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Música

A Todo Dar: del concurso televisivo a semillero del rap

El rap no era conocido ni de lejos como la cultura hip hop que conocemos hoy en día; era, más bien, una mezcla bizarra de techno industrial, eurodance y baile grupal a la “tabla rítmica” escolar.

En mis tiempos no se llamaba Bullying, le decíamos “ganas de chingar”. Y escupimos sangre, mucha. Ir a escuela pública siempre ha sido una prueba de fuego, y me atrevería a decir que aún más en el Estado de México, se trata de medirse el pito cada vez que se pueda, demostrar la fuerza, valentía y coraje ante los demás. Para quienes nacimos en entornos populares a finales de los setenta y principios de los ochenta no había demasiadas opciones: o te rompías la madre en la calle o dejabas que la tele te educara y te marcara las cosas materiales a las cuales debías aspirar. Salir en la pantalla chica te acercaba al respeto y admiración del vulgo, te separaba del resto de la plebe y lograba el sueño warholiano de los quince anhelados minutos de fama.

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La industria televisiva mexicana, siempre acostumbrada a repetir lo más aberrante de la cultura gringa, ha encontrado en los programas de concurso el afecto y enajenación del grueso mexicano, humillándolo y haciéndolo sortear miles de esfuerzos sobrehumanos en pos de cualquier baratija; desde una licuadora, una sala de Muebles Troncoso o incluso un auto.

En el inconsciente colectivo nacional vive prácticamente difuminada una figura que supo dar en el clavo de la idiosincrasia mexicana: Kippy Casado, actriz y cantante mexicana que viviera sus años de gloria en películas como El mexicano feo, Buenas y con… movidas, La escuela del placer y Siempre en domingo. Casado tuvo un gran revival gracias a los programas de concursos en los ochenta como La hora del gane, Adivine mi chamba y Exitómetro. Fue esa pericia para abrazar y cabulear al mexicano promedio la que heredó a sus hijos, quienes dejarían huella en el infame programa de una tempranísima Tv Azteca: A Todo Dar.

A Todo Darera conducido a principios de los noventa por los hijos de Kippy, Alby y Juan José. Alby Casado tenía el mote de “la güera” y Juan José era el arquetípico galán de barrio, ataviado con camisa de mezclilla fajada y pantalón de mezclilla recto ajustado. Fue Juan José quien patentó dos bailes llenos de movimientos circulares de pelvis que hacía que las morras de las colonias más populares del DF y provincia se escurrieran: “La Pelusa” y “El Meneíto”.

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Fue tal el éxito de esos dos bailecitos, que de a poco los fueron incorporando a la rutina de interacción con el público. Los concursos de peripecias y chingadazos en pos de un auto último modelo (por lo regular un vocho) fueron cambiando a eliminatorias del Meneíto y la Pelusa, bailes que, como “La Boa” de la Sonora Santanera, lo bailaban todos, desde los niños de secundaria hasta el jefe del hogar.

El recurso fue explotado y perfeccionado hasta que los productores de A Todo Dar se dieron cuenta que en la periferia de la ciudad se estaba gestando una nueva moda, la del rap, proveniente de Estados Unidos y que machaba perfectamente entre la banda de los barrios bajos del DF. En ese entonces, el rap no era conocido ni de lejos como la cultura hip hop que conocemos hoy en día; era, más bien, una mezcla bizarra de techno industrial, eurodance y baile grupal a la “tabla rítmica” escolar.

Fue a mediados del 91 y principios del 92 que se dio el boom del rap bailable y toda la muchachada mexa le entró con singular entusiasmo a bailar en las calles, haciendo peripecias en el suelo y rompiéndose los tobillos en pos del apantalle ante sus iguales. Fueron tiempos dorados en los que Caló se agenció la figura de pioneros del género.

Juan José y Alby lograban dotar de confianza y reconocimiento a los vagales en potencia de las calles. Fue tal la convocatoria, que TV Azteca no se daba abasto para meter a participar a todos los grupos de chamacos que bailaban cabrón y tuvieron que coordinarse con las delegaciones del DF para llevar a concursar sólo a sus mejores exponentes. Es aquí donde aparecen historias como la de Jorge, mejor conocido en el barrio de La Noria en Xochimilco como Conejo, quien a sus quince años no tenía otra cosa más en la cabeza que aparecer en el programa de Canal 13 para sobresalir sobre sus contemporáneos.

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Conejo me cuenta que fueron meses ensayando todos los días después de la escuela, horas de baile hasta altas horas de la madrugada. Las eliminatorias de la Delegación fueron transcurriendo y Conejo y su pandilla avanzaban, acercándose peligrosamente al programa estelar que enlazaba la muerte de la tarde con la noche en Tv Azteca. El día de la gran eliminatoria en la explanada de la Delegación, Jorge y compañía truncaron su sueño: quedaron eliminados para siempre y el programa de tele se esfumó en su horizonte. Conejo recuerda con decepción que ese día que quedó eliminado coincidió con su entrada al horroroso mundo del alcoholismo, del cual no saldría hasta casi dos décadas después.

La suerte de Conejo fue la de muchos otros vatos con pants de ninja, trajes de luces y gorras con placa de metal. Fue más de una ocasión en la que vimos lágrimas sinceras y dolidas de los chavos de Neza, Ecatepec o Naucalpan que se rajaban el cuerpo y hacían largos turnos para tener un par de minutos en el foro de la industria de Ricardo Salinas Pliego. Juan José siempre se quedó como un héroe del pueblo bueno, inyectando ánimos y buena vibra para salir avante del fracaso.

A Todo Dar dio casi sin querer, rienda suelta a un movimiento que seguiría fuera de la televisión. Las eliminatorias y la gran Copa de Oro del Rap fueron él tema de conversación en casi todo el territorio nacional.

No falta uno que otro B-boy mexicano que reconoce con cierta sorna que participó en A Todo Dar concursando más que por el vocho, por un pedazo de reconocimiento en el barrio. Los programas de concursos siguieron y con el tiempo Juan José se erigió como figura de ese terreno en Televisa. Las familias con estampita de invitados al foro aplaudía y gritaban el famoso sello del payaso Lagrimita (figura de la tv regia y posterior emblema dominical de Televisa al lado de su compa Lalo, el cual fuera sustituido a la postre por el infame Costel): “ea ea uh-uh”.

Poco antes de que se gastara el chiste y el rating comenzara a desplomarse gracias a la competencia de Televisa, siempre a la vanguardia y con más presupuesto por delante, la gran final del rap tuvo lugar en un foro mayor, un momento memorable en donde la perfección de estilos y técnicas fue el deleite de chicos y grandes. En esa gran final participó la primera generación de VLP (Viva La Paz), agrupación que se convertiría en uno de los pioneros serios del hip hop mexicano, de donde destacó el rastudo Mc Gogo Ras en su cuarta alineación, emblema de La Vieja Guardia y a quien vemos esporádicamente como invitado en algunos temas y presentaciones de La Banda Bastón.

Desconocemos si alguna vez regrese esa frescura involuntaria y nobleza popular a la televisión mexicana, aunque el referente de A Todo Dar parece inapelable, pero el afán de sobresalir, de medirse el pito a la menor oportunidad aún persiste como una amargura cábula clavada en las tablas de la miseria popular, historias como la del Conejo parece que nunca se irán. “No me confundas”, no era sólo un programa de concursos, y cuatro generaciones después de eso, el hip hop mexicano brotó macizo.