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Música

Slint sabían respirar por el culo

La música de Slint es compleja, seria, densa y rara. Entonces, ¿cómo es que la misma gente que hizo estos temas es la misma capaz de cagarse en un vaso de Coca-Cola para hacer una broma?

¿Recuerdas cuando descubriste que dentro de R2-D2 había un enano canoso y el niño que llevabas dentro decidió subirse a ese barco de vela llamado “Madurar” para no volver jamás? Pues bien, algo parecido me ha pasado al ver Breadcrumb Trail, el documental que Lance Bangs ha hecho sobre el Spiderland de Slint —o bueno, sobre Slint en general.

No recuerdo exactamente cuándo ni cómo conocí a Slint, pero sí puedo asegurar que, como la gran mayoría de seguidores del grupo, me fascinó todo el secretismo que rodeaba a los de Kentucky. Si sumamos este aislamiento mediático a la música que hacían entonces tendremos el cóctel perfecto para empezar a generar un mito. También es verdad que cuando descubrí al grupo la poca información que había en la contraportada del disco no supuso un gran problema, debido a que con internet pude saber un poco más de qué iba todo esto. Tracé los vínculos básicos y necesarios con las figuras de David Grubbs, Will Oldham y David Pajo y bandas como Languid and Flaccid, Maurice, Squirrel Bait y posteriormente toda la escena de post-rock de Chicago. Creía tener el asunto más o menos controlado, pero de lo que no tenía ni idea era qué tipo de personas eran los cuatro individuos que conformaban Slint, algo que me descubrió este documental y que hizo que cambiara mi visión sobre el grupo.

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Supongo que todos coincidiremos en que la música de Slint es más bien compleja, seria, intensa, frágil, siniestra, densa, rara y, hasta cierto punto, depresiva. Entonces, ¿cómo es que la misma gente que hizo estos temas es la misma capaz de cagarse en un vaso de Coca-Cola para hacer una broma? Aquí hay algo que no encaja. Y es que en el documental de Bangs descubrimos a una banda cuya forma de ser no encaja en absoluto con esa imagen que habíamos proyectado.

Las cabezas pensantes de Slint, Brian McMahan y Britt Walford, eran unos tipos a los que les encantaba hacer bromas privadas, crueles y totalmente incomprensibles por la gente que los rodeaba. Supongo que en ningún momento tenemos que olvidar que cuando empezaron el grupo eran unos putos adolescentes, así que, de algún modo, todo cobra sentido y no nos tendría que sorprender que se hicieran fotos enseñando el culo, que grabaran cintas de cassette tituladas “Anal Breathing” en las que se tiraban pedos usando una extraña técnica corporal para introducirse aire en el esfínter —cintas en las que incluso uno de ellos dice “This should not exist“—, que le hicieran una broma a Steve Albini con una escopeta a altas horas de la madrugada y que —de nuevo, otro asunto fecal— se grabaran cagando e incluyeran los sonidos captados en sus propios discos, ocultos pero presentes.

Este tipo de humor logra humanizar a los creadores de joyas tan perfectas y pulidas como el Spiderland, logra que dejemos de pensar en ellos como dioses del Olimpo (bueno, exceptuando a David Pajo, por supuesto; él nunca estará entre los mortales) pero no deja de ser extraño que estos mismos tipos compusieran ese tema llamado “Washer”.

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Este, para mí, es el descubrimiento más relevante del documental, ya que la propuesta tampoco tiene demasiadas cualidades como producto fílmico más allá de la excelente documentación y aportación de archivos visuales inéditos hasta ahora —los videos de los ensayos en el sótano de la casa de los padres de Britt son maravillosos—. Aparte de esto no esperen un discurso demasiado elaborado.

Pese a todo esto, a mí ya me vale, y es que todas esas joyas como que Albini fuera el que modificó la portada del Tweez para borrar la marca y la matrícula del Saab que aparece en ella; que Will Oldham empezara a ensayar con ellos pero que al final lo dejara porque no tenía ni puta idea de tocar la guitarra; o que Britt, el baterista, trabajara haciendo pasteles eróticos en Nueva York en un sitio llamado Masturbaker, ya me alegran la vida.

Como colofón final hay un video extra en el que varios miembros de Slint juntamente con Will Oldham visitan la presa donde se hizo la portada del Spiderland —Oldham hizo la foto—. Todos se lanzan de nuevo y sacan sus cabecitas por encima del agua en un momento realmente tierno.

Si quieren ver el documental de Bangs tienen que adquirir el box set de la nueva edición del Spiderland que editó Touch & Go hace poco, y que cuesta lo mismo que la compra mensual en el Lidl. También tienen la opción de descargarlo —bajo su propia responsabilidad— del internet, pero lo que está claro es que tienen que verlo sea como sea. Y si no, si por cualquier motivo se les hace imposible visualizarlo, siempre pueden hacer girar el disco y volver a escuchar “Don, Aman” o “Good Morning, Captain”, que seguro que les hará mejores personas.

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