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Música

Una breve historia de la censura musical en la Unión Soviética

De los periodicazos a hacer sus propios viniles con radiografías, los rusos han tenido que lidiar con muchos obstáculos para disfrutar de una sonoridad libre.

Teniendo un poco en cuenta lo ojete que Stalin llegó a ser, no debería sorprendernos que haya puesto varias trabas a la creación artística durante el tiempo que controló a la URSS. Tampoco debería sorprendernos la censura que instauró al igual que sus símiles hicieron en Italia (Mussolini), Alemania (Hitler) y España (Franco). O sea sí. Eran todos ellos diferentes, pero en ciertas cosas llegaron a parecerse mucho. A final de cuentas eran dictadores y tenían que tener las cosas bajo control total.

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En un inicio fueron los grandes compositores rusos quienes pasaron por el cuchillo de Stalin. Se sabía que asistía a diferentes óperas sentándose en un lugar en el que pudiera pasar desapercibido. Si le gustaba lo que escuchaba y veía, invitaba al compositor a platicar y tal vez echarse unos vodkas, platicar y pues no sé qué más. Si al final no te llamaba, estabas en problemas. Esto le sucedió al famoso Shostakovitch en 1936 cuando Stalin fue a ver su Lady Macbeth del Distrito de Mtsenk. Pero fue mucho peor… Curiosa e ¿irónicamente? la trama de la ópera (que ya tú, estimado lector, te encargarás de averiguar si es que te interesa y porque además vale la pena saber por qué se enchiló tanto Stalin, pero como este escrito no trata sobre ello no abundo en él) impactó tanto a Stalin, que ni siquiera se quedó hasta el final de esta obra que había sido aclamada en diferentes partes del mundo, haciendo del joven compositor ruso, uno de los más famosos de su tiempo. Eso se acabaría esa misma noche. Bueno, en realidad dos días después.

Pravda, algo así como el Televisa del Partido Comunista de Stalin, pero tratándose únicamente de un periódico, tituló la reseña algo así como “Revoltijo en lugar de música”. Si nos trasladamos a esa época, seguramente esa palabra significaba algo así como “Mierda en lugar de música”. Pobre Shostakovitch, no tenía idea de lo que vendría. Más que ahondar en lo que la reseña decía o no decía (básicamente decía que era mierda burguesa y que toda ella era un acto en contra del Partido), Stalin se encargó de llevar a la ruina a una de las figuras musicales más importantes de todos los tiempos. Lady Macbeth del Distrito de Mtsenk dejó de aparecer en escenarios; cada determinado tiempo, unos policías acudían a casa del compositor a amedrentarlo. Shostakovitch no publicó ninguna de sus obras sino hasta dos años después: su Quinta Sinfonía. Fue censurado, pero lo curioso es que en 1949 Shostakovitch se echaría una plática con Stalin por teléfono, quien al parecer no tenía idea del veto impuesto sobre sus piezas. El dictador, aparentemente desorientado por no tener idea de dicho acto, le aseguró que no habían razones para prohibir sus obras. Lo cagado es que fue el mismo Stalin quien firmó el veto. Pero en fin. Lo que pasó fue que en 1948 se firmó una suerte de tratado que pondría en orden a los compositores soviéticos en un intento de alejar las posibles influencias que podrían llegar del occidente capitalista. En realidad, además de atacar ciertas influencias y características de la música occidental, el escrito firmado por un tal Andrei Zhdanov –que no fue el mismo que Stalin firmó– buscaba arremeter contra la idea de que la música es independiente a la política. O sea, para los socialistas, las manifestaciones artísticas ­–o por lo menos en este caso, las musicales– debían estar vinculadas con la política, y por lo tanto, con el socialismo.

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Más que otra cosa, el textito éste “invitaba” a los compositores soviéticos a escribir música dejando nada a la imaginación: nada de abstracciones en el guión si se trataba de alguna ópera y nada de atonalidades; que hubiera una melodía reconocible y que siguieran los principios armónicos de la música folklórica rusa, así como la tradición estética de la Rusia decimonónica, es decir, la del siglo XIX. Lo que las autoridades buscaron con esto fue, pues, ponerle musiquita a su propaganda, o bueno, fomentar la creación musical con fines claramente políticos.

En realidad no fue tan grave. Muchos compositores, incluidos Prokofiev (el de Pedro y el Lobo) y Shoshtakovitch, no hicieron caso, lo cual sólo se castigaba con advertencias. Si en cambio obedecías las órdenes o mejor dicho, sugerencias, tu labor era recompensada con una buena suma de dinero y supongo que con mayores presentaciones y demás.

Pensarías, lector, que con la muerte de Stalin en 1953 las cosas podrían cambiar. Pero te equivocas. En la misma tarde en la que el bigotón murió, los meros meros del Politburó extendieron la vigencia de dicho documento. Pero a ver, no haré un recuento de todo lo que pasó con la música soviética después de la muerte de Stalin. Llevaría muchas páginas y tiempo para leer, el cual no tienes. O me imagino que no lo tienes y no es la hueva lo que no te permite leer un poquito más. En fin. Continúo.

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Los líderes soviéticos no contaban con una cosa: el nacimiento del rocanrol y el desenvolvimiento de ese fastidioso jazz que tanto ha molestado a muchos desde su nacimiento. Sí, sí, estaban muy preocupados por las atonalidades y falta de estructura en las grandes composiciones de los grandes compositores; de las influencias que músicos franceses, estadounidenses, italianos, ingleses o qué sé yo pudieran ejercer sobre los suyos, pero de cierta forma se habían olvidado de los más recientes géneros musicales que se estaban desarrollando del otro lado del mundo, y bueno, también a un lado suyo. Está bien, se olvidaron de ellos, pero vamos, es obvio que fueron también prohibidos. Sin embargo, en este caso, el pueblo ruso, bueno, parte de él, fue muy ingenioso.

A estas alturas deberíamos imaginar que la compra de vinilos dentro de la URSS era una cosa medianamente difícil de realizar. Imposible, yo diría. Y aún más si los vinilos contenían música de Elvis, Lewis, Ellington, Armstrong, etcétera. Ya saben, “un riesgo para el partido”. Pero así como ha habido millones de prohibiciones a lo largo de la historia, siempre se ha sabido darles la vuelta. En esta ocasión, los rusos se las ingeniaron para contrabandear algunos de estos vinilos imprimiéndolos en placas de rayos X. Así, en unas costillitas, en una clavícula o en un fémur, podías escuchar al Rey, a Halley o a Monk. Fueron los Stilyagi (que literalmente significa “obsesionados con la moda”, ¿hipsters soviéticos?), un grupo de jóvenes soviéticos que tras la Guerra se dedicaron a copiar las fachas de los héroes hollywoodenses y los andares de los emergentes rockstars norteamericanos y británicos, quienes se dedicaron a la creación y contrabando de estos materiales. La música de huesos, como han sido nombrados por autores que han trabajado en este tema, se convirtió en un gran problema para el gobierno soviético. Se dedicó a combatirlos con fuego: con copias piratas hechas con las mismas placas que después de unos segundos de música, comenzaba a sonar un mensaje pro-soviético y anti-capitalista, seguido de unas cuantas mentadas de madre en la cual te llamaban traicionero (se dice). Sin embargo, el intercambio de este tipo de materiales no se acabó gracias a la piratería gubernamental, sino a la llegada de los casetes. Así, una especie de P2P se creó, bajo el cual se intercambiaban y copiaban álbumes en cintas sin correr el peligro de ser descubiertos y llevados a la cárcel o tal vez a algún bonito lugar en Siberia.

La prohibición continuó durante muchos años más, hasta llegar al día en el que Julio Iglesias fue también prohibido por considerársele un fascista. Sí, el papá de Enrique. Digo, no conozco su historia, pero tal vez tuvo alguna relación cercana con Franco y de ahí se basaron los soviéticos para vetarlo en sus territorios. No sé, honestamente. Lo mismo le pasó a David Byrne y a sus Talking Heads, pero no fueron prohibidos por fascistas, no, sino por atentar contra los valores socialistas. Especialmente la canción “Life During Wartime” fue la que no les cayó tan bien. Más adelante, Tina Turner fue prohibida por ser considerada demasiado sexy. ¿En serio? ¿Vas a prohibir a alguien por estar tan rica o tan rico? No mamen. Ya un poco de estupidez comenzó a fluir, pero tranquilos que estarían a escasos seis años de venirse abajo. Los soviéticos, claro, las prohibiciones quién sabe…

Lo jodido, o lo curioso si se prefiere, es que en estos días, a décadas de distancia desde la caída de la URSS, existen aún vetos musicales en dicho país. Tal vez las razones son un poco más justificables, ¿será? No creo. ¿Por qué tanto pinche miedo a la música? No es la primera vez que lo pregunto en esta columna y para como van las cosas, no creo que sea la última.