El Ajusco, la tierra de los árboles de Navidad
Fotos por Irving Cabello.

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El Ajusco, la tierra de los árboles de Navidad

Al llegar al Ajusco para escoger y cortar un árbol de Navidad, el asfalto de la CDMX se vuelve sólo una línea opacada por el verde del bosque y el cielo limpio.

Al llegar al Ajusco para escoger y cortar un árbol de Navidad, el asfalto de la CDMX se vuelve sólo una línea opacada por el verde del bosque y el cielo limpio. El frío en Santo Tomás Ajusco se siente a pesar del sol, aunque no cala tanto. Un arco y algunas cabañas que ofrecen quesadillas y cecina, a la altura del kilómetro 12.5 de la Carretera Panorámica Picacho-Ajusco, son la señal de llegada. Algunos muchachos vestidos con playera y gorra verde levantan la mano y se acercan a todo el que se detiene: “¿Vienes por un árbol de Navidad? Pásale acá. Lo puedes cortar tú si quieres”.

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Detrás de esos comedores rústicos se extienden 82 hectáreas de pinos. Ahí también está el rancho La Poza del Indio, al pie de una montaña de coníferas, con su extenso campo empastado, un par de cocinas campestres, un vivero, una llanta colgada de un árbol convertida así en columpio y una modesta cabaña de ladrillos rojos desgastados donde vive con su familia Israel Hernández, representante del Centro Piloto de Árboles de Navidad Lomas de Tepemecatl.

“¿Sol o sombra?”, me pregunta con un acento golpeado antes de sentarnos a platicar. “Yo soy amante del sol. Soy como las lagartijas y las víboras”. Su rostro moreno, tostado por el trabajo en el campo, es prueba de ello. La gorra le da sombra a sus ojos pero no al resto de su cara. Sus manos son callosas y ásperas y sus brazos se miran resecos, probablemente por el frío. Su cabello y bigote ya dibujan canas. A simple vista rebasa los 50 años. Los últimos 20 los ha dedicado a sembrar pinos para la época navideña.

“Iniciamos en 1997 con estas plantaciones”, cuenta. “En aquel entonces se empezaba a ver y a platicar mucho de la contaminación. Nos juntamos unos compañeros de aquí, de la comunidad, platicamos sobre cómo podíamos apoyar y tuvimos la idea de los árboles de Navidad. Vemos que ayuda al medio ambiente”.

Si bien el cuidado del medio ambiente les interesaba, estos comuneros se dieron cuenta que las tierras en que sembraban maíz, frijol, haba y forrajes comenzaban a erosionarse por la posición geográfica en que se encuentran. Debían hacer algo. Los árboles podrían reparar el suelo y de paso crear un negocio redituable que les permitiera tener una mejor calidad de vida y dar una preparación académica más amplia a sus hijos, pues la mayoría de ellos sólo cursaron la primaria.

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Así llegaron a la desaparecida Secretaría de Agricultura Recursos Naturales y Pesca a buscar a un ingeniero al que le gustó la propuesta, que entonces era una novedad —de ahí el nombre de Centro Piloto—. La dependencia les dio los árboles, los capacitó y los apoyó con el personal de las cuadrillas que daban mantenimiento al bosque para que les ayudara a plantar los primeros brotes de pino. Hasta la fecha reciben apoyo de las autoridades: la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) autoriza sus plantaciones; la Comisión Nacional Forestal (CONAFOR) les da capacitación y los apoya con maquinaria; y la Comisión de Recursos Naturales (CORENA) les proporciona algunas plantas.

La producción de árboles de Navidad es un proyecto a largo plazo, hay que esperar entre siete u ocho años para que los ejemplares alcancen una altura ideal para su venta, entre 160 centímetros a dos metros de altura. Por eso los productores no apostaron todos los huevos a las misma canasta, como dice Israel, y en el resto de sus terrenos siguieron con la siembra de la milpa y con la crianza de borregos. Israel por su parte creó el rancho La Poza del Indio con una pequeña granja didáctica, algunos toboganes y otros juegos para niños, paseos a caballo y un área donde las familias pueden hacer un día de campo. Hasta la fecha toma dinero de su centro recreativo para comprar lo que necesiten sus pinos.

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“Hicimos mucha invitación a varios compañeros de nuestra comunidad para que se sumaran al proyecto”, platica Israel. “De entrada nos juzgaron de locos, decían: ¿Y cuando crezcan los árboles qué les van a dar de comer a sus animales? Un árbol o qué. ¿Y qué van a comer ustedes? ¿También árboles? Ya no van a cultivar maíz ni haba. ¿Entonces que van a comer?”.

El hombre sólo tenía una respuesta para sus detractores: “Pos' de ahí tenemos que sacar para surtirnos la despensa básica de nosotros”.

En 2003, cerca de ocho mil árboles habían crecido lo suficiente. La labor constante de sembrar, monitorear para que no haya plaga, fumigar, podar para dar la forma cónica a los pinos y hacer cajeteo —una técnica en la que se hace un hoyo alrededor del árbol, un molcajete, dice Israel , para que capte agua y las raíces crezcan más y busquen sus propios nutrientes— por fin daba resultados, aunque no los esperados.

“En la primera venta que hicimos vendimos 30 árboles”, dice mientras recuerda con una ligera sonrisa de decepción aquel pasaje. Sin embargo, de inmediato su rostro y su voz se animan de nuevo. “Pero hemos venido creciendo. Después esos 30 se convirtieron en 300, después esos 300 se convirtieron en tres mil. Y ahorita tenemos una venta aproximada de cinco mil y seis mil árboles en la temporada. Esperamos este año rebasar esta meta”.

Sin embargo, el número es muy bajo si tomamos en cuenta que para esta temporada el Centro Piloto de Árboles de Navidad Lomas de Tepemecatl tiene 70 mil ejemplares listos. Para Israel una de las causas de las pocas ventas es que la gente prefiere comprar pinos provenientes de Estados Unidos y Canadá. Según datos de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (PROFEPA), en 2016 fueron importados 728,494 árboles de Navidad, mientras que los 848 productores del Estado de México, la Ciudad de México y Puebla pusieron a la venta 800 mil.

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Hoy en las 82 hectáreas de estos campesinos del Ajusco hay al rededor de 300 mil vikingos, oyameles y douglas —que propiamente es un abeto y no un pino—. Están en plantaciones mixtas, es decir, que hay árboles de uno o dos años junto a los que tienen 10 años de vida debido a que cada vez que cortan uno plantan otro.

“No somos como esas personas que dicen que quitan un árbol y siembran cien o siembran 10. Es una gran mentira porque, imagínate, si tenemos 82 hectáreas y si sembráramos 10 por cada árbol que quitamos, tendríamos que tener por lo menos unas 500 hectáreas. Y no es así. Aquí la cosa es: árbol que se corta, árbol que se siembra o que a sí mismo puede reproducirse y volver a dar otro árbol. Entre ellos es más fácil, más rápido que se produzca otro árbol porque ya le sacamos al tiempo uno o dos años. De tal suerte que si nosotros dejamos una rama en el tocón del árbol que cortamos, nos lleva de cuatro a cinco años para que tengamos otro árbol de la misma medida”.

Mientras platicamos, sentados frente a frente, Israel señala hacia mi espalda con la cabeza. “Ve el humo como va entrando”. Al girar veo que una capa nebulosa se mantiene sobre la copa de los pinos. “Todo eso es contaminación, todo eso es humo y ahí lo están absorbiendo los árboles”, me asegura Israel.

Me habla también del agua de lluvia en el bosque, que se va al subsuelo, a los mantos acuíferos, que es la misma que surte a buena parte de la ciudad. Que si el Ajusco se quedara sin vegetación o llegaran a pavimentar o a urbanizar no duraríamos mucho tiempo porque faltaría agua. Que sería una catástrofe.

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Con el argumento de detener la degradación de los bosques, en 1947 se decretó la veda forestal para el entonces Distrito Federal, que prohíbe el aprovechamiento comercial de madera. Desde entonces los campesinos del Ajusco y en general de la cordillera que bordea el sur de la Ciudad de México no pueden hacer saneamiento forestal, sacar leña de los arboles enfermos y otras actividades relacionadas con el bosque, de las cuales vivían y que de alguna manera ayudaban a que no envejeciera la montaña y a mantenerla sana. Aunado a eso hoy enfrentan otro problema: la tala clandestina.

—¿Y se ha topado usted con estos taladores?
—Pues sí —me dice con risa nerviosa— pero tenemos que agacharnos, porque desafortunadamente hay represalias. En el momento no, pero si nosotros hacemos algo en contra de ellos se van contra la familia o contra uno mismo. Es una mafia ya. Hay conexión entre los clandestinajes de aquí de la Ciudad de México con Michoacán, con otros estados. Están conectados. Cuando van en contra de la familia traen gente de otros lados. Pensamos que las fuerzas armadas pudieran entrar para tratar de frenar toda esta situación.

Subimos a la montaña. Israel se detiene para sacudir los árboles que tienen hojas muertas, para mirar como van los brotes que surgieron de las semillas que tiró otro árbol, revisar cuáles necesitan pasar por la tijera para darles forma, para hacer montones que se convertirán en composta con las hojas que caen luego de la podada y las ramas secas. “Es que cuando subo a ver a mis pinos se me va el tiempo”, me dice.

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En medio del bosque vemos a un grupo de muchachos escogiendo un árbol. También quiero uno y deshacerme del de plástico y escarcha que compré hace unos años. No puedo evitar preguntarle a Israel por los árboles artificiales.

“¿Qué está sucediendo con ese árbol?”, me dice como quien instruye a un aprendiz. “Que desde que nace ya está contaminado. Nace del petróleo. Y después que ya nació, creció, ¿cuántos años va a tardar para degradarse? Vamos a decir que te deshaces de tu árbol. ¿A dónde se va? Entonces estos residuos, ¿cuántos años tardan para degradar? Sin embargo, el árbol que te llevas cortado, que es un árbol natural, hoy en día las delegaciones lo están recogiendo y están haciendo composta. Si no fuera el caso de todas maneras nos lo traes aquí y nosotros los molemos y los hacemos composta. Esa es otra de las cosas que regresamos otra vez al proceso, algo que ya nos dejó de servir”.

Naviplastic, uno de las más conocidos fabricantes de árboles artificiales se haya negado a platicar con nosotros para hablar sobre las ventajas, si es que las tiene, de uno de sus productos estrella. Hubiera sido interesante saber si estaban haciendo algo para reducir los 300 años que tarda en degradarse su árbol de quita y pon. Según me dijeron cuando los busqué, una de las políticas de la empresa es no dar entrevistas a medios.

Si este año encuentro a alguien que me ayude a transportar mi árbol desde el Ajusco, le daré una muerte digna a mi pino navideño después de la llegada de los Reyes Magos. Lo llevaré a la explanada de la delegación o a otro centro de acopio cuando empiece la campaña “Árbol por Árbol Tu Ciudad Reverdece”. Ellos me darán una plantita por mi desecho de madera de Navidad. Después lo meterán a una máquina para triturarlo y hacer con los restos composta que terminará nutriendo algún jardín o parque urbano; o acolchado, esos pedazos pequeños de madera pintados de colores que los jardineros del gobierno chilango colocan en camellones y jardines para que regule la temperatura del suelo, conserve la humedad y evite el crecimiento de hierbas nocivas.

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También podría llevarlo al Estado de México, a los pueblos de Santa María Rayón o San Antonio la Isla, y donarlo a alguno de los artesanos que tallan madera y elaboran plumas, molinillos, cucharas, juguetes y demás artesanías.

A la esposa de Israel le gusta el trabajo de su marido porque todas las mañanas el hombre sube a su montaña y recorta las hojas de sus árboles para darles forma cónica; porque mientras camina entre ellos sus ropas también se llenan del aroma de la tierra fresca donde están plantados; y porque para retirar las hojas muertas, Israel sacude con fuerza cada tronco. Mientras caen los punzones secos de color café, los brazos del campesino quedan impregnados de la resina que el árbol salpica. También su cuello y la gorra que le cubre el pelo. Pero él está tan acostumbrado a la esencia que despiden los pinos ya no percibe ningún aroma.

Cuando llega a su cabaña después de su labor, su esposa lo abraza. Ella quiere llenarse de esa fragancia a trabajo de campo. “Qué rico hueles”, le dice e Israel ríe. Sus pinos perfumarán las casas de muchos chilangos durante diciembre y las primeras semanas de enero, pero en su cabaña, no importa que sea en la calurosa primavera o durante las lluvias de agosto, su esposa lo abrazara cada vez que desee recordar el aroma de la Navidad.

@MemoMan_

@CronicasAsfalto