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Pase y llore

Pase y llore: Y el país se conmovió ante las lágrimas del metrobús

'No es lo mismo desaparecer a 43 normalistas que quemar una unidad del metrobús, pero...', claro que no es lo mismo. Aun así, a muchos les duele más el asesinato de una unidad del metrobús.

​En lo que va de su segunda venida al trono, el PRI ha dado al menos dos muestras de su elegante forma de dialogar con los manifestantes y servirlos para que se los cenen crudos los medios de comunicación, un sistema judicial que funciona como la Santa Inquisición y uno que otro ciudadano incauto. Tal vez sirva de algo tenerlas en mente como referencia para lo que sucedió ayer, durante la más reciente protesta por la agresión contra los normalistas de Ayotzinapa.

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​Foto ​vía.

El primer caso vino por medio de Marcelo Ebrard, que se despidió del GDF con un operativo en el que enfrentó a su tira con los manifestantes que protestaban contra la toma de posesión de Peña Nieto, el primero d​e diciembre de 2012. La madriza resultó en alrededor de cien detenidos (once, menores de edad), algunos de los cuales fueron liberados hasta un año después, cien heridos y la muerte de Juan Francisco Kuykendall, por traumatismo craneoencefálico, un año después de que lo golpearon los polis.

Para el segundo usó a una de sus mascotas preferidas, el poli Mancera, cuando soltó a la unidad granaderil con todo, durante la marcha en conmemoración de la matanza del 2 de octubre que t​uvo lugar el año pasado. Esa vez la cifra de detenidos y heridos fue casi la misma, pero con un mayor grado de sofisticación: de acuerdo a numerosos testigos, de la nada, comenzaron a bajarse de motocicletas y camionetas varios grupos de encapuchados que arrojaron piedras hacia las ventanas de los negocios cercanos e incluso a los grupos de manifestantes. La tira, en cada ocasión, llegó tarde y se llevó arbitrariamente a personas que encontró en el lugar. Muchos de los levantados en las patrullas ni siquiera estaban participando en la marcha, sino que sólo pasaban por ahí.

​​Foto por Alejandro Mendoza.

Esa fecha marcó la graduación, en el lenguaje de los medios electrónicos y la opinión pública, del anarquista (en cursivas, porque no me refiero, obviamente, al anarquismo en el sentido estricto) como una figura casi mítica: un adolescente o adulto joven con el rostro cubierto, que al parecer tiene como ideal político el vivir en un mundo donde pueda romper alegremente ventanas de oxxos todos los días y que (¡a pesar de su anarquismo!) puede eventualmente apoyar a López Obrador, por ejemplo. Esquiroles proactivos, deberíamos llamarles, cómodamente alquilables para entregar carne fresca a los noticieros nocturnos. Porque qué aburrido es dar la nota de una marcha multitudinaria y pacífica, en la que sólo se mostró indignación y se exhibió la incompetencia del régimen.

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Volviendo a lo que pasó ayer, durante una de las manifestaciones más significativas de los últimos años (en términos de cantidad de participantes, pero también de diversidad de formas y lucidez de discurso): un grupo de anarquistas mantuvieron cerrada la avenida Insurgentes, a la altura de CU, y mientras el Zócalo (y calles aledañas) estaba lleno de miles de personas manifestando solidaridad ante lo que ya no puede dudarse en llamar como un crimen de Estado, quemaron una unidad del metrobús.

​vía

Este flamazo sirvió de pretexto para que entrara un cuerpo de la tira a CU (que, casualmente, llegó tarde al lugar de los hechos) y se llevara, al menos, a un estudiante que parece haber sido elegido al azar.

Podemos ser las personas más ingenuas del mundo y aun así sospechar que algo suena raro cuando, en medio de la crisis de opinión (nacional y extranjera) más grave que ha tenido el gobierno federal, Seguridad Pública del DF haya mandado decir que no habría policía durante la marcha y que haría lo posible para que ésta fuera pacífica. Es decir, que Mancera y el Gobierno Federal se iban a sentar a esperar, deseándole lo mejor a quienes le están causando un terremoto mediático internacional y el asomo de un movimiento masivo de oposición civil.

A nadie puede sorprenderle que la tele haya reaccionado como si la nota principal fuera ésa: un camión quemado (para ponerlo en perspectiva, lo diré de esta otra forma: UN CAMIÓN QUEMADO), además de la estela de comentarios, retransmisiones e infomerciales sobre el montaje chafísima de la detención de Abarca y su esposa, el ex presi municipal de Iguala, que al parecer van a querer vendernos como responsable supremo, único y no catafixiable de la masacre y desaparición ocurrida entre el 26 y 27 de septiembre.

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​vía.

Algo que también podía preverse era la reacción de una parte de la opinión pública, pero en este caso esa predictibilidad resulta más triste: la indignación ante un camión quemado rebasó, en el caso de muchos, la solidaridad hacia los manifestantes y hacia los normalistas. Se alega que no existe justificación para haber puesto en peligro a pasajeros y peatones, y ni para que hayan destruido propiedad pública. Se alega también que eso puede restarle apoyo a las protestas.

En cuanto a lo segundo, si es que no se trató de un acto sembrado, sino de auténtica rebeldía, puede que tengan razón. Pero en ese caso sería poco más que un error táctico. De cualquier forma, esas voces para las que algo como eso podría por sí solo desinflar la indignación parecen creer que nada puede cambiar en el establo.

Sobre lo otro, la situación desde la que hablan esas voces es todavía más ruda. "Poner en peligro" es, en este contexto, una chaqueta mental: no hubo heridos, como sí hay cientos o miles todos los días por accidentes de tránsito en medios de transporte que incluyen al metrobús. El metrobús pone en peligro a más gente que quienes lo queman, podría decirse. Los afectados por la fogata urbana de ayer tuvieron como mayor daño el haber llegado más tarde a su casa, que es lo que ocasiona cualquier marcha (​aunque a algunos eso les parezca más grave que los crímenes de Estado).

Y sobre el daño a la propiedad pública, se trata de una verdad a medias. Ese sistema de transporte está asegurado y sí, el seguro se va a pagar con lana del presupuesto del GDF. Pero el metrobús es una concesión, lo que quiere decir que sus ingresos tienen como destino carteras particulares. Para segmentos amplios (casi todos, grandes y medianos empresarios; que no son mayoría, aunque su voz es la que más pesa), el daño a la propiedad privada es uno de los delitos más cabrones del universo, pero, de cualquier forma, esos segmentos no estaban muy indignados con la desaparición de 43 jóvenes que aspiraban a ser profesores rurales.

Hablando de daños a la propiedad, creo recordar que los policías municipales, como parte del "operativo" que terminó en los asesinatos y las desapariciones, balearon varios autobuses. Incluso, rafaguearon uno en el que creían que viajaban los normalistas, pero que en realidad llevaba a un equipo de fut de tercera división. Creo que nadie lloró a esos autobuses, aunque no puedo asegurarlo.

Quienes se alarman ante la destrucción de un vehículo por ser propiedad de todos, parecen lanzar un mensaje implícito: el camión es nuestro semejante, tal como los seis muertos y los 43 levantados durante el ataque en Iguala. Peor: no creo que haya visto ese tono de indignación y condena ante las decenas de miles de desapariciones que ha habido desde diciembre de 2006. Parecería que debe dolernos más que rompan nuestras cosas que el sufrimiento concreto de los cientos de miles de familias que no vemos, con las que no podemos identificarnos porque están a una insalvable distancia física, cultural y mediática.

Dicho de otra forma: ¿sí saben que el metrobús no sufrió?

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