yo tan prieto. De una de las cinco neveras saca una Tecate y otra para mi amigo, Alex Borges. Las cosas como son: fue idea del Borges venir a cubrir esta vela. Gran idea por cierto. Cuándo le extiendo el billete de cien pesos me dice que no lo ofenda. Son gratis.

“Aquí en Juchitán el que no es gay es mayate” me dice el hombre regordete que se llama Jorge, quién me invita a pasar, a sentarme en una silla de plástico, me ofrece pepinos con chile, me presenta al César, al Ezequiel y al Alemán. De acuerdo con Jorge en Juchitán todos quieren al menos un hijo muxe pues: “Los hombres nos casamos con nuestras señoras, tenemos hijos y luego los hijos se van. Los muxes se quedan contigo hasta el final”. Sus palabras suenas conmovedoras pero no me queda muy claro si los muxes pueden, tienen derecho a ser algo más que las vestidas amas de llaves de los hogares juchitecos.

Cuando me pongo pedo me da por robarle besos al Alex y el caso es que mientras el Jorge y el César me insisten en lo tolerante que es la comunidad juchiteca, yo me voy poniendo más borracho conforme las Tecate van saliendo gratis de la nevera. El Jorge y el César me insisten en que ante todo, ellos son hombres, muy machos. Al Alemán, a quien le dicen así por los años que estuvo viviendo en Berlín por su ligue con una estudiante de antropología oriunda de Munich, me advierte que si bien los muxes son bien vistos, no pasaría lo mismo si el Alex y yo nos besamos. Los mayates son otra cosa. La vela me genera sentimientos encontrados.

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Tras la regada, el Alex y yo empezamos a recorrer bares del centro de Juchitán, desde los arrabales, pasando por los que te venden cervezas con chamoy y gomitas (la moda entre los jóvenes juchitecos) hasta terminar en el Bar Jardín, quizás el lugar más turístico, frecuentado principalmente por los españoles que trabajan en algo relacionado con el parque eólico propiedad de la Ibérica Iberdrola. Empezamos a beber a mezcal como si esa cosa no desatara crudas y deseos arrumbados.

Sé que el Alex me va a coger y me va a doler porque hace un buen rato que no me dan por el culo. No estaba excitado pero ahora estoy ardiendo. Estoy ardiendo y tengo miedo porque quizás en el fondo Alex tenga razón y esto después de todo si es una estúpida y maricona competencia. La misma excitación que me incendia las tripas es proporcional al miedo, que es como un agujero sin fin en el pecho. Porque me conozco y conozco mis instintos. Me da miedo que después de coger, a la mañana siguiente su persona me canse porque sus axilas al fin fueron mías a pesar de que se anduvo resistiendo como la señorita de pueblo. Y no quiero que eso pase. Porque el Alex es un gran tipo, un gran amigo, disfruto enormemente platicar con él por horas y horas y horas… y sabe besar el hijo de la chingada. Pinches putos, tenemos ese jodido don de echarlo todo a perder con tal de que la verga no se quede con hambre, como decían los Smiths en una de sus canciones más chingonas, “Still Ill”: Does the body rule the mind Or does the mind rule the body? I don´t know… ni yo tampoco.

Puedes leer la primera parte de este texto aquí.

Mira el documental de Las Auténticas Buscadoras de Peligro.

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