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Música

Melancolía, sonidos etéreos y un triángulo de esclavitud: Este es el Caribe de Blood Orange

​Todos tenemos una imagen muy nítida en la cabeza de lo que es la "música caribeña", pero hay un artista que contrasta de forma chocante con este planteamiento: Blood Orange.

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Todos tenemos una imagen muy nítida en la cabeza de lo que es la "música caribeña". Pocas cosas en el imaginario Occidental son tan claras y sencillas como ese "Caribe", con sus playas de arena blanca, mar en calma, cocoteros y mangos.

El Caribe es lo más parecido a un decorado de cine. Es un lugar irreal, "increíble", "paradisíaco", en el que "ojalá pudiera quedarme a vivir". Según la agencia de viajes de tu colonia, el Caribe es lo más parecido que tenemos al jardín del Edén.

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Es un lugar mitológico, más imagen que lugar, y que por lo tanto es fácilmente convertido en un objeto, en un disfraz. Todos sabríamos cómo vestir para una fiesta "caribeña", incluso sabríamos decorar una casa como si fuese "el Caribe": basta con poner unas guirnaldas coloridas, algún tipo de palmera y quizá una piña. Es una imagen tan fetichizada que parece haber perdido toda profundidad y nexo con la realidad. Nos cuesta pensar en cómo será la vida de las personas que viven allí, si habrá días nublados, cómo será bajar a comprar el pan antes de subir a hacer la comida. ¿Cómo sería ir al colegio en el Caribe? ¿Existe la cotidianidad allí?

En el terreno de la música, todos conocemos la ardiente música caribeña: ritmos latinos endiablados, empapados en sudor y altamente sexuales para nuestro pudor europeo. Es una galaxia de bailes y distintas músicas que jamás seremos capaces de comprender al completo, pero todas ellas enmarcadas en un consumo de pista de baile: para nosotros la música caribeña es algo que se baila en público; es una música que carece de autor porque es para ser bailada en la plaza y su expresión es mediante el baile y no la letra.

Pero hay un artista que contrasta de forma chocante con este planteamiento: Blood Orange.

Para los iniciados, Blood Orange, aka Dev Hynes, es un músico londinense cuya familia es originaria de Guyana y Sierra Leona. Su música choca de forma frontal con nuestra visión del Caribe porque, aunque incorpora el baile y lo usa de forma prominente, también revela una sensibilidad inusual en lo que venimos a esperar de "ritmos caribeños".

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La música de Blood Orange es una aproximación al Caribe africano/anglosajón, aquel que menos conocemos, incorporando la cotidianidad que desconocemos: el ritmo semi-pausado, los sonidos etéreos, la prevalencia del ritmo por encima de todo, y un poso de melancolía que jamás podríamos esperar de los habitantes de la Riviera Maya™ y alrededores.

Su conexión con el Caribe, como la nuestra, está marcada por la distancia: Dev creció en Inglaterra y actualmente vive en Nueva York. Pero a diferencia de muchos de nosotros, su familia tiene raíces afro-caribeñas. Su madre es de Guyana y su padre de Sierra Leona, dos lugares históricamente conectados por el triángulo de la esclavitud.

Por lo tanto, en la recreación caribeña de Blood Orange hay una diferencia crucial con los estereotipos: una emocionante nostalgia y búsqueda de identidad (en el vídeo para Chamakay, Dev se encuentra por primera vez con su abuelo materno) y recuperación de una identidad que para el mainstream occidental parece haber caído en el olvido al no ser fácilmente rentabilizable.

Al fin y al cabo, como teoriza el profesor universitario James Fulcher: "En un mundo cada vez más capitalista, la única forma de asegurar la supervivencia de las prácticas culturales y lugares de interés natural es encontrando de sacarles provecho".

Esa frase parece explicar la obsesión pop del sonido de Blood Orange en conjunción con temas que a priori no resultan los más comerciales (como fluidez de género, defensa de los derechos civiles, nostalgia familiar, etc): es más un rescate que la explotación de lo conocido.

Por eso me parecen realmente interesantes sus álbumes, porque ofrece una visión más allá del falso decorado al que estamos acostumbrados; ofrece una expresión personal, distante y familiar, de un lugar que para él no es una construcción publicitaria sino una amalgama de recuerdos familiares: un lugar evocador filtrado por la nostalgia y la melancolía en vez del optimismo irracional de un veraneante hypeado por poder conocer Punta Cana de una vez.

Nicolás Prados escribe en YoungVibez.