Catarsis política
Daniel Santiago Salguero.

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Materia Prima

Catarsis política

El No a la paz celebrado es un acto de sevicia. Saltar, beber, opinar, profanar cadáveres, seis millones de cadáveres.

Hace unos años Carolina Sanín dictó un taller de narrativa en Residencia en la Tierra. Además de que fue un éxito, debo decir que ahí conocí a unas de las personas más increíbles que han pasado por mi vida. Pero, como siempre, esa es otra historia. A lo que voy es que en ese taller Carolina dijo que narrar sueños en la literatura es un error de principiantes. Ella no estaba hablando de la influencia de los sueños sobre la imaginación y la creación literaria, sino de los momentos donde literalmente se narran sueños, por ejemplo, pasajes en los que después de cien páginas de delirio e incomprensión nos damos cuenta de que no es más que un sueño del personaje; ella hablaba del tedio que eso podía producir en los lectores.

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En varios de los talleres de escritura a los que he asistido después de eso, cuando hablamos de un texto donde aparece un sueño, me veo influenciada por la afirmación de Carolina y me pongo de su lado. Para empezar, estoy totalmente de acuerdo con ella que en la vida cotidiana no hay nada más aburridor que el relato de un sueño de otra persona; lo peor es que tenemos que fingir que nos interesa el sueño del otro para no herirlo, cuando en realidad nos tiene sin cuidado.

El sueño de esa otra persona pudo haber sido extraordinario y todos los adjetivos que se quiera, pero al forzar lo inenarrable de los sueños con el propósito de insertarlo en una lógica narrativa hace que pierdan su valor, y así, el único valor que tienen es para la persona que los soñó. Ojo, no estamos hablando de los valores psicoanalíticos del sueño, eso es otra cosa.

En cuanto a la literatura, los sueños son espacios donde se tiene amplia licencia poética y hay un abandono de la lógica de la ficción hacia un dejarse llevar por el impulso de la escritura automática. Los sueños son una artimaña para ser todo lo incoherente que se quiera y nadie puede decir nada, porque no se puede juzgar lo que pertenece al territorio de los sueños y menos al de los sueños de los personajes literarios.


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Hablo de los sueños por una serie de acontecimientos que ni siquiera tienen una cronología. Este fin de semana vi la obra de teatro Doomocracy, de la que tanto se habla por estos días en Nueva York. Se trata de una mega producción del colectivo artístico Creative Time, que en los últimos años ha hecho los proyectos artísticos más ambiciosos, o digamos, ha convertido en realidad los sueños de muchos artistas, sueños que en ningún caso son pequeños. Doomacracy, del artista mexicano Pedro Reyes, es, como él mismo la define "una casa de horror político". La obra sucede en el Brooklyn Army Terminal, ahora, como tantos lugares antaño militares, convertido en espacio para proyectos artísticos. La obra es un recorrido no por los sueños de los artistas, sino por sus peores pesadillas políticas, pesadillas que los espectadores viven en carne propia: maltrato hacia los inmigrantes, juegos de poder, lo absurdo de las guerras del medio oriente, lo grotesco de estas elecciones presidenciales de Estados Unidos, entre otras experiencias de las que es mejor despertar o ante las cuales más vale estar despiertos.

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La idea es que después de la obra el espectador tenga una experiencia de "catarsis política". La verdad es que no sé si en mí ocurrió algo como eso, no sé si se le puede llamar "catarsis política" a la sensación de que había entrado a un circo para adultos medianamente pensantes, que en Nueva York tienen la cara de sujetos con bigotico hipster de lo hipster. En todo caso, no escribo esto para criticar la obra, primero porque tiene un valor agregado y es que es gratis, súper difícil conseguir entrada, pero lo logré y sin pagar ni un centavo, cosa complicada en Nueva York ante un espectáculo que ha despertado tanto interés y reacciones de asombro.

Digamos que la espera y la perseverancia valieron la pena más que por la obra, por la reflexión generada a partir de la obra acerca del valor de los sueños, la capacidad de convertirlos en materia política, resignificar "los sueños" de los artistas y ponerlos y ponernos a actuar, pero ¿con qué alcance? ¿Cuál puede ser la función de los sueños de los artistas, o en su defecto, sus pesadillas? ¿Realmente algo que en la literatura puede considerarse un "error de principiante" podría tener un alcance político?

Creo que la peor pesadilla posible de artistas y no artistas en Colombia sucedió, y, como pasa con los sueños, es ilógica e inenarrable. Fue hace unas semanas, después de ver el conteo de plebiscito, de sufrir, llorar, quedar bloqueada, boquiabierta en sensaciones que nos sincronizaron a millones de colombianos, ante la decisión y la incredulidad de tantos de asumir el No. Mi reacción fue ponerme a hacer oficios que nunca he hecho, como barrer y pasar el trapito amarillo por ese lugar oscuro e inaccesible de la casa, del que salió convertido en garra negra.

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Ante el vacío de futuro en que nos dejaba el No parecía inverosímil que al día siguiente la vida continuara y hubiera que madrugar y seguir con nuestros trabajos y obligaciones. Esa noche soñé con Uribe, sentado en el sillón rojo de mi casa que recogimos de la calle. Yo agachada junto a él, como si me fuera a contar una historia, le pregunto que si le gusta la poesía. ¿La poesía? me dice, quitándose el sombrero. ¿Y eso qué es? Yo saco un libro, también rojo, con unas letras doradas y le leo un poema que me da mucho gusto leer pero que me deja sin aliento, y cuando miro a ver si él me está poniendo cuidado, me doy cuenta de que no, porque le han traído un tremendo marrano y él le está entrando con las manos, y me mira todo untado de grasa en la mandíbula, con sus ojos pequeños que de tan rencorosos parecen tristes, y me dice, Mija, siga, siga.

Sigo

¿Qué hacer conmigo y con mi sueño y con lo que le escurre a Uribe por las mejillas?

Se trataba de un gesto tan nítido y visual, tan coyuntural, tan concreto y hasta narrable, que me pareció que podía ser que mi sueño aunque no fuera material literario, en definitiva sí era político, y no precisamente porque apareciera Uribe. Mi inconsciente expresaba una incomodidad que tomaba una imagen carnívora y pavorosa. Esa mañana recibí un mensaje de uno de mis contactos de Whatsapp celebrando el triunfo del No en nombre de Dios (¿cómo es posible que entre mis contactos de Whatsapp hubiera un votante del No? Después, haciendo un conteo, me di cuenta de que había más de uno, y que eran miembros de mi familia y exigían respeto, exigían que la familia es una cosa y las opiniones políticas otras y yo puntos suspensivos y después reacciones varias).

Dice textualmente el mensaje, "Amén, el Señor escuchó la oración. El pueblo de Dios unido en oración, clamando por la paz de Dios en nuestro país, Colombia; y declarando que la voluntad de Dios, que es agradable y perfecta sea hecha en éste referendo". Afectada como estaba por mi sueño político, le dije a la persona que celebrar el triunfo del No era como si celebrara que mi papá se hubiera muerto, cosa que algunos a los que les conté esta historia les pareció exagerado. A mí no. Como lo menciona Claudia López, lo que más impactó del triunfo del No fue la celebración.

Ya que han pasado tres semanas, podemos hacernos esta pregunta, ¿celebrar qué? ¿Pequeñas venganzas personales, pequeñas obstaculizaciones, pequeñas mentiras, pequeños lavados de cerebro? Lo que sí podemos asegurar es que no son pequeños los egos ni las tierras de quienes celebran. El No a la paz celebrado es un acto de sevicia. Saltar, beber, opinar, profanar cadáveres, millones de cadáveres. Celebrar el triunfo del No en nombre de dios, no puede dejar de hacerse la relación con los terroristas del Estado Islámico que matan de manera brutal en nombre de Alá.

Tres semanas después del plebiscito, sueños y pesadillas dándose a golpes con la realidad, su caudal y su vergüenza, nos llevan a opinar y a especular a quienes no nos atrevíamos a lanzar nuestra opinión política, que pensábamos pero no osábamos emitir posiciones porque creíamos que nuestro lugar se restringía al Sí o el No de los sueños en la literatura. Pero ahora con el territorio íntimo y sagrado de los sueños profanado por espectros políticos y grasas de marrano, ya uno no se puede quedar tan tranquilo, tan quieto, tan indiferente a lo que está pasando ahí. Y si de esa inquietud que se está cuajando, sé que no sólo en mí, pudiera derivarse una verdadera catarsis política.