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El payaso de 'IT' me recordó a Dios y lo amé

Cuando la religión abandonó mi vida, también lo hizo Pennywise.
Warner Bros.

Escogí una silla al final del pasillo, en la parte trasera, tan cerca a la salida como me fuera posible. Si iba a intentar ver una película de terror por primera vez desde el año 2000, tenía que estar preparada. Saqué el chal de felpa que había llevado y lo puse en mis piernas dejándolo a la mano por si tenía que cubrir mi cara para cegar mis ojos. No sabía si podría lograr verla completa. La última vez que vi una película de miedo estaba en el colegio; desde entonces he evitado todos los esfuerzos cinematográficos que buscan espantar. Zombies, asesinos en serie, brujas, fantasmas, homicidas solitarios, ninguno, no puedo, ni siquiera los trailers. Si tocas algún compás de música de película siniestra, desapareceré de inmediato.

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Pero ahí estaba en el cine de Mission Street, rompiendo la autoimpuesta prohibición que hice a los 17 años. Solía amar a Pennywise: fui una niña aficionada al género de terror en general y a IT en particular. Burlé las reglas de mis padres y pude husmear escenas originales de IT en la casa de un amigo. Vi The Silence of the Lambs, Candyman y varias manifestaciones de Chucky the doll. Las niñeras ponían The Exorcist en la sala mientras yo fingía haberme quedado dormida, para después sentarme con las piernas cruzadas en el segundo piso, con la cabeza estocada en la mitad de las barandas, en un esfuerzo por entender qué pasaba cuando un demonio poseía a una pequeña niña. Ni siquiera me asustaba. Esa poca ansiedad se sentía delicioso, era divertido. Me deleitaba con ello, quería más.

Pero en bachillerato perdí la fe cristiana con la que fui criada. Después de eso dejé de ser capaz de ver películas de terror. La razones que explican la primera pérdida son múltiples y bastante comunes (la existencia de otras religiones, la evolución, el problema con el "mal"); y el efecto fue, digamos, devastador. Es la pérdida central de mi vida de la que aún no me recupero y, probablemente, de la que nunca me recuperaré. Ahora, ¿qué tiene que ver esto con payasos come niños? Señores lectores: toda la película, a pesar de haberla visto con cierta intermitencia, me recordó por qué.

Para empezar me asusté menos de lo que había esperado (advertencia: modestos spoilers de aquí en adelante). La música ayudó, el diálogo cursi, el campo. La niñas odiosas del colegio que derramaban basura líquida a Beverly me obligaron a escribir en mi bloc de notas "¿saben que da más miedo que los payasos? la suciedad". Pero después una pintura oji-blanca empezó a moverse y acechar a un niño, aterrorizándolo, y grité "NO" y salí corriendo. Caminé por el pasillo dándome charlitas tranquilizantes: "Es solo una película, madura", y volví a mi silla.

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Después pasaron más mierdas raras: bullies altos acuchillando a un niño en el estómago. Uno de los bullies vagando por el alcantarillado siendo perseguido por niños/zombies, después el payaso apareciendo y asustando y, de nuevo, grité, salí corriendo y me calmé en el pasillo. Esta secuencia cinética fue repetida varias veces pero al final logré ver la mayoría de la película. Dos tercios por lo menos. Pensé haber logrado algo (un sentimiento que la mayoría de la audiencia parece haber compartido, riendo, dándose espaldarazos, visiblemente regocijándose de haber sobrevivido). Lo sentí también pero no quise reírme, solo me entristecí.

Reunida con Pennywise vi lo que me había atraído de él. Es empoderador. Para vencer al payaso diabólico es preciso que los niños confronten sus propios miedos. El villano no puede lastimarlos a menos de que le teman.

Cuando era niña lo amaba porque encajaba en mi perspectiva religiosa. Creía, como tienden a hacer los cristianos, que una deidad ubicua me protegía: tenía un plan detallado para mí, como para el resto de los niños. Con la fe no temía morir, pues tenía asegurada la vida eterna. La posibilidad de pérdida no me asustaba, dado que Dios restauraría todas las cosas. El Señor dominaba a Satán, así que el mal no podía tocarme.


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Para quienes no han sentido esto, es increíble. De hecho, mientras dura, es maravilloso. IT y los de su calaña solían ser como montañas rusas: brevísimas excursiones hacia una pena y una muerte de mentiras. Ahora, sin embargo, sí siento miedo. Un simple vistazo a las noticias me deja con ese tipo de ansiedad que desvela, como sí, al preocuparme, ayudara a mantener al mundo intacto. Sé que no es así, pero también sé que enfrentar esos miedos tampoco resuelve todos esos conflictos. Extraño tanto a Dios: es un agujero en mi, una pérdida que siempre estará ahí pero, extraño también la persona indestructible que me permitía ser.

Hay un momento en IT donde nos muestran siluetas de niños flotando en círculos, como un móvil de ángeles o almas. Es impactante, esperanzador, como si estos espectros fuesen seres vivos esperando ser reanimados. Pero en la vida, como en la película, las cosas funcionan no son así. Los realmente muertos —un yo del pasado, un Dios perdido— no pueden ser devueltos, no por anhelo nuestro.