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Música

La noche que le robaron el celular en una cantina a Masha de Pussy Riot

Me encontré por accidente a Masha, de Pussy Riot, un domingo por la noche en una cantina del Centro de la Ciudad de México. Cuando tratamos de conectar, el dealer le robó el celular y la policía lo protegió.

Fotos por Irving Cabello

Conocí a Masha cuando estaba con unos amigos tomando unas cervezas en un bar del centro. 6 personas se sentaron justo en la mesa vecina. Un fotógrafo documentaba todo con su cámara. El grupo de rusos llamó mi atención y me acerqué a preguntar qué hacían ahí. Ella me respondió que si había oído hablar de Pussy Riot y señaló a Masha que traía puesto un vestido negro de tirantes, botas negras y un abrigo blanco colgaba del respaldo de su silla.

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Me saludó y eso fue todo.

Masha fue condenada en Rusia a dos años de prisión en 2012 por entrar con otras Pussy Riot y con unos cuantos camarógrafos a la catedral de Cristo en Moscú para grabar un video, en donde encapuchadas con sus pasamontañas de colores brincan y gritan cosas en contra del gobierno ruso. Ese es el tipo de cosas que hacen las chicas de Pussy Riot: graban videos para hacer activismo político. De pronto son divertidos y a ratos son muy violentos, llenos de lemas que hacen encabronar a Putin.

Volví a la mesa con mis amigos, nos terminamos las cervezas de la cubeta y pedimos la cuenta. Cuando me despedí de ellos me preguntaron de algún lugar interesante para seguir la peda. Se me ocurrió un lugar en Eje Central, La Malagueña, un bar al que van vaqueros gays a escuchar música de banda en vivo.

Me ofrecí a llevarlos y les encantó la idea.

Uno de los músicos de La Malagueña

Entramos por un corredor con vitrinas llenas de camisas, pantalones vaqueros y sombreros. Hicimos algunos comentarios referentes a la cultura del narco en nuestra sociedad, cómo la vive la Ciudad de México, y un poco también sobre la cultura buchona. Por ser domingo el lugar estaba vacío, y decidimos seguir caminando con dirección a Garibaldi. Para este momento sólo Masha y Aleksander, el fotógrafo, decidieron continuar.

Pasamos por el 33, conocido por sus vestidas decadentes, y por ser guarida de ladrones, estafadores y vividores. Al escuchar esto y tras la advertencia que podría ser un lugar peligroso, accedieron a entrar y tomar algunas cervezas. Pedí una cubeta, le di al mesero el cambio como propina y gritó mirando a Masha: Tip, we accept dollars too! Le dije al mesero que ya le había dado y que si pedíamos otra cosa le daríamos más.

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Abrimos las primeras cervezas entre el show de Paquita, humo de cigarro, luces rojas, moradas y tipos mal encarados. En la mesa de enfrente estaban armando unas líneas, giré mi cabeza para verlos y antes de decir cualquier cosa, Aleks me preguntó si podíamos tratar de conseguir algo. El bato que forjó las líneas me invitó una, me levanté y le pedí mejor que me llevara con quien se la había conectado.

El show de Paquita en el 33

En menos de un minuto estaba con nosotros un tipo acercando una silla a nuestra mesa y diciéndonos: “perico, éxtasis, tachas, piedra, lo que quieran”. Traduje y me preguntaron cuánto necesitaban para algo de éxtasis. El vendedor gritó que aceptaba dólares, pero el verdadero problema era que no traíamos nada de efectivo.

Aleks me pidió ir a un banco para sacar dinero y comprar. Insistió en ir en ese momento, pero aún teníamos media cubeta en la mesa. Se empinaron lo que sobraba de su botella. Nos terminamos el resto en unos minutos; yo fui el último en salir del lugar y di mi último sorbo en la puerta de la salida, dejé mi envase en la barra y salí.

Al recorrer la cortina que da a la calle, escuché a Masha gritar corriendo detrás del güey que nos iba a vender. De inmediato corrí tras ella —no entendía lo que pasaba, buscaba a Aleks mientras corría, quien no estaba por ningún lado. Cruzamos Eje Central sobre la calle de Violeta, dimos vuelta en una calle peatonal y fue cuando tomé del brazo a Masha y le pedí regresar a Eje Central por seguridad. Se resistió por un momento, pero la convencí de que era muy peligroso seguir al ladrón.

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Regresamos Masha y yo a La Malagueña a pedir que cargaran mi celular para rastrear el suyo, Aleks seguía desaparecido. En mi paranoia imaginaba que estaba secuestrado y la situación era angustiante. Ahí Masha me dijo que no tenía nada en la nube, que siempre está vigilada y subir algo a la nube es darle información a su gobierno, sus contactos y otros documentos se habían perdido.

Llamamos una patrulla. Salimos cuando tuvimos algo de batería. Los policias ya nos esperaban. Los de seguridad del lugar me dijeron que nuestro "amigo el güerito" había estado paseándose por ahí, que ya había pasado varias veces. Aleks apareció de repente muy sereno; me preguntó si ya traía la lana para la compra, le explicamos lo que pasaba y se subió con nosotros.

Nos llevaron al 33, ya que el GPS nos indicaba que el celular de Masha seguía ahí dentro, cosa que era imposible, pues vimos al ladrón correr con el celular y era demasiado pendejo de su parte regresar ahí. Masha exigía que uno por uno saliera del congal cateados por la pareja de policías. De inmediato me dijeron que eso sería imposible, que lo único que podían hacer por nosotros era que entráramos, identificáramos al ladrón y ellos se lo llevarían detenido.

Jalamos las cortinas rojas y entramos Masha y yo. El mesero que nos había atendido nos alcanzó y nos preguntó que qué buscábamos, que si no íbamos a consumir que le llegáramos a la verga. Tratamos de explicarle lo que pasaba pero ya no éramos bienvenidos. Nos salimos ante su actitud y sus amenazas. El mesero salió detrás de nosotros, un cabrón medio mamado de 1.75 con playera estilo polo ajustada. Se llevó a uno de los policías a una distancia en donde ya no se escuchaba lo que platicaban. Cuando el policía volvió me sugirió que olvidáramos el celular, que nos fuéramos de ahí o que tenían que llevarme a mí detenido porque estaba coludido con el ladrón y que ya no había nada qué hacer, yo tenía que declarar ante un juez especializado.

Me subieron a la patrulla. Después de un buen rato traduciendo lo que Masha decía y entre alegatos me dejaron bajar de ella con la condición de que nos fuéramos de inmediato. Platiqué con Masha y le dije que el punto estaba muy caliente y que ya no podíamos confiar en esos policias, debíamos abandonar el lugar. Le reclamé a uno de ellos su forma de operar, contestó que eso me pasaba por llevar a un lugar gay a personas que no son gays.

Le pedí al otro patrullero que por lo menos nos dejaran unas cuadras lejos de esa calle porque corríamos el riesgo de ser reprimidos por las personas de ahí mismo, volteó a ver a su pareja con ojos de compasión. El otro policía me dijo que si me subían a la patrulla me tenían que llevar detenido y se fueron.

Le dije a Masha que no estábamos a salvo, le hice entender que estábamos en uno de los lugares más peligrosos de la Ciudad de México y que nada podríamos hacer. Su celular había sido robado por el dealer del 33, al menos esa noche no íbamos a poder resolver nada y como dirían las Pussy Riot: ¡Todos los policías son unos cabrones!