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Música

Cómo la portada de Adele en la Rolling Stone destruye el machismo habitual

¿Qué se puede decir de una cultura cuando se considera “atrevido” poner a una mujer en la portada de una revista sin que ella cause provocación sexual?

¿Qué se puede decir de una cultura cuando se considera “atrevido” poner a una mujer en la portada de una revista sin que ella cause provocación sexual? La nueva portada de la revista Rolling Stone en la que aparece Adele, compaginada con su anticipado resurgimiento, hace justo eso, y es sorprendente. Desde el nacimiento de la crítica de arte, las imágenes que muestran mujeres han sido interpretadas usualmente como sujeto de lectura de la mirada masculina, y es raro, incluso que en esta cuarta ola del feminismo, ver la imagen de una mujer que rechace esa mirada. Aquí ella parece estar languideciéndose, o viéndose a si misma siendo observada. Pero Adele y Rolling Stone renuncian a ello.

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La expresión de Adele no cuenta con esa carga de vulnerabilidad que se tiene cuando sabes que estás siendo observado. Ella luce desafiante, y tal vez un poco perturbada. La portada te hace sentir como si fueras un transeunte que justo pasa por la casa de Adele y la ve por la ventana a punto de sentarse a leer su periódico con su café de la mañana, un último momento de soledad antes de que comience otro ocupado e importante día. No hay nada de lujuria en la forma en cómo mira fijamente fuera de la imagen hacia nosotros. Ella no nos está pidiendo nada. Con una mirada, Adele nos dice más sobre sí misma, y sus expectativas de nosotros, que cualquier otra portada de revista con una mujer por lo general lo hace.

La imagen viene acompañada de un único y muy simple título — “Adele: A Private Life”. El título refuerza la intención que hay en sus ojos. Su imagen no será mancillada, y resalta del ruido habitual de los titulares de otras revistas, como alguien completamente autónomo. Adele no es propiedad publica, y eso no está a debate. Cuando una mujer se pone frente al ojo público, de inmediato hay un pensamiento colectivo que se siente con poder sobre su cuerpo y su vida. El ejemplo más pertinente aquí es Amy Winehouse. Ella entró en el juego y en algunos casos coqueteó con la controversia, pero también fue implacablemente acosada por los medios de comunicación, quienes la destrozaron, miembro por miembro, hasta que no quedó nada de ella. Todo con el fin de saciar a una audiencia hambrienta y perversa. Todavía lo vemos, y el ejemplo más reciente esta semana es el de cómo la pequeña North West, una niña de dos años, es forzada a evadir las cámaras, por el simple hecho que su madre aparece desnuda en algunas fotos. Hay un consenso general que dicta que cada que una mujer se permite a sí misma revelarse, se convierte en propiedad de las personas hacia las que se revela.

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Adele se niega a jugar ese juego. Y aunque no estoy tratando de dar a entender, de ninguna manera, que las mujeres que deciden exponerse merecen lo que reciben (por supuesto que no, pero eso es otro tema para otro día), también se ha creado la idea de que el éxito de una mujer en la industria del entretenimiento depende de cuánto se exponga para lograr mantenerse relevante. Es una especie de Catch-22 moderno, pero Adele también va contracorriente a esa tendencia. Después de desaparecer por completo de las listas de popularidad y los tabloides por tres años, ella resurgió de manera súbita para quebrantar completamente las listas de popularidad, debutando con "Hello" como el hit número uno y logrando 1.11 millones de descargas en su primera semana de regreso, un nuevo record. Esta mujer de 27 años arrasa completamente con la idea de que una mujer debe “ser vista” para que sea deseada. Su regreso recae únicamente en sus méritos como cantante/compositora, en lugar de su visibilidad.

También es importante señalar que la portada de Rolling Stone con Adele remite a la portada que Taylor Swift hizo con la revista Time en el 2014. Esta imagen, ahora icónica, se enfoca simplemente en su rostro, mientras ella atraviesa el lente de la cámara con una mirada determinante y una leve sonrisa que sale de las comisuras de su boca, mientras ella observa su reino. Una portada muy similar a otras portadas con hombres de la misma revista (Steve Jobs, Putin, Obama). Como la portada de Adele, la imagen de Swift es acompañada simplemente con el título “The Power of Taylor Swift”, que sugiere, en términos muy claros, que su cuerpo no entra dentro del concepto, y que ella es sin duda una mujer que ha cambiado las reglas en una industria manejada por hombres. Aquí Taylor es como la Cleopatra de Tiepolo. Ella no es esa mujer desnuda del renacimiento que mira su propio reflejo o que tímidamente aparta la mirada del espectador masculino. Ella está mirando directamente a su amante, mientras disuelve una perla muy costosa en su vino y se prepara para beberla, con lo que demuestra que es una mujer que ha ganado la apuesta contra el patriarcado, y logró ser la dueña de su propio imperio, y lo hizo con sus propias manos.

La reciente portada de Rihanna en i-D cuenta una historia similar: la estrella aparece desafiante, con una mirada de guerrera que se subraya con las palabras “Play Loud”. Sin embargo, a diferencia de Taylor Swift o Adele, el imaginario alrededor de Rihanna es usualmente asociado con la desnudez descarada, así que el énfasis de ver simplemente su rostro en una imagen causa un impacto aún mayor. La portada cierra la brecha entre cuerpo y poder, lo que sugiere que Rihanna aún está al mando, independientemente de si su sexualidad aparece desplegada con frecuencia o no. El título además incentiva la actividad sobre la pasividad de la mujer visible, ya que las palabras “jugar" y "fuerte" denotan libertad, adjetivo que raramente es usado con las mujeres que se someten al statu quo.

Al mirar las portadas en los vastos archivos de imágenes de Google de los últimos años, uno encuentra una disparidad impactante entre las imágenes de estas portadas y la forma en cómo se hace la dirección de “arte” tradicional con las mujeres famosas. La imagen de la mujer subvirtiendo la mirada masculina, incluso en revistas para las mujeres, es algo raro. La forma en cómo se muestra el rostro de Adele, sin complejos, se destaca en un mar de cuerpos hiper-sexualizados, ojos insinuantes, y aclamantes titulares. Y es por eso que la portada de Adele, como la de Taylor y la de Rihanna, son una revolución, aunque estas dos últimas no dejen una impresión duradera en la industria musical o editorial (a diferencia de Adele, cuyo legado ya está cimentado). Mientras el sexo siga vendiendo, y siempre y cuando las mujeres sigan usándolo para su beneficio, vamos a seguir sorprendiéndonos con portadas de revistas como la de Adele.

Y ahora debemos preguntarnos a nosotros mismos, ¿por qué nos parece tan inesperado que una mujer sea definida por su poder y no por su sexualidad? Creemos que las mujeres que han estado reclamando sus cuerpos, mostrándolos en pequeños actos de empoderamiento, y sin embargo, esos pequeños actos parecen simplemente ser una forma de explotar un sistema, en lugar de ir en contra de él. Mientras que las mujeres pueden seguir vendiendo sus cuerpos para tomar ventaja y obtener beneficios dde las las economías dictadas por el sexo masculino, existe una pequeña rivalidad en contra de la idea anticuada que declara que el atractivo femenino es proporcional al éxito femenino. Y eso no quiere decir que Adele no es una mujer atractiva: es hermosa. Simplemente ella está cambiando la forma en cómo percibimos su poder. No emana de su cuerpo y la forma en cómo manipula sus pulsiones sexuales ante el espectador. Su poder viene de una expresión que nos dice que ella está de regreso, es capaz de forma independiente, y que no le interesanr nuestras expectativas de cómo se debe y no debe de ser.

Kat George es una escritora que vive en Brooklyn. Siguéla en Twitter.