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Música

Yo forjé los porros pa´ La Crisis: la sabrosa tragedia de Chico Che

“Ya no pidas más dinero, ni me pidas pal arroz. Ni quieres que vuelva luego, mejor pide puro amor”.

“Yo soy esdrújulo, pero sin brújula, me gusta el cántico porque es mi porvenir”.

Cabulearse del ojo ajeno ha sido una tradición milenaria en México, más si quien es objeto de nuestra burla pertenece a un estrato socioeconómico inferior, no tiene los elementos para vivir una vida acomodada o sin sobresaltos, o sencillamente cumple con todos los estereotipos que empatan con nuestros prejuicios. Históricamente, los músicos vernáculos sufren de la misma tragedia-suerte de ser objeto de burlas culturales, para después ser acogidos como valor kitsch nacional.

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Francisco José Hernández Mandujano, conocido por todos como el famosísimo Chico Che, siempre tuvo ese complejo y realidad a cuestas, la de pitorrearse de todo, incluso de quienes lo zapeaban, sin rencor y quizás hasta sin querer. Desde que emergió de Tabasco, llegando a llenar los grandes foros nocturnos del México setentero y ochentero, hasta llegar a la pantalla grande y acariciar la internacionalización por poco tiempo.

En una entrevista para El Mundo del Espectáculo, infame programa de Televisa que conducía Paty Chapoy a finales de los ochenta, Chico Che afirmaba en el pináculo de su carrera frente a un muy soberbio Rigo Tovar: “A mí, a diferencia de Rigo, me tomó más trabajo entrar a esta zona, que me tomaran en serio con mi overol”. Sin embargo, ambos cantantes eran la sensación de la clase popular mexicana, la “nacada” cábula del DF que anhelaba un entorno tropical desarraigado.

Viviendo la suerte de Malcolm, el orgullo de Villahermosa, Tabasco, segundo de tres hermanos supo desde escuincle que tendría que rajarse la espalda para comer. Huérfano de madre, Chico Ché trabajaba de cargador en los mercados para acarrear un poco de sustento a la casa, en donde su hermana mayor fue su figura materna, criadora y temprana manager de José, quien siempre tuvo una inclinación nata por el ritmo y el sabor, a través de dos instrumentos que fueron sus compas inseparables: los teclados y los sintetizadores.

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Entrados sus quince inviernos, Chico Che y su carnala se borran para seguir el sueño de las “espaldas mojadas” sin dejar de estudiar. Con muchas broncas, José le entraba a la escuela, mientras coqueteaba macizo con el rocanrol. Dentro de los mitos acomplejados del mexicano roquero, hay quienes aseguran que fue Chico quien fundó a los míticos The Ventures, pero la verdad es algo de los que todos se hacen guajes a la hora de pedir copias fidedignas.

Lo que sí es neto es que Chico Che, así como el inmamable Pepe Aguilar, también intentó aferrarse al rock a más no poder tras renunciar al primer semestre de derecho en la UNAM, primero con Los Temerarios en 1966 y Los Bárbaros, no sin antes comprobar que las mieles tropicales le dejaban más adeptos (muchos dones aseguran que los jarochos Klippers y Los 7 Modernistas llamaron la atención por el figurón de José).

Tras años de atorarle a las tocadas en hoteles y puertos de medio pelo de la República, Chico Ché fue a dar con el saxofonista, igual de ojeroso y cábula que él, Eugenio Flores. A la mancuerna Hernández-Flores se le añadió otro colmilludo que fue clave: Jesús González del Callejo, quien tras dos, tres bandazos les propone que debían identificarse con la raza en sus letras para pegar con tubo. Por entonces estaba entrando el mandato de Echeverría y los rumores de una fuerte crisis. Chico Che, un poco harto de trabajar mucho y ganar mal, decide crearse un personaje con Overol y Gafas que hoy usan mucho las muchachas de la Condesa, para crear lo que sería el boom posterior: Chico Che y la Crisis.

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“Ya no pidas más dinero, ni me pidas pal arroz. Ni quieres que vuelva luego, mejor pide puro amor”.

El pilar del éxito de Chico Che es uno, bien directo y efectivo: el dicho popular, la cábula y el humor de doble sentido, cuando éste poseía una tónica combinada entre el juego hábil de lenguaje, la inocencia propia de provincia y la realidad del populacho.

El corazón de Chico siempre fue roquero, aunque su naturaleza le indicaba el trópico y el sabor. Y es ese elemento lo que viene a dar al traste con lo divertido y grandioso de su propuesta. Al igual que Rigo Tovar, el halo tropical fue revestido con mucha actitud roquera: pandrosos ojerosos dirigidos por un vocalista limitado que poseía un carisma limitado, recargado en su ligereza de trato y su humor “pa´dentro”. Chico Che entonaba afeminado en ocasiones, como “sabroseándose” sus rolas, y le cantaba en grueso a cosas divertidas. Todo era sinónimo de guasa: el sufrimiento de amor y conflictos de pareja (“Si volvieras a mí”, “De tos”, “Penas que da la vida”, “El encadenado”), los sucesos de la realidad (“¿Dónde te agarró el temblor?”, “Huele a gas”, “La reforma agraria”) o los temas instrumentales, que eran lo máximo; en ellos se hizo patente que la onda era el ritmo y el fraseo, la fiesta y el cotorreo interminable y sabrosón, llegando a aparecer en cinco películas lamentables, que son rescatables sólo y únicamente por el cotorreo surreal que armaba el de Tabasco y La Crisis: Despedida de soltero (esta noche cena Pancho), Taquito de ojo, Huele a gas, Delincuente (sí, la de Pedrito Fernández) y Duro y parejo en la casita del pecado. Todas son un coñazo de sabor, calmadas, con ganas de echar la cuba pintadita o el coco-rón con piñita..

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Absurdo, drama, humor rocker, los kilos de trabajo con Carlos Ayala y mucha mota (discreta la referencia por favor, que nos gobernaba el PRI más conservador) son los dramas más rocker de Chico Che y la crisis. ¿Lo demás? Fueron diatribas raciales y sociales hasta que Televisa comenzó a darle valía y reconocimiento a partir de la segunda mitad de los ochenta. ¿El resto? Son playeras con las que los frescos gustan reconocerse en aquello que históricamente desprecian.

En 2010, el gobierno de Tabasco, ese estado que no le propuso nada a José, erigió una horrorosa estatua en su honor, la cual no refleja ni de lejitos la pachequez de Chico Che, no se parece nada al grifo que sale en la contraportada del fabuloso Los Nenes con los Nenes (1978). Nadie habla de su estilo basado en el zapateado popular, en sus guitarras aguadas y el gran trabajo espacial de los teclados.

En 1989, a los 43 años Chico Che murió a consecuencia de un paro al miocardio (en una primera versión se manejó un derrame cerebral), dejando un legado que ningún músico chispita ha podido rescatar. Tras su muerte y el desvarío de Rigo Tovar, éste segundo figuró como la mayor sensación del romanticismo y La Costa Azul adquirió tintes más legendarios. Pero la cábula, los chistes más ágiles, honestos y picudos, los tenía Chico Che.