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Música

Andrés Landon: Hacia un pop inubicable

“En un momento dije ‘yo quiero que mi mamá me escuche y me entienda la huevada que hago’, y eso me llevó a hacer canciones.”

Todas las fotos por Guillermo Llamas​

Landon se puede pronunciar con o sin tilde en la “o”; fue bajista, percusionista y arreglista de más proyectos latinoamericanos de los que podríamos enumerar en este párrafo. Es parte de la banda de Mariel Mariel y en el 2012 ganó un Grammy por la producción —junto a Juan Manuel Torreblanca— del disco Déjenme Llorar de Carla Morrison. Conversamos con el chileno para saber de qué va su nuevo disco Indias, y además publicamos en exclusiva el videoclip de su nuevo sencillo, “Pirámide”.

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NOISEY: ¿Cómo aparece la música en tu vida?
Andrés Landon: Aparece naturalmente desde que tengo 6 o 7 años, la edad en que empiezo a acordarme de las cosas. Mis hermanas eran adolescentes y escuchaban mucha música. Una era fanática mal de Soda Stereo, era groupie… de hecho una vez fue a meterse a un hotel de Valdivia, cuando tocaron allá. Mi otra hermana era más combativa-guerrillera, entonces escuchaba Silvio Rodríguez, Pablo Milanés. Por ellas habían guitarras en la casa. Mi papá, por otro lado, me metía a los Beatles. Aprendí a tocar hueviando con una guitarra, pero el primer instrumento que decidí tocar fue un teclado. Le pedí a mis papás que me compraran uno y me mandaron a la mierda. En esa época acompañé a un amigo a hacer una prueba de cámara en una agencia de publicidad y, otro día, estábamos comprando en una tienda y se me acerca una mujer, le dice a mi mamá que era agente de niños talento, que le gustaría trabajar conmigo… entonces hice dos comerciales y así me pude comprar el teclado. Con ese teclado Casio —que traía un cassete y lucesitas en las teclas— me metí a clases de piano en el Centro Cultural de Ñuñoa. Ahí empecé.

Después me dio la rebeldía y me puse metalero; aunque venía justo comenzando esa cosa del rap, pero el metal era mejor porque iba a enojar mucho más a mis papás que yo escuchara metal a todo chancho en mi pieza. También tenia tenía esto de espantar a las señoras en la calle, me entretenía. Usaba las poleras metaleras, el pelo largo, qué se yo… en la calle me gritaban cosas onda “¡Satánico!”, o señoras se enojaban porque andaba con una polera que tenía una cruz al revés. Igual eso llega hasta hoy, me gusta sacar a la gente de su contexto y de su zona de confort.

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¿Cómo puedes hacer eso con la música?
Como que antes eran cosas aparte: la música era la música, el goce de tocar y de jugar con estos elementos que tenía, darlos vuelta y combinarlos, que salgan cosas bonitas. Pero recién ahora he despertado esa misma cosa de cabro de chico, ese goce de espantar, no sé, quizá en letras, en actitudes, en ropas, en video. Después llegó un momento en que me puse a estudiar en serio música y dije “¡Mierda! ¡Tengo demasiado que aprender!”. Sentía que no podía reírme de algo si no lo dominaba completamente, entonces me encerré a estudiar, a trabajar y a pensar de una manera muy matemática: aprendí de teoría. Además tomé clases con el Ángel Parra de Los Tres. Pero en serio-en serio empezó todo esto a los 16 cuando encontré el jazz, la improvisación, el lenguaje. Veía a hueones increíbles en los pocos videos que llegaban a mis manos y decía “¡Puta! ¿Cómo hago eso? ¿Cómo llego a eso?”. De repente me empezó a gustar Jamiroquai, pero como era metalero no podía decirlo, jajaja, mis amigos eran súper talibanes. Empecé a investigar en libros, la gente más vieja me contaba cosas e iba a las tiendas de discos en el Paseo las Palmas, a tiendas de jazz, metal o hip hop. Ahí el tipo que vendía era el ñoño que más sabía y afuera se juntaban otros tipos como uno que iban a comprar y se armaban conversaciones o intercambiaban discos.

Pero con el tiempo llegaste a saber harto y ser multiinstrumentista…
Eh, empecé con el piano, luego la guitarra. Después con el bajo y ahí me puse en serio, porque fue mi carrera en la Escuela Moderna de Música. Cuando decidí que el bajo era mi vida, yo quería ser Jaco Pastorius y vivir de eso. Pude vivir, en Francia y en Chile, tocando como sesionista —o huesero, como le dicen acá—. Durante mucho tiempo asumí que sólo era bajista, que cada uno se dedicaba a un sólo instrumento y que si un tipo tocaba no tan bien determinado instrumento, era una ofensa para el que realmente tocaba bien. Así de estúpido, súper universitario. Pero, al final, todas las hueás que he hecho han sido por necesidad. Cuando llegué a México yo me quería alejar del jazz y me empecé a dar cuenta que si poh’, que yo toco guitarra. También me ha pasado ir a ver una banda, ver al tecladista y decir “igual yo puedo tocar mejor que ese hueón”. Y como que no sé poh’, un día estábamos acá fumándonos un cuete [churro] y agarro el violonchelo, toqué una cosita y el que estaba al lado me decía “tocai’ súper bien el chelo” y ya después te empezai’ a convencer… siempre he sido aperrado para todo, me gustan los desafíos, así que dije que sí, vamos a tocar violonchelo. Y puede que toque como el pico [mal] y la hueá, pero aprendo y así de a poquito empezai’. Después acompañé a Mariel con percusión, nunca había hecho eso arriba de un escenario. Así que un día me vió la Carla Morrison y me dice: “¿la próxima vez que venga podrías ser mi baterista? Y yo: “¡Ya poh!”. Empezamos a tocar caleta, mucho. De repente me vi en el Vive Latino con dos baquetas en la mano, en un escenario enorme y pensaba “¿¡Qué chucha estai’ haciendo acá!?”. La cancha me fue haciendo multiinstrumentista.

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Mi primera pega fue tocar salsa en Francia, me fui para allá sin hablar nada de francés, fui por una polola. Un día me llamaron a tocar —más bien por ser latino, no porque supiera tocar salsa—, pero yo les dije que obvio que sabía. Había tocado un par de salsas en la vida y necesitaba plata. Así que me pasaron los temas y me puse a transcribir no más poh, así prrrrr prrrr prrrrr, nota por nota todas las canciones; esa hueá no la podría haber hecho si no hubiera estudiado y si no le hubiera puesto color a la teoría. Yo era como ñoño con la hueá, me dedicaba a estudiar todo el día, le ponía bueno, me esforzaba. En esa época yo le decía a mis amigos que no iba a salir —onda, día viernes— porque según yo me quedaban como 3 horas de estudio. Me saqué la chucha cuando había que sacarse la chucha, así que si ahora me quiero tirar las bolas una semana, lo puedo hacer porque ya hice la pega, ya lo tengo adquirido. Así que ahora siento que ahora todo es emotividad porque la técnica ya está. Cada vez es más suelta la cosa.

¿Cómo se dio el tránsito del jazz al pop?
El jazz me llegó con Charlie Parker, el be-bop o el freejazz, que se considera música compleja, elevada. Pero cuando te ponís a investigar y vas para atrás, te das cuenta de que el jazz es pop, eran canciones que la gente bailaba y punto. De ahí se ramificó para otros lados. Pero la canción es la canción, A lo pop yo más bien le digo canción: es un formato, una forma que dura 3 minutos, 3 minutos y medio, con partes claras. Si tienes la canción la puedes hacer pop gringo, reggae, reggaetón… es como un mono que tú vistes con la ropa que quieras. Y en la historia son las canciones las que quedan, no las ondas de las canciones. Yo hago música nomás poh, no le pongo nombres, un ritmo es un ritmo. A la gente le gusta humanizar todo, ¿cachai’?: las plantas, las cosas, las cosas que no existen y las cosas intangibles como la música. A mucha gente no le gusta el reggaetón y dice como “no, es que hay exponentes pencas y la música es tan mala”. Bueno, en el pop hay cosas horribles y no te escucho decir que el pop es una mierda o que la música clásica es una mierda, porque sí hay canciones de música clásica que son malas poh’ hueón. Y nadie está diciendo que la música clásica es mala. Esto de poner nombres se presta para muchas cosas: no le eches la culpa a un estilo por un par de huevones que hacen cosas feas.

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¿Por qué de Sonido Landón pasamos a Andrés Landón?
Por que me sonó bien Sonido Landón cuando se lo puse, pero ya no, jajaja. O sea, cuando se lo puse fue más bien por algo práctico; estaba haciéndome el MySpace y no quería ponerle Andrés Landón. Pero solamente “Landon” estaba ocupado, entonces la Mariel me dice “¿Y Sonido Landón?” Probé ese y pum, lo ocupé, me sonaba bien. Pero me vine para acá [México] y acá “Sonido” es otra hueá. Las cosas que llevan “Sonido X” son cumbia, electro cumbia, era una confusión. La gente debía pensar que iba a bailar cumbia y era una hueá nah’ que ver: un tipo callao, serio, que no comentaba nada y hablaba de sus sentimientos profundos.

¿Cómo viene Indias?
Es un disco completamente hecho por mí; todo lo que está y no está es porque yo lo quise así. El disco anterior, Pequeños defectos, independiente que lo encuentres bueno o malo, yo nunca lo moví porque no me sentí cómodo. Todo lo que logré —que tampoco fue poco, o sea toqué en el Vive Latino y toqué mucho— lo hice por otra gente que se me acercó, pero yo no fui a tocar a una puerta, jamás hice nada por ese disco. Pero el disco de ahora está un poquito inclasificable porque, de partida, las canciones son distintas entre sí; el hilo conductor soy yo, mi voz y mi letra. Eso es lo que reúne a todas mis canciones. Pero las ropas de ese mono van variando de tema en tema y, al mismo tiempo, no es sólo estilo lo que mezclo, sino que también descontextualizo cosas. O sea, por ejemplo, una canción súper arriba, bailable, va con una voz suave y melodía lenta. Onda “este hueón tiene voz como de indie rock, pero la canción parece de Juan Luis Guerra.

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No siento que en mis letras o música haya una herencia de algún lugar. O sea, visto de lejos probablemente sí, obviamente uno habla de una manera y hay cosas culturales, pero nunca me he sentido apegado a lugares. Por ejemplo, cuando me fui a vivir a Francia nunca extrañé —y en los años que llevo viviendo acá— Chile, Santiago o mi barrio. Sí extraño a la gente. No soy de esas personas que extrañan la empanada… si bien me gusta la empanada. Cuando viajai’ mucho y tení’ ciertos años, te dai’ cuenta que todos los lugares son igual nomás, que la gente es igual, pasan las mismas cosas, se sufre igual. Tengo esa cosa medio de monje, del desapego. Uno aprende a que no te importen las cosas, porque lo estético pasa; te sirve un rato, pero luego se acaba.

¿Entonces es la música es un lugar para ti?
Sí. Siento que el arte debería ser eso también, entre todas las cosas que puede entregar. Puede hacer sentir a alguien parte de algo. Muchas músicas son así. La música folclórica, por no ir más lejos, te hace ir a ese lugar, sentirte en o parte de ese lugar. Yo creo que podría estar creando el folclor de mi planeta que soy yo, y yo soy muy desarraigado. Más bien, eso es lo que está arraigado en mí: que las banderas y los límites geográficos me parecen una estupidez, así como la religión. Soy muy anti-patriota, muy anti-lugares, muy anti-tradición.

Oye, y ¿qué sensación te dejó haber trabajado en el Déjenme llorar de Carla Morrison?
Me abrió una beta nueva que yo no tenía pensada, ni estimada, ni soñada, ni nada, que es el ser productor. Hice ese disco y ahí empecé a trabajar de eso. En todas las bandas y proyectos en los que me metía, cambiaba, arreglaba cosas. Y ese es el rol que tomé con Carla antes de hacer el disco. Entre que me pidieron hacer el disco, hicimos el disco, nos nominaron al Grammy y nos ganamos el Grammy… y nos dieron el Grammy, pasó mucho tiempo. Por lo bajo un año y medio. Pero recién unos meses después de que me lo gané empecé a llamarme a mí mismo productor. Gracias a eso ahora yo me grabo solo y ya no dependo de que otro hueón esté disponible.

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En ese sentido, ¿afectó el Grammy en tu creación, o es algo accesorio?
Afectó un poquito, en la presión. O sea, como que sé que se esperan cosas de mí. Por ese lado, sí. Pero trabajo tan volado que al final se me olvida, jajaja. Cuando estoy en el estudio estoy metido en la hueá nomás, poh. Esos pensamientos son antes o después, nunca durante. Pero cuando me meto en la hueá, me meto. Puedo estar metido en el sótano —aquí abajo— el día entero y no estoy pensando en otra hueá que no sea lo que estoy haciendo. No soy de los que se quedan cultivando una misma cosa. Si yo me hubiera quedado en lo primero y no hubiera explorado, ahora sería un tremendo bluesero chileno. Pero nada, para mí está la diferencia del arte del museo, del arte que quiere decir algo y la artesanía. Como que alguien hizo un jarrón una vez, fue súper bonito, fresco y moderno, pero hay gente que hace 2000 años fabrica el mismo jarrón y, para mí, eso es artesanía. Es bacán, bonito, pero me aburre. Pienso que el Kubrick de la hueá trabaja redondísimo, o sea, no hay por dónde encontrarle fallas: lo reglamentario y lo teórico está ahí, pero también está roto en una parte y esas son las hueás que yo disfruto, que me interesan.

Siempre había hecho música rara e instrumental, entonces mi mamá nunca podía conectar conmigo. Entonces en un momento sentía: “puta, yo quiero que mi mamá me escuche y me entienda la hueá que hago”, quería hacer algo que le gustara a ella. Eso me llevó un poquito a retomar el hacer canciones. Y desde que empecé a hacerlas ella es mi fan número uno, la que más le gusta. Tiene una canción mía de ringtone, jajaja; el entorno de ella me debe odiar cuando le suena el celular, pero a ella todavía le gusta. Ahora, más grande, voy sintiendo la necesidad de conectarme con los demás. Antes, podía estar en una isla solo haciendo mi música y sin testigos, con eso me bastaba. Pero ya de más grande te empezai’ a poner cada vez más mamón —en chileno, no mexicano— más sensible (acá mamón es como quebrado, sobrado). Entonces mientras más viejo te vai’ poniendo más fácil eres de enternecer y de conmover, de hacerle sentir algo bueno a la otra persona.

Si tuvieras que reconocer músicos cercanos a ti o a las cosas que te gustan…
En Chile, alguien que fue colega y a la vez maestro, alguien que me ayudó, que me mostró cosas interesantes fue el Javier Barría. Lo conocí llegando a Chile y me recordó un mundo que yo tenía olvidado. Su constancia y su determinación me impresionaron… el hueón nunca se ha salido de su línea, onda: soy independiente y soy independiente. Después de 15 años de hueviar le esta yendo bacán. También está Juan Manuel Torreblanca, me gusta mucho lo que hace el Alex Ferreira, la Natalia Lafourcade. La Carla fue una tremenda escuela y el Gonzalo Yáñez también. Pedro Piedra me encanta, de hecho me encantó tocar con él el otro día en el Festival Neutral. Encuentro que tiene una cosa de canción, pero a la vez muy de él. Una poesía muy bien armada y propia.

Pero vamos a lo que nos convoca: ¿De qué va “Pirámides”, la canción que estamos estrenando hoy?
La canción trata por un lado de las cosas que te guardai’ y que por algún lado salen, ya sea físicamente, por el lado de la salud o en las relaciones. Y por otro lado, habla de que solo no la vai’ a armar; tiene que ser con alguien que te ayude, que te enseñe, que te apoye y sea recíproco. Construir una pirámide es súper difícil. De hecho, nadie sabe cómo mierda las hicieron. Pero con esfuerzo y entre todos se pueden armar y sanar las mierdas que sea que tengai’. La idea del video es de Guillermo Llamas. Desde el punto de vista de él, no estaba juntando tanto la letra con el video, pero yo sí le encuentro una conexión: o sea, hay dos personas que están interactuando, están haciéndose mierda, están sacándose las cosas y terminan los dos hechos uno mismo. Es indescifrable qué es qué, qué parte es de quién. Como en la vida.

Sigue a Andrea en Twitter - @andreiii