FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Así se siente que te caiga un rayo

Muchos me preguntan si cambió mi forma de ver la vida después del accidente. La única diferencia es que tiemblo cada que veo un destello y hago lo que sea para evitar las tormentas.

(Foto vía Wikimedia Commons).

Treinta personas resultaron heridas el fin de semana pasado cuando cayó un rayo en un festival musical al sur de Alemania. Por suerte, todos los afectados están sanos y salvos pero tuvieron que pasar el fin de semana en el hospital en vez de disfrutar a los Foo Fighters, algo que se supone es menos doloroso, claro, dependiendo a quién le preguntes.

Al parecer, que te caiga un rayo no es tan raro como muchos creen. Por ejemplo, en Austria, a dos o tres personas les cae un rayo cada año. Lo bueno es que no todos mueren. La probabilidad de que mueras depende de muchos de factores, como la fuerza del destello, el recorrido de la corriente en el cuerpo o el tiempo que pase antes de que recibas primeros auxilios.

Publicidad

Renate K es una de las personas que han tenido la suerte de sobrevivir al impacto de un rayo. Su vida cambió por completo en la millonésima de segundo en la que le cayó un rayo cuando estaba de cacería una noche de verano. El texto a continuación fue redactado a partir de la experiencia de Renate.

Vengo de una larga línea de cazadores. Adentrarse al bosque a buscar animales para cazar ha sido una tradición familiar por generaciones.

Una tarde de julio, estábamos en uno de los tantos viajes de caza que hacíamos. Por fin había dejado de llover y las nubes empezaban a despejarse para abrir paso a los rayos del sol. Mi esposo y yo acabábamos de subir a una torreta de caza para hacer lo que los cazadores hacemos mejor: sentarnos y esperar. Los dos teníamos la cabeza asomada por la pequeña abertura de la torreta y veíamos fijamente al bosque para detectar si algo se movía. Empecé a sentir cómo caían más gotas de lluvia y me volví a quitar el sombrero. Es lo último que recuerdo.


Relacionados: Una de sangre por una de lluvia


De pronto, sentí que estaba en una montaña rusa. Todo estaba de cabeza y me dolía mucho la cara. Cuando abrí los ojos, me di cuenta que estaba tendida en el piso y mi esposo me estaba sacudiendo para despertarme. No entendía nada y empecé a gritar. No tenía idea de qué había pasado.

"Nos cayó un rayo", gritó mi esposo.

No sentía nada más que mi cabeza. Todo mi cuerpo estaba adormecido.

Publicidad

Esta no es Renate ni su torreta de caza. Es sólo un ejemplo de cómo se ve un cazador en su torreta. (Foto vía el usuario de Flickr Roberto Verzo).

Mi esposo me puso sobre su hombro y me cargó para bajar las escaleras. Me sacó del bosque y me acostó en una pendiente a la orilla del río para poder irse corriendo por el auto. No tenía fuerza suficiente para sentarme pero había una sensación que recorría mi espalda lentamente. Me preocupaba qué pasaba por la mente de mi esposo porque, pues, su esposa estaba tendida como un pedazo de carne quemada en medio de un campo. Como no quería que creyera que estaba muerta, hice lo posible por sentarme sólo para demostrarle que seguía vivía. En ese momento sonó mi teléfono. Era mi hijo. No sabía si iba a sobrevivir y tenía miedo de que el adormecimiento se extendiera hasta llegar a mi cabeza. No quería que mi hijo supiera lo que le estaba pasando a su madre. De todas formas, ni siquiera podía moverme para contestar el teléfono.

Mi esposo me metió al auto y condujo a toda velocidad hasta llegar a nuestra casa. Una vez ahí, sus padres lo ayudaron a subirme a una silla. Me quedé ahí, inmóvil. Mi cuerpo estaba totalmente adormecido pero al mismo tiempo sentía como si estuviera ardiendo. Era raro porque me sentía apática y al mismo tiempo me moría de miedo. Estaba segura de que no iba a vivir para contarlo.

Mi chamarra estaba intacta pero la blusa que traía dentro estaba toda rasgada. Tenía una quemadura que salía de mi hombro derecho, bajaba en diagonal por todo mi cuerpo y terminaba en mi pie izquierdo.

Publicidad

La quemadura de Renate muestra la herida por dónde salió el rayo. (Foto cortesía de Renate K).

Los paramédicos tardaron poco en llegar. De pronto, habían luces azules por doquier. Llegaron cinco ambulancias para estabilizarnos a mí y a mi esposo. Creo que nuestros brazos estaban juntos cuando cayó el rayo y mi esposo recibió lo último de la carga. Dijo que no tenía idea de qué había pasado hasta que estaba a media escalera. Antes de eso, no recuerda nada.

Nuestra presión arterial reaccionó diferente al incidente. La de él aumentó mucho, 220/200, mientras que la mía se mantuvo estable a 120/80, que es más o menos la misma que tiene un bebé cuando duerme. Nos llevaron a hospitales diferentes. Estuvimos en observación dos días en la sala de cuidados intensivos. Aparte de las quemaduras severas, estábamos bien.

El día después del incidente, me dolía cada centímetro de mi cuerpo. Sentía como si nunca en mi vida hubiera hecho ejercicio y un día hubiera decidido correr un triatlón o algo así. Además, no pude pararme en una semana. No podía hacer nada. No tenía ganas de salir de compras ni de cocinar. Nada. Estaba ahí tendida sin ganas de mover un solo músculo.

Después vino lo peor. La prensa insistía en que quería entrevistarnos pero rechacé todas sus peticiones. Estaba tan feliz de seguir con vida que no quería pasar el tiempo que me quedaba hablando con los medios de comunicación acerca de la vez que estuve a punto de morir. En especial cuando me enteré de que otras cuatro personas habían muerto en Alemania porque les cayó un rayo ese mismo día. Tres murieron de forma instantánea y la cuarta murió días después en el hospital. De pura casualidad, cuando estaba viendo la televisión, encontré en un programa al doctor que me atendió y estaba explicando mi incidente. Dijo ante las cámaras que yo aún corría peligro y que podía morir dentro de unos días. Qué buena forma de enterarme.

Muchos me preguntan si cambió mi forma de ver la vida después del accidente. No creo. Solo me di cuenta de que siempre he vivido como debería hacerlo. Y nada va a hacer que eso cambie. La única diferencia es que tiemblo cada que veo un destello y hago lo que sea para evitar las tormentas.