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Música

Dios es gay: el legado injustamente olvidado contra la homofobia de Kurt Cobain

La transgresión de Kurt Cobain al grafitear la frase "God is gay" era consecuencia de una rabia ingenua típica de las inconformidades adolescentes. Pero al menos tuvo los huevos de generar una conciencia sobre la desigualdad entre heteros y jotos.

Creo que la última salida del clóset que levantó un histérico alboroto fue aquella vez que Wentworth Miller reveló le gustaba el arroz con popote. Miller hizo pública su homosexualidad el año pasado a través de una carta donde exponía las razones por las cuales cancelaba su asistencia al Russian Film Festival: “He visitado Rusia en el pasado y lo disfruté enormemente. También puedo reclamar algún grado de ascendencia rusa en mi familia. Sin embargo, como el hombre gay que soy, debo rechazar la oferta de visitar Rusia en este momento…" aludiendo a la Constitución de ese país, que decreta a la homosexualidad como un delito meritorio de inclementes sentencia penales.

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Y ahí estaba, todo el joterío machando los calzones de pre-cum, imaginándose al machote menos macho de los protagonistas de Prision Break (por algo le dieron el papel del hermano inteligente y ñoño, mientras que las hazañas que requerían de testosterona en serio las interpretó Dominic Purcell, mucho más varonil y porno), empinado a punto de morder la almohada, o en el caso de las pasivas, a Miller untándose lubricante a base de agua en una de las palmas de su mano.

Desde luego es preferible que más personas abandonen el armario. Sin embargo es inevitable no tomar en cuenta que gracias a personas como Miller la homosexualidad insinúa un estereotipo aspiracional. Y con cada celebridad de Hollywood para arriba que sale del clóset, una raya más se suma a la meta de la liberación carita, fornida, bien vestida.

Muchos homosexuales creen que no es suficiente con salir del clóset. El actual imaginario gay poco menos que exige vestirse como las celebridades, cortarse el cabello a lo Ricky Martin, escuchar música circuit si se quiere pertenecer a ese sector gay, el más tolerado en muchos círculos bugas. Una inevitable frivolización de la lucha lésbico-gay que lo mismo puede impactar en la inmunidad de ONG´s mientras que las secciones de espectáculos y revistas de chimes se dan tremendo vuelo al que el morbo no escapa.

Puede ser que la transgresión de Kurt Cobain al grafitear algunos muros de su natal Aberdeen con la frase "God is gay" era consecuencia de una rabia ingenua típica de las inconformidades adolescentes. Pero al menos tuvo los huevos de generar una conciencia sobre la desigualdad entre heteros y jotos atizada por la iglesia católica en los sitios dónde más se padece: la calle y el pavimento, traveseando con la imagen sagrada incluso para muchos gays, Dios.

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De hecho, siempre he creído que un corral considerablemente grande del rebaño homosexual viven atormentados por el axiomático rechazo de la iglesia católica y en el fondo, mas allá del esfínter, buscan su aprobación, de ahí que las declaraciones del Papa Francisco sean celebradas como un acto de “apertura” y su imagen merezca portadas de publicaciones como la Rolling Stone y para sorpresa de muchos The Advocate, quizás la revista especializada en temática LGBT más importante de todo el planeta.

Estupideces de autoengaño. La iglesia católica nos odia y nos condena y Kurt supo saborear ese desencanto con una valentía que ya quisieran muchos militantes del arcoíris.

Cobain fue arrestado a los 19 años por andar escribiendo que Dios era puto. Aunque no renunció a su consigna fetiche y en vez de volverla a grafitear, decidió inmortalizarla poniéndola como colérico remate en la letra de "Stay Away", el track 10 del triunfante Nevermind, donde al final suelta el desesperado y encabronado grito que exclama "¡God is gay!".

Fue en el mismo mes que contrajo matrimonio con Courtney Love, febrero de 1992, que Cobain acaparó la portada en The Advocate: “En algún momento llegué a pensar que era gay. Tuve un amigo abiertamente homosexual que era muy cariñoso conmigo, lo abracé y pude hablar de muchas cosas honestas pero mi madre me prohibía juntarme con él, ella era muy homofóbica y no volví a verlo… Lo cierto es que a lo largo de mi vida, siempre me mantuve muy cercano con las niñas, me convertía en su amigo. Siempre he sido una persona afeminada, así que sí, llegué a pensar que era gay por un tiempo, sobre todo porque en la secundaria no encontraba una sola chica que me gustara, llevaban unos cortes de pelo realmente horribles y actitudes déspotas y detestables. Traté de ser gay por un tiempo, pero me di cuenta que sexualmente lo que me gustan son las mujeres. Pero estoy muy contento de haber encontrado algunos amigos gays. De lo contrario me hubiera convertido en monje… Me gustaría ser gay. O podría ser bisexual", declaró Kurt cuándo la entrevista abordó el obligatorio tema, para The Advocate, de la orientación sexual.

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Es curioso. A veces mis ganas de ligar en algunos antros gays o saunas se ven atropelladas por esas actitudes déspotas y detestables a las que se refería Cobain. La diferencia es que la mayoría de los batos llevan buenos cortes de cabello, pero muchos gays de hoy se parecen a esas chicas a las que hacía referencia. Basta con darse una vuelta por el Manhunt.net para corroborarlo.

Kurt también es recordado por sus prepotentes declaraciones: le asqueaba la idea que machistas y homofóbicos fueran a sus conciertos, brincaran y lo pasaran bien. De poderlos identificar a simple vista les hubiera prohibido la entrada.

No sólo fue una constante en la ideología del vocalista de Nirvana. Buena parte de la ontología grunge (si es que esto llegó a existir como tal), incorporaba mensajes contra la homofobia. Mucho tuvo que ver el hecho de que los primeros conciertos del género de la franela sucedieron al interior de Capitol Hill, el barrio gay por excelencia de Seattle. Muchos clubes con una bandera de arcoíris ondeando sobre la entrada interrumpían el beat de Black Box o CeCe Peniston para que bandas como Mudhoney o Alice in Chains hendieran sus guitarras cobijadas por ecos de un metal aletargado y austero; los gays no tenían inconveniente al respecto. Homosexuales y heteros se entendían en auténtica tolerancia. Coexistencia que también forjó saludables intercambios musicales que a su vez detonó híbridos interesantes más allá de las guitarras pesadas o el house-dance de principios de los 90.

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El grunge fungió como una de las últimas corrientes que mandó a chingar a su madre a la homofobia, y la primera que aprovechó todo el circo de medios que le acosó porque aceptémoslo, desde que Soundgarden firmó con la A&M records el grunge se condenó a sobrevivir en esas espesura que concebimos como comercial. Acaso el último que lo hizo con honestidad, sin que detrás estuviera una estrategia de marketing, con un Eddie Veder o Scott Weiland persiguiéndole los pasos al güerito de Nirvana o Lean Stanley enchufado a la heroína, al grunge le sobraba publicidad. No se declaraban homosexuales pero era precisamente esa actitud de solidaridad lo que daba credibilidad a su manifiesto.

Hoy lo políticamente correcto es lo que vende. Y las causas gay son las más rentables. La comunidad se tragó el cuento aquel del mercado rosa y muchos están convencidos que una buena estrategia para luchar contra la homofobia es boicoteando marcas. El consumismo de la protesta

A estas alturas no sé qué tan “valiente” sea la salida del clóset de una celebridad como Miller. Más que entusiasmo, esta suerte de nueva generación de desclosetados a la que pertenecen nombres como Miller, Neil Patrick Harris, Matt Dallas, Anderson Cooper, Matthew Boomer o Jim Parsons me genera sospechas, toda vez que su común denominador sea revelarse como homosexuales sí, pero desde el glamur de diseñador en el que están instalados.

El grunge también tenía su look, pero además que imitarlo era barato (mientras Kurt Cobain se ufanaba de vestirse con ropa de segunda mano, Neil Patrick Harris es la imagen de marcas caras a las que muy pocos pueden tener acceso), no opacaba la calidad de las letras o la música.

¿De qué sirve que Christian Chávez nos ventile que le gusta meserear con la mano izquierda si todo lo que escupe carece de calidad y sensibilidad de buen gusto? ¿O dónde radica el valor musical de Gloria Trevi, tanto como para ser coronada como reina de la Marcha del Orgullo de la Ciudad de México, mas allá que su imagen sea de lo más fácil para imitarla y travestirse? Cierto que los alcances de ventilar su orientación sexual puedan repercutir, para bien, en esa audiencia buga que sigue sus pasos en cine, televisión o música. No obstante también dan rienda suelta a inconvenientes como más o menos establecer la lógica (quizás inconscientemente), que para salir bien librados del armario, se tiene que contar con la infraestructura propia de la farándula.

De ahí que hoy día te topes con imbéciles que aseguren las marchas por el orgullo del DF han disminuido en “calidad” desde que personas como modelos o gerentes de una importante empresa de cosmetología ya no asisten, por ejemplo.

Por estos días es común que si un gay escucha Nirvana sea visto como freak o de plano no le crean su homosexualidad; un-gay-normal debe escuchar a LadyGaga, Thalía o Gloria Trevi y artistas similares para ser aceptado por una mayoría…

@wencesbgay