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Música

La última revolcada: Kim volvió por mí.

Anoche, después de veinte años, una Kim Deal con un notorio parecido a mi tía Chata en ropa de ir al súper, subía al escenario a inaugurar una noche perfecta.

En mi prepa todas eran muy cabroncitas por escuchar el Nevermind las 24 horas y poner la multiensayada jeta nihilista bajo la influencia de Kurt Cobain, la ropa con estampados ridículos y mucho peróxido mal aplicado. Pero un día, Edgardo me regaló el cassette amarillo del corazón de dulce y el verano se alargó por dos años como mínimo. Edgardo fue mi primer novio, entendiéndose por noviazgo estas reuniones en las que uno mal faja, mal besa, dice puras pendejadas y dedica horas a escuchar música.

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A mis dieciséis años, siendo un gordito de botas Dr. Marteens unidas por una vena a mi cuerpo, memoricé esa grabación de las Breeders y planificaba de manera concienzuda, qué canción escucharía en el walkman al volver a casa, después de la jornada escolar.

Edgardo y yo bebíamos café para adultos, nos probábamos las camisetas con estampados de Snoopy de su hermanito, fumábamos un porro y escuchábamos por enésima ocasión en el día el Last Splash, y esa grabación hecha por un puñado de sirenas con voz de niña regañada nos devolvía las ganas de afrontar la tarde con nuestras fachas infames.

Nunca pudimos ir a verlas en vivo, a esa edad, la verdad es que con trabajos podíamos resolver los dilemas relacionados con los cigarros, el transporte público y los escapes neuronales de acné al tacto.

Anoche, después de veinte años, una Kim Deal con un notorio parecido a mi tía Chata en ropa de ir al súper, subía al escenario a inaugurar una noche perfecta. Las Breeders, ahora unas doñas entrañables, realizaban un meticuloso soundcheck mientras la gente celebraba cada sonido reconocible en aquel viejo disco.

Sólo bajé del trance alguna ocasión, creo que para amenazar de muerte a un culero que le gritaba “échate un pozolito” a Kim Deal, luego pedí que no terminara el cassette, pues después de veinte años de espera, venir a otra ciudad, aferrarme al stage para verlas de frente y gritarles amor, tendría que volver a las maletas y a sentir esa nostalgia de los fines de cursos, de los novios sin teléfono y de los discos interminables de los dieciséis. Edgardo ya no estuvo, en veinte años a todos nos sucede una vida que va más allá de unas chicas cantando hasta vomitar cinta magnética; ahora él tiene una esposa, muchos hijos, preocupaciones y perros, pero Kim y sus amigos, ellos si volvieron por mí.