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Música

Kode9: movilizar el cuerpo en pleno post-apocalipsis

A principios de este siglo, en la segunda mitad del 2001, nació una noche de club al este de Londres que llegaría a ser mítica: se llamaba FWD>>, ahí nació algo que luego se llamaría "dubstep" y "grime" y que tenía como mente maestra a un tal Kode9.

A principios de este siglo, en la segunda mitad del 2001, nació una noche de club al este de Londres que llegaría a ser mítica: se llamaba FWD>>, y pronto se convirtió en un espacio para la escucha y el desarrollo de montones de proyectos musicales underground que estaban experimentando con música abundante en bajos, inclinada a cultivar la anomalía y las atmósferas post-apocalípticas. Ahí se gestó mucho de ese linaje musical llamado por el periodista Simon Reynolds como “hard-core continuum”, y que consistió en el resultado de la colisión entre el acid house con los procesos sonoros provenientes de la cultura jamaicana del sound system. En esas noches (que sucedieron en Velvet Rooms y más tarde en Plastic People) sonaron por primera vez cosas para las que aún no había una etiqueta que pudiera describirlas y que luego se llamarían dubstep y grime. A ellas se iba a sabiendas de que todo el tiempo se escucharían cosas increíblemente emocionantes y con la certeza de que quien tomara esa noche los controles iba a convertir a la audiencia en cajas humanas de resonancia con altas dosis de bajos marranísimos. En ellas se escuchó por primera vez a Benga, Skream o Coki, y entre el público siempre había decenas de chicos que iban entusiasmados a escuchar lo que estaba haciendo gente que se convirtió en su modelo a seguir.

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Uno de esos influyentes personajes fue Kode9, uno de los primeros residentes de esas noches hoy míticas. Con sus sets para aquellas fiestas y más tarde, con la creación de tracks asombrosos –a solas, en compañía del recién fallecido The Spaceape [los discos Black Sun, Memories of the Future o el recientísimo Killing Season son fundamentales en una hipotética genealogía del dubstep] o acompañado de varios otros colaboradores—y mediante el sello Hyperdub –encargado de esparcir por el planeta los sonidos de Zomby, Ikonika, Burial, Darkstar…–, Kode9 moldea una y otra vez, desde hace poco más de una década, la manera en que suenan las pistas de baile más audaces y más abiertas a los sonidos en permanente transformación.

Pero además de construir un estilo único a partir de la creación de tracks desquicia-pistas combinando bajos sencillos pero poderosos con referencias lo mismo a la dance music reciente que a ritmos jamaicanos como el dancehall, Kode9 tiene otra faceta que vuelve su aproximación a la música aún más estimulante: cuando deja descansar el alias, se desplaza por el mundo como Steve Goodman, nombre con el que firma sus investigaciones sobre los usos más siniestros del sonido, como en Sonic Warfare, un estudio en el que documenta ampliamente el poder del sonido, en el más amplio sentido del término.

En las doscientas sesenta y tantas páginas del ensayo publicado por The MIT Press, desmenuza el entorno sonoro en el que vivimos hoy y acude a los diversos usos que se les ha dado a las bajas frecuencias en las últimas décadas, desde los soundsystems jamaicanos engolosinados por el dub hasta los dispositivos infrasonoros de control de multitudes desarrollados por el ejército estadounidense, pasando por la muzak –ese uso espacial/arquitectónico del sonido para adormecer la mente—. En el libro también dedica un capítulo a develarnos el dubstep y el grime como géneros que persiguen la intensificación de los temores post-apocalípticos, la banda sonora ideal para eso que el urbanista y sociólogo Mike Davis llamó “la ecología del miedo”: el clima afectivo predominaminante detonado por el desastre económico, tecnológico, natural y sociopolítico, que permite el surgimiento de políticas discriminatorias y autoritarias. Además del libro, Goodman creó AUDiNT –al lado de Toby Heys y John Cohrs—, un minicolectivo con el que ha explorado la relación tanto histórica como ficticia entre el sonido y la guerra, que ha investigado los efectos de nuevas tecnologías de audio cuando se combinan con dispositivos infrasonoros, y que busca equipar al público con armamento acústico, de modo que todo ello no sea exclusivo del ejército o de la industria del entretenimiento.

Steve Goodman, ese teórico y conferencista que va de universidad en universidad platicando sobre los distintos momentos en que el sonido ha sido utilizado para provocar incomodidad, expresar amenaza o infligir temor (de la “corrección psicoacústica” con rock 24 horas al día aplicada al general Noriega en Panamá o a los davidianos en Waco, o las bombas sónicas en la Franja de Gaza, a los repelentes de altas frecuencias creados para ahuyentar a las ratas pero usados para alejar a los adolescentes de los centros comerciales), se encuentra detrás de Kode9, la personalidad sonora con la que se ha dedicado a construir música a partir de bajos robustos, de esos que convierten el tórax de todo el que se atreva a pararse en la pista de baile en caja de resonancia. Kode9/Goodman tiene claro que las frecuencias intensas pueden ser usadas para alcanzar nuevas experiencias estéticas y conseguir nuevos modos de movilizar los cuerpos con ayuda del ritmo. Así lo ha comprobado todo aquel al que le ha tocado estar frente a los subwoofers mientras él se ocupa de los controles, y así lo comprobaremos el sábado en el Covadonga, durante la escala defeña de la gira de aniversario de Hyperdub. Y con suerte, la movilización de los cuerpos seguirá en marcha más allá de una noche.

@peach_melba