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Música

Expedientes sudados desde el Noa Noa 1: ¿Quién es Juan Gabriel?

Así es como nuestro Adán, Alberto, nuestra diva, se convertió en Juan Gabriel...

(Aquí los "Expedientes Sudados desde el Noa Noa" completos)

¿Nunca has estado ‘enculado’? No me refiero a estar enamorado, eso es muy pueril. Ni a endiosar a alguien por su físico. Enculado es como un doble sentir, como un doble pensar, como estar… enamorado de un forrazo por ser forrazo, ¿sabes? Mira mi amor, yo fui trabajador del Noa Noa durante casi toda la década de los setenta, mi cielo; sí, el primero y original de David Bencuomo, y vi desfilar a cuanto político, puto y personajazo de Ciudad Juárez, y de la mera crema del norte te imagines. Quise mucho ese lugar, mi cielo. Bueno, tantito menos que al recién cumpleañero, claro está. En la vida sólo he tenido dos grandes tristezas: cuando lo derribaron en 2007 y cuando Juan Gabriel cantó con coreografía pasteurizada su canción sobre el Noa en Bellas Artes el año pasado (2013). Horrible.

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Pero yo le perdono casi lo que sea. A ver, ¿cuántos cantantes conoces que les quede bien el saquito de versátil sin ser una chingadera mayúscula? Mi Juanga entra en varias categorías, rey. Y en algún momento u otro, la mayoría le salen chingonas, si no es un improvisado, no mames papacito; sabe bailar, actuar, componer, producir y también hacer business, my Darling, una de sus canciones se encuentra en el número uno de los soundtracks para sepelios (“Amor eterno”), sólo él logra que la vibra homoerótica de los machines aflore con ganas y aquí no pasó nada, cielo. Pero sobre todo, y pese a quien le pese, así se burle la más vieja de tu casa, mi Betito es invencible letrísticamente hablando: cabrón y poderoso. Nadie como él, nuestro Bowie ranchero, el Morrissey michoacano con más guandaja y sentimiento. Dolor escurrido, del chingón.

La loca más querida de México, el cantante más recio de la República: el verdadero Divo de Juárez, ¡Arriba Juárez! Mi jilguero: la baladita es el as bajo la manga de su brillante saco, pero también le pega al Mariachi riguroso de cajón, pantalón apretado pero bien; un tiempo tuvo un pop bien refinado y cosas medio atinadas como esa época en la que le dio por la movida flamenca. Músico súper trabajado, histrión fenomenal y productor con colmillo de oro; muchos dicen amar a Alberto, pero pocos lo conocen si quiera a Juanga, el de las veladas interminables. Lamentablemente yo no fui uno de ellos. Quisiera.

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Recuerdo ese día en que Alberto entró por la puerta del Noa para pedir una oportunidad, iluminando todo a su paso con una nobleza de a deveras, cariño y dedicación por su arte (siempre ha sido un wey que le chinga mucho y perfecciona), pero sobre todo un carisma inigualable… ándale, ángel es del que tiene un chingo. ¿Te acuerdas cuando la palabra ‘original’ no estaba de moda? Pues acá había con queso; puro de eso más bien. Y de ese, y dese. Luego, luego me di tinta de que el vato no era norteño: toda la carita morenita e inocente, menudo, guapo. Michoacano tímido de camisitas, de Parácuaro; una timidez digna de los ángeles, pues y una sexualidad bien delicadita. Fue el instante, la mística que chorreaba de los focos rojos, no sé qué pedo, su greña tañ vez. Yo lo supe siempre pero, pus ¿quién me iba a creer? Seguiría sirviendo tragos por toda la eternidad. O hasta que don David me corriera.

Alberto es un guerrero y una rosa a partes iguales, el menor de diez hermanos. Delicado y poderoso. Yo creo que él venía escapando de una soledad y una desgracia muy cabronas, ¿sabes, rey? La depresión de su padre vino un día con el viento, que arrasó no sólo la hierba seca del pastizal del jefe, sino también con las propiedades de los vecinos, provocando problemas y angustias que terminaron en un trágico suicidio. Broncas entre cuñados y su madre después, el viento lo vuelve a llevar a su destino, de Parácuaro a Apatzingán y de ahí hasta Chihuaha, papi. ¡A Chi hua hua! Una noche lo escuché contarle su niñez a un señor pelón, muy alto flaco él, de traje que fue a escuchar sus canciones al Noa. Quesque de una disquera.

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Desde los cinco añitos ya estaba él en un tutelar de menores de Ciudad Juárez, viendo poco a mami; viviendo la niñez con ojos contemplativos y maduros prematuramente. Carpintería, hojalatería, secretos oscuros de alcoba, viejas fotos rotas; artesanías y unos acordes para la guitarra. Alberto parecía prepararse para recibir más de cincuenta años de intensidad que se le veían como la ola enorme. ¡Juan! Era el nombre del maestro hojalatero que enseñó a Alberto a tocar la guitarra para ganarse la vida. Gabriel, el nombre de su padre. “La muerte del palomo” es el inicio de su genio y chispa como compositor… “morirá el palomo… el llorar…” ¡Qué fuerte! Mira, yo no sé si sus más de mil composiciones están buenas todas, son un chingo, si valgan la pena o saquen todas las mismas escamas al alma, como lo hacen sus trancazos, sus hits como dicen ahora los chavos. Lo que sí sé, es que él me toca el corazón como nadie.

Alberto se iba a empecinar para lograrlo, me consta que cada noche lo veía defender su punto, duro y dale, duro y dale, todo sudado con ojos tristes y perdidos viendo para allá, como si hubiera un horizonte bien lejesote. Tenía desde entonces una valía como artista sensible muy cabrona, rey. Como actor, yo digo que sí pero lo normal. A Alberto Vázquez le parecía muy pobre su actuación… Sí, wey, Alberto Vázquez era pinche actorzaso, ¿no? Lo que se ve no se juzga, pinches metiches, bitches y los afiches del Juanga con su melena poca madre pegados en el ropero de mi madre. El drama, el morbo y la lavandería son asuntos de quienes comen de su fortuna y desgracia, no de Alberto. Juan Gabriel mismo vive de su talento y drama, pero es medio discreto en esos temas. O ambiguo, o no sé cómo decirte, cielo. Hay un video del año pasado que es como te digo, no lo inventé yo. Son dos pero es uno, es él. O él son dos. Ese halo de ángel lo tienen niños especiales. No las mamadas de niños índigo. Los especiales, los únicos.

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El viento del norte y un solo norte. Rosarito, Tijuana y Califas, papacito. Cero éxito y chambas de lo que cayera, rey. Día y noche, día y noche. El canto de un jilguero todas las noches. Todas las noches amanecía. José Alfredo Jiménez, Los Prisioneros del Ritmo… Adán Luna ya no más, adiós a Adán; su norte tendría nombre y clave, un guiño ahí, simple, coqueto y humilde: Juan Gabriel.

A mí me consta también cómo todos los centros nocturnos lo empezaron a amar y a jalar; era nuestra zona rosada norteña, una escena extramusical en donde lo musical encontraba su verdadero perfume. Y olía machín. Je. Vida dura, la de la escritura. Bien dura. Hacía jotear a los más recios y provocaba que el joto timidón se soltara el tiro para poderse beber la Pepsi… pus más a gusto, ¿no?

Mis mejores recuerdos fueron sus presentaciones, sin duda: cada noche mejoraba pero así a lo dinosaurio, ándale, era como un monstruo. Pero también tenía esa su sonrisa francota, su rostro sudado y su pelvis planita, planita. Perfecta. Pantalón rojo de fieltro, camisa floreada, chingona, pegadita. Y sentimiento, carretadas, ríos; mucho flow, mucho feelling o mojoe. Onda, wey.

Ya luego, nuestro Adán, Alberto, nuestra diva, se convertiría en Juan Gabriel, y desde que los directores de la RCA le echaron el guante parece que todo ha ido cuesta arriba. ¿Sus canciones? Espérate, que esa es la mera carnita, papi. Tengo mi selección…