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Música

Una noche con Patrick Miller

El misterioso rey del Hi NRG nos abrió las puertas de su legendario club para pasar una noche inolvidable con él.

Patrick Miller. Fotos por Daniel Patlan

Cuando tenía unos 9 o 10 años, Juan José, un veinteañero –quizá menor de 20, la verdad– que trabajaba en el mismo lugar que mi mamá, me reveló todo un universo visual de volantes futuristas, con los que se anunciaba algo que apenas alcanzaba a entender y que más tarde descubriría que se trataba de las célebres fiestas sonideras de Hi-NRG, esas que democratizaban –pinche palabrita pedorra, pero es la única que me viene a la mente– el concepto de discoteca, y que eran capaces de convertir cualquier callejón en un umbral hacia un futuro imaginario de la mano del buen audio, las luces juguetonas y música heredera de la música disco y su espíritu hedonista.

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Juan José me contaba que él y montones de seguidores más de algo llamado Hi-NRG se reunían dos veces a la semana afuera de una tienda de discos de la calle de Génova, en plena Zona Rosa, para presumir e intercambiar propagandas impresas en estimulantes papeles con llamativas tintas, dibujos que parecían relatar historias de ciencia ficción, muchas veces protagonizadas por sensuales personajes. Un día, aquel amigo temprano decidió que había llegado mi momento de poseer uno de aquellos flyers, que deslizó desde su carpeta forrada con decenas de ellos hasta mis manitas emocionadas. Su segundo obsequio fue un vinilo de Lene Lovich, mi introducción –sin saberlo– al new wave, aunque yo pensaba –¡era un niño, carajo!– que eso era Hi-NRG. Con esos eye candies que se traficaban cual estampitas a unas cuantas cuadras de donde yo vivía, Juan José había conseguido sembrar en mí el interés por una música que pronto descubriría cómo sonaba, y que se volvería fuente de mis primeros estímulos relacionados con música sintética bailable.

Adelantémonos varios años. El fotógrafo Daniel Patlán y yo estamos llegando a Mérida 17 con el encargo de “entrevistar a Patrick Miller”, que era en realidad la manera en que se nos había encomendado conseguir algunas frases de Roberto Devesa, fervoroso promotor de la música sintética, de los vinilos y del audio y las luces mamalones, un personaje que desde principios de los 80 comenzó a esculpir su leyenda entre las huestes nocturnas y bailarinas de la Ciudad de México, área metropolitana y más allá. Sabíamos que Roberto difícilmente daba entrevistas. Así que tanto a Patlán como a mí nos entusiasmó que fuéramos nosotros los elegidos para este encargo –o los que aceptamos el reto de “trabajar” en plena noche de viernes–. Así lo comentábamos afuera del Patrick Miller cuando salieron a recibirnos. Tras el saludo llegaron las advertencias: a Roberto no le gustan las entrevistas, habla poco, es un poco tímido y probablemente va a costarles trabajo conseguir que pose para un retrato. Las circunstancias iban a ir muy en contra de esos pésimos augurios.

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Mientras llegaba la hora de hacer tirabuzón para platicar con él, hicimos la antesala más divertida que pudo haber existido jamás. Armados de cervezas, pudimos explorar la cabina –y tener la afortunada perspectiva de los pinchadiscos– donde DJ Le Fog y DJ Diablo seleccionaban los vinilos que hacían gritar, bailar y sudar a la gente allá abajo. Lo programado esa noche pronto estimuló en mí una especie de eufórica nostalgia por los 80 y 90: When In Rome, Frankie Goes To Hollywood, Depeche Mode, New Order, The Human League, MC Miker G, Modern Talking… La selección estaba todo el tiempo aderezada por las luces que Paqui iba programando. Y digo “luces” por el hábito de aludir al viejo término de “luces y sonido”, que no sé en aquellos años 80, pero que en el caso de ese bodegón de la colonia Roma resulta poco elocuente.

Montones de controles computarizados que parecieran el control de una sofisticada aeronave sirven a Paqui para ir cambiando el orden y la sincronía de los rayos láser, los reflectores y todo lo que va apareciendo en la pantalla del fondo del lugar. De hecho, es común ver a Paqui desplazándose de un lado a otro de la cabina para manipular los distintos controles. Cuando llega “French Kiss”, de Lil Louis, y vemos cómo las luces van ralentizándose junto con el ritmo de la canción hasta llegar a los gemidos en una oscuridad casi total, descubrimos que el colmilludo de Paqui no solo está apretando botoncitos de manera aleatoria: en realidad, va escogiendo la mejor manera de acompañar con pulsaciones luminosas lo que los DJ's han seleccionado para una noche más de rendir culto a la nostalgia.

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La memoria falla la mayor parte del tiempo, como bien lo sabe Roberto Devesa, quien me contó esa noche que prefiere evitar las entrevistas porque todos quieren saber datos precisos, fechas, cuáles son sus orígenes, que no recuerda –o considera poco importantes–. De lo que le encanta hablar, como pude comprobar esa noche, es de la música y de su poder para diluir prejuicios de todo tipo –de raza, de clase, de género…–. Aunque lleva poco más de tres décadas dando vida a la noche defeña y ha conseguido que el Hi-NRG se mantenga en el gusto del público gracias a su preocupación por que suene siempre impecablemente, sigue emocionándole ver llegar tanto a su lugar como a sus festivales a un público muy heterogéneo y de muy diversas edades.

Decía que la memoria falla –probablemente la noche y sus excesos tienen la culpa– porque no recuerdo si fue una estación de radio la que me inició propiamente en el Hi-NRG. O si fueron dos. Lo que sí recuerdo vagamente es que había un programa que me gustaba más que otros. Lo esperaba semana a semana armado de “cassettes vírgenes” para grabar todo lo que podía, para luego tocarlo y tocarlo hasta el hartazgo. (Creo que era en el 103.3 de FM, pero no conseguí rastrear bien el dato.) Una fuente de información confiable a la que pudiéramos acceder desde un dispositivo móvil todavía resultaba una idea digna de aparecer en uno de aquellos flyers futuristas, así que había que entregarse a ese tipo de programas de radio o a DJ's de gusto impecable, como Roberto “Patrick Miller” Devesa.

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Prácticamente todo lo que programaban en ese espacio radiofónico me entusiasmaba. Para entonces era un ingenuo chico de secundaria que creyó que cuando llevara esa música increíble para mostrarla a sus amigos de la escuela iba a encontrar el mismo asombro. Lo que hallé fue bullying. A los bullies en ese entonces se les llamaba simplemente “pinches changos culeros”, que en mi caso, pedían –exigían– que les enseñara a bailar eso que salía de los cassettes o mejor los dejara volver a la cumbia. Carecía de agallas para mostrarles los pasos que sabía y decidí que el asombro de hallar esa música fascinante me lo guardaría para mí. Sin saberlo, era un discoloco de clóset, y el Hi-NRG fue el inicio de mi gusto por la música orientada a las pistas de baile, que ya a principios de los noventa, comencé a coleccionar; discos que no eran de Hi-NRG pero que sí sonaron hace un par de semanas antes y después de la plática con Roberto Devesa (de Leila K a Black Box pasando por Technotronic o Erasure).

Temo parecer grosero hablando tanto de mí en unas líneas dedicadas a Patrick Miller, pero todo esto fue parte de lo que compartí con Roberto esa noche y que hizo posible que nuestra conversación se extendiera esa noche y evitara que se replegara a su tan afamado silencio. Y en mi descargo, me atrevo a decir que todo esto es suficientemente elocuente de lo que sucedía en aquellos años y que todavía hoy sigue percibiéndose en las discusiones de distintos grados de rudeza que pueden hallarse en los foros de internet: la gente se divide –y se dividía desde entonces– en los fanáticos del Hi-NRG e impulsores –sonidos, djs, “discolocos”…– y los que de plano no entienden por qué esa música retrofuturista puede causar tanto entusiasmo y esas ganas locas de bailar con todo el cuerpo –mucho brazo, mucho movimiento coreográfico– y prefieren ocultar su azoro y su incapacidad para apreciarla –probablemente también para bailarla– detrás de insultos o sonrisas tontas.

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Ese viernes, luego de ver desde la cabina del DJ y a ras de pista a varios chicos bailando desde voguing hasta breakdance y discoloqueando en las célebres “rueditas”, Roberto me contó que de alguna manera, mientras crecía su fama, su base de “patricios” y su colección de discos –que hoy ronda los 20 mil vinilos, según un vago cálculo suyo–, a él también le tocó vivir cierta incomprensión y todo tipo de abusos; el más grave, cuando un comando armado llegó a Tulpetlac, allá por mediados de los 80, para robarle absolutamente toda su discoteca ambulante, que desde aquellos años ya era célebre por incorporar lo más avanzado en audio e iluminación. Pero el golpe no lo detuvo, y siguió fiel a los sonidos que le provocaban tantos entusiasmos, sonoridades que provenían de la música disco pero que ya se habían bifurcado y transformado en géneros como el italo disco y el synth pop, principalmente europeo, del que tendremos abundante muestra en el Patrick Miller Fest, que sucederá este sábado y que reunirá varios miles de oídos deseosos de invocar, a partir de pulsos sintetizados y ritmos de secuenciador, esos años de vuelos cósmicos, de obsesión por mirar hacia el espacio exterior desde la pista de baile.

Roberto me contó también que una de las circunstancias que más disfruta es saber que el nombre de Patrick Miller resulta familiar para los diversos artistas de italo disco y de synth pop que se mantienen activos en Europa. Cuando le pregunté por qué quiso poner acento en el italo disco en el festival de este año, me dijo que en realidad muchos de ellos son artistas que ha programado como DJ desde siempre, aunque la gente solía empaquetar todo –disco, italo disco, eurobeat…– bajo un mismo rubro: Hi-NRG. Uno de los invitados al festín sintético del sábado es Savage, el alias de Roberto Zanetti, productor influyentísimo en la música dance de las últimas tres décadas, tanto con sus propios temas como con los producidos para Wilson Ferguson, Paula Evans o hasta Double You –seguro en la memoria RAM de gente de todas las edades está su éxito “Please Don’t Go”–, que no obstante llenar estadios él solo en Europa del Este, sin chistar aceptó formar parte del festival que reunirá también a varias de las voces y creadores de los sonidos que han sonado desde siempre en los sets de Patrick Miller: Boytronic (synth pop de Hamburgo), Claudia Barry (voz emblemática de la época disco; ¿cómo no tener en el radar su participación en “Whisper to a Scream”, de Bobby Orlando?), Clara Moroni (de Italia, considerada la reina del eurobeat y colaboradora también de montones de proyectos de italo) o Larabell (de Italia también, y responsable de un energético italo disco, y que seguramente hará sacudirse el Palacio de los Deportes cuando suene su versión italo de “Feel It”, el célebre track de Fonny de Wulf).

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Todos ellos están felices de formar parte del festival de ese genio de la música de baile que fue capaz de adaptarse a todo y que dejó la errancia para establecerse primero en el Club de Periodistas, por los rumbos del Centro Histórico, y más tarde en su actual sede, en la Roma, donde suele atestiguar cómo transcurre la noche desde detrás del DJ, feliz de ver cómo ha podido diluir fronteras, con ayuda de la música, entre edades, posiciones sociales, nacionalidades e, incluso, gustos musicales.

Esa noche de viernes conocimos a un Roberto Devesa jovial, emocionado de ver lo que sucede ahí cada noche, entusiasmado por la cercanía del festival, preocupado por que todo suene y luzca inmejorable para esa cita anual, dispuesto a conversar –¡y a posar para la cámara de Patlán!– tras agradecer que no había sacado la grabadora y soltar una que otra indiscreción, y a obligarnos a seguir la fiesta hasta que las luces se apagaran.

Creo que eso mismo ha hecho Roberto –obligar a su público creciente a seguir la fiesta–, sin hacerlo explícito, a lo largo de los años, lo mismo en fiestas como aquella legendaria de primer aniversario protagonizada por Divine en el World Trade Center, que desde hace dos décadas con ese lugar de la Roma al que ningún video le hace justicia –pinche internet, pinches celulares–, donde todos podemos bailar sin ser puestos a prueba, sin inhibiciones, con la misma nostalgia por el futuro y la noche interminable que siempre ha guiado a Roberto Devesa. ¿Van al Patrick Miller Fest o se quedan? Allá ustedes.