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Música

Guillermo Santamarina: el amor al plástico

"Si alguien quisiera adquirir mi colección personal con fines representativos, tendría que comprar muchas cosas para completarla. Probablemente tendría que empezar con Queen."

Pinchadiscos, locutor de radio, músico y, sobre todo, uno de los grandes pioneros en una actividad ya muy expandida en el medio cultural mexicano pero que, en su momento, no tenía precedentes, ni interlocutores, en nuestro país: la práctica curatorial dentro del arte contemporáneo. Guillermo Santamarina lo ha sido todo, y no se lo inventó para ligar. Conocido por algunos como "Tin Larín", Santamarina ha sido, durante más de treinta años, uno de los personajes más dinámicos en el medio musical y cultural de nuestro país.

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Lo sabe todo, lo ha visto todo y ha estado en todas partes. Y el hecho de que tú no lo conozcas sólo es un síntoma de la amnesia y la indolencia colectiva, que nos han vuelto ajenos a una buena parte de la historia de la música y la cultura en México.

Entre sus muchos méritos se encuentra ser un miembro fundador del comité rector del Simposio Internacional de Teoría sobre Arte Contemporáneo (SITAC). Por muchos años llevó la conducción, junto con Enrique Monge del programa radiofónico "Las arañas de martes", que se transmitió por varios años a través de Radioactivo, y más adelante en Reactor.

Ha trabajado también como director del Ex Teresa Arte Actual, donde organizó donde realizó el primer Festival de Arte Sonoro, junto con más de 70 exposiciones. Estuvo al frente del Museo experimental El eco, se desempeñó como Coordinador de Gestión Curatorial del Museo Universitario Arte Contemporáneo de la UNAM y actualmente trabaja como Curador en Jefe del Museo de Arte Carrillo Gil. Además, ha formado parte de un millón de proyectos de vanguardia, y ha establecido relaciones profesionales y artísticas (por no decir que "ha descubierto", tal cual) con artistas de la talla de Gabriel Orozco y Abraham Cruzvillegas.

En esta ocasión me reuní con Guillermo para platicar de manera muy particular sobre una adicción bien conocida por sus allegados, y que en varias ocasiones ha marcado el rumbo de su vida. Comenzó durante sus primeros años y probablemente lo acompañe hasta la tumba. Estoy hablando de su compulsión por consumir, almacenar y comerciar con estos famosos pedazos de vinilo que, según Santamarina, le dan facultades para transportarse en el tiempo.

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¿Cuáles fueron tus primera experiencias con los vinilos?

Cuando era pequeño aún se compraban discos en todas las casas, pero el caso de mi abuelo era algo especial: compraba muchísima música. Podría decir que él fue el primer coleccionista de vinilos que conocí en mi vida.

Todo el tiempo estaba comprando discos. Se le fue mucho dinero en eso, y eso le trajo también muchos problemas con su familia. Al final, poco quedó de esa colección. Todos sus discos se perdieron, se rompieron o se desecharon con algún ropavejero. Me hubiera gustado poderle heredar todos esos discos; pero lo único que le heredé fue el gusto por coleccionar discos, eso y problemas.

A los cuatro años ya sabía poner y cambiar discos en la consola. Para entonces ya escuchaba muchísima música. En esa época los discos eran una cosa muy común, y podías encontrarlos hasta en los supermercados. Yo me le zafaba a mi mamá, y cuando regresaba con ella ya traía uno o dos discos en las manos, esperando a que me los comprara. Obviamente, nunca me pude llevar todo lo que quería.

Hubo, a principios de los sesenta, un momento en que la producción discográfica en nuestro país fue muy estable. Desafortunadamente, las producciones originales que se editaban eran muy pocas, y de baja calidad, en comparación con el universo de música que se estaba produciendo en Estados Unidos, y Gran Bretaña.

Afortunadamente, muchos apostaron por la importación, o por la reedición del material que se editaba en las grandes capitales de la música. En esa época lo que más hubo fue música nueva por descubrir.

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Tuve entonces que empezar a conseguirme los medios para hacerme de mi acervo. Comencé recogiendo pesos sueltos, luego me robé los cambios, y ya después, con más colmillo, extorsionaba a algún tío, a cambio de guardarle algún secreto.

¿Recuerdas cuáles fueron tus primeros discos?

Recuerdo que el primer disco que me conseguí por mis "propios medios" fue un 45 rpm del Good Vibrations de los Beach Boys. Mi primer Long play fue Turn, turn, turn de The Byrds. Eso fue en el 65, fue a partir de ese año cuando mi afición por convirtió en obsesión.

¿Cómo fue tu primer contacto con otros coleccionistas?

Las tiendas que importaban discos aparecieron desde principios de los sesentas; pero fue hasta el 66 o 67 cuando aparecieron las primeras tiendas integralmente especializadas en Rock. Tenía ocho o nueve años, y ya conocía todas las tiendas que había en el DF. Había algunas a donde llegaban cosas buenísimas. Yo siempre encontraba la forma de averiguar cuándo llegarían lotes nuevos a cada una.

¿Recuerdas algunas de las más importantes?

HIP 70 era una de las mejores Estaba en San Ángel, en un centro comercial de los más grandes de esa época, al lado de un local para jugar carreras de coches eléctricos. Ahí se dejaban ver los bien portados de Las Lomas, con los brazos llenos de discos que compraban con el dinero de sus papis.

Otra de las discotecas a donde llegaba el mejor material era Yoko, que estaba en el primer piso de un edificio en la Zona Rosa. Ahí llegaban toda clase de personajes extravagantes: beatniks trasnochados, turistas intergalácticos, burguesitos jipitecas, y adoradores de María Sabina. Pasé los mejores años de mi vida trabajando ahí.

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¿Cómo fue que vender y comprar discos se convirtió en tu modo de vida?

Yo me pasaba las tardes en el Yoko. A los clientes les llamaba mucho la atención mi presencia, porque no era común encontrarse en una discoteca con un chamaco de mi edad, y mucho menos que estuviera siempre en medio de la conversación.

Yo escuchaba de la mota y los hongos, y como no entendía nada todavía, solamente me quedaba callado. Era hasta que se empezaba a hablar de música cuando aparecía yo con el dato preciso.

Les parecía curioso que con tan poca edad, estuviera tanto o más enterado que ellos de lo que sonaba en ese momento. A veces me hacían preguntas, para probar qué tanto sabía realmente. Como siempre les respondía, y a veces hasta les daba la vuelta, me convertí en algo así como la mascota de la tienda.

Cuando Yoko movió su tienda a San Ángel, ya estaba en primero de prepa. Yo me escapaba de clases y me iba todos los días. En ese momento, la música me importaba más que hacer una carrera, yo quería hacer de la música mi carrera.

Pasaba tanto tiempo en esa discoteca que prácticamente era como si trabajara ahí. Llegó el momento en que le pedí al dueño que me permitiera trabajar. Fue hasta después de dos años de estar jodiendo diario que terminaron por contratarme. Tenía 17 años.

¿Que es lo que rescata tu memoria de esos años en Yoko?

En Yoko trabajé desde el 74 hasta el 79. Tengo muy buenos recuerdos de ese periodo, porque me atrevería a afirmar que éramos la mejor, o al menos una de las mejores tiendas de discos del país.

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Traíamos rock alemán, ediciones especiales japonesas, británicas, francesas. Los primeros ejemplares que llegaron del New Musical Express y Melody Maker llegaron a Yoko, apenas con unos días de retraso. Mi tarea era leer todo lo que llegara, para tratar de empaparme con lo último, y escucharlo antes que ninguno.

Musicalmente hablando, esa fue mi etapa de mayor aprendizaje. Yo era una esponja, tratando de absorber todo lo que escuchaba en las conversaciones en la tienda. Fue también en Yoko donde monté mis primeras exposiciones de arte.

Tuvimos épocas muy buenas, cuando la música llegaba con muy poco tiempo de retraso; aunque hubieron también épocas malas, cuando, a la par de las crisis económicas, los discos dejaban de llegar,y comenzaban a escasear, y a subir de precio de manera ridícula.

Según tu experiencia, ¿cómo transcurrieron los años setenta para el rock mexicano?

Los setenta fueron una etapa muy contrastante en México. Al menos para mí, el rock nacional no valía la pena: tenía un sonido trasnochado como de diez años, tocaban muy mal y, personalmente, me parecía muy naco. Lo peor de todo es que no había lugares para escuchar música en vivo. Los hoyos funky fueron la única opción que nos quedaba; pero quien se aventaba a ir sabía que se atenía a salir asaltado, o peor aún que llegara la raza y regresara a su casa rapado.

Durante mucho tiempo, el rock estuvo terminantemente prohibido en México, eso era un secreto a voces. Las circusntancias eran completamente represivas, especialmente a partir del 68. A pesar de todo, nuestra realidad era algo incontrolable, y siempre encontrabamos la forma de escuchar música nueva, y de hacer muchas otras cosas prohibidas también. Por increíble que parezca, pienso que la gente de esa época era mucho más abierta de lo que es ahora. Hoy en día son mucho más conservadoras.

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¿Entonces que escuchabas?

La primera mitad de los setentas me la pasé clavado con el Glam: David Bowie, T Rex, Roxy Music y allegados. Progresivo, un poco. También algo de lo primero que se estaba haciendo de Krautrock en Alemania.

Cuando el punk llegó a México, yo seguía trabajando en Yoko. Lo primero que nos llegó fue el Another music from a difrent kitchen, de The Buzzcocks. Luego nos llegó el Never mind the Bollocks y el Ramones. Después llegaron todos los demás

Todo mundo daba por hecho que el punk era un mal chiste que no iba a durar más de seis meses. Los más iniciados pensaban que era horrible, que estaba mal tocado, y que tenían una estética muy destructiva.

A mí me regalaban los discos cuando llegaban. En ese momento no les daban mucha importancia, pero cuando el punk se convirtió en un trancazo yo ya tenía una colección que cualquiera me envidiaba.

¿Como calificarías a la producción discográfica de esa época?

La economía en México siempre ha sido algo muy descalabrado. Hubo especialmente una crisis en los ochentas cuando la sustitución de importaciones elevó los costos de la música importada hasta el cielo. Cuando se terminó con esta política vino una nueva etapa en que se importó música de manera brutal, a tal grado que era mejor negocio importar música que producirla.

¿Cuál es esta etapa a la que te refieres?

En los ochenta hubo toda una nueva oferta musical, probablemente como consecuencia de lo que estaba ocurriendo en España, con la "Movida" madrileña. Fue hasta entonces que la industria española se levantó al cielo. Antes de eso, ni siquiera figuraba en el mapa, principalmente como consecuencia del franquismo.

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La "Movida" tuvo repercusiones en toda Latinoamérica. Llegaron a México nuevos productores, mucho más jóvenes, y empezaron a producir nuevos discos, firmado con nuevas bandas.

Esta movida ibérica traía muchas de las influencia del glam, además de esos sonidos del krautrock que a mí tanto me gustaban, como los sintetizadores y las secuencias. Creo que esa fue la época cuando donde más conexión tuve con lo que se producía en este país. De hecho, embriagados por la fiebre del momento, unos amigos y yo formamos un grupo que se llamaba Los Villanos a go go, y llegamos a vender diez copias entre nuestros amigos. Igual que todas las bandas de esa época. Tocamos junto con Las insólitas imágenes de Aurora, Size, Decibel, Dangerous rhythm, entre otras bandas que después cambiaron su nombre y su sonido por otros más rentables. Así comenzaron para mí los ochenta.

¿Entonces el rock en mexicano mejoró?

Tengo que confesar que no soy un fan del rock mexicano. Sigo siendo muy crítico de él, aunque en ese momento era aún más. Actualmente puedo disfrutar de escuchar de lo que se produjo en esa época, probablemente por nostalgia. Estoy consciente de que no son músicos virtuosos, ni están excelentemente grabados; pero tienen muy buen nivel, tomando en cuenta todo el contexto que arrastrábamos.

Yo no terminaba de convencerme de la calidad de la música mexicana hasta que apareció Café Tacuba, que tenía desde el inicio un sonido más refinado, más armonía, mejor ejecución, y mayor contenido letrístico. Ya para ese momento, había también más lugares para escuchar música en vivo. Estoy hablando ya de finales de los ochenta.

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Desafortunadamente, esto a lo que llamamos "rock mexicano" ha involucionado, al nivel de que sus máximos exponentes sean bandas como Zoé, y sus análogos, con sus sonidos mal copiados, que me parecen una mierda.

Regresemos a los ochenta. ¿Cómo resintió la industria discográfica la llegada de nuevos formatos como el cassette o el compact disc?

Como si fuera un mal chiste que se repite, vino otra crisis económica y otra vez vino una inestabilidad importante que llegó a su punto de quiebre con el terremoto del 85. Antes del terremoto la ciudad ya estaba en condiciones desastrosas: no servían los teléfonos en la calle, los servicios públicos eran deficientes.

El terremoto sólo sirvió para tocar fondo, y darnos cuenta de lo jodidos que estábamos. Muchas tiendas cerraron definitivamente, o terminaron siendo absorbidas por Mix up.

Estas nuevas cadenas llegaron vendiéndonos esta idea de que la calidad de la música en formato digital era superior, además de que tenían un tamaño mucho más cómodo de transportar, y ofrecían la posibilidad de reproducirlos en dispositivos portátiles. Muchas de estas ideas ya han sido refutadas, pero en ese momento el disco compacto era lo último.

Muchas personas, incluyéndome, pensamos que la llegada del CD sería el final definitivo del vinilo. En esa época tuvo origen un fenómeno bastante interesante en el Chopo, cuando mucha gente llegaba a vender colecciones de cientos o miles de piezas a precio de desperdicio.

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En esa época se promovía mucho la idea de que era una tontería estar guardando vinilos. La verdadera tontería fue deshacerme de piezas que difícilmente podré recuperar. Dejé ir todas mis joyas, pensando que me estaba deshaciendo de puro material obsoleto. Sólo me quedé, por aferrado, con cuatro o cinco discos, más por su valor sentimental que por otra cosa.

Con respecto al cassette, nunca hubo mucho conflicto, porque siempre fueron un mercado independiente al vinilo, que sobrevivió incluso algunos años durante el auge del CD.

¿Por qué regresaste a coleccionar discos de vinilo?

No volví a comprar un vinilo hasta mediados del 98. En esa época el disco compacto estaba completamente posicionado y podías encontrarte vinilos muy baratos en las calles, sobre todo en Balderas. Hacía falta solamente un poco de paciencia para conseguir joyas a precios ridículos.

Fue así que empecé a comprar vinilos nuevamente, sobre todo con el afán de poseer el objeto. Yo nunca perdí la fascinación por tener entre mis manos la carátula, por poner la aguja sobre el disco de pasta que, para mí, es como un objeto divino.

Cuando volví a escuchar música en vinilo fue cuando me di cuenta del error en el que muchos habíamos vivido por casi diez años: la calidad del sonido de un vinilo supera por mucho la de cualquier formato digital. Simplemente no hay punto de comparación.

Ahora hemos llegado a un punto de la historia en que estos platos de plástico son considerados un artículo de lujo. Hay coleccionistas que pueden llegar a pagar cifras ofensivas por discos que hace seis años los encontrabas en la calle por cinco pesos. A pesar de que los nuevos productos son diseñados conforme a una obsolescencia programada, los vinilos no son algo desechable. Difícilmente te vas a encontrar actualmente un disco en la basura.

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Además de la obvia respuesta a las leyes del mercado, ¿cuál crees que sea la naturaleza de esta revaloración del disco de vinilo?

Cuando la música comenzó a dejar atrás el formato físico del CD para emigrar hacia un formato completamente digital, en muchos quedó un vacío que se llenaba con la experiencia de tener un objeto tangible al cual remitir ese sentimiento de pertenencia que la música produce.

Yo pienso que escuchar música en vinilo requiere su momento y su espacio. Eso implica todo un ritual de convivencia que lo transforma en una experiencia muy particular. Probablemente sea eso lo que muchos nuevos coleccionistas están buscando.

Cada vez hay más gente que piensa de esta forma; aunque también hay mucha más gente que piensa que acumular objetos es un total absurdo, porque significa sacrificar parte de tu espacio vital, que hoy en día de por sí es escaso. Viene entonces la interrogante ¿Cual es el objeto de acumular estos objetos? ¿Realmente nos interesa la música, o sólo nos interesa el objeto?

Desde tu perspectiva, ¿cuál es el panorama futuro de la industria del vinil?

Hace menos de diez años tenía la opinión de que este resurgimiento del vinilo sería exclusivo para gente muy clavada, y que en algún momento volvería a desaparecer. Pensé que llegaría el momento en que se dejaran de producir vinilos por la simple escacez de la materia prima para fabricarlos; sin embargo, diez años después, la industria de la re edición se encuentra en su mejor momento.

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Aunque la tendencia es, y seguirá siendo la desaparición del petróleo, de la misma manera en que se busca la sustitución del papel por cuestiones ecológicas, se encontrarán nuevos materiales alternativos, que serán de mejor calidad, y obviamente más caros. Ahora creo que podrá terminarse el petróleo, pero se seguirán editando discos, ya encontrarán la forma.

¿Como percibes el futuro para ti, como coleccionista?

En este preciso momento, más cercano al final de mi vida, quiero una vida más sencilla, y estoy buscando deshacerme nuevamente de mis discos. Tengo un proyecto en mente para poder despedirme de todos ellos. Un lugar para exhibirlos y ofertarlos, donde pueda platicar con la gente, si me da la gana, justo como lo hice en otro tiempo.

Existen también dos instituciones interesadas en adquirir mi colección completa. Porque déjame decirte que está curada, clasificada y etiquetada. Obviamente, la curaduría de mi colección es completamente subjetiva, porque está basada en mis gustos personales. Si observamos mi colección de forma estrictamente representativa faltarían muchísimos exponentes. Hay música que nunca me ha interesado en absoluto, y que no encaja con mi percepción estética.

¿Cuales son tus tesoros?

La parte más importante de mi colección, de la cual es dificil que me deshaga, es mi colección de música folk, tengo de todo: norteamericano, británico, frances, y hasta español. Son discos que tienen un vínculo emotivo con mi persona. Llegará un momento en que tenga que dejarlos, pero probablemente sean los últimos que conserve.

¿Que le hace falta a tu colección?

Yo te respondo que, según mis intereses, nada, salvo alguna pieza rara que se me sigue escurriendo. Tengo, más o menos, 15,000 piezas en mi colección, o sea que si no lo tengo, es porque no me interesa. Si revisas mi colección, por ejemplo: no tengo un solo disco de Queen, tengo muy poco metal, no tengo nada de Salsa, y tengo escasos discos de norteño. Por supuesto, no hay un sólo disco de Juan Gabriel, me caga. Tampoco hay un sólo disco de Luis Miguel, que también me caga.

Si alguien quisiera adquirir mi colección personal con fines representativos, tendría que comprar muchas cosas para completarla. Probablemente tendría que empezar con Queen.