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Música

Cerati: no todo lo que brilla es oro, pero brilla mucho el oro

La nota de portada del viernes 5 de septiembre en todos los periódicos dará un poco más de comer a la prensa de espectáculos. Pero, ¿qué se perdió en verdad con Gustavo Cerati?

La nota de portada del viernes 5 de septiembre en todos los periódicos dará un poco más de comer a la prensa de espectáculos, el #TT insoportable en redes será la muerte de Gustavo Cerati. ¡Qué novedad! Peor que una cruda será soportar a los mamadores que andarán agüitados por el fallecimiento del vocalista de Soda Stereo como si de su madre se tratara. Casi igual de insoportable que los que se mofan a la brava sin siquiera reparar en lo que se acaba de perder. Pasionales y proyectivos siempre hemos sido.

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Polémicas más, comidillas de menos, para muchos Gustavo Adrián Cerati falleció hace cuatro años, muy a pesar de los que guardaban un hilillo de esperanza por su recuperación, que a la postre se convirtió en un batiburrillo mediático inasible. Así el posmo.

Los argentinos tienen al rock nacional poquito abajo del futbol en sus estándares mastodónticos de fanatismo. Cerati ocupará de por vida un lugar entre los muy grandes, valor nacional que se encuentra al lado del flaco Spinneta y Charly García. México, acostumbrado a copiar muchas cosas, nunca ha tenido el grado de afecto y entrega hacia su rock como el país del cono sur. El amor hacia el autor de Bocanada es una de esas grandes y comprensibles excepciones.

Trascendiendo la plática intrascendente y cegatona, el hambre insaciable de clicks y las ganas gigantescas de tener algo por lo cual sentirse mal o conversar, habría que insistir sobre el legado musical que permeará por los siglos de los siglos, de esas canciones que canta uno sin reparar en su contenido o factura, y que serán reproducidas hasta que Spotify hinche sus números y nuestras pelotas. Cuando le pones play al Bocanada (1999) no puedes sentirte triste ni pedirle al cielo que la pérdida se hubiera evitado. Ese disco es un portento de letra, música y producción. Y se grabó y perdurará el paso de los años y la muerte de los mamadores. Por fortuna y felicidad.

Hay quien titubea en decir que Cerati fue un genio, incluso para algunos de sus fans más arrebatados, aquellos que aplauden también esas últimas medianías llamadas Ahí Vamos (2006) y Fuerza Natural (2009) les tiembla la pechera el asegurarlo. No para quien esto escribe. Dejemos que hoy se llore lo que se tenga que llorar y se postee la sarta de diarrea verbal requerida en redes, qué bueno, para eso son también. Eso pasado mañana se convertirá en otra cosa, cambiará de objeto. Pero no olvidemos lo importante.

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Amén de no haber conocido a Cerati personalmente, salvo algunas palabras en el baño de una fiesta de un cuate, creo que el cantautor era un prodigio de músico, disciplinado hasta la obsesión, afable con el extraño, versado y bastante refinado, combinación heredada fuertemente de Luis Alberto Spinetta, aunque con un empuje menos impostado y grandilocuente. Letrísticamente fue único y poderoso, ya sea hablando de temas “superfluos” o bien ocupando alegorías más cercanas, sentimentales y amorosas sin caer en lo chocoso u obvio, como en Siempre es hoy (2002), el cual me parece su último estandarte discográfico memorable.

En las producciones tanto de Soda Stereo como en solitario y sus proyectos alternos, Cerati tenía una disciplina y un tino que siempre abogó por darle un giro de tuerca a las cosas, incluso a costa de extrapolar su estilo como cantante hacia antípodas más bien gastadas y sosas, como las de su último disco o de experimentos francamente innecesarios como esa exageración llamada 11 Episodios Sinfónicos (2002).

Por otro lado, con su combo ochentero-noventero comprendí que el pop en español era concebible, perfectible y muy ingenioso. Si bien siempre hubo rolas de relleno en todas y cada una de sus producciones, las piezas maestras contenidas en sus siete discos de estudio del 84 al 95 son insuperables, incluso por él mismo.

Y con piezas maestras me refiero también a esas bellezas que no necesariamente se convirtieron en himnos, como “Terapia de amor intensiva” del Doble Vida (1988), la preciosa y vaquerita “1990” del Canción Animal (1990), una chulada de pieza que suena inacabada, argentina, semishoegazera. Algo bien. Una evolución natural, sin ser forzada la de Soda Stereo; Cuando Cerati se cansó de rasguear la guitarra y se metió a los viajes macizos aunque con algunas letras medianas del Dynamo (1992) lo quise más, lo tomé más en serio, y entonces el Bocanada y su trabajo en solitario se convierte en un súmmum con toda la congruencia del mundo, con lo mejor del Sueño Stereo (1995) bien asimilado como legado para poder dar rienda suelta a su creatividad y ego. El colofón de su Unplugged para MTV es apoteótico, Comfort y música para volar (1996) es una de esas cosas de la que todo músico podría aprender en cuanto a adaptaciones y ensambles se refiere.

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Ese ego del que hablamos salpicó también los ejercicios electrónicos de calado discreto pero no menos geniales y bellos como Plan V (97-98) o el score para +Bien (2001), ubicando esa faceta como un revival de creatividad muy cabrón al que sus coetáneos Stereos nunca se pudieron emular ni de lejos con ningún proyecto de nada.

Quien conoció personalmente a Gustavo Cerati seguro lo extrañará enormemente. Pero con estas canciones heredadas, encapsuladas y disponibles uno no puede sino seguir, continuar, escuchar y disfrutar ese choripán que es el devenir.

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