Caminé hacia el Salón 21 (o como se llame el infierno ese) como se camina en la Ciudad de México, saltando cacas. Ya adentro, las polizonas de seguridad me dieron la clásica sobada y violaron mi cajetilla de cigarros con sus narices. Malditos nazis. Eso de abrirle a uno sus cigarros debería estar prohibido. Me molesta tanto como me molesta quitarme los zapatos en las bandas de seguridad de los aeropuertos. Malditos, malditos nazis.
Entré corriendo porque ya estaban tocando Las Robertas. Pinches Robertas, sonaron bien horrible, pero no fue su culpa. Había una retrasada mental en la consola. Nunca logró abrirle el micrófono a Mercedes en el momento correcto y sin detonar el feedback. El baterista se comió a las chicas. Tal vez por su disposición en el escenario o tal vez porque era el único que no estaba batallando con el sonido. Las otras pobres parecía que estaban cantando a través de la señal de telefonía tercermundista que monopoliza este país. Sonaron cómo una mierda. Ojalá puedan reivindicarse en el All My Friends y en su gira del Days Unmade. Salieron casi corriendo del escenario.
Mientras esperaba a que saliera Warpaint a tocar, un tipo que se describe como güero-pero-naco gritó mi nombre y me acerqué. Después de un rato de cotorrear alguien dijo "mota" y nadie tenía. Entonces sucedió lo inevitable. En ese hoyo negro que desemboca en el mismo limbo que la sala de espera del dentista, la fila del banco en viernes de quincena y el tiempo que pasa entre una banda y otra, lo único que se hace es fumar un toque o hablar del toque. Y como yo no hago la primera entonces hicimos la segunda.
Luego de casi una hora de conversación, el güero-pero-naco dijo que los (inserte aquí su minoría de preferencia) siempre tienen la mejor mota. Y como yo pertenezco a esa minoría bromeó pidiéndome que hiciera la señal para que aparecieran los de mi especie a nuestro rescate y sacaran todo tipo de parafernalia de marihuana. Chiflé fuertísimo y cinco segundos después apareció un tipo que juro nunca antes haber visto con un porro en la mano para el güero-pero-naco y empezaron a sonar las primeras notas de la "Intro" de Warpaint.
No lo había pensado porque no las había visto en vivo, pero hay una diferencia muy grande entre el montón de bandas de rock de niñas (Dum Dum Girls, Best Coast, las Robertas, La Sera, todas esas) y Warpaint. La diferencia es que Warpaint sí es una banda de verdad. El show es impecable. Suenan increíble, las voces son perfectas, sus referencias son muy claras, cada capa de sonido se entiende clarísimo, todo está bien. No se detienen en cada rola, el show tiene un ritmo y una cadencia. De repente hilan sus canciones y siguen tocando de corrido. No se detienen a perder el tiempo.
Jenny Lee Lindberg se para en el centro del escenario con su pelo rosa y su bajo. Perra. Es la favorita de todo el mundo. A la derecha Emily Kokal se rifa con la guitarra, pero sobre todo en la voz. Warpaint tiene una composición de voces algo compleja y Emily es, sin duda, quien destaca entre el mar de vocecitas que a veces juegan en el mismo tono. A la izquierda Teresa Wayman hace lo que Emily, pero menos. La batería suena impecable a cargo de Stella.
Tocaron "Undertow" y la gente la coreó completa. Después "Biggie" y luego "Love is to die." Cuando bajaron un poco la luz y se pusieron espesas, un tipo alzó las manos en una señal como de corazón que en realidad parecía una panocha, la posición exacta que toman las manos de los imbéciles de las cámaras. Empezaron a tocar "Disco/Very" su único momento estrictamente bailable y la gente bailó. Salieron del escenario. Cuando regresaron hicieron un muy buen cover a "Ashes to Ashes" de Bowie y luego se extendieron un rato hasta que desvanecieron su sonido por completo. Me escabullí entre comentarios de esos que hacen los "melómanos" y aproveché la furia de mi odio absoluto para salir de ahí rápido.Warpaint es una banda de verdad. Y quiero tener el pelo rosa.
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