Por qué dejé la mota

FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Por qué dejé la mota

Estamos muy acostumbrados a hablar con personas que creen que si queman pueden impedir que se derritan los polos o resolver el conflicto en entre Israel y Pakistán. Por eso creímos que ya era hora de saber qué piensan lo otros, los que ya no aguantan...

Con la despenalización y la legalización causando revuelo en el país, cualquiera creería que todo el mundo se está volviendo evangelista de la mota. Sin embargo, aún hay muchos que no le han puesto una altar a la mariguana. Para algunos, la yerba es el recuerdo de su pasado como delincuentes menores. Para otros, fumar les arrebata la cordura y los deja paranoicos y llorando en posición fetal. Estamos muy acostumbrados a hablar con personas que creen que si queman pueden impedir que se derritan los polos o resolver el conflicto en entre Israel y Pakistán. Por eso creímos que ya era hora de saber qué piensan lo otros, los que ya no aguantan dar ni una fumadita más.

Publicidad

Estas son sus historias.

Ataques psicóticos

Cuando salí de la universidad, empecé a fumar mucha mariguana y otro tipo de drogas psicodélicas. Fumaba todos los días y me sentía muy bien. Hasta que un día todo se puso medio raro. De pronto empecé a tener reacciones muy intensas a la mariguana. La primera vez que pasó fue en un concierto de Phish en Merriweather Post Pavilion. Estaba con mis amigos, fumando y escuchando a Phish tocar "Reba". De pronto, así, de la nada, parecía que el mundo se venía abajo. El cielo se volvió negro y me desmayé.

Se sintió horrible, pero aún así no estaba dispuesto a dejar la mota. Me volvió a pasar cuando fui al Jazz Fest en Nueva Orleans unos mese más tarde. Volví a sentir lo mismo con la primera fumada (por suerte tenía donde sentarme y no me desmayé). También empecé a tener alucinaciones. Se suponía que mi novia iba a pasar por mí al concierto pero llegó unos minutos tarde. Lo primero que pensé fue que no había llegado por estar cogiendo con otro güey. Después estaba seguro de que había muerto y salí corriendo del festival para ir a buscar su cadáver. Como no estaba cuando llegó por mí, se puso a buscarme por toda la ciudad. Me encontró horas después, vagando por Bourbon Street. Aún no recuperaba la razón.

Estoy casi seguro de que tuvo algo que ver con las otras drogas psicodélicas que tomé en todos esos años. Y ahora pierdo la razón cada que fumo. La mariguana arruinó tantos momentos de mi vida que ya no vale la pena arriesgarme. Si quiero relajarme, me conformo con unas cervezas.

Publicidad

Compañeros raros

Dejé de fumar después de una noche muy extraña cuando tenía 19 años. En resumen, estuve fumando por horas con un indigente que tocaba la armónica en una casa abandonada y sin electricidad. Mi amigo y yo conocimos a este tipo cuando estábamos tocando en la calle para reunir un poco de dinero. Como éramos un par de stoners hippies, no nos pareció raro acompañarlo a un edificio abandonado y fumar un rato. Pero para cuando dieron las 2 o 3AM, mi amigo, el dueño del yembe, se fue porque tenía que llevar a su casa a otro de nuestros amigos. Entonces me quedé sólo con mi nuevo amigo dentro del edificio en ruinas. El vagabundo parecía un mago y, si se hubiera enderezado, estoy seguro de que habría medido cerca de dos metros. Además, usaba una rama como bastón.

Estaba a punto de amanecer y yo ya había fumado mucho. No estoy seguro de qué pasó después. No sé si Gandalf hizo un cuchillo, me platicó que quería hacer un cuchillo o me contó la historia de todas las personas que acuchilló cuando estuvo en Vietnam. Pero eso no importa. De pronto me di cuenta de que este veterano quería abrirme y sacarme los órganos para jugar con ellos como si fuera un pez. Después llegó mi amigo y me llevó a casa de sus padres. Me dejó dormir en uno de los cuartos de huéspedes de su mamá. Desde entonces no he vuelto a quemar. Ser hippie es muy peligroso.

Monchis descontrolados

Cuando estaba en la universidad, me encantaba tomar entre semana. El problema era ir crudo a la escuela. Hasta que me di cuenta que fumar mariguana era igual de divertido y me evitaba el dolor de cabeza a la mañana siguiente.

Publicidad

Entonces empecé a fumar mariguana todas las noches con los chicos con los que vivía. Todo era perfecto hasta que conseguí trabajo en una pastelería que vendía unos postres muy sabrosos. Cada que salía, me llevaba una bolsa de panes para compartir con mis amigos o para comerlos en la semana. Pero claro, eso nunca pasó. Lo que hacía era fumar y comerme todos los croissants, roles, conchas que me cupieran. Era asqueroso.

Después de un tiempo tuve que dejar de fumar porque comer tanto pan hacía que me inflamara y a veces tenía pesadillas con cosas dulces. Y peor aún, cuando estaba en clase tenía que salir al baño constantemente a hacer popó. Podría decirse que dejé de fumar porque el monchis estaba causando estragos en mi colon.

Crimen y castigo

Cuando estaba en la universidad fumaba y vendía un chingo de mota. Tiene sentido, ¿no? Si vas a ser un mariguano, al menos puedes ganar dinero con eso. No era Nino Brown ni nada por el estilo. Compraba un 250 gramos a la semana y usaba las ganancias para pagar mi vicio. La guardaba en un maletín negro para verme discreto.

Todo iba bien, hasta que me descubrieron.

Iba en el auto con mis amigos pero nos detuvieron porque se notaba que habían fumado mucho. El policía dijo que nos veíamos "sospechosos" y pidió un perro entrenado para detectar drogas. Esa vez traía más de 20 gramos en mi maletín y el perro lo detectó.

Tuve suerte porque en el estado de Vermont, EU, si portas menos de 50 gramos y eres menor de 21 años, no eres dealer ante los ojos de la ley. Por eso no me metieron a la cárcel. Sólo tuve que ir un programa de rehabilitación donde me hacían pruebas de antidoping con regularidad y me daban terapia.

Publicidad

Mi primer terapista era una mierda pero el seguro lo hizo bastante bien y gracias a él dejé de fumar. Antes de conocerlo, estaba seguro que iba a volver a hacer lo mismo de antes tan pronto me dejaran de hacer análisis. Pero me dijo la verdad y me hizo reflexionar: la única forma de averiguar si mi vida podía mejorar sin la mariguana era dejando mi vicio por un tiempo para comparar las diferencias.

Después, cuando terminó el programa de rehabilitación, me di cuenta de que cada que fumaba me sentía impotente, ansioso y paranoico. Fumar no me dejaba pensar claro y por eso tomaba malas decisiones. Cuando dejé de hacerlo, mi vida mejoró. Mis calificaciones también mejoraron y por fin supe qué quería hacer con mi vida. Que a mí me haya afectado fumar mariguana no quiere decir que le pase lo mismo a todo el mundo. Ya llevo casi diez años sin fumar y no me arrepiento.

Al borde de la locura

Estoy casi seguro de que el ácido arruino mi gusto por la mariguana. Una vez tuve un viaje espantoso que cambió mi forma de ver el mundo para siempre. Le pedí a mis padres que me prestaran la casa junto al lago y me quedé ahí con un amigo. La casa es un pequeño lugar idílico pero me trajo recuerdos muy tristes que había olvidado. Quizá fue porque está repleta de jaulas para pájaros y baratijas de mi madre. Después de fumar, me puse a observar cada una y me hizo sentir distante y muy, muy triste. El sentimiento era tan profundo que ni siquiera lo puedo describir con palabras. Me sentía como un niño, pero de una forma muy fea. Sentía que no tenía control sobre mis decisiones o mi destino. El viaje me traumó tanto que me mudé al otro lado del país para tratar de olvidar lo que había pasado.

Por desgracia, desde esa vez, cada que fumo mariguana, vuelvo a tener ese sentimiento intenso y aterrador. Con un toque basta para que me de algo similar a un ataque de pánico. Es como si mis pensamientos se salieran de control y no hubiera forma de apaciguarlos. Todo lo que pienso se degenera, incluso las cosas que me hacen sentir bien. Me pregunto a mí mismo: "¿Por qué mis amigos están conmigo? ¿Se están aprovechando?" Es tan abrumador que hace imposible la convivencia con otras personas. Imagina que estás fumando en un parque con tus amigos y terminas hablando solo, en posición fetal. No gracia, yo paso.

Todas las ilustraciones por Nick Gazin. Si quieres ver más ilustraciones de Nick, visita su página de Instagram.