FYI.

This story is over 5 years old.

Música

Fui a una cata de vinos con Cass McCombs

Una de las dos cosas moló mucho.

Cass McCombs es el mejor del mundo cuando se trata de escribir canciones. Compararlo con quien sea de donde sea en la historia es completamente inútil, pero tiraré de Gram Parsons y quizá de Lou Reed por ahí, y de Leonard Cohen y Burt Bacharach. Porque sí. Sus canciones me han hecho dejar lo que estuviera haciendo para escucharle, asombrado, al menos tantas veces como me han ayudado a ser capaz de tirar p’alante con lo que fuese importante en mi vida en ese momento.

Publicidad

Anoche dio uno de los conciertos más raros a los que he asistido en mi vida. En una bodega del Magatzem Escolà de Barcelona. No sé de quién fue la idea, pero ser acorralado para tomar parte en una cata de vinos con desconocidos, donde tuvimos que emparejar un vino con una foto mientras escuchábamos Xiu Xiu y The Strange Boys (y otras canciones de las que no me acuerdo, pero que fueron horribles), fue un ambiente bastante raro para un conciero. Sin embargo, con hablar lo mínimo y beber lo máximo conseguí sobrellevarlo.

Y entonces tocó Cass.

O no tocó. Se dio un paseo. Mientras esperaba, a la mezcla rara de aficionados al vino y chicos indie la ligera borrachera se les fue desvaneciendo, y supongo que lo absurdo de la situación se les comenzó a desvelar. Así que yo también me fui a tomar un paseo. Cuando volví, el grupo justo había empezado a tocar “What’s Done is Done”. La gente se sentó en el suelo. Yo me senté en el suelo. Cass siguió cantando. Yo pensé: “Estoy sentado en el sótano de una tienda en la que nunca entraría deliberadamente en mi vida, viendo a uno de mis cantautores favoritos”. Pero también pensé, “Tengo hambre y echo de menos a mi novia.” Y es que ver a Cass Mc Combs en directo es, y ha sido las dos ultimas veces que lo he visto, sorprendentemente aburrido.

No es una crítica y tampoco un halago. Es un intento de explicar exactamente lo que hace este tío en el escenario. Se aleja tanto del tipo de concierto al que estamos acostumbrados que aburrir a la gente hasta el punto de llorar es, en su obstinación, casi punk. Ahora, que cuando cada concierto tiene que acabar con una descomposición de guitarras haciendo ruido blanco, y cada grupo hace bises, y todo el mundo viste como la gente de las revistas, disfrazados como la gente que toca en grupos vestidos por estilistas que nunca han tocado en un grupo, me parece genial.

No predica un mensaje, sólo nos enseña que no hay respuestas; no hay negro y blanco, solo serpenteantes melodías solapándose que exploran cada elemento de un argumento inútil por un momento fugaz que nunca olvidarás que llega a una verdad.

Pues eso. No me encantó, pero me hizo pensar mucho. Y de ninguna manera voy a comparar el puto concierto con ningún tipo de vino (si estuviste allí sabrás lo que quiero decir).