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Música

La utopía del ritmo: rock en La Habana

Para escuchar rock en La Habana hay que ir al Maxim Rock. El Ministerio de Cultura de Cuba paga la fiesta cada noche.

Para escuchar rock en La Habana hay que ir al Maxim Rock, recinto creado en La Habana en el 2007 para que las bandas de rock y heavy metal dieran sus conciertos con buen sonido y comodidad, y que los amantes de ese género musical pudieran disfrutar de un buen espectáculo. El local depende de la Agencia Cubana de Rock, que tiene en su roster decenas de bandas de La Habana y de todo el país. El Ministerio de Cultura de Cuba es el que paga los conciertos.

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Antes de pertenecer al catálogo de grupos, estos deben hacer una prueba ante los expertos de la agencia de rock. Ellos decidirán si son profesionales o no. Si pasan la prueba, pueden tocar en el escenario del Maxim Rock y en los locales que están bajo el mando del ministerio.

Cada semana, los sábados hay conciertos en donde el rock es el género que manda. Hoy se presentarán las bandas Morning Bowlings, Stoner, Treatment Choice y Deadpoint. Antes de comprar mi entrada, 3 pesos convertibles o CUC, que equivalen a 3 dólares (la entrada para los cubanos es de 1 CUC), le pregunto al despachador si los grupos son extranjeros. Hace un gesto de que no entiende mi pregunta. Unos chicos se ríen a mi lado. —Son bandas cubanas que cantan en español, pero sus nombres son en inglés—, me dice uno de ellos. Ahora soy yo el que hace un gesto de no entender mucho. —Ya verás —me dice una chica que parece tener 13 años—, son muy buenos los grupos. Noto que va vestida como Joan Jett y se lo comento, se le ilumina la cara y grita —síííí, ¡es la primera persona que se da cuenta!—. Me imagino qué diría Joan Jett al saber que hay una niña de 13 años en La Habana que se viste como ella.

Me quedo en la puerta un rato hablando con Elías, el encargado de la iluminación, quien ha estado en la organización desde el inicio de Maxim Rock. Le pregunto por las bandas del día:—¿cómo es eso que tienen nombres en inglés siendo Estados Unidos y su idioma enemigos de toda la vida?—. Él sonríe, —eso es el arte, mi hermano, no podemos negar que la influencia de toda la música rock viene de allá; aquí no hablamos inglés, pero el timbre nos gusta—.

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Le comento que hace unos años había venido al Maxim Rock a ver a algunas bandas emblemáticas. —¿Cuáles?—, me dice. —Hipnosis y Scape— le respondo. —No, compadre, esas bandas ya no existen aquí en Cuba; ellos pidieron asilo en Estados Unidos, no se sabe nada de ellos— dice, zanjando la conversación.

Una mujer vestida estilo gótico-tropical, y que no parece una niña (hoy el sitio está repleto de menores de edad, que en Cuba tienen permitido entrar en estos espacios), oye mi diálogo con Elías y me cuenta: —Yo me acuerdo de esas bandas. Eran mis amigos. Las chicas de Hipnosis, no sé qué andarán haciendo allá en Miami, será pasando calor, porque allá no hay movimiento de música heavy—.

Antes de entrar, cerca de la puerta, en la calle los jóvenes apuran las botellas de ron que se pasan de mano en mano. Veo un barullo en la puerta, unos chicos gritan y dicen groserías —¡váyanse todos a la pinga en esta pinga!—. El autor de la rabia es un chico que lleva un peinado punk mohicano y que se parece a Billie Joe Armstrong de los Green Day. Le pregunto qué le pasa. —Compadre, es que esto es una mierda, estábamos en el cartel de hoy con mi banda punk Resaka y a última hora nos dijeron que ya no tocábamos. La misma mierda de siempre contra la música punk, que se vayan a la pinga—, grita hacia el recinto.

Los ánimos están caldeados entre algunos chicos que sólo iban a ver a esa banda. Los responsables del local los miran sin decirles nada, mientras dos jóvenes les gritan muchas groserías. Una mujer, que parece ser la encargada máxima, les dice señalándolos con el dedo —voy a llamar a la policía—. Por arte de magia, los chicos dejan su rebeldía punk y se alejan. En Cuba el miedo a un calabozo es muy poderoso, y por más descerebrados que parezcan esos chicos con sus cabezas rapadas y largas crestas, creo que conocen bien el peligro de una llamada a la policía.

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El primer concierto empezó puntual, a las 9:00 p.m. Son los Mornigns Bowlings y no sé si es una representación teatral o música, porque el cantante no hace más que hacer gritos guturales propios del metalcore. Me aburro profundamente y a mi alrededor los asistentes parece que también. Allí todos han venido a ver a la banda estrella de la noche: Deadpoint. Pero falta un rato.

Hay una barra en el otro lado del escenario donde venden cerveza y ron a precios razonables. Conozco a Alexis, el cantante de Treatment Choice, le invito a una cerveza mientras vemos tocar a los Stoner. Los Stoner son una banda de covers en inglés y en español, pero no le entiendo al cantante en ninguno de los dos idiomas, y no conozco ninguna canción, o es que yo estoy demasiado desactualizado. Son muy buenos músicos; el cantante se desvive por agitar a la audiencia, pero no lo logra. Le pregunto a Alexis porqué el nombre de su banda está en inglés, me responde —traducido quiere decir 'tratamiento opcional'—, asiento con la cabeza y continúa: —es que así quedaba más bonito, ¿sabes? Hay una moda de que los grupos usen nombres en inglés para llamar más la atención, sobre todo si alguien de Estados Unidos viene y nos quiere llevar a tocar allá—.

—¿Y ha venido alguien en los últimos años a hacer eso?— le pregunto; —No, aún no— y se ríe a carcajadas. Me atrevo a preguntarle cuánto gana por concierto, no le preocupa decirme —nos pagan al grupo 6,000 pesos cubanos ( aprox. 230 dólares) y nos repartimos entre 4, me quedan 58 dólares—. Hago cálculos: —si tocas una vez a la semana, te ganas al mes 232 dólares ¿no?—. —Exacto, así mismo—. Le pregunto si sabe que es un privilegiado por ganar una cifra que muy poca gente en Cuba percibe. Se encoge de hombros aseverando —así son las reglas que el mismo gobierno hizo, a mí me pagan ellos—.

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—¿Qué música hace Treatment Choice?—, le pregunto —te va a gustar, vas a ver. Somos una mezcla de muchas cosas: hardcore, timbal y heavy metal con hip-hop y rap—, me responde y se va. Es su turno de tocar.

Empieza su concierto y es cuando realmente veo a los asistentes calentarse. Sin duda, la música de Treatment Choice es potente y acelera a los chicos, que comienzan a hacer el característico baile de pegarse en medio de la pista. Allí no bailan, se pegan literal y violentamente. Alexis echa unos buenos tragos de una botella de ron, grita, baila y salta, dos veces se cae del escenario hacia el foso, y sigue cantando. Las chicas baten sus melenas y le ofrecen todo a los músicos.

Llega el turno de Deadpoint

El local ya está lleno. La banda sale y el público delira. Los asistentes corean temas como “Losing the Faith”, “Born to Kill”, “Gimme the Power” y “A Reason to Live”, desde la primera hasta la última. Los títulos son en inglés, pero las canciones son una mezcla de castellano e inglés, de las que no logro captar nada coherente. Los bailes frenéticos con patadas y puñetazos incluidos se repiten. Tengo la mala idea de pasar por el medio de la “olla” donde se cocina todo ese ensañamiento corporal, y siento cómo mi cuerpo es transportado y depositado en el lado opuesto de la circunferencia como si fuera un papel, sintiendo mis huesos triturados, pero mi cámara está intacta (lo único que importa). Quién me manda.

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Después de una decena de canciones, el concierto termina puntualmente a medianoche, sin bises para nadie. Las reglas son bastante claras en este aspecto. Tipo cenicienta.

Espero que salga el cantante de Deadpoint para conversar. Se llama Silvio y lo primero que le pregunto es acerca de la fama que tienen. —Cómo la consiguieron?—, aturdido todavía por la adrenalina del escenario, dice —no sé, ni idea, será porque nuestras letras hablan de cosas normales—.

Y prosigue: —vivir en Cuba no es fácil ¿sabes? Nuestras metas son remover las conciencias y de saber reflejar en sus letras el día a día de lo complicado de vivir aquí, educando positivamente. Yo soy feliz en mi país, pero quiero más, queremos llevar nuestra música a toda latinoamérica, para que nos escuchen y vean que aquí no todo es conga y timbal—.

Salgo junto a la gran masa de chicos que estaban en el concierto. Todos caminamos hacia la calle G, en el barrio El Vedado, por donde pasan a estas horas los autobuses que los dejarán en sus casas. Le pregunto a un chico si hay otro lugar a donde ir para seguir la fiesta. —Uyyy no, mi hermano—, dice riendo —aquí no hay plata para ir a otro lugar, los chamacos como nosotros nos queda sólo armar alguito en la calle, con nuestros amigos, con lo que haya. Esto es Cuba. ¿No te diste cuenta?—. Entonces pienso que sí, no había caído en cuenta que estaba en Cuba. Durante tres horas, en el concierto había pensado que estaba en cualquier parte del mundo.

Rock Cuba from Luis Cobelo on Vimeo.