Noel Gallagher y el MDMA me confirmaron que Dios no existe
Todas las fotos por Eduardo Magaña.

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Música

Noel Gallagher y el MDMA me confirmaron que Dios no existe

Los conciertos logran esto.

Tengo 28 años, edad suficiente para cuestionarme creencias con las que crecí. No creo en el dios con el que comulgan mis ex novias todos los domingos ni al que mis padres le rezan a diario, siento que es protagonista de un gran cuento que se escribió hace miles de años y pasó por algunos traductores talentosos y otros no tanto.

También, mi edad me ha enseñado que para que un concierto deje en mí algo además de menos dinero en mi cuenta; restos de alguna droga o una resaca que se meta con mi estabilidad emocional; necesito que el artista o banda que esté montado en el escenario sea una especie de shamán o guía, y que nos de la buena nueva a todos los asistentes del show vía sus canciones. Los conciertos son comuniones, celebraciones, misas reales donde todos los creyentes asistimos para festejar que la música es algo más que acordes y estados de Facebook. Los que estamos ahí, apretujados por otros asistentes, somos culpables del mismo delito y compartimos una especie de complicidad que nos hace mirarnos directamente a los ojos y sentir como si nos conociéramos de antes.

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Conozco a Noel Gallagher como todo el mundo: compositor de himnos generacionales y el 50% de una de las bandas más importantes para los millennials y personas que tenían MTV en su televisión por cable. Nunca vi a Oasis en vivo, pero sus rolas siempre estuvieron presentes en los ensayos de mi primera banda de covers y mensajes de MSN Messenger a mi novia de esa época. Además, muchas de las canciones de Oasis me hacen sentir en un estadio de futbol. Siento que sus rolas tienen ese raro poder de lograr ser cantadas por miles de personas, como si a todas nos hubiese picado el mismo insecto y de nuestras bocas salgan las palabras cantadas de la misma manera futbolera.

Llegué al escenario Indio del Vive Latino para ver a Noel, y el aire que se respiraba entre las personas que me acompañaban y esperaban sentados en el piso fumando mariguana o pasando por sus labios una paleta de dudosa procedencia, era ése que se respira cuando se está en grupo a punto de recibir a un rey, un sultán, un semidiós que tomó forma humana para visitarnos y llenarnos de luces por 60 minutos. De a ratos, varias personas gritaban en coro "Oasis, Oasis", esperando a que Noel saliera. De repente las luces del escenario se apagaron y muchísimos ruidos empezaron a sonar como si varios instrumentos tuviesen una pelea insostenible, alternando estos sonidos con luces psicodélicas que salían de varias partes del escenario. A los segundos, salió una sombra apresurada con par de gafas John Lennianas de los adentros de la tarima y las gargantas de mis compañeros asistentes se rasgaron: sin dudas era Noel Gallagher. Se apresuró y tomó su Gibson roja y empezó a cantar.

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Cantó algunas canciones de sus discos como solista que no recuerdo, ya que no estaba en un estado mental muy claro como para recordarlas. El alcohol y MDMA ya habían hecho estragos en mí para tener la memoria a corto plazo clara. Pero cuando sonó el Do mayor del intro de "Little By Little", vi cómo la grama del piso cambió de color y las pupilas de las dos chicas que tenía a mi alrededor se agigantaban y sus sonrisas se ampliaban logrando que me dejaran de importar mis problemas personales. Vi cómo muchas personas se tomaban de las manos, abrazaban y cerraban los ojos como si la solución a todos sus problemas hubiera llegado. Los minutos que duró la canción se sintieron eternos, nada más fuera de ese pequeño pedazo de grama importaba para nadie. Éramos un círculo de creyentes unidos por una canción de casi cinco minutos de una banda que ya no existía.

Llegó el momento de "Wonderwall" y fue algo más parecido a una redención que una simple canción del género antes conocido como rock. Vi a gente llorar, y en el momento que volteaba mi cabeza para pedirle una cerveza más al vendedor, sentí una mano encima de mi hombro izquierdo. Volteé, y era una chica desconocida gritándome su amor. Me dijo "te amo" dos veces, me abrazó por cuatro segundos y me soltó suavemente, dejando restos de su abrazo encima de mi chamarra mojada por las pequeñas gotitas de lluvia que empezaban a caer. Ante tal declaración de amor desinteresado, no tuve más remedio que llenar mis dedos de MDMA y llevarlo a mi boca como si fuera lo último que iba a comer en mi vida. Un dedazo, dos, tres, ya daba igual.

El éxtasis y valentía que estaba sintiendo dentro de mi cuerpo, llegó a su punto máximo en "Don't Look Back In Anger". El bajo y piano resonaban dentro de mi pecho, sentía que iban a romper mis cavidades toráxicas y la ansiedad estaba derramándose por mis brazos. Sentí que ya nada importaba, que los que estábamos presentes en ese escenario éramos testigos de algo mágico y único. Pensé en perdonar a mi madre, recordé todas las veces que mis parejas me señalaron mis peores momentos y hasta me atreví a pedirle un cigarro a un desconocido luego de casi tres meses sin probar uno. Ver cómo tantas personas cantábamos: "So Sally can't wait, she knows it's too late" al unísono —con Noel a lo lejos haciendo de director de orquesta más que de cantante— es de las experiencias más liberadoras que he tenido en mis sufridos 28 años. Ni cuando perdí mi virginidad sentí una energía tan llena de colores y matices dentro de mi cuerpo que como cuanto grité el coro de esa rola.

Vi mi niñez y adolescencia pasar por encima del solo del guitarrista de Noel: la primera vez que probé drogas, falsifiqué una firma de mis padres para la escuela y hasta cuando mi papá me dio dinero para comprarme un disco de Evanescence. Todo tuvo sentido en esos segundos. Sentí cómo cada segundo subía mi euforia y, justo antes de que acabáramos de cantar "Don't Look Back In Anger" le pregunté a la persona que tenía a mi lado: "¿Quién es Dios? ¿Acaso no lo somos todos? ¿Es Noel Gallagher? ¿Es la chava que me dijo 'te amo'?". Y a la vez que hice estas preguntas, una especie de sabiduría extraña invadió mis pensamientos y me hizo entender y sentir en cada entraña de mi cuerpo que no hay nada más real que todas las cosas que estaban sucediendo en ese lugar: declaraciones de amor, cigarros regalados, pupilas dilatadas, gente compartiendo cervezas y lágrimas. Dios no es una entidad ni una persona, y está más cerca de ser esos dedazos de MDMA que entraron a mi estómago o ese "te amo" de una desconocida que lo que llevo años escuchando a mis abuelas.

El show terminó con "All You Need Is Love" y pude entender todo esto. Noel Gallagher, el MDMA y el "te amo" de una extraña me confirmaron que Dios no existe.

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