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El animalismo radical de Coetzee en cinco frases contundentes

Para el Premio Nobel de Literatura, los mataderos son como campos de concentración.

Esta es la tercera vez que Coetzee pisa Colombia. Lo han estado persiguiendo todas las cámaras pero, como sabemos, no le gustan las entrevistas. Es parco, solitario. No habla mucho de su vida y, sin embargo, la conocemos muy bien (no era para menos con doce novelas publicadas, ocho libros de crítica y cuatro autobiografías): nació en Ciudad del Cabo, se mudó al Reino Unido en los sesenta, trabajó como programador de IBM, escribió su primera novela en 1974 y ganó el Premio Nobel de Literatura en 2003. Ah, también es vegetariano. Y un animalista radical activo.

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Gran parte de sus esfuerzos públicos han estado enfocados en la defensa de las causas animales, la denuncia de los crudos sistemas de producción alimentaria y en la promoción de lo que él llama una "imaginación compasiva": ponernos en la piel del otro sin importar su especie. Ha sido referente de animalistas radicales como el filósofo Antonio Crespo Massieu y el año pasado asistió, en el marco del evento Capital Animal, al Museo Reina Sofía en Madrid. Allí dejó sentencias tan contundentes como: "La gente no quiere que se le recuerde cómo llega a su plato la comida: porque, cuando cortas la garganta de un animal, la sangre es pegajosa y desagradable, atrae a las moscas…" o "Los niños deberían ir al matadero igual que van al museo. Esa visita podría hacer mucho para sacudir sus almas".

Pero más que él mismo, Elizabeth Costello, la protagonista de su novela homónima, es la animalista fervorosa por excelencia. No le gusta ver carne en la mesa, sus nietos tienen que cenar lejos de ella cuando comen pollo y piensa que la distancia entre los campos de concentración del Tercer Reich y los mataderos de animales es mínima. Cree que ambos son campos de exterminio, campos dedicados a la producción de la muerte. Cree que, de hecho, la denuncia de los campos de concentración está impregnada del lenguaje del matadero y los corrales: "Fueron como ovejas al matadero", "Murieron como animales", "Los mataron los carniceros nazis".

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Por eso, para celebrar el activismo impetuoso pero sereno de Coetzee, rescatamos los dardos más ponzoñosos que Costello, su personaje, lanza en la novela en favor de la vida animal y los derechos de los animales durante una conferencia ficticia en el Appleton College (un eco de lo que fue su charla de ayer en la Feria del Libro). Dardos para, en sus palabras, abrir nuestros corazones, compartir el ser ajeno y reconocer que también en los animales hay un sustrato de vida. "Si puedo ponerme en el lugar de un ser que no ha existido nunca, también puedo ponerme en el lugar de un murciélago, de un chimpancé o de una ostra. De cualquier ser con el que comparta el sustrato de vida". Advertencias de un Nobel para pensarlo dos veces antes de volver a zamparse una morcilla o un chunchullo.

Ahora que están de moda los contenidos virales guisos, una selección estilo Powerpoint-degradé de grandes sentencias de Elizabeth Costello:

*ÑAPA:
"Y para ser puntillosa, afirmar que no hay comparación, afirmar que Treblinka era, por decirlo de algún modo, una empresa metafísica dedicada exclusivamente a la muerte y la aniquilación, mientras que la industria cárnica está dedicada en última instancia a la vida (una vez sus víctimas han muerto, al fin y al cabo, no se las convierte en ceniza ni se las entierra, sino que, al contrario, se las corta, se las refrigera y se las empaqueta para que puedan ser consumidas en la comodidad de nuestros hogares), serviría de tan poco consuelo a sus víctimas como habría servido (y perdón por el mal gusto de lo que sigue) pedir a las víctimas de Treblinka que perdonaran a sus asesinos porque necesitaban su grasa corporal para hacer jabón y su pelo para rellenar colchones".