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Música

¿Por qué el mundo odia a Coldplay?

Si pueden satisfacer a más de ochenta millones de personas, ¿qué es lo que hace que Coldplay sea odiado por los críticos y los fanáticos serios de la música?
Ryan Bassil
London, GB

Foto por Julia Kennedy

Siempre ha habido un lugar en el estómago reservado por los fanáticos de la música para odiar a Coldplay. De hecho, desde que nos informaron que las estrellas en el cielo son amarillas, es como si el mundo no pudiera hablar de ellos sin hacer referencia a lo innocuamente tibia y trivial que es su música.

A su último disco lo han calificado como “vacío”. El anterior a ese fue descrito como “a stagnant fucking pool of premium grade fucking cockwash”. Incluso The Guardian catalogó a la banda como “agotadoramente tediosos”. Cuando escriben sobre ellos de manera positiva, usualmente viene acompañado de una tediosa culpa, como si el escritor estuviera confesando que le gusta McDonald's. Es casi como si una horrible cadena hubiera sido enviada por correo hace años, forzando a los críticos a hacer referencia sobre lo increíblemente vacía que es la música de la banda —y si no lo hacen, llegará una mujer muerta a la mitad de la noche para llevárselos al inframundo.

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Al ver la presentación en el Super Bowl de la banda, es sencillo ver del por qué detrás de lo anterior. Chris Martin es un hombre que aparentemente no puede ir de un lado a otro sin dar saltitos. Se desliza por el piso como un niño de dos años en la escuela, bailando por tanto Boing que tomó, y da puñetazos y patadas al aire. Básicamente, su positividad desenfredada es algo que a mucha gente le cuesta trabajo procesar. Simplemente no les sienta bien.

Y sin embargo, pese a las patadas, los gritos de emoción, y las sonrisas eléctricas, la banda continúa siendo extremadamente popular. Han vendido más de ochenta millones de discos, y este año están embarcados en otra gira mundial por estadios, además de que se rumora que se convertirán en la primera banda en la historia que encabeza cartel de Glastonbury cuatro veces. Son el equipo de futbol de Brasil de la música pop británica. Así que, si pueden satisfacer a ochenta millones de personas, ¿qué es lo que hace que los críticos y los fanáticos serios de la música los detesten?

Lo chistoso de Coldplay es que no son la típica banda masiva pre-fabricada que la gente suele odiar. No son un grupo al que le inyectan toneladas de dinero y que obtiene favores gracias al nepotismo, algo que suele ser el caso de las bandas de pop que dominan los listados. No se apropian del folk y lo hacen pasar como una idea original, como Mumford and Sons, y tampoco forman parte de la monótona y trillada brigada indie —pese a todo lo criticable, sí han cambiado su sonido repetidamente a lo largo de los años. De hecho, de ser una banda más de una de las disqueras más grandes del mundo a convertirse en una de las bandas más grandes del mundo, hay algo extrañamente auténtico sobre Coldplay cuando pones las cartas sobre la mesa. Ellos escriben sus propias canciones, se han transformado y han evolucionado con cada disco, y venden millones sin estar cínicamente marketeados hacia el demográfico adolescente, convirtiéndolos en una especie de reliquia en esta era de producciones de Max Martin.

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Mucha gente te dirá que el problema con Coldplay es su música. Que es tan cansada que es como correr por el desierto, sólo para llegar a un oasis lleno de aire. Y muchas veces ese es el caso. Sin embargo, hay momentos en los que sus canciones son tan universales, que incluso es difícil creer que los más acérrimos detractores de la banda no se han conmovido por ellos en alguna ocasión —incluso si fue por accidente. Sus sencillos más grandes – “Clocks”, “Fix You”, “Yellow”, “In My Place”, “Strawberry Swing”, “Viva La Vida”, “The Scientist” – definitivamente poseen una cualidad melódica que les permite elevarse y trascender las masas de personas.

Cuando pienso sobre Coldplay, pienso sobre mi papá. Yo tenía ocho años cuando él llegó a mi casa con una copia de su álbum debut, Parachutes – una edad impresionable, en la que la música que escuchas se te queda pegada quieras o no. Siempre estuvieron ahí —en ese extraño e intocable lugar en el que se formaron mis recuerdos formativos y se crearon mis asociaciones cognitivas. Así que me es imposible olvidar todos esos viajes por carretera y comidas familiares en domingo sin pensar en la banda que sonaba en esos momentos. Es como si en esos momentos la música se me hubiera impregnado a través de los poros y hasta lo más profundo de mi alma, para convertirse en parte de mi ser.

Como resultado, la voz de Chris Martin me recuerda a una atmósfera personal bastante específica. Cuando la escucho, esos momentos se propagan de mi estómago hasta el aquí y ahora, llenándome de imágenes la cabeza. Escucho al verano del 2000, el año que me compré mis primeros tacos de futbol en uno de los últimos viajes familiares que recuerdo. O la última vez que estuve con mi papá de manera semi-regular, el año en que fue publicado Viva La Vida. Ese es el álbum que me afecta más, en verdad, porque suena como nieve intacta en la mañana de Navidad. Si lo escucho con detenimiento, se siente como que puedo tocar algo que no ha sido estropeado por el paso del tiempo. Sin embargo, cuando crecí lo suficiente como para empezar a leer revistas de música, el sentimiento que me inundó fue el de que yo era un teto, y acepté ese sentimiento y me uní al grupo de los haters.

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Existe una especie de asociación culposa que nos permite hablar de Coldplay con la veneración que merecen sus temas más grandes y más conmovedores —que nos hace poner peros después de cada cumplido. ¿Será porque su música es el equivalente de sentirte conmovido por una telenovela? ¿Será porque nos decepciona que sean el próximo U2? ¿O es un remanente del sentimiento de desilusión que llegamos a tener a mitad de los 2000 cuando Snow Patrol y The Fray inundaban las ondas sonoras de tazas de de música tibia? Eso es parte de ello.

Al final, tiene que ver con cómo somos como personas. Chris Martin, pese a todo su talento, es el empleado que come un sanwich de queso enfrente de su computadora, en su cubículo. Es el tipo que conociste en esa fiesta una vez que ya tienes que borrar de Facebook, pero que sigues sin hacerlo. Es tu ex-novio, con las velas prendidas, tocando una canción que te “compuso” mientras estaba en el camión regresando a casa del trabajo. Hay algo completamente pedestre sobre Martin. Y al elegir no disfrutar su música, estamos escogiendo buscar música que sea más dura, más alta y más innovadora de lo que consideramos como algo promedio.

Pero al mismo tiempo, están esos momentos: los pequeños pedazos de contexto que hacen que estas “tibias” canciones cobren vida. El poder que Coldplay tiene recae en lo poco específicas que son sus canciones. Atacan problemas y situaciones indefinidos, exponiendo sentimientos más que ideas, dejando al escucha poner su propio contexto dentro de ellas.

La infame etiqueta que Alan McGee, el fundador de Creation Records, le dio a Chris Martin y cía a principios de los 2000, llamándoles música para personas que mojan la cama, ha sido asociada con Coldplay desde entonces. Sin embargo, hay algo injusto sobre ese término. ¿Por qué la banda es retratada como un comerciante de húmedo patetismo, simplemente porque abordan los sentimientos en su nivel más básico —algo que le atrae y conecta con grandes partes de la población? ¿Es buena la música sentimental sólo cuando es complicada y profunda? Coldplay explota lo que otros perciben como clichés trillados, pero que sin embargo son sentimientos no menos reales o universales. Básicamente, Coldplay son una muestra de que la música no siempre necesita hacer preguntas profundas al escucha o lo tiene que retar. A veces simplemente tiene que afectarlo, un ejercicio que consiguen pese a parecer en directo ser liderados por un Boy Scout.

Ese carisma enfurecedor de Chris Martin sobre el escenario puede ser tan nauseabundo como brincar la cuerda después de comer, y es difícil no entender cómo nació tanta furia en contra de Coldplay. Pero cuando los odiamos, ¿estamos simplemente aceptando que queremos experimentar más de esta vida? ¿O estamos negando el hecho de que también nosotros sentimos estas emociones —promedio, pero no por eso menos significativas— diariamente, muy profundo de nuestros seres? Creo que es un poquito de ambas cosas.

Sigue a Ryan Bassil en Twitter: @RyanBassil