Dando el rol con Eptos Uno

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Música

Dando el rol con Eptos Uno

Eptos, uno de los raperos más emocionantes del momento, nos paseó por sus lugares favoritos de la Ciudad de México mientras nos cuenta la historia de cómo llegó a donde está.

Todas las fotos por Irving Cabello, a menos de que se indique lo contrario

Es difícil que un artista se inspire teniendo una vida ordinaria. Cuando lo único que alguien hace es despertarse, ir a trabajar enfrente de una computadora todo el día, y regresar a ver la tele, es complicado hacer canciones que hablen de cosas interesantes. Más bien, los grandes músicos son aquellos que experimentan, que viajan, que exploran su ciudad y su barrio, que toman riesgos, que le encuentran lo mágico a lo cotidiano, y que logran contar una historia que sea tanto universal como personal. Que se salen de su zona de confort y que gracias a ello conocen música, personas, y hasta aspectos de sí mismos que de otra manera no habrían conocido.

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New Amsterdam Vodka alienta a romper las rutinas y tomar riesgos, y por eso nos aliamos con ellos para crear esta nueva columna, en la que seguimos a distintos músicos por sus barrios y nos enseñen cómo es la vida en distintas zonas de la Ciudad de México. Y para empezar, arrancamos con Eptos Uno, uno de los raperos más emocionantes del momento en el país, quien está próximo a publicar su primer LP en una de las tres discográficas grandes que hay en el mundo.

EPTOS

“¡Arre!” dijo el chofer del autobus. Extendió la mano para recibir las seiscientas lanas que le ofrecía Eptos. Era de noche en el desierto y hacía frío. Ahí comenzaron las treinta horas de viaje que traerían a aquel joven a la Batalla de gallos 2006. Antes habían pasado otros autobuses, pero ninguno había aceptado el trato.

“¡Qué gigante está esta madre!”, pensó cuando bajó en la Terminal del norte, en la Ciudad de México. El frío continuaba. Era un frío nuevo. Nunca había caído a la ciudad. Sólo tenía un tío que vivía acá y no contestaba. Cuando contestó le dijo que lo podía ver hasta la una: no sólo estaba trabajando, además vivía al otro lado de la ciudad.

Su valor, su arrojo eran un felino agazapado. No podía gastar de más. No podía cagarla. La feria era poca. Debía llegar hasta Naucalpan. Exactamente a la Florecita, una especie de ex-hacienda que se renta para eventos grandes, en done puedes torear vaquillas y que también cuenta con un toro mecánico. Un taxista le cobraba cuatrocientos varos. No había tenido descanso. Se lanzó en Metro. Afuera de la hacienda había un guatón de banda, y entre ellos Eptos caminaba con una certeza en su interior: Iba a rifarse con todo.

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Era como estar en esa escena de The Warriors en donde todas las bandas se juntan. Muchas bandas de rap, clicas, amistades, enemistades: un día inolvidable para la escena del rap en México. Había como 500 participantes. De ahí salieron 16 a las finales.

Eptos llegó a la semifinal. No venía mentalizado para ganar. Su aventura había sido sólo para medir las aguas de estos terrenos. Cada que un concursante avanzaba le caían quinientas bolas en la bolsa. Ganó tres. Ahí se le acercó un chaparrito de aspecto gandul, Dee. Se lo llevó a su casa, aguantó una caguama y se fue a dormir. Ya volvería al año siguiente. Pero esta vez sería el último en levantar la mano.

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EMECENAS

Hace seis, siete años, Emecenas llegó a la Ciudad de México. En su ciudad ya había conocido todo. Ya había vivido lo que le tocaba. Debía partir.

Lo supo la misma tarde en que llegó el Kevin, su compa que había venido de visita a Hermosillo. Se había logrado colar a un mega reven en donde estaban un friego de raperos. Y en ese momento, una, dos, varias voces comenzaron a sonar en la chompeta de Emecenas. Eran ideas. La principal: irse. “Yo tengo que estar ahí”. Otra voz —una proveniente del pasado, quizá de una peda—, El Muelas diciendo con firmeza, con tanta que Emecenas le creyó: “Si eres muy salsa en tu barrio, no sirve de nada. Debes conquistar el Centro y de ahí, una vez que la armes en el Centro, te puedes ir a cualquier lugar.” Sí, eso es lo que haría.

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“Siempre tuve la idea de vender y hustlear,” dice hoy en día Emecenas. Comenzó a mover garra gabacha. En el 2006 consiguió el permiso para vender Lumbre, una marca de ropa. Luego Burner. Promovía marcas nacionales; ahí olfateó una brecha.

Cuando iba en prepa sacó cuatro diseños de playeras. La Real Unión era su crew. Los cuatro se agotaron. Luego le vendieron un pulpo de serigrafía. Cuatro patas, dos paletas y seis brazos. Calaron una semana. Cuando ya lo creía dominado, fue a ofrecer sus servicios. Primero echó a perder un madral de playeras.

Su madre se enfadaba porque el suelo de su pequeño patio estaba manchado. Sucio, ocupado. Iba al gabo a comprar ropa tipo skate. En su auto iba de casa en casa cobrando. Puso su tienda. Playeras, tenis, gorras. Lo conocían como Big Hustle. Cuando volvió al DF lo hizo con una maleta llena de playeras. Venía a un curso de producción de video, de su carrera de Comunicación. Hasta entonces no había volado; sólo le alcanzaba para el camión. Abrió los ojos, le entró el hermoso monstruo de la Ciudad de México, esa cosa de dimensiones descomunales. Lo sedujo. Ya nunca regresó.

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La peluquería Classics Never Die. En la foto, el rapero Yoga Fire, quien solía cortar el pelo ahí.

Hay un punto en donde las historias de arriba se juntan. Tanto Eptos Uno como Emecenas viajaron más de treinta horas para llegar a esta caótica ciudad. Ambos tenían un sueño, uno que iban a cumplir. Ambos salieron del desierto. Los dos llegaron a Ecatepec. Les gusta el rap. Y ahora que los veo hablando, mirándose a los ojos, es claro que en algún momento se convirtieron en hermanos.

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La entrada de Never Die se encuentra en las entrañas de la Ciudad de México, en 16 de septiembre #70. Sí, donde un tipo vende disfraces para perro de pésimo gusto. Never Die es una tienda de ropa y peluquería que tienen con sus compas. Apenas entras y ya hay cierto aroma de hermandad. Te sientes a gusto. A veces hay ruido, como de chachalacas. Otras veces juegan futbolito. Emecenas le va al Azul. Y quiere superar una oscura noche en donde Moisés Muñoz anotó el único gol de su carrera. El eterno rival del Azul en esta mesa es el América.

Aquí se juntan los sueños y el compadrazgo. La complicidad de todos los días de ir padela. De no rendirse. Porque hay un bróder que le chinga igual que tú. Que hace playeras, joyas, tatúa, corta el pelo, rapea. Así es aquí, en Never Die, el punto donde se juntan las dos historias.

“Never Die es el crew,” dice Emecenas. Aquí se plasman los sueños de mucha banda.

Cuando Emecenas comenzó a trasladarse de Ecatepec al centro de la ciudad se dio cuenta de dónde se encontraba. Dos horas de camino. Lo de dedicarse a los negocios es un asunto que proviene de familia. Su abuela vendía pan, cortaban y vendían fruta. “Mi jefa vendía productos chinos. Se me da hacer bisne.”

No tengo dinero, pero dame chance, yo sé cómo administrar este bisne, le dijo a un compa. Dame tres meses y yo levanto esto. Tienen un pulpo donde imprimen playeras para otras marcas y sellos, como Homegrown. “Tengo diseños de Forever, a los que les debo la vida. Son diseños sencillos, pero me he encargado de llevarla a todos lados. La playera la tienen un putero de personas. Yo tengo como veinte, que me voy cambiando.”

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“Soy un anuncio de metro y medio de ancho.”

Parte del crew de Never Die en el estudio

“Le vendí mi alma a la tienda,” continúa orgulloso Emecenas. “Llevo dos años y medio; me aventé un año en crisis, cargué con toda la bronca, y me quedé con la idea de sacar esto a flote.” La tienda tiene más de mil productos.

“Encontré el hilo negro: que más que un comerciante, es ser una persona de negocios. Lo encontré en la idea del sacrificio propio. Si quieres llegar a algún lado, si todos los días caminas, un día llegarás. No importa que comiences de cero.

Emecenas ve a Never Die como si viera a un cachorro correr, o un padre en la graduación de su hijo. “Es una idea que yo he visualizado. La idea de cómo va a quedar todo: las ventanas, los pisos, la merca. Es como un súper carro. Va a ser un Daxter. ¡A la verga! Más que tener dinero, quiero tener cosas como esta. Yo siempre fui a hacer bisne, estuve solo en el bisne siempre, pero está chido que varias personas trabajen y te ayuden a sacarlo. Entre más personas me ayuden, más varo ganamos y más ayudamos. El Tino, el Alemán, son mis clientes y trato de no quedarles mal,” dice sobre otros raperos que son compas, pero también frecuentan el lugar.

Saliendo de Never Die puedes ver aparadores, edificios restaurados, e incontables peatones que se desenfocan, como hermosas manchas de colores que sólo sirven de fondo para nuestro andar. En Bolívar nos trepamos al camión que nos llevará a la Obrera. Tráfico de miércoles por la tarde.

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Eptos estudió la secu y la prepa en Arizona. Luego vino a México y no le validaron los estudios. Debió volver a hacerlos. Apenas vamos a la altura de los edificios Mascota. El beat de la sirena de una ambulancia llena el aire. Su sonido huele a azufre, a fin del mundo. Lo único que debe escucharse en el infierno son ambulancias. Ya estamos cruzando Izazaga.

Suenan las balatas del camión y luego el chofer hace ese truco para que el autobús libere aire. Llegamos a la Obrera. El pescadito, el Barba Azul, los hoteles pululantes de travestis, las panaderías, la grasa de los tacos de la esquina, los puestos callejeros de fruta se van retirando.

Los sopes de barbacoa, la pancita, mariscos Manolo, la Perla de la Obrera, los baños públicos, el café de chinos y por fin: El Titán, esa chelería olvidada en Eje Central. Ocupa el mismo lugar desde hace más de cien años, según su dueño. En las paredes hay grafitis. Cada cierto tiempo los cambian. La decoración de este lugar no es algo permanente. Las bolas de cerveza las sirven heladas, con escarcha de limón y sal.

Eptos grabó su primera rola cuando tenía 15 años. Considera que su evolución no ha sido rápida. Comenzó sin que nadie le dijera esto son 16 barras, hay que rapear así. Es un natural. Tampoco ha estudiado métrica ni rima. No de forma académica. El oído se le fue afinando poco a poco. Ahora es fácil escribir para alguien más, escribirles coro.

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Ha tomado algunas clases de canto. Le gustó la técnica. La entendió y le parece maravilloso. Quiere seguir haciéndolo. Hay que conocer las herramientas. Quiere estar metido en el estudio mezclando rolas. Es lo que más le late ahora.

“Mi ideal siempre fue rapear sin palabras comunes. Aunque no tuviera flow. Que un vago como yo goce de tantos privilegios. Respeten el prestigio que les dejo en cada verso. Primero, de morro, escuché Control Machete, Delinquent Habits, Cypress Hill,” dice Eptos. En Arizona “tenía unos primos grafiteros que escuchaban más rap gangster, del West Coast: Snoop Dogg, 2-Pac, más cholero el pedo. También del East Coast a Notorious BIG, Wu Tang Clan, 50 Cent.

“Un compa del barrio, un cholo, me ofreció un case de discos, me los vendió. Pura joya rapera. Yo tenía catorce años y por diez dólares me surtió.” Regresaba a México en los veranos. Era grafitero. En uno de esos veranos alguien le vendió música en discos quemados. Rap en español.

Le gustaba el riesgo, se juntaba con una banda de grafiteros y ahí se les pegaban otros vatos, que le daban a la improvisación recio. Eso comenzó a llamar mi atención.

En Arizona vivían su madre y sus dos hermanas. Le tocó dormir en la calle, ver peleas de pandillas, escuchar balazos de muy cerca. “En ese entonces si eras grafitero, era porque estabas dispuesto a darte duro. Hoy hasta puedes participar en una expo,” dice.

Muchas cosas son las que han cambiado. En diciembre Eptos publicará Hacer historia, su primer álbum de estudio en una disquera grande, Universal Music. Gracias a la comunidad que logró formar junto con otros raperos y productores, poco a poco el esfuerzo que ha hecho para armarla en la Ciudad de México ha empezado a rendir frutos: ahí está la tienda, su gran contrato, y esto es sólo el comienzo.

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Estamos sentados en Doctor Olvera y Lucio. Una parada antes del gran momento. La Demente trae y trae platos. La Demente… Qué hijos del chile, pienso. Así llaman a la señora que vende estas delicias norteñas. ¿Comida norteña en la Doctores? Dios, ¿a dónde nos ha traído la gentrificación? Ocho salsas distintas. Un puesto de lámina, cuyo nombre oficial es ‘La Tía’. Cabulean, se les rompe la piñata de las carcajadas, brindan, hacen planes. Unas cuantas mesas tiene este lugar, y unas cuantas sillas. En medio del mero barrio.

Se les ve caminar seguros, conocedores de las calles que los rodean. “Cruzando la calle hay unos postres chidos”, dice Eme cuando termina sus tacos y su burrito. Ellos vivían en este barrio. Fue de los primeros lugares que conocieron bien en este mastodonte que no tiene fronteras. La Doctores es un barrio al que costará arrebatarle las vecindades cochambrosas y cambiarlas por elegantes departamentos para becarios del FONCA, pero eventualmente pasará.

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Foto tomada del Facebook de Eptos Uno

Finalmente, llegamos al momento que todos esperaban. Eptos se encuentra en el escenario y parece un profeta que al mover las manos provoca un violento y rítmico oleaje con los cuerpos del público.

Esa noche, tocaron Faruz Feet, Bull Montana, Gzus Ortiz, Abraham, Vida Baja, Homie Mack Boe. Los anfitriones eran Aabs y Dj Kay Fear. El Foro Mundano está sobre Eje Central. Uno siente estar presenciando algo fuera de serie. Como observar una simiente. De algo de lo que en muchos años se hablará y los que escuchen querrán haber estado aquí.

Eptos es un privilegiado. Se vacía sobre la tarima. Se encuentra consigo mismo. No sale a husmear en la guardia y la técnica del rival. Eso le vale madres. Desde que se trepa sale a dar putazos. Descuenta luego luego. Y no da marcha atrás. Es un encantador de serpientes bailarinas. Con el micrófono pegado a sus labios dice la primera parte de la frase: “Porque el rap en México nunca muere”. El público, yo entre ellos, respondemos con un furioso grito, como si dijéramos una verdad absoluta e irrebatible: Nunca muera. Never. Never Die.