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Cultură

Para admirar a Joaquín Guzmán Loera

Recibamos la noticia del Chapo con una sonrisa en la cara. Triunfó ante todos esos que, injustamente, nos han metido en un pleito que nunca nos interesó.

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Crecimos en la Edad de la Sospecha. Fueron muchos los personajes que, de forma extraordinaria y humana y valerosa, poco a poco fueron cimentando la idea, siempre probable, de que el orden simbólico que nos rodea es uno impuesto, ficticio, engañoso, que defiende siempre intereses particulares. Marx, Freud, Nietzsche y Darwin fueron las fuerzas intelectuales fundamentales de los últimos 200 años, cuyas ramificaciones disciplinarias no han evolucionado mucho más que para matizar lo planteado por aquellos titanes del pensamiento de alguna u otra forma.

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Mirar con recelo lo que dicen las cúpulas del poder ha convertido ya el manejo de la realidad en un imposible: o nos mienten, cosa que sucede con frecuencia, "ellos", los poderosos, o nosotros sospecharemos siempre que nos mienten, aunque nos digan una verdad absoluta. Vivimos una época increíble en donde la masa crítica ha asumido tan bien su papel que a veces termina tan engañada como lo trata de evitar.

Sin embargo, estas estructuras de pensamiento, dinámicas del "sospechosismo" que además se nutren como pólvora encendida gracias a la facilidad de las redes sociales y los medios informativos, a veces aciertan. O, por decirlo de alguna otra forma, a veces parecen tener buenas intenciones más allá de su histeria colectiva.

El ejemplo más claro de lo anterior es la actitud generalizada hacia la lucha contra las drogas, su consumo y su trasiego, y los personajes que implica. ¿Por qué es que embelesamos las historias míticas del bandido, antihéroe ruin que nos cautiva desde lo lejos sin que nunca tengamos el placer de conocerlo? ¿Por qué se aceptan sus regalos en los espacios habitados por la miseria, se agradecen sus gestos arquitectónicos y se aplauden sus escapes penitenciarios? ¿Cuáles son las fibras sensibles que se tocan en estas historias, que contradicen todo esquema de "decencia" victoriana y civilidad romana?

La respuesta puede tener justificaciones de enorme profundidad y complejidad, pero puede resumirse con cierta facilidad: el premio al antihéroe es, en realidad, un castigo a la autoridad, que hemos aprendido bien (y muchas veces, nos ha demostrado), ser falsa, arbitraria, hueca, superficial y, válgase la redundancia, autoritaria.

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¿Quién se ve reflejado en los mecanismos del "Estado"? ¿Qué representa un partido político para cualquier paseante de la sociedad civil? En el caso de los capos de la droga en lo particular, ¿por qué debemos suponer que su ejercicio comercial tiene cualquier implicación moral? ¿De parte de quién es que tenemos que castigarla?

El gobierno termina siendo el gran enemigo de la gente porque la gente ha entendido sus mecanismos, engañosos por definición, en relación a la moral, la salud personal y, en el caso de las drogas, de la consciencia. La condición legal de las drogas no es otra cosa que un estira y afloja moralino y vacío alrededor del control de la consciencia individual. Castigar las formas de la locura. Ya lo decía Foucault. En realidad, no hay otra razón del hecho, más allá de sus profundas connotaciones económicas, que fueron su natural consecuencia.

¿Por qué admiramos al Chapo, lo felicitamos por su gracia? Porque "venció" a un sistema que no representa a nadie y que, arbitrariamente, comenzó a perseguirlo. Ahí lo otro importante: la relación que los Estados tienen con las drogas, esa guerra, no es nada más que una guerra del Estado en contra del Estado mismo. Un espejismo. Como si de pronto decidieran en las cumbres más altas del poder público que los calcetines anaranjados son, en realidad, un enemigo público casi insuperable y que debemos actuar en contra suya con todo el peso de la ley y nuestras instituciones. Nadie lo cree. A nadie le importa.

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La lucha en contra del narcotráfico, pues, no es otra cosa que una justificación más del poder para hacer presencia con su propio poder; el hartazgo de la sociedad civil ante estos engaños, de una sociedad civil educada desde la cuna para cuestionarlo todo, se refleja en el gusto por el antihéroe.

Porque eso es el Chapo: un antihéroe. El más grande de los que hay en el mundo. Y actúa como un verdadero mafioso, esos tipos que entienden que muchas reglas del gobierno son medianamente arbitrarias y absurdas y dan el paso que nosotros, como sociedad, no nos atrevemos a dar pero sentimos posibles.

Ahí el secreto: el bandido hace con las reglas lo que todos sabemos que podemos hacer con ellas. La admiración es arquetípica, porque muy pocos podrían soltarle a alguien un balazo en la cara, pero nos hermanan las ganas de, simple y llanamente, ignorar reglas absurdas.

Me esfuerzo por ser un ente crítico, sobre todas las cosas, de la crítica. Pero en relación a la "guerra" en contra de las drogas, a esa "lucha" absurda y aburrida y eterna que no tiene ninguna justificación más allá de la económica (y con eso me refiero a que no puede desaparecer, de pronto, un negocio de ese tamaño sin que caigan mercados como en la peor crisis económica de la historia), las huestes gritonas de las redes sociales tienen toda la razón.

No abogo, para nada, por la abolición utópica y estúpida de cualquier forma de gobierno. Para nada. Creo en el Estado de Derecho. Pero creo, también, que a la gente no se le puede hacer tonta en un momento histórico en donde la gente está cada vez más informada, si no mejor.

De aquí a entonces, recibamos la noticia del Chapo con una sonrisa en la cara. Triunfó ante todos esos que, injustamente, nos han metido en un pleito que nunca nos interesó.