Texto y fotos por Carlos MolinaViernes, son casi las 9 y empieza a anochecer en Santiago.Son los últimos días de septiembre y las horas se empiezan a alargar acá en el hemisferio sur, aunque sigue estando re helado, entonces es como una primavera de mentira. Por el momento, al menos.Tomamos el taxi con mi polola y nos deja cuatro cuadras pasado la SCD de Bellavista. En este pequeño auditorio va a tocar la Feli, amiga nuestra quien es la que nos corta el pelo cada cierto tiempo en su “Salón Felicia” (acompañada de sus gatitas Lilú y Nutella y del pequeño Pretzel Fufino), y que también lleva muchos años trabajando y colaborando con distintas bandas de este pequeño paraíso del pop en el que se ha convertido Chile.La sala es chica y se emplaza en el barrio más carretero de todo Santiago (cerveza, reggaeton y comida chatarra por todos lados), entonces encontrarse en este pequeño espacio, con todas las butacas llenas de un público que no ha pasado de los 20 años de edad y que está esperando con ansias escuchar a un pequeño concierto de cello, es algo que rompe con todas las tendencias pop y que es algo muy bonito de ver.Dentro del público vemos caras conocidas: por ahí Gepe, también Milton de los Dënver (quién participó de la producción como parte de De Janeiros), la gente de Congelador como directores de Quemasucabeza y también DJ De Mentira y la Fakuta, entre otros.Todos amigos y todo muy cercano.Está muy oscuro, con unas luces de color lila. Aparece Felicia con su banda; cada luz apunta a cada uno de los integrantes y comienzan con la presentación de Agosto, lanzado bajo Quemasucabeza y producido por De Janeiros.Silencio y la Felicia nos hace parte de su show.Agosto, con sus sonidos, habla de emociones y paisajes, nos lleva a este mes donde empieza el fin del invierno en la capital y aparecen los primeros días más alargados y anaranjados, pero que también es sobre andar abrigado y quedarse en la casa y no salir y evitar a la gente.Todos nos callamos, nos mantenemos sentados y pensamos.Quizás Agosto son los sonidos de esos días donde nos quedamos sentados mirando el techo esperando a que nada pase, y eso está bien.
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