TRANS: Gaby del Río, “Vivimos el boom de las chicas trans”

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TRANS: Gaby del Río, “Vivimos el boom de las chicas trans”

"Aunque hay un cambio, la guerra no está ganada. Siempre hay gente en contra. Que te violenten por tus preferencias es una locura".

Fotos por María Fernanda Molins.

Esta entrevista se realizó el mismo día en que fue asesinada Paola y días antes de la muerte de Gaby del Río, quien falleció el sábado 15 de octubre como consecuencia de un infarto. Gaby fue una ferviente defensora de los derechos de la comunidad trans y con este texto le rendimos un pequeño homenaje por su contribución a las libertades mexicanas.

Para entender mejor esta historia hay que ir a una tarde de principios de los años 80 en la estación del metro Hidalgo, en el entonces Distrito Federal. Gaby del Río caminaba de prisa, cargaba un vestuario hawaiano que había comprado minutos antes para una presentación, cuando, en los torniquetes, dos policías la detuvieron y uno de ellos preguntó: "¿nos acompaña?"

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Alarmada, respondió: "dígame por qué". "Usted golpeó a un usuario", afirmó el oficial. "Oiga, eso no es…", intentó defenderse, pero los agentes la tomaron de los brazos y la obligaron a salir de la estación.

A Gaby le había llegado el rumor sobre las redadas en contra de prostitutas y homosexuales y, antes de ese día, pensaba que eran falsas. "Por ser amanerada estoy aquí", comprendió Gaby cuando viajaba en la patrulla rumbo a la delegación Cuauhtémoc. "Esos operativos existieron en la ciudad, aunque ahora sea aberrante pensarlo", comenta hoy, molesta aún, al recordar aquella acción extraoficial que le acarreó horas de miedo y frustración.

Gaby del Río está sentada en una de las sillas de su salón de belleza en la colonia Obrera, con blusa y pantalones negros, el cabello rubio suelto y un poco de maquillaje, y recuerda que el separo estaba repleto de hombres gays y mujeres trans. Los fotografiaron y, aunque ella intentó cubrirse el rostro, los policías le ordenaron no hacerlo. "No había educación en cuanto a derechos humanos. Tenías que resignarte y decir: 'me tocó, ni modo'", lamenta la mujer y agrega que, entre los detenidos, una trans gritó: "¡esto no debería de pasar, no está bien!" "De alguna manera, ella me abrió los ojos, pero faltaba mucho tiempo para que actuara en serio", dice.

—Difícil pensar hoy en esa realidad de hace tres décadas—, comento.

—Sí, porque hoy vivimos el boom de las chicas trans. Se ha trabajado bastante. Hay más activismo. Al principio, los gays hicieron lo suyo y mis respetos, pues fueron los primeros en levantarse en el DF, lucharon por sus derechos, pero lo trans no estaba bien visto, ni siquiera entre los grupos de diversidad. Éramos relegadas, lo peorcito. La gente, de manera despectiva, nos llamaba vestidas. Desde hace unos 15 años hay una unidad más homogénea en la Ciudad de México. En provincia hay discriminación aún, no es fácil ver a trans en las calles.

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Mucho se ha logrado en la capital, celebra Gaby. Ahí están las leyes de matrimonio igualitario y de identidad de género, pero, "aunque hay un cambio, la guerra no está ganada. Siempre hay gente en contra. Hoy vivimos las marchas a favor de la familia clásica. Que te violenten por tus preferencias es una locura. Muchas de nosotras hemos sido agredidas". Gaby cuenta que hace unos días una amiga caminaba por las calles de la ciudad y un grupo de mujeres biológicas le gritó que no se engañara, que no era hombre ni mujer, sino un abominable jotito.

Gabriel era un pequeño, inquieto y efusivo, que despreciaba los juguetes para niño que le obsequiaban sus papás. Prefería las muñecas de sus ocho hermanas mayores y eso era bueno, nadie de la familia le negó ese derecho ni juzgó lo evidente: que el hijo menor era homosexual. Eso creían. Su papá trabajaba el día entero para cubrir los gastos, su mamá se ocupaba de la casa y Gaby se divertía, ignorante del mundo exterior en la colonia Lorenzo Boturini, en la Ciudad de México.

Un niño torcidito, amanerado, que prefería la compañía de las niñas a la hora del recreo se merecía el desprecio y bullying de sus compañeros. "La sociedad te impone un rol, pero yo no me sentía cómoda frente a un mingitorio, ni con las charlas de hombres en la primaria, ni en secundaria y prepa. No", enfatiza Gaby. Tampoco salía de su casa a jugar: las niñas la trataban como niño y no quería problemas con los demás. "Había un conflicto".

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Las dificultades por su conducta femenina comenzaban al salir de casa. En la escuela donde estudió la educación básica se permitía el ingreso a estudiantes adolescentes que deseaban concluir esos estudios. Gaby tenía nueve años y los varones de 16 la acosaban sexualmente. No podía hablarlo con nadie: recibía amenazas de golpes y sus papás estaban ocupados con los deberes familiares.

Al paso de los años, la familia la consideraba el hijo, hermano y tío gay, y Gaby también se asimilaba así, pese a que no encajaba en las reuniones con homosexuales. No sabía que era mujer trans. Gay era el único concepto que conocía y se rehusaba a ser una "vestida" porque, en aquel tiempo, dentro de la enfermedad que era consideraba la homosexualidad, vestirse era el caos, lo peor. "La palabra era despectiva. Si eras vestida, significa que te iban a matar".

Su mamá se dedicó al canto durante años y era amiga de gays a quienes golpeaban e iban a la cárcel, sobre todo si se atrevían a usar prendas de mujer. Por eso la sobreprotegía, pero no pudo evitar que a su hija la encerraran en un separo cuando tenía 19 años, por el delito de no comportarse como supuestamente un hombre debe.

Aquella vez de principios de los 80, el papá y una hermana de Gaby acudieron a la delegación a rescatarla y la autoridad afirmó que la encerraron por prostitución. Cuando el MP la interrogó, ella respondió que estaba en el metro porque se dirigía a casa tras comprar un atuendo de baile. "Ah, entonces fue por la mata, tienes el cabello muy largo. ¿Cuántas veces has estado aquí?" Gaby, indignada, dijo: "nunca". "Bueno, te vamos a dar chance". Una multa obligatoria fue necesaria para devolverle la libertad.

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"Ese momento me marcó. Tuve mucho miedo, pero me hizo comprender muchas cosas. Todo eso ha hecho una coraza en mí, porque ahora me defiendo y lucho por los derechos humanos y la diversidad", cuenta la chica trans de 48 años. Efectivamente, Gaby bailaba hawaiano y tahitiano. De niña estudió danza y estilismo y, aunque ingresó a una universidad, la hizo a un lado para dedicarse al baile. Desde joven, imparte clases para las celebraciones quinceañeras. Hoy, es integrante de un grupo musical donde canta y es maestra coreógrafa.

Se independizó a los 22 años. Su transición comenzó una década después y amigos gays la animaron a tomar la decisión: "ya debes ser una mujer", afirmaban. En las reuniones familiares, una hermana le comentaba: "no estás a gusto, este no es tu mundo". Gaby se atrevía a portar alguna prenda femenina de vez en cuando, pero el miedo a las críticas pesaban mucho. "Mi familia advirtió que era diferente antes que yo. No estaba realizada".

Hace más de 25 años, su amiga Roshell Terranova se percató de que Gaby no era gay y le propuso participar en shows travestis. Por su físico corpulento bien podía interpretar a Lola Beltrán. Siempre quiso usar vestidos, maquillarse, y aceptó de inmediato. Se dedicó desde entonces al transformismo cada fin de semana en el 14 de Ecuador, un bar gay del Centro Histórico, y Gaby del Río actuaba de manera tan natural que en los meses siguientes la contrataron en otros lugares de ambiente y extendió su catálogo interpretativo: Lucha Villa, Celia Cruz, Alaska, Sonia López, Amanda Miguel, Tina Turner y Gloria Gaynor.

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Lo inevitable era que su familia se percatara de sus salidas nocturnas y recibió su consejo: "sé feliz". "Seguía temiendo a las personas, y más porque ya había rumores en la colonia de que era una vestida. Yo aseguraba que era por trabajo, pero me encantaba".

Conocer a otras personas con preferencias similares, la fortaleció. Un día cualquiera de hace unos 17 años, Gaby despertó en su cama, consciente de que sería un día ajetreado. El basto trabajo en la estética no le daría oportunidad de regresar a casa a prepararse para un evento en la noche, así que decidió vestirse con el atuendo necesario, se maquilló y se dirigió a su negocio. "Yo pensé: 'si con ropa de mujer me siento bien, ¿por qué no? Si continuó con el miedo al qué dirán, nunca voy a ser feliz'. Le prometí a mi mamá serlo y no lo era'".

Clientes y amigos ya la habían visto transformada, pero, según ellos, Gaby era un chico gay que jugaba al travestismo. Gaby cuenta: "cuando me vieron vestida de tiempo completo, me retiraron el habla, ya no iban a la estética. Como gay estaba bien, pero no como trans. Así es la gente. Familiares, sobre todo sobrinos, me rechazaron. Ahora ya no, soy la tía, pero un principio no fue así".

Quienes la rechazaron fueron los menos y Gaby, por fin, se sentía feliz, tranquila, realizada. La transición médica vino después, "pero lo importante es que ya era yo. Hacer shows me ayudó a darme valor. Era mi escudo".

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Gaby del Río censura de nuevo las marchas a favor de la familia convencional y le comento que los gays y lesbianas cuya intención es adoptar, pese a todo, están más visibilizados y no es común hablar de mamás trans. Ella responde: "eso es porque, insisto, nosotras empezamos a luchar por nuestros derechos hace poco. En las primeras marchas a favor de gays, no había trans, por ser vistas como lo peor. Qué horrible ser excluida por ser diferente. Surgimos como activistas al finalizar los 90".

—¿Con quién quiere formar una familia una chica trans?—, pregunto.

—En mi caso, con un hombre heterosexual, quien no deja de ser hetero si se establece con una mujer trans. Ellos me lo han dicho. Yo también soy hetero, pero hay un abanico de posibilidades. Muchas cosas no están esclarecidas. La gran mayoría de trans adolecemos no tener pareja: ellos viven doble vida o no formalizan con nosotras por la crítica social. Existen las trans lesbianas, gustan de trans y mujeres biológicas, pero son más discretas. También hay bisexuales o las que prefieren a los homosexuales. Por eso es cerrado hablar de papá, mamá e hijos como única familia.

También critica a las nuevas generaciones LGBT: "me parece que a la mayoría no le tocó manifestarse de manera más política. No me quejo, pero ojalá se percataran de lo que tienen. Necesitamos fortalecer la autoestima de la diversidad. Nos faltan derechos, sobre todo a las trans. ¿Por qué los matrimonios igualitario no son comprendidos y respetados por todos, aunque la Corte falló a favor?"

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—¿Qué significa, hoy, ser trans?

—Es poder, hoy estamos muy empoderadas, todas, pues salir a la calle como trans es un activismo, aunque muchas no se dediquen a las marchas o a la manifestación frente a la Cámara de Diputados, como lo he hecho con muchas compañeras para exigir la identidad de género. Se necesita que dentro de la educación pública se integre la diversidad, que haya apertura en medios. Que las leyes cambien, pues nosotras no estamos bien en lo laboral y educación. Quitar a la transexualidad de las enfermedades mentales.

—¿Qué aconsejas a las mujeres trans?

—Que sean fuertes y se ganen un lugar, pues esta vida es complicada. Sobre todo, que sean productivas.

Gaby recuerda que la sociedad opina que una trans únicamente puede aspirar a la prostitución, inaugurar un salón de belleza o dedicarse al transformismo, y "las agresiones en el trabajo sexual son una constante, ese oficio deja muchas huellas".

A sus amigas sexoservidoras las han violentado constantemente: "las golpean y avientan cosas, en el mejor escenario. El peor es un asesinato. Algunas trans son agresivas, pero es por la historia de vida, crecen con violencia, estigma y encarcelamientos. Las activistas sufren historias parecidas. Muchos critican nuestro comportamiento de pocos amigos, pero, con estos historiales, no se puede ser buena onda todo el tiempo".

@Riveravazg