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Música

Calar Music: psicodelia queer y la homofobia de Edith Piaf

Los gays estamos urgidos de volver a buen gusto.

Prólogo Patético

Supongo tenía mucho tiempo libre como para andar persiguiendo a un muchachito sin gracia. Ahora mismo no logro recordar qué es exactamente lo que me calentaba. Debieron ser un par de fotos y el hecho de que no había platicado con él en serio: orgulloso de ser rubito, 28 años, delgado y más correoso que atlético (aunque jura en nombre de San Charbel que su complexión es muscular) me dijo que los homosexuales toda vez que salen del clóset tienen la obligación de tirarse al buen gusto, lo que sea que esto signifique, si lo que buscamos de corazón es ganarnos el respeto de los bugas: hacer gimnasio, vestir bien, cazar tendencias, escuchar buena música…

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“Yo no escucho gatadas de OV7 ni la Trevi. Es más, hasta Ricky Martin me da quiqui. Para nada. Qué quieres, soy niño bien, no me da pena decir que soy fresita pero bueno, eso también es garantía de que escucho buena música, sobretodo electrónica, yo de Cher para arriba…” - entendiéndose que por arriba de Cher pues estaban las Gagas, las Perrys, las Adele y recientemente las Cyrus con todo y su polémica de plástico soft porn.

Al menos musicalmente sería una desvergüenza melodramática que los gays insistieran en verse a sí mismos como una minoría. Cher no andaría lanzando sencillos de un forzado dance-circuit, mucho menos grabando videos donde los que llenan la pantalla son sólo una media docena de hombres (estos sí verdaderamente musculosos) semidesnudos sin el empuje de algo así como el Billboard rosa.

Es evidente que el último video remix de Cher tiene como propósito estimular la libido gay, pero desde el acomplejamiento y la cobardía, con la misma filosofía manita sudada de los 70 cuando los machos bugas se la jalaban con algún capítulo de los Duques de Hazard; vamos, ni siquiera tuvo los huevos de entrarle a la homosexualidad con su inevitable manifestación homoerótica. Como si a ojo de la supuesta tolerancia buga ser homosexual se redujera a estar mamado y jotear con gracia. Como si los homosexuales no tuvieran sexo anal. Como si Cher no tuviera un hijo transexual.

Tuve que decirle que yo no distinguía entre Cher y OV7, que para mí buena música electrónica era lo nuevo de My Panda Shall Fly o el dance-garage sudorosamente gay y callejero de Disclousure. Y con respecto al buen gusto, le recordé una frase de Nietzsche escrita dentro de su obra Mas allá del bien y del mal: “Hay que apartar de nosotros el mal gusto de querer coincidir con muchos. Lo que puede ser común tiende a tener poco valor”. Entonces el rubito se rascó la cabeza y miró el horizonte fractoloide del logo de la sirena verde de su vaso alto lleno de tai…

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Por lo visto, eso del buen gusto gay es cada vez más un mito conforme la aceptación avanza. Y los gays que se incluyen en la estadística de lectores mexicanos por el simple hecho de abrir un libro en cualquier Starbucks, sólo van de Deepak Chopra a Elizabeth Gilbert pasando por Ángeles Mastreta.

Calar Music

No es que San Francisco sea perfecto. Aquí también hay gays que les sangra el corazón con cualquier balada de Robbie Williams o George Michael. Sólo que no son los únicos y la auténtica diversidad está a la orden de una cerveza y lo más saludable, el diálogo entre estos dos gustos no pasa por el filtro de la gatez.

Por ejemplo: conocí a Christian con el cuerpo lacerado por los escalofríos producto de una siniestra resaca. Lo noche anterior había tomado cuanta cerveza y tequilas pasaban frente a mi vista, sobre todo tequilas, destilado que a los gringos les encanta ver cómo entra de un solo shot en las gargantas de auténticos mexicanos sin las a veces sobreactuadas muecas de apretar los ojos y bufar y sacudir la cabeza cada que un caballito de tequila roba el aliento de un turista gringo.

Después de caminar casi extraviado por el barrio de SoMa (South Market) de San Francisco en busca de Mr. S Leather, el minisupermercado sadomasoquista, entré a The Willows, un pub a la mitad de lo gay y el indie, ubicado en la esquina de Folsom y la 12th Street, urgido de remojar mi garganta pero sobretodo mi cerebro el alcohol. Preferible andar mareado que sudando una sobriedad deficiente.

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Y el que me sirvió el trago fue Christian, un bato de larga barba gris y gafas a la John Lennon, a quién le llamó la atención que anduviera hablando español con el Alex. Al reconocerle acento argentino le comenté que a menudo recurro a los discos de Suárez y Entre Ríos y 2 minutos y Ataque 77.

Empezamos a conversar.

Christian es barman del The Willows que también sostiene una disquera: Calar Music.

“Calar Music hace referencia a muchas cosas, desde su significado literal de calar, probar algo, aunque también lo hice con la intención de grabar el surco en el vinilo. También hace referencia a mi nombre y al club deportivo de la ciudad dónde nací que es Lomas de Zamora, al este de Buenos Aires y cuándo me moví a San Francisco descubrí que tiene el significado de las abreviaciones de Cal, California y Ar, Argentina… Y por último, pues también hace referencia a mi flor favorita que es la calarlili” cuenta Christian.

Calar Music es un pequeño pero interesante sello de música independiente que parece abstraerse en dos sentidos: el del pop latino subterráneo y un sonido psicodélico con guiños al dream pop y el downtempo, coqueteando a la diversidad sexual desdoblada: “No me gustaría decir que Calar Music es lésbico-gay, podríamos decir que es más bien queer friendly”.

La aventura empezó en 1999, a raíz de unos amigos que estaban grabando un disco con Gonzalo Córdoba de Suárez en una banda que se hacía llamar Dios: “Cuándo me enteré que Dios andaban grabando disco, me surgió el capricho de quererlo imprimirlo en vinilo. Pero el proyecto quedó medio truncado y sólo alcancé a sacar un 7 pulgadas de cuatro canciones” cuenta Christian.

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Sin trabajo, sin casa, sin dinero Christian persistió en su afán de armar un sello discográfico: “Tuve que moverme a San Francisco. Mi situación aquí es bastante especial, tengo asilo político por ser gay/queer. Luego, es más fácil hacer un sello disquero aquí que en Argentina. Buenos Aires es la ciudad del no se puede, a pesar de que todas las posibilidades están abiertas. Hay muchas trabas, muchas corrupción. Vamos en SF también hay problemas pero se solucionan sin tantas burocracias. En Argentina hay muchos sencillos pero nadie te compra un disco. Los discos son muy caros allá. Por ejemplo, uno de los discos de Calar Music, el de Gabo Ferro cuesta 30 dólares en Buenos Aires mientras que yo lo vendo en SF por 9.99 dólares”.

Sobretodo Christian traía una idea dándole vueltas en la cabeza: editar en acetato las Canciones que los hombres no deberían cantar, un álbum de Gabo Ferro, para Christian el cantautor más importante que tiene Argentina ahora: “Gabo Ferro tenía una banda de experimental hardcore que se llamaba Porco allá en los 90 con la que sacó dos discos. Una vez terminó un concierto, aventó el micrófono y decidió no cantar más por siete años. Se dedicó a estudiar y dar clases de historia en la universidad. “Canciones que los hombres no deberían cantar” es un disco que fue editado en San Francisco en el 2005 y desde que lo escuché quedé enamorado del material por lo que me esforcé y en 2010 pude sacarlo en vinilo ya con el sello de Calar Music. Se llama Canciones que los hombres no deberían cantar porque es una frase que hizo célebre Edith Piaf cuando en una ocasión vio a Jacques Brel cantar Ne me quittes pas y escandalizada gritó: ¡Un hombre no debería cantar cosas así! Gabo Ferro es abiertamente gay. Luego entonces, el título es también un juego de palabras que pone en evidencia el típico machismo latinoamericano, los hombres no lloran, los hombres no pueden andar cantando de sus debilidades, ponerlas en evidencia, mucho menos declarar tus sentimientos por otro macho”.

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Las canciones de Gabo Ferro no están precisamente lejos de las baladas pop a las que recurren la audiencia gay latinoamericana, mexicana. Pero están interpretadas con eso, buen gusto que no está peleado con la teatralidad amanerada, sobriedad impecable, y una calidad lírica desafiante.

Y bueno, Edith Piaf, quién lo diría, una de las divas a las que más tributo le rinde la comunidad gay, casi mundial, de ayer y hoy, escandalizada porque un hombre desafiaba el género de una balada. Eso nos pasa por obedecer los clichés.

Calar Music cuenta con otro fichaje totalmente opuesto al estilo de Gabo Ferro (una honesta muestra de la diversidad en la diversidad sexual): Annie Girl and the Fligth, banda liderada por Annie, chica robusta, casi andrógina, que en su primer álbum homónimo ofrece un recorrido con temas de andamiaje psicodélico e influencia de un trip hop áspero y femenino al mismo tiempo y un toque de sensibilidad gay.

Christian logra sostener su sello entre los ingresos como barman y otros pequeños negocios relacionados con discos: “Yo no tengo un peso, así que digamos que tengo el propósito de fichar y grabar artistas a los que verdaderamente le pueda echar la mano…”, me dice.

Le diré al Rubito de 28 años que antes de jurarme que no escucha gatadas, invierta en comprar los dos álbumes de Calar Music.

Los gays estamos urgidos de volver a buen gusto.