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Conocí a una chica pelirroja de Massachusetts en un bar irlandés que me invitó a sentarme con ella. Lo siguiente que recuerdo es que estábamos en su departamento donde no se podía hacer ruido porque sus compañeras estaban durmiendo. Como su habitación estaba ocupada, lo hicimos en uno de los sofás de la sala. No me pidió que me pusiera condón y como no veía nada, me estaba costando trabajo lograrlo. Así que me empujó, se puso encima, y cayó sobre mí tan fuerte que cuando quise darme cuenta tenía el estomago lleno de sangre y ella seguía cabalgando como John Wayne mirando al techo.O termina de cabalgar o me voy a desangrar en este sofá y no quiero morir así; ¿qué le van a decir a mi mamá?, pensé. Por fin terminó y se bajó del caballito. Por suerte se quedó dormida a los dos minutos. Salí de allí como pude. Hice bastante ruido en mi huida desesperada, pero la chica de Massachusetts hacía tanto ruido al roncar que parecía un aserradero. Miré el caos que llevaba entre los pantalones: se me había roto el prepucio y el dolor era insoportable.
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Me puse nervioso y empecé a sentir un dolor gigantesco y familiar en el pene, se me estaba parando y no podía disimular. La mujer me miró como si se acabara de percatar de todo:"¿Qué te pasa, te duele el estomago, estás bien? ¿Aviso al conductor?"Sus ojos miraban más abajo de mi estomago; la inflamación de mis partes era tan grande que parecía un zepelín. La señora se empezó a reír cada vez más fuerte, lo que hizo que otros pasajeros voltearan y me preguntaran si necesitaba algo. Les respondí que no, que estaba bien. La señora entendió la situación y los tranquilizó. "Es mi sobrino, no se preocupen", dijo. Me sonrió y fingió que nada había pasado. Sentí tanta vergüenza y la situación era tan absurda que quería que se estrellara el autobús y que todo terminara lo más rápido posible.Estábamos entrando en la ciudad. Miró por la ventana y dijo: "Vaya, pues parece que ya llegamos, con la conversación tan agradable que estábamos teniendo, ¿verdad?" La gente se fue levantando y ella se despidió. Fingí que tenía que esperar para recoger mis cosas y me quedé hasta el final.Respiré hondo y traté de tranquilizarme para calmar mi erección. Funcionó: me levanté como si allí no hubiese pasado nada y salí por la puerta del autobús saludando a mi familia. Abracé a mis padres como si viniera de la guerra. La pesadilla había acabado; ésta era la última prueba. Era un hombre nuevo, libre y circuncidado. Tenía el mundo a mis pies.