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Música

Javiera Mena significa libertad: Así fue su festejo de 10 años en el Teatro Caupolicán

Anoche, Javi dio su primer concierto XL en Santiago, en el que festejó 10 años de carrera, y donde demostró que este apenas sólo es el comienzo.

Todas las fotos por Carlos Molina

Dentro del contexto musical chileno, llenar el Caupolicán, un teatro santiaguino donde caben 4 mil 500 personas, equivale a subir un peldaño. Es hablar palabras mayores. Javiera Mena nunca lo había hecho, pero ya era hora: después de los exitosos conciertos que dieron ahí contemporáneos suyos como Gepe, Francisca Valenzuela o Álex Anwandter, resultaba natural que ella fuese la siguiente de esa prodigiosa generación en intentarlo. A las siete de la tarde del domingo, la misión estaba cumplida.

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Para Mena, la importancia de la cita iba más allá del simbolismo del recinto para la pequeña industria local. Promocionó el show como una celebración de sus diez años de trayectoria —un número tramposo, pues los primeros avistamientos de la cantautora datan del 2001. Lo que sí tiene una década es Esquemas juveniles, su añorado debut. Consultada al respecto en un programa radial, comparó su carrera con un noviazgo formalizado por el disco. El lustro previo, para ella, fue una época de cortejo.

Las dos horas y media que tocó en vivo, siguiendo su metáfora amorosa, fueron la versión musical de una cena de aniversario romántica y de ultra lujo. Impensable viniendo de alguien que, durante mucho tiempo, decía estar más cómoda entre cuatro paredes que presentándose en público. Pero así son los visionarios: cambian de dirección sin avisar. A veces, ni siquiera pueden desandar su propio rumbo, como ocurrió durante “Supapilapuso”, único rescate de la prehistoria folkie de la solista, casi imposible de encajar con el resto de sus canciones porque ya parece creada por otra persona. Se vio fuera de lugar entre el indestructible cover de “Yo no te pido la luna” de Daniela Romo y la enternecedora balada “Quédate un ratito más”, y le hubiese pasado lo mismo en cualquier otra parte del setlist. Aún así, tuvo sentido que apareciera, porque su letra congenia con otras que vendrían en el futuro. Habla de amor por la música, un sentimiento muy presente en el imaginario de Mena. Una rodaja: “Una niña / siete años / Y la música que suena le trasciende / Y la música que suena la va a influenciar después / Sus orgasmos musicales con ella tendrán que ver”.

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La abeja reina del pop chileno, de raíz y estética independiente, tiene un oráculo. Con la perspectiva que da el tiempo, “Al siguiente nivel” ha ido cobrando la forma de un vaticinio (“Esa visión está / yo la veo venir / se me aparece / no tengo la noción / si en mi generación se sentirá”); es como un pergamino del gitano Melquiades. Fue significativo que la cantara junto a Chini, de Chini and the Technicians, parte de la nueva camada que está construyendo su nicho en Santiago, una ciudad que no está diseñada para albergar tanto talento, donde la cantidad de espacios no se condice con la cantidad de grupos y solistas que hay. Cuando Javiera Mena partió, las cosas estaban peor, y es plausible que ahora sea ella, despreciada y rechazada por buena parte del medio chileno en sus inicios, quien le preste su vitrina a gente más joven. También estuvo en el escenario (Me llamo) Sebastián, que ya conocía esa tarima porque la visitó como invitado de Francisca Valenzuela. Con su colosal poderío interpretativo, el cantautor terminó apoderándose de “El amanecer”.

Un dato: de los quince años que lleva tocando en vivo, Javiera Mena sólo se siente realmente orgullosa del último. Al lado de Gepe, que a estas alturas es el desplante personificado, todavía no luce tan dueña de la situación, pero se encuentra a años luz de la ausencia que proyectaba hace relativamente poco tiempo. Recién florece, encaminada a transformarse en una figura cada vez más magnética. Por cierto, verlos juntos en la sobrecogedora “Sol de invierno” nunca pasa de moda, aunque la actualidad de la solista sea bastante distinta a las canciones melancólicas de antaño.

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Un concierto de Mena es, básicamente, de electrónica. House, para ser un poco más específicos, aunque en realidad se trata de una fusión que no sabe de límites porque aspira a la infinitud. Sólo en “Hasta la verdad” interactuaron un cuarteto de cuerdas, una guitarra de regusto funkero y un beat gigantesco como la vida misma. “Pide” se acopló con tranquilidad a la imperante querencia por el dembow, y “Cuando hablamos” no anduvo lejos tampoco, excepcionalmente lozana para ser del 2006. Hubo un destello de Kraftwerk en la introducción de “Al siguiente nivel” y numerosos chispazos de eurodisco a lo largo del show. “Espada” se contagió de las mañas de la EDM, construyendo expectación por una eternidad hasta dejarse caer entera, como en ese sketch de SNL que se burla de David Guetta y Avicii.

Javiera Mena ha sido astuta en aprovechar la posición de Chile en el mapa —si bien es cierto que España y sus clubes son un referente obligatorio para ella, y que desde el principio salió de aquí para conocer otros lares, como Argentina, donde la trataron mejor que en casa (Esquemas juveniles se editó primero allá). Tomemos una idea de Cristóbal Briceño de los Ases Falsos: por el lugar que ocupa, Chile es como una atalaya desde la que se puede observar el mundo entero desde lejos. Desde muy pequeña, de forma instintiva, Mena usó ese espacio imaginario para asimilar música, por diferente que fuese entre sí. Una mentalidad rompedora en un país poco dado a semejante grado de eclecticismo y donde eran (y son) comunes valores opuestos a los suyos: machismo, homofobia y otro largo etcétera que da pudor seguir enumerando.

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Sería un placer hablar del impacto masivo de Esquemas juveniles, de sus discos de platino y su omnipresencia en medios de comunicación, pero la verdad es que nada de eso pasó. Con todo, resultó un hito, un evento desequilibrante. La aparición de una mujer con agenda propia empecinada en enaltecer lo denostado, desde el pop como expresión artística para abajo, y con ganas de seguir empujando los límites. Antes de su llegada a la escena indie, nadie hubiese perdonado una cita sin pizcas de ironía a Banda Blanca como la que hizo en “La carretera”, preguntando “¿Saben quién llegó?”. Menos un tributo a Juan Gabriel al final del show con “El Noa-Noa” explotando por los parlantes y una foto del Divo de Juárez por la pantalla en calidad de santo patrón. En el fondo, Javiera Mena es sinónimo de libertad. Justo lo que el mundo necesita.

Ve más fotos de la presentación aquí abajo.