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Música

Algunas palabras sobre el Festival NRMAL

Aquí lo chistoso o la bufonada chunga es que es un festival que se llama Nrmal (se pronuncia como “normal”, pero en inglés– porque, ya saben, Monterrey) y estuvo, por tercera ocasión, anormalmente cabrón.

¿Cuántas bromas sobre el Festival Nrmal y su normalidad?

“No fue nada normal, el Nrmal” fue una guasa que escuché más de un par de veces. Aquí lo chistoso o la bufonada chunga es que es un festival que se llama Nrmal (se pronuncia como “normal”, pero en inglés– porque, ya saben, Monterrey) y estuvo, por tercera ocasión, anormalmente cabrón. Pongo tercera porque esas son los que he tenido la oportunidad de ir (de cinco que han habido), y cada vez me gustan más.

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Admito que es un poco difícil superar la primera impresión (2012) porque aquella vez no tenía expectativas y mi paradigma se hizo añicos. Sin embargo la propuesta del festival cada vez se aprieta más: una propuesta musical siempre desafiante; logística cada vez más aterrizada; zona de comida cada vez más cosmopolita (táchenme de esnob pero no se pueden mentir a sí mismos: comer verga está verga); un Mercadito (el tianguis de diseño mexa del festival) cada vez más estructurado. Este año hubo menos showcases, la fiesta del viernes y after fueron en lugares nuevos y la pool party más bien fue otro showcase (ignoro la razón pero dado el clima tan miserable creo que fue un acierto). Otra diferencia, esta menos trivial: por primera vez hubo una edición del festival en el DF (años anteriores la experiencia Nrmal chilanga se habían limitado a showcases).

¿Qué es el Nrmal?

Un festival de varios días, actividades y venues que busca converger sonidos de una variada cantera. No soy muy adepto a la categorización musical pero para fines ilustrativos mencionaré que este año hubieron actos de punk, garage, metal, hip-hop, trap, noise, shoegaze, ghetto house, tropicalia o ruidosón, por mencionar algunas. A resumidas cuentas y a riesgo de sonar como un mamador sesgado, es el festival más cool de México. Aquí hay pa’ todos los gustos: tenemos ya el festival más latino (el Vive); al que menos le entiendo (Cumbre Tajín) el más fore (el Bahidorá); no espera el verdadero más fore (Ollin Kan, esa dulce convergencia de pueblos en resistencia y mota panteonera, en Tlalpan); el más extranjero (Corona); el más merol (Hell & Heaven, si es que síse arma) y próximamente los más ravers (los próximos a estrenarse en México Electric Planet y Electric Daisy Carnaval). Y no podemos dejar de pensar en el Raymondstock, pinche festival true inolvidable. Tampoco dejo de mencionar al Rock Chavitos, namás porque era una propuesta bien buena ondita (apoyar a morritos de escasos recursos) y tenía el mejor-peor nombre. Y faltan muchísimos por mencionar. Diversidad y oferta hay para todos los gustos, afortunadamente. La pluralidad cultural de México es nutrida y saludable, por más que la intolerancia sea un rasgo importante de nuestra idiosincracia. Es un momento emocionante para ser joven. Mierda, incluso ha de ser un momento emocionante para ser viejo.

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Dentro de la gama de posibilidad que conforma la escena de festivales en México, dentro de este hermoso ecosistema conformado por promotores, venues, talento, prensa, lavado de dinero, leverage de influencia y motivada magullación mutua de egos; dentro de esta variada oferta, está el Festival Nrmal: la alternativa, me repito, cool. Menciono esto porque creo que la estructuración de una identidad cultural (como un festival) es un logro, pero también porque todo mundo tiene una doble moral acerca de este extraño concepto de coolness, o dicho de otra forma más actual y peyorativa: hipster. Entiendo que discutir la identidad hipster y qué la define para intentar entender el fenómeno social alrededor del término, en pinche VICE, es demasiado autoreferencial para los gustos de muchos. Sólo lo menciono porque en verdad es un componente importante de la identidad del festival, y quisiera evitar en la medida de lo posible que me salgan con un “pinche bola de hipsters” al primer comentario. Aquí no van a ver tantas de esas muy mentadas coronas de flores. Yo más bien vi shortsitos de cuero con hoyos cortados justo encima de ese extraño y coqueto pliegue en el culo. Estaban chidos, esos shortsitos.

La intención de diseño, la imagen visual del festival, el increíble uso del espacio vía instalaciones lo-fi y la genuina intención de generar escena son importantes para entenderlo. También lo es la propuesta musical: siempre son proyectos un tanto oscuros o emergentes y desconozco a la mayoría del cartel. Y eso me encanta. Es de este festival que saco a la mayoría de mis descubrimientos favoritos del año. Siempre son propuestas únicas, energéticas y honestas.

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Sobre las propuestas musicales, pueden leer nuestras recomendaciones aquí. Todo estuvo cabrón: el mash-up de la Banda Bastön; la furia de Nazareno el Violento; el tropipop de Little Jesus; el hiphop sobre la juventud chilanga de Tino el pingüino (con un acto cada vez más maduro); el atasque increíble de Füete Billëte (mis favoritos, también tocan el viernes en un evento de NAAFI en el Bahía); la preciosidad de Bflecha; la guitarra rota de Pumuky; la vocalización de Kelela; la indignación de Cabezas Podridas; la teatralidad de la MiniTK; la furia hipnotizante de Siete Catorce []; la sonrisa imborrable de los miembros de Death; el atasque de Matías Aguayo y Mostro; por mencionar pocos; el pinche lodo por todos lados al regresar al hotel y hasta la intensa pálida del día siguiente. Todo fue una gozada, tanto asíque no me apena usar el término gozada.

Les dejamos una playlist que captura la esencia del festival. Los invitamos a prenderse uno de macoña y escuchar.

Pueden ver videos del año pasado aquí o leer la reseña con fotos acá [].