Este texto fue publicado en febrero de 2017.Para más información sobre el Albergue Luisa, visita su página de Facebook.Luisa Estrada camina con dificultad por el patio de su casa. Trata de avanzar pero a cada paso sale uno de sus niños, como llama a sus perros. Ella se detiene inclina un poco su menuda y delgada figura y les habla. No, mirando bien, los mima. Más de 20 hocicos están abiertos como si fueran sonrisas y las colas danzan de un lado a otro, con tal ímpetu que uno recibe golpes cuando esos látigos chocan con las piernas.
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"He tenido perros violados por sus dueños, he tenido perros que los han golpeado con tablas y les han sacado un ojo, he tenido perros que los usaban para tiro al blanco", me platica Luisa que por un momento oculta la sonrisa y el buen humor. Reflexiona, su tono de voz denota decepción. "Son historias que te hacen preguntar hasta dónde puede llegar la humanidad"."¿Cómo aprendiste a rehabilitar perros?", pregunto a esta mujer de apariencia frágil. La playera gris que viste rebasa por mucho su talla. Si quisiera podría usarla de vestido.
"El primer requisito para rehabilitar a un perro es el amor. El segundo es darle confianza".
"El primer requisito para rehabilitar a un perro es el amor. El segundo es darle confianza".
Sus brazos amoratados y llenos de cicatrices que han dejado las mordidas de los canes en proceso de sanación, no dejan de tocar a los perros que la rodean.Hace seis años, luego que su hijo rescató a una perrita embarazada y pasar una temporada como voluntaria en un albergue de Tula, Hidalgo, a 70 kilómetros de la Ciudad de México, Luisa decidió convertir su casa en un asilo que acoge a perros que han recibido todo tipo de maltratos. Ahí los rehabilita para que sean adoptados. Una vez que salen del número 153 de la calle Papantla, en el pueblo de San Andrés Azcapotzalco, al norte de la capital mexicana, da seguimiento a cada perro. Nunca los deja solos.El Albergue Luisa, vivienda de tres familias y refugio para 70 perros al mismo tiempo, no es más extenso que una cancha de volibol. Los canes van y vienen con libertad por el patio, por las escaleras que conducen al departamento de Luisa y las que llevan al de su hermana, por la azotea convertida en un patio superior después de bardearla. Hasta en la cornisa de la entrada hay perros echados tomando el sol. Parecen palomas que descansan en los remates de las iglesias. Por momentos la imagen recuerda aquella escena de Los Pájaros en la que los cuervos observan en tensa calma la marcha de los protagonistas.
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El patio siempre está húmedo, lo lavan dos veces al día para evitar la acumulación de excremento y la orina de los caninos. Algunas habitaciones sirven para aislar a especímenes enfermos o muy agresivos mientras reciben tratamiento. Si uno lo piensa bien, las 13 personas que habitan en este domicilio viven con los perros y no al revés.
Luisa aprendió cómo reintegrar a estos animales a la convivencia con otros humanos en libros y siguiendo el método que utiliza Cesar Millán, el famoso entrenador de perros.—¿Sabes que mi maestro es Cesar Millán? Me paso viendo toda la semana en las noches su programa. He aprendido mucho con él.—Imagina que venga un día a tu casa—, le digo.La mirada de la mujer cambia, se ilumina, dibuja una sonrisa, de esas que encierran ambición. Por un momento sus 43 años desparecen de su rostro.—¡Mi sueño es conocerlo!Estoy seguro que Luisa le mostraría que ha puesto en práctica una de sus técnicas cada vez que un perro llega al albergue: ella se acerca dando la espalda al animal. En apariencia es indiferente con el nuevo inquilino pero sólo así, poco a poco, va ganado su confianza.
En México no hay una ley federal de protección animal, sin embargo existen diversos estatutos que amparan a los animales contra el maltrato, como la Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente, la Ley Federal de Sanidad Animal, la Ley General de Vida Silvestre, así como artículos en los Códigos Penales y Civiles de cada entidad. Además todos los estados cuentan con una ley local de protección animal. En la Ciudad de México así como Aguascalientes, Baja California, Baja California Sur, Chihuahua, Coahuila, Colima, Estado de México, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Nayarit, Puebla, Querétaro, Quintana Roo, Veracruz y Yucatán, el maltrato a estos seres vivos está tipificado como delito, aunque no es grave.
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La recién creada Constitución de la Ciudad de México reconoce en su Artículo 18 a los animales como seres sintientes que merecen trato digno y por tanto establece el deber ético y obligación jurídica de toda persona de respetar su vida e integridad. Incluso el Código Penal capitalino contempla en sus Artículos 350 Bis y 350 Ter pena de seis meses a dos años de prisión y de cuatro mil a ocho mil pesos de multa a quien maltrate, cometa actos de crueldad y provoque la muerte a cualquier animal.
Sin embargo, más allá de las leyes y su ejecución habría que cuestionarse qué ronda en la cabeza de una persona que utiliza a un perro como juguete sexual, que se entretiene mutilando a un animal, que lo lanza desde un edificio porque ya no le interesa, que lo prepara para pelear hasta la muerte por mera diversión.
Mira también nuestro video de la mujer que se comunica con los animales.
O tal vez preguntar qué tiene en la cabeza esta mujer que trabaja aseando los pisos del rastro de Ferrería; que involucra a su familia —de origen humilde— en su proyecto de vida; que vende la ropa usada que le donan para comprar casi dos mil pesos diarios en comida para perro; que acondicionó su casa para que ahí los canes maltratados vuelvan a confiar en los humanos; que va todos los fines de semana al Jardín Hidalgo, en el centro de Azcapotzalco, a buscar adoptantes para los perros rehabilitados, donadores de alimento y voluntarios para que ayuden en el albergue; que, cada vez que sus vecinos la denuncian, ha recibido felicitaciones de la policía y servicios de salud por la condiciones en que mantiene ese espacio en que conviven tres familias y una jauría que llegó a tener 150 perros.
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O tal vez preguntar qué tiene en la cabeza esta mujer que trabaja aseando los pisos del rastro de Ferrería; que involucra a su familia —de origen humilde— en su proyecto de vida; que vende la ropa usada que le donan para comprar casi dos mil pesos diarios en comida para perro; que acondicionó su casa para que ahí los canes maltratados vuelvan a confiar en los humanos; que va todos los fines de semana al Jardín Hidalgo, en el centro de Azcapotzalco, a buscar adoptantes para los perros rehabilitados, donadores de alimento y voluntarios para que ayuden en el albergue; que, cada vez que sus vecinos la denuncian, ha recibido felicitaciones de la policía y servicios de salud por la condiciones en que mantiene ese espacio en que conviven tres familias y una jauría que llegó a tener 150 perros.
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Quizá la respuesta no esté en la cabeza de Luisa sino en su corazón. De ahí sale su voluntad para sanar las heridas de los perros: las del cuerpo y, sobre todo, las de su alma.—El primer chismoso de tu casa es el perro. Ellos me informan, ellos me dicen.—¿Cómo te das cuenta?—Por las orejas, la cola, si la esconde, cómo la mueve. Ve a un perro a los ojos y te dice todo. Yo amo a mis perros con todo mi corazón.Los canes se acercan apresurados. Ninguno quiere dejar de recibir un cariño o una caricia de Luisa. Para gran parte de los perros que ahora habitan en su albergue, ella fue el primer ser humano que los trató con dignidad.
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Conoce a la mujer que habla con las mascotas aún después de la muerte.