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Música

Fue un placer conocerte, Alberto…

El activismo de Juan Gabriel fue ser él mismo. No tenerle miedo a sus sentimientos.

Si algo tenía Juan Gabriel, era su macizo entendimiento de lealtad y respeto para consigo mismo, más despiadado y pesado que un yunque. Es evidente que le ardía hasta el esfínter cuando lo bateaban, pero una vez que tomaba la decisión, sin renegar del llanto y las pataletas, en sus letras se encargaba de dejar muy, pero muy claro, que nunca volvería. Mucho menos se pondría a rogar.

Hace menos de quince días fue el concierto de Public Image Ltd. Todo era perfección, la primera vez que en mi vida vería a esa leyenda del punk británico, John, antes Rotten, luego Lydon. Hasta que me topé al pinche ex, con su nuevo noviecito, un flacucho bien parecido con una estúpida camiseta de Keith Haring, como 25 años menos que él y que seguramente en su vida había escuchado "Seattle" o "Dissapointed". Pinche suerte la mía.

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De regreso y después de irme a coger por despecho, puse el himno en PiL en repeat, "Rise", dándole vueltas a las escena del ex y su novio en mi cabeza una y otra vez. Pensaba en mandarle un mensaje. Un puñado de palabras que alimentaran una esperanza, aunque fuera falsa.

Basta. Déjate de estupideces Wences: “Fue, nunca volverá a ser, recuérdalo” decía Paul Auster en La invención de la soledad. Agárrate los huevos. Ante todo, el orgullo. Acuérdate lo que decía tu comadre Aguilera: “Aunque me cueste la vida y aunque me cueste llanto, te aseguro, que te tengo que olvidar". Saqué el iPod y puse "Te voy a olvidar". Y así, entre guitarras, trompetas y la inconfundible voz del Juanga, vidriosa, gemebunda, nasal y de una dignidad tan afectada como afeminada e inamovible, fui paralizando los dedos para no enviar un sólo mensaje que desatara compasiones inservibles e innecesarias.

Tengo un playlist que se llama “Me muerdo un huevo antes de buscarte”. Puras canciones de despecho amoroso interpretadas por Spritualized, Arab Strap, The National, Mazzy Star, Brigth Eyes, los Smiths y Moz y muchos otros. Ahí, entre Pavement y los Red Hous Painters, tengo a Rocío Durcal con "Juro que nunca volveré". Siempre me ha gustado como la Durcal canta las letras de Juan Gabriel, nuestro Elton John, Freddie Mercury y Morrissey encarnado en el divo de Juárez, Chihuahua, su terruño adoptivo, pues en realidad nació en Parácuaro Michoacán.

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El joto que arrodilló al machismo

Alguna vez Charles Bukowski dijo del escritor John Fante, cuando éste saltó a las grandes ligas, que al fin se había topado con un escritor que “no le tenía miedo a sus sentimientos”. Inocente pobre amigo. Si Bukowski hubiera escuchado a Alberto Aguilera Valadéz (que pudo ser el perfecto nombre para un rapero) a.k.a Juan Gabriel, cantar con el corazón en la mano: “No hay necesidad que me desprecies, tú ponte en mi lugar, a ver ¿qué harías? La diferencia, entre tú y yo, tal vez sería, corazón, que yo en tu lugar… si te amaría.” Bukowski se hubiera quedado pendejo. Aguilera no sólo no le temía a sus sentimientos, al escribir sus versos con un dominio escrupuloso de la acentuación mexicana, tampoco huía del regocijo o el masoquismo que implica enamorarse en términos de la idiosincrasia mexicana, con todos sus malabares de fiesta (sus conciertos bien pudieron ser los precursores del rave mexicano por su duración y éxtasis; tuve la oportunidad de verlo varias veces en los palenques de la Feria del caballo de Texcoco) machismo, sometimiento y matriarcado. Tomando en cuenta que a pesar de que el objetivo amoroso de sus rolas sugiere a una mujer, lo más probable es que estuvieran inspiradas en cabrones que le rompían el corazón, similar a las sospechas de Tennesse Williams, pero a diferencia del gran escritor norteamericano, Juanga rebasó con la frente en alto la frontera de la intelectualidad donde la sexualidad ambigua no es tan mal vista. Juanga es el poeta del joto mexicano que todos llevamos dentro.

Dijo que “lo que se ve no se juzga”. Frase célebre vigente hasta el día de hoy. Su homosexualidad se daba por hecho a pesar de que nunca la asumió con frontalidad y los chismes de su paternidad subrrogada fueron dinamita en las revistas y los programas de la farándula mexicana. Nunca asumió una postura del activismo lésbico-gay mexicano aunque su figura fue emblemática para el orgullo del mismo y después de su muerte, muchos van a querer ver en Juan Gabriel un héroe; otros ya le adjudican atributos propios de las teorías queer. Dudo mucho que Alberto pasara las tardes leyendo a la Buttler o a la Wittig. Su desafío al machismo mexicano era intuitivo: Llevar al límite las pasiones por encima de las teorías académicas que justificaran su jotería.

Su activismo fue el de ser él mismo, el de vivir a flor de piel la tragedia de ser un joto, un joto que admiraba (y bebió) de la sensibilidad masculina y anticuada de José Alfredo Jiménez, lo mismo que de Lola Beltrán y Lucha Villa, con todo y sus resbaladizos sometimientos que desquiciarían al feminismo actual. Combinación insertada en la dura vida de Juanga, provinciano que conoció la pobreza extrema, la cárcel y la culerez materna.

Juan Gabriel no sólo no le tuvo miedo a sus sentimientos, tampoco le temblaron las piernas para jotear sabroso en lo escenarios frente a un público hasta la madre de machos que la sola idea de dos hombres besándose les produce asco y violencia. Aunque valdría la pena preguntarse que tanto Amor Eterno, el himno post mortem que Juanga escribió para su madre, tuvo que ver en ese fenómeno: miles de hombres homofóbicos quitándose el sombrero frente a un maricotas adicto a las lentejuelas y al compás afeminado. Amor Eterno se convirtió en el último poema de la madre mexicana arrullada en su féretro y es la rola que menos me gusta del Divo de Juárez precisamente por reforzar el imaginario del matriarcado que en buena parte es el caldo del caldo de cultivo del machismo que tanto aborrece el activismo gay mexicano.

Juan Gabriel falleció el 28 de agosto de 2016, dejando un monumental cancionero cuya principal virtud fue la de diseccionar inmisericorde, el adn del melodrama del sentimiento mexicano, con todas sus moralinas y surrealistas contradicciones.