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Cultură

El último videoclub de Madrid

Aquí los abuelitos siguen alquilando porno.

La primera vez que fui a Videomanía, en Canillejas, su dependienta, Mari Carmen, me convenció para alquilar High school porque “unos chicos le meten droga a unos pastelitos y luego se lía todo”. Me caló a la primera. Las siguientes semanas cayeron Movie 43, Somos los Miller… “¿Has visto Carta blanca? Te partes. Pero, ¿no prefieres llevarte una romántica, que a tu chica le gustan?”, fue la última recomendación de esta mujer de 54 años de trato tan maternal que, cuando se me estropeó el ordenador, me dijo que se lo llevara para echarle un vistazo.

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Aquí no hay cine checo, en blanco y negro, con subtítulos en francés e inspirado en Kierkegaard (o Para otoño y vino, como dice Filmin). Mari Carmen es casi la última superviviente de una escuela de propietarias de videoclubs que tienen películas normales, llaman a sus clientes por su nombre y su sección porno, convenientemente separada por una cortinilla, atrae a los abuelitos del barrio. Es un videoclub de toda la vida. Una especie tan en extinción como los ascensoristas o los afiladores.

El local acaba de cumplir 30 años, aunque no siempre se llamó así y sus dueños han ido cambiando. Arrancó como Videoclub Lanzarote, cuando había competencia (y yonquis) en este popular barrio madrileño de clase trabajadora y, desde entonces, ha pasado por seis manos. Mari Carmen lo cogió en 2007, después de que una gran empresa la pusiera de patitas en la calle. “Una amiga me lo propuso. Y aquí estoy, sobreviviendo”, cuenta, mientras ve de reojo Carrie, en una pequeña tele.

Como si de la secuela de Rebobine por favor de tratara, todavía hoy se pueden ver peregrinar hasta aquí amantes del cine casero comercial desde las zonas de Vallecas, San Fernando de Henares o Coslada. “Prefiero pagar tres euros y asegurarme de que se ve y escucha bien en lugar de bajármela”, explica Rafa, un veinteañero con pelo cepillo, que vive en San Blas. Se lleva La venganza de Chucky. “Esa no es de las mejores”, dice la dependienta, según sale por la puerta.

Ella asegura que ha visto todas las 5.000 películas de Videomanía. Bueno, las porno no. “Son señores de setenta para arriba quienes se las llevan”, revela mientras muestra -un poco ruborizada- una enorme carpeta con dvd’s, largometrajes como Los chicos de la granja, Ensalada de sexo o Chicos con grandes porras. “Las elijo por los títulos. También busco las largas y recientes”. El perfil que alquila estos filmes es exigente: algún abuelo ha protestado porque no tenían argumento, cuenta. Y, por lo bajini, recuerda que un señor murió de un infarto al día siguiente de llevarse una peli.

Mari Carmen acumula más secretos de estado que el párroco del barrio, y no suelta prenda sobre infidelidades, traiciones y demás confesiones de sus clientes. Tampoco hay manera de convencerla para dejarse fotografiar. “Como pongas algo que no he dicho, te echo a la perra encima”, dice medio en broma, medio en serio. En alguna ocasión, cuenta, ha tenido que ir a casa de algún moroso. Aunque alguno se le escapa. La mayor deuda la tiene un chaval que se llevó¡Olvídate de mí!, en 2005. Debe exactamente 12.894,42 euros.

Las vacas gordas hace tiempo que pasaron por Videomanía. Mari Carmen sobrevive, pero recalca que “de ilusiones no se come”. Para ella, los clientes son como amigos y aunque trabaje los siete días de la semana (sólo libra el jueves por la mañana) está contenta con su trabajo. Pero el futuro es incierto: “A veces hasta me sorprende ver a jóvenes alquilando”, confiesa. Y se sincera, no sin crudeza: “También me pregunto a dónde va a ir una mujer como yo, de mi edad, si esto se acaba”, dice mientras mete un dvd con Antes del amanecer en su carcasa. Le hago caso y hoy me llevo una romántica.  ¿O quizá debería pillar mejorEnsalada de sexo?