Surfeando por la vida con Los Blenders

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Música

Surfeando por la vida con Los Blenders

Viajamos con los integrantes del cuarteto de garage pop al lugar donde todo empezó, Coapa, y exploramos el pasado, presente y futuro de la banda.

Los Blenders. Foto tomada de su página de Facebook

Es difícil que un artista se inspire teniendo una vida ordinaria. Cuando lo único que alguien hace es despertarse, ir a trabajar enfrente de una computadora todo el día, y regresar a ver la tele, es complicado hacer canciones que hablen de cosas interesantes. Más bien, los grandes músicos son aquellos que experimentan, que viajan, que exploran su ciudad y su barrio, que toman riesgos, que le encuentran lo mágico a lo cotidiano, y que logran contar una historia que sea tanto universal como personal. Que se salen de su zona de confort y que gracias a ello conocen música, personas, y hasta aspectos de sí mismos que de otra manera no habrían conocido.

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New Amsterdam Vodka alienta a romper las rutinas y tomar riesgos, y por eso nos aliamos con ellos para crear esta nueva columna, en la que seguimos a distintos músicos por sus barrios y nos enseñen cómo es la vida en distintas zonas de la Ciudad de México. En esta segunda edición fuimos con Los Blenders a Coapa, su lugar de origen, para que nos platicaran sobre cómo y dónde surgió su mezcla de garage, surf, punk y pop.

Son músicos atrevidos. Como esa estirpe de delanteros que al tomar el balón, van y confrontan al defensa con sus mejores fintas. Que no se achican, que van en busca de la portería de forma instintiva. Eso es; sus rolas son frescas, espontáneas, como algunos recursos pamboleros en donde el talento y el oficio se notan. Sus rolas son como la cuauhtemiña: Divertidas y bien hechas, con un estilo muy personal.

Cuando estudiaban en el Colegio México, al sur de la Ciudad de México, jugaban en la parte ofensiva de la alineación. A uno le gustaba Nirvana, Radiohead, Pulp. Ése se llama Sebastián Villalba. Acabó como lateral y guitarrista. El otro, el de la voz, es Alejandro Archundia. Arch hace casi todas las letras, y en aquel entonces, cuando tenían trece o catorce años, prefería el pop punk. Cuando conoció Napster sus horizontes musicales se abrieron. Él era delantero. Ambos jugaron en el América, aunque el de la lira le va a los Pumas. El vocalista es Águila.

Arch quiso formar una banda después de asistir a los ensayos de O Tortuga. Se juntaba con ellos a echar la chela. Sabía que Sebastián le pegaba a la lira, así que le sugirió que tocaran juntos. Sebas se fue a Canadá y desde allá intercambiaban notas e ideas. Eventualmente, se unirían a la banda Jorge Maya en el bajo y Guillermo Pacheco, alias El gordo, en la bataca, quienes iban un año abajo que ellos en la escuela.

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Los Blenders en una fiesta casera en 2014. Foto por Rodrigo Jardón.

Había un chingo de gente en su primera tocada. Era una fiesta. Habían comprado una botella de pisto, y se la acabaron en 40 minutos. Querían probar las mieles densas y hediondas del rockstarismo. Sin embargo, a Alejandro se le fue la voz, y no recordaba las letras. Algo similar le pasó a todos.

“Ahora ya hay gente que paga por ir a vernos. Creo que hay que tomárselo en serio,” dice Arch, recordando esas primeras tocadas. “A mí se me hace culero tocar mal cuando alguien se gasta su varo para verte. Y no nos ponemos hasta la madre cada que tocamos. Hay gente que se quiere tomar una foto contigo, y pues creo que merecen respeto. Gracias a ellos ya no trabajo, sólo hago lo que me gusta hacer”, finaliza orgulloso.

Durante años se juntaron a tocar sólo para ellos. Lo único que los empujaba a seguir con el sueño era la amistad, porque les gustaba estar juntos. Los sábados eran sagrados: peda y ensayo. Por el puro gusto de tocar juntos.

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“Pasas por mí y estoy listo para ir por cualquier camino. Porque tú eres mi amigo. Si estás aquí, yo estoy mejor.” Así comienza ‘Amigo’, una de sus rolas más entrañables. “A este güey lo secuestraron”, dice Alejandro al señalar a Sebastián, “y no mames, se siente bien culero. Te pasan mil cosas por la cabeza. No mames, no voy a volver a ver a este güey. Por eso le escribí esa rola. En ese entonces yo era más introvertido. La rola no habla del secuestro ni nada. Pero hay cosas que das por hecho, y no le dices a la gente que está cerca de ti: Oye, gracias, por estar siempre. O te quiero un chingo. Escribirla fue mi forma de decirlo. Y la escribí pensando que quizá nunca la iba a escuchar.”

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“Es más chido salir de gira porque son mis amigos”, dice Sebas. “Estás produciendo algo en conjunto; obvio si te llevas bien saldrá mejor. Estar ensayando, las chelas, vamos a jammear. O vamos a un lado después del ensayo. Impacta en la mecánica de la banda el hecho de seamos amigos. Si no fuéramos amigos, no habría banda. Si me cayeran mal, no me la aguantaría.”

Alejandro interrumpe.

“Cuando salimos de gira es como si te pagaran el viaje con tus compas. Tocas dos horas y el resto del tiempo haces lo que se te dé tu puta madre.”

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Arch y Sebas en la Nápoles. Esta y todas las demás fotos por Irving Cabello

Meta y dinero’ fue la primera rola que pegó. Salió en blogs de todo el mundo, como The Fader, Club Fonograma, TIny Mixtapes y Vanishing Point, entre otros.

Ayuda que se conozcan desde la adolescencia, porque nadie se ofende con las actitudes ajenas. Ya se conocen. Se leen sin palabras. Así es la amistad. Nunca han perdido la meta de vista. Sólo se preocupan por la calidad de su trabajo.

Desde la ventana de su departamento en la colonia Nápoles se ve una inmensa parte de la ciudad. “Aquí vivimos. Aquí estamos todo el tiempo,” dice Alejandro, refiriéndose a la ciudad. “Hay tanto caos, tanta gente aquí. Hay lugares abiertos y hay lugares para después.”

“Si no hubiéramos jugado futbol, no nos hubiéramos conocido.” Vivir en el sur les daba hueva. Todo lo chido les quedaba lejos. Pero sirvió para la conservación de los santos y sagrados sábados de ensayo. “Nos llevamos bien en todo, podríamos hacer cualquier cosa y nos saldría bien.”

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Han bebido desde Coapa a Tijuana. La primera vez que despertaron en la frontera las paredes se les derretían. Coapa es su terreno, pero sólo recuerdan una tocada ahí. A Coapa, el lugar que en nahuatl significa “lugar de culebras“, lo definen como un suburbio gringo. Aspiracional es la primer palabra que les llega a la cabeza cuando piensan en el hogar de las Águilas del América.

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El Gordo y Sebas en el Villamelón

Son las dos de la tarde, y nos encontramos en el after más famoso de Coapa: los Tacos Villamelón. Hay banda que no puede ocultar que ha salido del paraíso de la fiesta para extenderlo aquí, en un sitio familiar. Piden pomos a las nueve de la mañana, y su comportamiento parece ser el mismo que se tiene cuando la fiesta en el antro está en el momento más alto. Su ropa es de marca, lo que dispara una nueva conversación. “Güey, conozco un chingo de gente que sus papás tienen un putero de varo, y niegan que lo tienen,” dice Sebas. “Así hay banda en Coapa. ‘Chavos bien’ es nuestra rola para burlarnos de ese pedo de ser de Coapa.

“Existe el rumor de que a un festival no nos invitaron por ser de Coapa. Nos da risa. Nosotros no somos hijos de pobres; a nuestros papás les va decentemente bien. Ni modo que niegue de dónde soy. Mis papás no son millonarios. Se me hace chistosa la posición del güey fresa que escribe rolitas de enamorarse y drogarse. Supongo que sí somos fresas. Lo cagado sería que en Coapa alguien hiciera arte Mirrey. Hay gente en Coapa con muchos pedos de identidad. Nadie se esperaba que una banda de allá tocara en el gabacho.”

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Nos movemos a una cerrada. Ninguno de los Blenders vive aquí, pero el Gordo al pasar le pregunta al vigilante si le ha llegado correo. El oficial dijo que no y levantó la pluma. Viejo truco coapeño. Nos rodean casas de estilos eclécticos. Bebemos chelas en grandes vasos de unicel mientras estamos echados en el pasto, platicando sobre música. Todas las chelas son de sabores distintos. Las compramos en Las Aztecas, una chelería que va rolando de locales conforme la delegación los clausura. Casi siempre están cerca de Santa Ursula y San Tomás. Les llueven recuerdos de pedas catastróficas que comenzaron en Las Aztecas. Este era uno de los tantos lugares a donde recurrían cuando vivían por acá. Cuando se iban de pinta las opciones eran empedarse, ir al Ajusco o al billar. La neta no he probado mejor Clamato que el de las Aztecas. Lo siento, pero ni siquiera en Tepito.

Al Gordo no le gustan los deportes físicos. Él es un as del volante. Ha corrido carros en el Autódromo Hermanos Rodríguez, ha desmadrado al menos cinco. Me lo cuenta en el estacionamiento de Pericoapa mientras se quita el zapato para mostrarme la cicatriz que le dejó uno de sus multiples accidentes. Una rajada a la altura del talón. Tres operaciones y casi un año sin caminar. Es un tipo intenso, aunque tiene una de las sonrisas más netas y tiernas.

Sebastián recuerda la alberca, las canchas de fut, por dónde lo dejaba su padre en las mañanas en el Colegio México. Y no puede olvidar lo que le dijo un viejo maestro, que le dio clases a su padre: tu familia es como la nobleza, pero tú eres un plebeyo. Recuerdan lo gandulas que eran los maestros, que algunos pedían pomos para no reprobarlos. También recuerdan a un portero del América que iba con ellos. Un hombre no tan hábil para los estudios.

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Cruzamos los pasillos de Pericoapa, repletos de colores fluorescentes. Yo a veces acompañaba a mi tía Pavis a vender perfumes. Recuerdo que había un tipo que se paseaba con un cachorro de león. Hay gente muy joven con sus hijos, parejas que no rebasan los 25 años y se nota que se están gastando toda la quincena en una sudadera o unos tenis, pero es lo que les late.

En Galerías nos reímos de ver a una veintena de señoras de más de cincuenta años, todas con el pelo corto, sentadas, conmovidas ante una interpretación de “Por ti volaré”. Una mujer joven es la que está en un pequeño escenario casi a la entrada de la plaza. Es domingo por la tarde y esas mujeres dejan que sus lágrimas salgan a pasear. Todos veníamos de niños a esta madre, dice el gordo.

El sol cae en el sureste de la Ciudad de México. Los Blenders dicen que este año grabarán disco, pero no tendremos el placer de escucharlo hasta el año que viene. Mientras avanzamos por Periférico y vamos mirando las esculturas de la Ruta de la amistad, parece que en el aire hay acordes, acordes de surf pop.