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¿Por qué narices se celebran los Juegos Olímpicos en Sochi?

Vladimir Putin tiene sus razones.

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Organizar unos Juegos Olímpicos no solo es una putada, sino que cuesta una fortuna. La mayoría de las sedes olímpicas acaban perdiendo dinero y el caso de Sochi, con 51 mil millones de dólares invertidos, no parece ser una excepción. La razón por la que los países se esfuerzan tanto en ser sede olímpica es porque esta es una de las formas legítimas de captar (teóricamente) el interés de otros países.

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Este año, la NBC pagará más de 750 millones de dólares por el privilegio de retransmitir más de 500 horas de Juegos Olímpicos, dedicadas a mostrar al mundo lo maravillosa que es Sochi o a mencionar de fondo las virtudes de la ciudad mientras jóvenes atletas enfundados en lycra se entregan a su público corriendo y haciendo sus ejercicios.

Pero si Rusia quería realmente enseñar al mundo lo fantástica que es, no se entiende muy bien por qué eligió Sochi, una típica ciudad de veraneo con clima subtropical, al menos según los estándares rusos. Incluso hay palmeras. Teniendo en cuenta que una quinta parte del país se encuentra al norte del círculo polar ártico, no deja de ser un poco raro que el Kremlin escogiera una ciudad de veraneo para albergar los Juegos Olímpicos de Invierno. De acuerdo, está cerca de una estación de esquí, pero aun así Rusia ha tenido que gastar una fortuna para poder crear nieve nueva. Por si esto no fuera suficiente, han recogido nieve de otros sitios que piensan distribuir mediante pequeñas avalanchas. La pregunta es inevitable: ¿por qué Rusia (o Vladimir Putin, para ser exactos) se ha tomado tantas molestias en celebrar unos Juegos Olímpicos en esta ciudad?

Según palabras de Putin, la caída de la Unión Soviética supuso la “mayor tragedia geopolítica” del siglo XX. Esta visión contrasta con la de Estados Unidos: si los norteamericanos piensan en algún momento en el fin de la Unión Soviética, lo considerarán el fin de la amenaza del comunismo, sin importarles demasiado lo que haya significado para Rusia. Pero para muchos rusos, incluido Putin (quien estuvo al mando de la KGB), este suceso no tenía tanto que ver con el comunismo como con ver cómo Rusia pasaba de ser una superpotencia a la ruina.

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En 1991, la Unión Soviética se dividió en los 15 países actuales. Rusia es el mayor de ellos, pero para Moscú, la caída de la Unión Soviética representó la pérdida de casi una cuarta parte del territorio, grandes cantidades de población, influencia y dinero. Y lo que es peor, también supuso un duro golpe para la economía, el ejército, el programa espacial y la sociedad civil.

Todo esto se hizo especialmente patente en el Cáucaso, región a la que pertenece Sochi y escenario del conflicto de Rusia con Oriente Medio. En esta zona montañosa conviven más de 50 etnias distintas, cerca de 6 religiones y un sinfín de dialectos e idiomas. El mapa representativo sería lo más parecido a una obra de Jackson Pollock, en la que cada mancha tendría nombres como “Kabardino-Balkaria” o “Tabasaranski Raion”. Luego, cada grupo étnico se divide en otros pequeños y desconocidos grupos de los que poca gente ha oído hablar (al investigar sobre ellos, uno descubre que la mitad de estos grupos ya no habitan en la región).

Tampoco resulta fácil conocer la historia del lugar, ya que no suele haber una única Guerra de Nosequé o una sola Batalla de Tal Sitio. Suele ser más bien la Cuarta Batalla de la Segunda Rebelión de Algo. Durante miles de años, la región del Cáucaso ha sido una mezcla indescifrable de clanes, tribus y feudos. Moscú ha combatido contra sus residentes antes incluso de que la idea de una Unión Soviética existiera en la cabeza de Lenin, por lo que el fin del comunismo fue una oportunidad para que esta región volviera a sus orígenes tradicionales y caóticos.

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A principios de los 90, los islamistas rusos intentaron escindirse de Rusia y formar la República chechena de Ichkeria, a lo que siguió una cruenta guerra civil entre chechenos y Rusia. A ojos de los rusos patrióticos, este conflicto era una vergüenza absoluta. Cinco años antes, la Unión Soviética había mostrado al mundo el poderío de su Ejército Rojo, el mismo que ahora no es capaz de evitar que un variopinto grupo de campesinos caucásicos se separe de su propio país.

Más o menos en la misma época, Vladimir Putin salió de su relativo anonimato político para devolver la gloria a su país. Lo primero que debía hacer era saldar cuentas con Chechenia. La segunda guerra chechena fue incluso más horrible y brutal que la anterior. En el año 2000, al finalizar el conflicto, la capital chechena se había ganado el título de “la ciudad más destruida de la Tierra”. Tras intensos bombardeos, Chechenia acabó derrotada por la Rusia de Putin, que pasó a tomar el control de sus territorios.

El bazar central de Grozny, seis años después del alto el fuego. (Foto via)

Pero haber arrasado Chechenia no era suficiente para devolver a Rusia su estado “legítimo”. Desde el 11 de septiembre, ya quedó demostrado con las intervenciones militares que no bastaba con destruir. Una verdadera potencia mundial debía destruir y luego reconstruir, por lo que Putin dedicó muchísimo dinero a la reconstrucción de Grozny y a convertirla en una ciudad resplandeciente y moderna.

¿Qué tiene que ver todo esto con Sochi? ¿Por qué no se limitaron a celebrar los Juegos Olímpicos en Grozny? Para empezar, porque los chechenos, ingushetios, daguestaníes y otros pueblos en conflicto en Grozny y sus inmediaciones no están tan convencidos de que se haya acabado la guerra: esta región sigue albergando un pequeño grupo insurgente.

La nueva y mejorada Grozny de Putin. (Foto de vía) Sochi es la otra cara del Cáucaso. Convertirla en el centro de la atención mundial e invertir enormes cantidades de dinero para convertirla en un escaparate representa la declaración de Putin de su victoria sobre el Cáucaso. Es como si George W. Bush hubiera decidido celebrar la Super Bowl en Kuwait para demostrar su victoria sobre Irak.

Putin ha garantizado personalmente la seguridad de los Juegos porque es su proyecto favorito. Si los Juegos tienen éxito, tendrá luz verde para realizar otro de sus proyectos: restaurar un régimen autocrático en Rusia, bajo la batuta de una figura central, no muy alejada del personaje del zar. Sin embargo, los islamistas chechenos y sus aliados tienen algo que decir contra la brutalidad rusa y lo que ellos perciben como una invasión de sus tierras, por lo que pueden intentar atentar contra los Juegos Olímpicos. Putin puede haber ganado el Cáucaso, pero está por ver si también ha ganado los Juegos Olímpicos.